Mumford And Sons en el Apple Music Festival
En esta oportunidad realmente se podía sentir el lleno total del recinto y la emoción de los londinenses por recibir a una banda que a pesar de haber alcanzado un gran reconocimiento internacional, la siguen sintiendo como una local, de la casa, de su ciudad.
Esta vez no hubo un gran destello de luz para recibir a los músicos que le dan vida a las canciones del Sigh No More, Babel o Wilder Mind sino por el contrario, hubo una entrada solemne, tímida, de luces bajas con tintes azules que hacían alusión a la antesala de lo que sería una noche íntima.
Siete músicos tomaron su lugar en el escenario, Marcus Mumford, Ben Lovett. Winston Marshall y Ted Dwane. A ellos se sumaron 3 invitados: 2 en los vientos y el tercero, Chris Maas, encargado de la segunda batería que se veía elevada en la parte trasera de la tarima.
Empezaron con Snake Eyes y al finalizar saludaron a los presentes en el Roundhouse, expresando su felicidad por estar nuevamente en casa, sintiendo el calor de los suyos.
Un muy buen sentido del humor tiene Marcus Mumford, quien estuvo en constante comunicación con el público. Un público que a su vez le hizo sentir a la banda desde el primer instante, su alegría por verlos nuevamente.
Londres realmente ama a Mumford and Sons y ese amor se sintió durante todo el concierto, fue conmovedor percibir el poder que la música tiene en los seres humanos, sentir cómo es posible, durante un poco más de una hora, unirse en una especie de comunión colectiva en la que solo se transpira felicidad y emoción, un lapso en el que se intercambian sonrisas de complicidad y fraternidad.
Probablemente uno de los momentos más especiales del concierto y ciertamente el que más llamó la atención, fue cuando Marcus, vocalista de la agrupación, le pidió al público que hicieran silencio, desde luego la gente bajó el volumen de sus conversaciones pero el ruido aún se percibía y ahí nuevamente Marcus, muy amablemente y con su buen sentido del humor fue reiterativo en que cuando pedía que hiciéramos silencio lo decía de verdad.
En esta segunda oportunidad todos obedecieron a cabalidad, al punto en el que se alcanzaban a escuchar los ventiladores que refrigeraban los grandes reflectores. En ese momento algo cayó detrás del escenario y hubo una gran risa colectiva pero segundos después el silencio volvió. Marcus, Ben, Winston y Ted se pararon en el borde de la tarima y a cappella, sin micrófonos, cantaron Cold Arms.
Otro momento especial fue cuando invitaron a su amigo Jack Garratt a tocar con ellos una versión de Sweet Dreams en la que mostraron que el rock pesado también puede hacer parte de sus sonidos.
Fundamental destacar la puesta en escena: en cada canción había cambio de instrumentos, hubo un par de solos hecho con dos baterías en simultáneo y sorprende mucho el virtuosismo de todos a la hora de tocar distintos instrumentos. Marcus Mumford se alternaba entre la guitarra eléctrica, la acústica y una de las baterías, Ben Lovett pasaba de los teclados, al piano y al sintetizador, Winston Marshall tuvo en sus manos la guitarra, el banjo y la mandolina y Ted Dwane hizo lo suyo con el bajo y el contrabajo.
En definitiva este fue un concierto que logró sacarle todo el provecho al Roundhouse y exprimir su mayor cualidad que es la intimidad que brinda debido al tamaño modesto de sus instalaciones pero a su vez logrando ofrecer una calidad sonora de un concierto de estadio, de una banda de estadio que es en lo que poco a poco se ha venido convirtiendo este cuarteto proveniente de Londres