"El arte es hacerse preguntas": Una conversación con Marcelo Ezquiaga
En 2016, para el aniversario número ochenta del fallecimiento de Carlos Gardel, el músico porteño Marcelo Ezquiaga lanzó Morocho, un homenaje en clave pop al representante más grande en la historia del tango. Con esta producción Ezquiaga acercaba la obra de Gardel, Lepera y Santos Discépolo a las nuevas generaciones, contando además con la colaboración de artistas latinoemericanosde la talla de Julieta Venegas, Kevin Johansen, Rubén Albarrán de Café Tacvba, Moreno Veloso, entre otros.
Viajero incansable, Ezquiaga ha llevado su música por diversos escenarios tanto de América Latina como de Europa, transmitiendo un sonido sencillo, que se desenmarca de géneros, con letras que invitan a la reflexión sobre lo cotidiano. Y si bien muchos lo conocimos con este trabajo, la trayectoria de Ezquiaga arranca de tiempo atrás. Lideró entre 2001 y 2006 la agrupación Mi tortuga Montreux, un alter ego con la que sacó tres producciones de rock introspectivo: Plata de Invierno (2002), Mapa (2005), Mi Tortuga Montreux (2006). Estas resultaron claves en una Argentina en recesión que necesitaba mirarse hacia adentro.
Luego, en 2009, el cantante porteño inició su camino como solista con el álbum Un Buen pescador, al que le siguieron Hombre golpe (2011), Caleidoscopio (2014) y, posteriormente, el mencionado homenaje a Gardel, contando además con la colaboración de artistas como Liniers y Alejandro Ros para las portadas de sus discos. El año pasado, volvió al ruedo con Todo lo que nos une, su octavo disco de estudio. Ocho canciones editadas por Géiser Discos y con una obra del músico y artista Mariano Peccinetti en la portada. El álbum recorre distintos estados del amor explorando las idas y venidas en las relaciones.
Este año estuvo en Bogotá junto al dúo Flor de Jamaica y al músico nariñense Andrés Guerrero y, aprovechando el lanzamiento de su último video de Linda (al final del artículo), nos sentamos con él para indagar acerca de sus proceso creativos, sobre la felicidad y lo que lo motiva como artista.
Arranquemos por el último álbum, Todo lo que nos une, luego de un álbum como Morocho, en el que hace un homenaje a Gardel, ¿cómo fue volver a componer en solitario?
Nunca dejé de componer e igual Morocho fue casi un trabajo compositivo mío desde el punto de vista sonoro, pues los tangos los deshice completamente. De hecho decidí agarrar un camino más pop, tomar una frase y loopearla. Me agarré de las canciones de Gardel como si fuera un David Bowie de su época, que era un poco, con esa cara pintada de blanco. Pero todo este último disco lo hice mientras iba haciendo Morocho, iba componiendo estas canciones, entrando y saliendo de diferentes relaciones afectivas, y el disco recorre un poco todo eso: uniones, separaciones, distancias, momentos cómodos, otros no tanto.
Cuénteme un poco del nombre del álbum
Se llama todo lo que nos une porque es un pedazo de una canción que se llama Imán, que dice algo así: “a veces pienso cuál será el fuego que nos une desde adentro”. Son canciones que recorren distintos estados de las relaciones, de los vínculos. Esa sería una buena manera de definir este disco. Y esto con un manejo simple de guitarras, casi no tiene teclados, aunque soy pianista y tecladista. Es un disco muy guitarrero, casi todas las canciones salieron de este instrumento, estando en mi cocina componiendo, a veces con mi novia, a veces solo. Ella me ayudaba, la visión femenina siempre me ayuda.
¿Cómo entiende ese concepto de cantautor?
Yo lo veo más como el viajante. Siempre fui un poco soli-autoritario a la hora de hacer música. Como tengo ideas sonoras muy definidas, a veces me cuesta mucho contrastarlas con otro músico, aunque después, claro, me aporten un montón. Soy bastante director musical en ese aspecto. Pero cuando viajo solo parezco un cantautor, aunque no me siento como tal. Si hay que poner una definición, que sé que a veces la gente la necesita, pongo cantautor indie-pop. Yo vengo de hacer casi que post rock con Mi Tortuga Montreux, la banda que tenía antes.Y me considero “Indie” porque más allá de que mis dos últimos discos salieron con un sello discográfico, me siento un artista independiente y sé que lo soy. A veces sí me encuentro más cancionista, soy cancionista. Estoy como en un gris.
¿Qué referentes tienes para tu creación musical?
Mi sonoridad, más allá de los referentes, es algo en continua formación. Ahora, por ejemplo, que estoy escuchando un disco de Frank Ocean, siento que me encantaría hacer algo así, aunque sé que no me acerco a eso porque no me voy adaptando a cada época, pero hay sonidos que voy desarrollando. Esta guitarra (señala una guitarra que reposa a su lado) viaja tanto conmigo creo que al final es parte de lo que hago. No tengo mil teclados, tengo dos, entonces conozco mucho mis instrumentos, investigo esos elementos y los manejo mucho. Igual con las máquinas de ritmo.
¿Y esto define el camino de sus composiciones?
Sí, excepto cuando tengo en la cabeza muy metido instrumento, por ejemplo que quiero grabar una flauta traversa acá, o algo así. Hace poco me prestaron un sampler MPC2500, que terminé usando mucho en Morocho. Ese lo usaba Cerati, es muy lindo, con un sonido muy potente. No soy de comprarme cosas todo el tiempo. A veces las cosas me llegan. Una banda muy amiga que lo tenía muy arrumado me lo prestó.
¿Escribe letras y luego viene la música o viceversa?
Intento todo, pero si intento agarrar un ritmo y ponerle una letra generalmente no me funciona. Y si intento agarrar una letra y le pongo música generalmente tampoco. Lo que más me funciona es la escritura automática, agarrar la guitarra empezar a cantar y después corregir. Me interesa que la forma de decir las cosas sea, no sé si natural, pero sí bastante dinámica y musical. Me bandeo entre ideas muy abstractas y otras relativamente claras, nunca del todo claras. Que no sé de qué habla bien, pero me resuena en algo potente entonces me gusta.
Usted es muy viajero, ¿qué tan relevante son los viajes en su proceso de creación?
En realidad no sé si los viajes son lo clave, pero sí sucede que el momento en que toco más solo, o con un solo instrumento, es cuando estoy andando. Pero sí influyen porque hay mucho contacto con otros músicos y las canciones se modifican. A veces tengo temas inéditos, las toco con un músico local y aportan algo que me gusta. O por ejemplo, en mi último disco fui a México a presentar el video de “El día que me quieras” que hicimos con Julieta Venegas y fue un viaje muy intenso. Demasiado para mi gusto. Había mucha nota, mucho toque en vivo y además teníamos la grabación del videoclip de la canción con Rubén Albarrán a las afueras del DF. Estuve como en cuatro ciudades y nos tomamos con mi manager un día para ir a la playa, y cuando llegué me di cuenta que no tenía la billetera, la había perdido, con los mil dólares que tenía adentro. Me deprimí bastante, obviamente. Mi manager alquiló unas tablas de surf para levantarme el ánimo y el pibito que las alquilaba se acercó y nos dijo “vení, vamos a bajar unas olas”, y yo dije “no, vayan ustedes”. Y el pibe mira el lugar, que era un paraíso, y dice “sé feliz, sé feliz”, mientras chasqueba los dedos. Yo le sentía el ritmo en las manos cuando lo dijo. Cuando llegué a la estación del ómnibus para devolverme de la playa saqué la guitarra y empecé “perdí todo lo que tenía, sigo buscando todavía…”, y salió la canción Sé feliz. En realidad se la inventó ese pibe, me parece a mi. Y quedó en el disco tal cual como la toque en la estación.
Ese afán por ser feliz constantemente, ¿no termina generando mucha frustración?
Depende que entienda uno por felicidad.
¿Qué entiende usted?
Yo entiendo por felicidad… Mil dólares... Ya no me acuerdo del gusto que le tenía a esos mil dólares, pero me acuerdo perfecto de esa playa y de un taco de camarón que me comí con una cerveza mirando el mar. Entonces me parece que ser feliz tiene que ver con la realización personal máxima y esto no quiere decir una explotación laboral de uno. Tampoco se trata de la satisfacción de un deseo, ni sexual, ni de conocer un lugar, ni de tener cosas. Todo eso me parece que es satisfacción y la felicidad es más la plenitud: poder estar bien con uno, de entender que uno es uno y que estás haciendo lo que tienes que hacer. Uno se da cuenta cuando no se está en el camino indicado, cuando el corazón se empieza a nublar. Vivimos en un sistema muy perverso y este muchas veces te coarta la libertad, te mete reglas y normas que son inventadas, pero es el juego de la vida y hay que jugar. Hay que entender las reglas y ver cómo realizarse y ser uno mismo, que no es poca cosa. La felicidad no es una carita feliz, es estar en consonancia. Tener es algo efímero, ser no.
¿Y esa plenitud no puede ser también algo efímero?
Sí. Me parece que en la vida, por suerte, las cosas van en un sentido, con lo cual uno empieza a ganar perspectiva. Cuando uno es chico los problemas los tiene casi pegados al cuerpo y si vos te fijás los viejos tienen un problema en la vista que es que ven bien de lejos, pero no ven bien de cerca, la presbicia. Esa lejanía, que te da el tiempo frente a las cosas, hace que estas no estén tan encima, que no sientas tanto esas reglas, ese deber, ese tener. En ese camino está la plenitud. Por otro lado, que me parece clave, es que la persona que hace las cosas más o menos bien desarrolla un sentimiento de empatía, de poder ponerse en el lugar del otro. Y por ahí la frase más empática que uno puede tener es “entiendo”, no “hacé eso, o hacé esto otro”, no, solo “te entiendo”. Eso también es.
Lo vi con un libro en sus manos antes de empezar la entrevista...
Sí, uno de Erich Fromm, que me encanta, llamado Tener o Ser. Terminé De animales a Dioses de Yuval Noah Harari y me fascinó. Inclusive en un momento habla de la felicidad. Reflexiona sobre la felicidad en el deseo y de la posibilidad de esta en la gente, poniendo en duda ese concepto que la ve desde el punto de vista de la euforia.
¿Influencian los libros sus música?
Me influencia todo lo que veo. Soy muy fanático del cine también. Yo hago canciones sobre algunas cosas no más.
¿Qué cosas?
Las preguntas. Siempre me pregunto “¿qué es el arte?”, pero no porque me interese como definición, sino porque uno se dedica a la expresión, a esta construcción extraña que se define como arte. Pienso que hay algo que arranca en la cabeza, ves algo, e intentas entender el porqué. El arte sería como hacerse las preguntas. Todas los humanos se las hacen, pero es no terminar, hacérselas continuamente.
¿Qué preguntas son esenciales para ti?
Algunas son más pasajeras y las logro construir en charlas con amigos o con periodistas, otras son eternas como quién fue el primero que movió la piedra. Esa pregunta siempre está ahí. Lees a Stephen Hawking y él dice que el tiempo existe de tal manera porque nosotros lo observamos así. Me encanta esa idea porque quiere decir que no existiría si nosotros no existiéramos como observadores. No quiere decir que dependa de nosotros, sino que nuestra percepción es en una dirección. Es eso, preguntarme.
¿Llevan a algún lugar esas preguntas?
En este sistema que es un poco perverso, que hay que jugar, nuestra vida tiende a desanudarse, a buscar la simpleza, y hacerte estas preguntas es empezar a enfocarse e ir en ese camino. Los sentimientos más lindos que están conectados con lo simple son los más nobles: la conmoción, el conmoverse, por ejemplo. Los sentimientos complicados son otros como la perversión, los cruces tóxicos de las relaciones… como decía Erich Fromm en El Miedo a la libertad, las relaciones regidas por la libertad son las ideales, en todo sentido, después está todo lo perverso en el planeta que va desde la política a las amistades y las relaciones de pareja, que se vuelven sadomasoquistas. Siempre hay alguien que entrega algo de libertad para que alguien más decida por otro. No sé si llegue a encontrar algo que me de felicidad, pero este el lugar que más me resuena, el de las preguntas.
¿Y eso siente que lo define como artista?
Hace poco una amiga me leyó la carta astral, lo que sea que es eso, y me dijo, “Tu fin último está en las ideas”. Y sí, no está en la posesión. Yo tengo cosas, guitarra, departamento y no es que no quiera tener cosas. Es el juego de la vida y lo juego, pero siempre me resulta más atractivo y más sensual el mundo de las ideas. Repito, no tanto por el conocimiento como por las preguntas.
Y en ese juego de la vida, ¿qué rechaza tajantemente?
A mi la ignorancia es algo que me produce rechazo. Y es algo que tengo que batallar constantemente. Uno muy chico construye el deseo y siempre conecto con alguien que se hace las preguntas sin importar su condición social. Hace poco en Buenos Aires le hicieron una pregunta a un pibe, un pibe choro, que se recibió de sociólogo en la cárcel. Yo no creo en la meritocracia y el mismo decía que él era una excepción. Fue el mejor promedio de la UBA, desde la cárcel sin darse cuenta. Su celda era una biblioteca. A mi me pareció muy válido cómo planteaba él la razón por la que había empezado a estudiar sociología, y decía que fue para preguntarse por qué había llegado a ahí. Él no no había pensado en las consecuencias de lo que hacía, y cuando entró en la cárcel, primero lloró varios días y luego se preguntó por el tiempo detenido: el tiempo detenido en un semáforo, el tiempo detenido en una relación que no avanza o el tiempo detenido en una cárcel, y en él cómo puede se buscar la libertad en esas situaciones.
Según eso, ¿con qué no conectas?
Con la careteada, la cosa de la guita (dinero), de mostrarse. Esa vida vacía y sin sustancia, que pasa mucho en la música, me da más pena que otra cosa. Esos son mis límites, la falta de preguntas. Muchas veces estas están presentes en gente muy sensible que no pudo meterse en el juego de la vida, que no pudo abrir el tablero y mover las fichas.