Julián Gaviria: el cuarto mosquetero de Alcolirykoz
La mayoría de nosotros nos encontramos desde niños anhelando, como dicen, ser algo en concreto: médico, arquitecto, periodista, actor o actriz. Jugamos a nuestras futuras profesiones con inocencia y, con el paso de los años y la formación, vamos consolidando ese camino, fijando cada vez más ese norte en el horizonte.
A Julián Gaviria, fotógrafo de Medellín, no le sucedió así. Él se encontró con su pasión casi que por una elección que debía hacer para seguir sus estudios. No con presiones, pero sí sin estar muy seguro de ello: “yo no había pensado qué quería hacer en mi vida y mi mamá por miedo a tener un hijo vago me inscribió a un curso de fotografía”. Sin embargo, esa primera clase inmediatamente lo enamoró de la imagen. Fue amor a primer disparo.
Él, aunque no tenía muy claro su futuro vocacional hasta ese entonces, sí tenía muy presente aquello que lo apasionaba más que nada: la música. Con amigos músicos (de todos sus amigos el único no músico era él), entre ensayaderos y toques, a Julián lo rodeaba, en principio, el rock, pero en general, esa magia de crear sonidos.
Ahí, siendo testigo de esos procesos, y conforme iban avanzando sus clases de fotografía, comenzó a entender su papel, por lo menos en ese momento de la historia, dentro de esas dinámicas musicales que sucedían a su alrededor: “de alguna manera toda mi formación en fotografía en sus inicios se dio pensando en música, haciendo parte como de ese otro músico que tienen las bandas que no toca ningún instrumento pero que los cuenta”.
De ahí en adelante, comenzó un camino de experimentación que se puede rastrear en las portadas y librillos de discos salidos en la primera década de este Siglo de proyectos paisas como Mojiganga, Grito, I.R.A., Tr3sdeCoraZón, Johnie All Stars, solo por mencionar algunos. Y por supuesto, de su historia con los Ninjazz Gambeta, Kaztro y Fazeta, que iniciaría terminando esa década y que se sigue escribiendo hoy.
Pero la historia de Julián no son solo sus fotos. Sería reduccionista, al punto de decir que si un médico no ejerce no tiene un lugar en el mundo. Para este paisa apasionado por la imagen y por los sonidos, lo más importante es crear, más allá de si él está disparando la cámara o no: “lo que más me apasiona son los procesos creativos, de donde sea que vengan”.
A partir de ahí ha comenzado una aproximación al universo audiovisual, pero desde el rol del realizador o del director, interviniendo principalmente en videoclips, pero también en producciones de ficción. En Julián, estos universos (el de lo audiovisual y lo fotográfico) dialogan y lo enriquecen: “mientras más meto y aprendo en lo audiovisual más me perfecciono en lo fotográfico”.
Incluso llega al punto de afirmar que si no puede tomar las fotos (físicamente hablando), no dejará de pensarlas para que alguien más lo haga: “creo que mi principal labor no está en el quehacer fotográfico. Lo que más creo que tengo está en construirlo, entonces si no puedo hacer fotos tranquilamente puedo dejar que otro las haga y yo estaré ahí susurrándole qué hacer”. Para él la riqueza está en la construcción creativa más allá de tener la cámara en la mano.
Julián Gaviria, a pesar de ser uno de los fotógrafos publicitarios más destacados de Medellín, de sus años de experiencia y de todo lo que ha recorrido y capturado con sus ojos y sus lentes, no deja de ser una persona sencilla con sueños simples, como los tenemos todos: “mis sueños siempre han girado en torno a lo mismo, a estar bien, con buenos amigos cerca, y hacer lo que me apasiona, que no es como algo específico sino que son muchas cosa a la vez”.
Y dentro de esos sueños simples de Julián, seguro está, como él mismo lo dice, contar la música desde lo visual, un proceso que inició sin proponérselo y que hoy se ha convertido en una suerte de legado para entender la historia de esas bandas.