Las reinas de nuestro folclor
Totó la Momposina
Su corazón es una tambora que no para de sonar; su cabello, la libertad que ganó con la música; sus manos, la corriente del Magdalena que dirige sin equivocación a sus músicos; su vida, una canción interminable que no queremos olvidar.
Sí, esa podría ser una descripción de Sonia Bazanta Vides, o Totó, o Totico, como le empezaron a decir sus padres de cariño cuando solo era una niña. Y esa onomatopeya cariñosa definió su existencia entera, tanto que Sonia solo la usa para salir del país, en los aeropuertos.
Su papá era baterista, su mamá, cantante y bailarina, y ella, como siguiendo el camino detrás de ellos, a orillas del río en Santa Cruz de Mompox, empezó a cantar imitando, bailando con los pies descalzos y la sonrisa, su sonrisa, siempre mirando al sol.
Ella fue criada para ser la gran cantante de Colombia. A los dieciséis años tenía su primer grupo con sus padres y hermanos. Interpretaban canciones tradicionales en cumbias, porros, mapalé. Y, además del sonido, el baile se convertía en columna vertebral, en unión entre madre e hija.
Desde ese momento, Totó entendió que la música en su vida no era simplemente azar o gusto, también era memoria familiar, recuerdos de sus abuelos y una dinastía que ella misma debía respetar, continuar. Así que asumió ese rol de ser artista no solo por el disfrute, sino también por el compromiso de la herencia musical de sus padres. Su voz mística, natural, sincera, costumbrista y alegre. Tan sonora, dulce y exquisita como los atardeceres, la cocada, el pescado frito o la alegría momposina, se ha convertido en la memoria musical de cientos de intérpretes y compositores en el Caribe colombiano. Ella no solo es recuerdo, también su voz navega el Magdalena como un mantra eterno que lleva las historias de nuestra realidad.
Totó, además de ser una estudiosa del folclor del Caribe colombiano, es una mujer coherente, que tiene como misión perpetuar el sonido de ese, el corazón de su tierra, y, además, llevarlo al mundo entero. Y por eso mismo, entiende que el folclor no debe ser una barrera, ni una restricción excluyente solamente para los que lo entienden. El folclor es como la comida, para el que le guste y para el que la quiera comer, y esta mujer ha decidido que la música debe ser para todos y, por esto, su voz ha abierto fronteras que nunca imaginamos en su radar musical, ha hecho colaboraciones con diversos géneros, hasta el rock, pasando por la canción de autor, la electrónica, la música norteña y el rap. Ella cierra sus ojos, y vive la canción.
La música, más que interpretarse, debe vivirse. Un total de 185 presentaciones en la antigua Unión Soviética y su participación musical en la entrega del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez en Estocolmo son algunos de los recuerdos que más nostalgia generan en la vida de esta momposina.
Y sí, Totó no existe hace diez años como cantaora, su historia es larga, así ahora esté de moda y la inviten hasta a los festivales musicales más vanguardistas. No, su voz responde a una historia, a su casta de músicos de familia, a años y años de escuchar a sus padres cantar. También a sus nueve nietos que salieron artistas y a varias generaciones que han visto en ella una de las voces que contiene la memoria de la tradición musical colombiana. Ella, luego de los años y de entender el verdadero propósito de la música, se abrió al mundo, y entendió que este es el momento en el que más tiene que cantar, para no dejar morir el legado de sus ancestros.
Por eso, hoy, te agradecemos, Totico, por tu voz, por tu alegría al cantar, por seguir fiel a las raíces de tu sonido, por ser rock, rap, por ser folclor y MÚSICA, por ser una bellísima historia que aún resuena en nuestros corazones.
Petrona Martínez
“¡Échale tambor carajooo!”, gritó Petrona, mientras los músicos, detrás suyo, les daban más fuerte y más rápido a los cueros de las tamboras, y ella, haciéndoles una venia respetuosa, daba una vuelta cadenciosa acompasando su corazón con el batir de su falda roja.
Su voz es un ventarrón fuerte, de los que no deja mirar al horizonte, resuena con potencia, igual que la furia respetuosa del río en creciente, y, así mismo, fue la voz de su bisabuela Carmen Silva, de su abuela Orfelina Martínez y su tía Tomasa. Su voz es poesía de ocaso y soledad, es la vida y la magia de un sonido llamado bullerengue. Petrona Martínez, caramba, bonito que canta.
Aprendió a cantar al pie del río, gracias a ellas, golpeando la ropa con un manduco mientras la corriente precipitada no paraba de sonar. El bullerengue era la mejor excusa para acompañar las labores del hogar y de limpieza.
Ella representa el bullerengue, porque de eso está compuesto su cuerpo. De sabor, de arena, de sudor, baile, naturaleza y corazón de tambor. De vender los mangos que en temporada caían de los palos, de ofrecer cocadas en forma de canción en Malagana, San Cayetano, Mahates o Sincerín, así pasaban los días de Petrona, cantándoles a la vida y a los caminos que de a poco recorría.
Le cantaba a todo, a las hojas que caían del inmenso árbol florecido, a la muerte de una comadre en el pueblo, a las fiestas inolvidables o al amor lejano que pasaba frente a sus narices. Miraba al mundo en forma de canción y, gracias a eso, desprevenidamente un señor llamado Marcelino Orozco la escuchó y, de repente, la chica con ojos de obsidiana empezó a hacer parte de Los Soneros de Gamero, pasó, de los cánticos tradicionales a orillas del río, a las tarimas de su pueblo, de Colombia y el mundo.
Y así empezó la vida de la reina del bullerengue, de la diosa del ébano, cantándole a lo simple y asumiendo los latidos de su corazón como una gran tambora que le da felicidad.
Su hermosa voz raizal, nasal, aguda y, particularmente, colombiana ha llegado a los escenarios más grandes del mundo, en España, Dinamarca, Argentina, Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Marruecos, y a estudios de grabación en París y Londres.
Los reconocimientos son innumerables, entre ellos, dos nominaciones a los Premios Grammy por mejor álbum de música latina y en la categoría mejor álbum tropical. Sin embargo, para ella, la vida es diferente, y ese cuero tensionado, esas semillas de la tierra, esos troncos sonoros y los colores sedosos de los bailes que acompañan su voz son lo primordial.
Petrona, con su larga y hermosa historia de utopías, aún vive de la música y de los paisajes de su adorada tierra. Día a día, noche a noche, les canta a los ocasos y amaneceres de Palenquito, a diez minutos de San Basilio de Palenque, en los Montes de María, donde vive, feliz, no esperando los premios, sino la oportunidad indicada para cantarle a lo simple, a la vida que le tocó vivir.