Cuando Colombia retiró a su delegación de los Juegos Olímpicos de la Alemania Nazi
Un partido polémico, Perú contra Austria. Una guerra limítrofe entre dos países, Colombia contra Perú. El deporte como herramienta diplomática. Todos estos elementos tuvieron como punto de partida o de llegada los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. El hilo conductor de todo este entramado fue el absurdo.
Perú contra Austria
Hitler en el palco
El pitazo inicial para el partido entre Perú y Austria sonó el 8 de agosto de 1936 en el estadio Hertha Platz, en Berlín. La Alemania Nazi era sede de la que sería una de las olimpiadas más recordadas en la historia y Adolf Hitler observaba desde el palco el desempeño de la selección de su tierra natal.
Tal como lo narró el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro Espejos: una historia casi universal, corría el minuto 75 y Austria ganaba 2 a 0, pero con goles de Jorge Alcalde y Alejandro Villanueva, el equipo Inca se volvió a meter en el partido y forzó el tiempo suplementario. Luego marcó cinco tantos en el adicional y, aunque el árbitro noruego Thoralf Khristiansen anuló tres -dice Galeano que para evitar el disgusto del Führer-, fue inevitable el triunfo de los sudamericanos 4 a 2. Resultado que además los ponía en la semifinal.
Esa misma noche, la FIFA y el Comité Olímpico se reunieron y anularon el partido, obligando a repetirlo a puerta cerrada. La selección peruana se negó y la delegación entera se retiró de las justas. Un par de semanas después los deportistas eran recibidos como héroes en su país y su hazaña sería recordada como una declaración de principios contra el nazismo y el afán de Hitler por argumentar la superioridad racial aria.
En el año 2000, el periodista Luis Carlos Arias Schreiber hizo una investigación para la revista Don Balón de Perú que erosionó la leyenda -más allá de la desgracia que fue el paso de Hitler por esta tierra. Resulta que en Perú, la versión más difundida en su momento apuntaba a que los austriacos se habían quejado porque la cancha no cumplía con las medidas reglamentarias y era muy pequeña, lo cual era un sin sentido pues los otros tres partidos de cuartos de final se disputaron en el mismo escenario. Sin embargo, al parecer el reclamo fue otro.
Austria protestó porque un grupo de aficionados peruanos invadió el terreno de juego, impidió el desarrollo normal del encuentro e incluso agredió a sus jugadores. Existe en la Memoria del Comité Nacional de Deportes y Comité Olímpico Peruano de 1936, un reporte de su presidente, Eduardo Dibós Dammert, refiriéndose a cómo el diario londinense Daily Sketch informó que “1000 peruanos armados de fierros, cuchillos y revólveres invadieron la cancha en pleno partido, agredieron a tres jugadores austriacos y dejaron a los europeos con ocho jugadores”. Y que como no había cambios en ese momento, los peruanos aprovecharon la ventaja numérica.
Aunque es difícil imaginar que sucedió de esa manera, Arias Schreiber explicó que la versión oficial fue publicada por el alemán Carl Diem, secretario general del Comité Olímpico Alemán. En esta argumentaba que "se produjeron hechos que impidieron el desarrollo normal del partido… Fue imposible impedir que los espectadores entraran al terreno de juego, y uno de ellos dio un golpe a uno de los jugadores".
Partido Perú - Austria
El Jurado de Apelación, conformado por la FIFA de Jules Rimet, y en el que no había ningún dirigente alemán, convocó entonces a una reunión para el 10 de agosto a las 10 de la mañana para solucionar el impase. La delegación peruana, luego de intentar evadir las calles cerradas por una prueba ciclística, llegó a las 11 y media, hora en la cual, ante la ausencia de la contraparte, ya se había tomado la decisión de repetir el partido a puerta cerrada.
Claudio Martínez, jefe de la delegación peruana en los Olímpicos de Berlín, le sugirió al presidente Óscar R. Benavides que se retiraran de las justas, cosa que el mandatario aceptó. Al día siguiente le informaron su postura al Jurado de Apelación de la FIFA y al Comité Olímpico Alemán. Y pese a que este último trató de encontrar una solución que evitara el escándalo, ya fuera desconociendo el triunfo austriaco que se había decretado ante la negativa peruana de jugar, proponiendo un nuevo partido con público o intentando convencer de que solo retirara el equipo de fútbol y no toda la delegación, la orden de regresar a Lima ya estaba dada.
Luego, el lunes 10 de agosto de 1936, El Tiempo sorprendió a los colombianos con un titular inesperado: “Colombia se retira de los Juegos en solidaridad con el Perú”. Soto del Corral, ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, había hablado con el embajador de ese país para entender qué había pasado, luego, por orden del presidente Alfonso López Pumarejo, pidió a la delegación olímpica nacional que también se retirara de la justa.
Chile también manifestó su solidaridad y, aunque no retiró a su delegación, Enrique Barbosa, presidente del Comité Olímpico de ese país sentenció: “los países americanos debían organizar sus propios Juegos Olímpicos americanos, desentendiéndose de los del viejo mundo (…) la virilidad de ésta raza nueva lo merece”. Luis Depuy, de la delegación olímpica uruguaya, se unió a estas declaraciones e instó a la Federación Suramericana de Fútbol a “que no volviera a jugar con las naciones europeas”.
Perú contra Colombia
Enrique Olaya Herrera y Luis Miguel Sánchez Cerro
“Paz, paz, paz en el interior! ¡Guerra, guerra, guerra en la frontera amenazada!”, exclamaría con su acostumbrada fogosidad el líder conservador Laureano Gómez ante el senado colombiano. Con este grito se apaciguaron, por un tiempo, los enfrentamientos que se habían desatado con la llegada de los liberales al poder de la mano del presidente Enrique Olaya Herrera, luego de una larga hegemonía conservadora -quienes ahora desde la oposición se referían a esta victoria como la antesala del triunfo comunista en el país.
Esta pequeña pausa a una polarización que terminaría en una dramática guerra civil, hizo que contrincantes políticos como Laureano Gómez, Felipe Lleras o Gabriel Turbay se estrecharan en un efusivo abrazo como gesto de unión contra el enemigo externo: Perú. En el año 1932 los litigios fronterizos, que hundían sus raíces en las postrimerías del mundo colonial y en el lento tránsito de la amazonia a la independencia, derivaron en el estallido de una guerra con el país vecino.
Perú era gobernado por el presidente Luis Miguel Sánchez Cerro, un militar y político que se oponía con fervor al liberalismo y al comunismo en general y al Partido Aprista en particular -una organización originalmente de izquierda, que con los años daría un giro hacia la derecha conservadora. Sánchez Ferro buscaba seguir un modelo mussoliniano, proponía una sociedad corporativa y totalitaria y difundió además una fuerte xenofobia contra los inmigrantes japoneses y chinos en Perú.
Ninguno de los dos países -aunque especialmente Colombia- estaba suficientemente equipado para esta confrontación. Colombia tuvo que sextuplicar el presupuesto para la fuerza pública y lidiar con la falta de infraestructura para llegar al territorio en disputa. Perú hizo unos pedidos de armamento a EEUU y Europa que se demoraron tanto que primero se acabó la guerra.
Guerra colombo-peruana
Esto se reflejó en el conflicto, donde se narraron combates que nunca sucedieron, se dispararon armas que se dañaron tras un par de disparos y donde varios soldados murieron por enfermedades tropicales. A propósito de esto, Gabriel García Márquez le escribiría por correspondencia al peruano Mario Vargas Llosa: “Un militar cayó herido en una escaramuza y aquello fue como una lotería para el gobierno: llevaron al herido por todo el país, como una prueba de la crueldad de Sánchez Cerro, y tanto lo llevaron y lo trajeron, que al pobre hombre, herido en un tobillo, se le gangrenó la pierna y murió. Tengo dos mil anécdotas como esta. Si tu investigas la historia del lado del Perú y yo la investigo del lado de Colombia, te aseguro que escribiremos el libro más delirante, increíble y aparatoso que se pueda concebir”.
Al final a Luis Miguel Sánchez Cerro lo asesinó Abelardo Mendoza Leyva, un joven militante del partido Aprista -no se ha determinado si fue un acto individual o parte de un complot. Su sucesor, el general Óscar Benavides era amigo del recién electo presidente colombiano Alfonso López Pumarejo, pues se habían conocido en Londres como representantes diplomáticos de sus respectivos países. Ambos mandatarios se reunieron rápidamente llegaron acuerdos y en 1934 firmaron el Protocolo de Río de Janeiro (1934), con el que pactaron la paz y ratificaron el Tratado Salomón-Lozano de 1922.
Todo este proceso diplomático se terminó de afianzar cuando López Pumarejo ordenó a la delegación colombiana abandonar los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 en solidaridad con el retiro de Perú. Fue una jugada audaz, dado que todos los deportistas nacionales ya habían competido y habían sido eliminados, lo que significó un nulo costo deportivo, que sumó puntos dentro del contexto geopolítico entre ambos países. Perú le daría al presidente Alfonso López Pumarejo la Cruz de Brillantes de la Orden del Sol por su gesto. Y como respuesta Colombia le entregaría al presidente peruano Óscar Benavides la Gran Cruz de Boyacá.
Colombia en los Olímpicos
Delegación colombiana en Berlín (Foto del Comité Olímpico Colombiano)
Los Olímpicos de Berlín de 1936 fue la primera vez en la que Colombia participó de manera oficial con seis atletas. Su anterior presentación, en Los Ángeles (1932), había dependido netamente de las pericias de Jorge Perry Villate, un hombre de Samacá (Boyacá) que en 1932, en tiempos en los que ni siquiera existía el Comité Olímpico Colombiano, empezó a mandar cartas y cartas al Comité Olímpico Internacional porque quería representar al país en la maratón. No solo lo aceptaron, sino que lo financiaron. Y así se haya desmayado a los 10 km de la competición, dejó una medalla al mérito deportivo y un precedente para el país.
Los primeros escogidos para viajar a Alemania fueron Hernando Navarrete de Bogotá y Pedro Emilio Torres de Manta. Luego se unieron el lanzador y saltador barranquillero, Pedro del Vechio, y los velocistas cartageneros, José Domingo “El perro” Sánchez y Campo Elías Gutiérrez. Cuando recogían el dinero necesario, se sumó el bogotano Hugo Acosta, luego de que su tío, Dobelay Acosta, ayudara a conseguirlo y de que el deportista se comprometiera a pagar parte de sus gastos.
El equipo se inscribió el primero de julio y dos días después se creó el Comité Olímpico Colombiano, requisito para poder participar. A los seis deportistas se sumaron siete acompañantes entre representantes de asociaciones, un delegado, un entrenador y prensa. El mismísimo Jorge Perry Villate hacía parte de este combo, aunque finalmente no viajó.
El equipo nacional partió de Cartagena, casi completo, a bordo de la motonave Caribia, de la Hamburg America Line, y llegó al puerto de Hamburgo el 15 de julio. Hugo Acosta perdió el buque cuando en lugar de subirse en un avión rumbo a Barranquilla llegó a Medellín. Tuvo que regresar a Bogotá, para volver a despegar hacia la capital del Atlántico y subirse en el barco Simón Bolívar, de la Compañía Real Holandesa de Vapores.
“La primera experiencia fue el viaje en un inmenso barco, jamás imaginado por nosotros. A pesar de los intentos por mantenernos en la mejor forma física fue muy difícil entrenar en la cubierta. Por lo tanto nos dedicamos a disfrutar del viaje, que incluía fiestas”, recordaría Pedro Emilio Torres en entrevista con Alberto Galvis para el periódico El Espectador, en 1987. Y a lo anterior agregaría: “Ya en Berlín vivimos otra experiencia inolvidable: conocer al famoso Adolfo Hitler, quien promovía las ideas nazis, que a los jóvenes asistentes no nos disgustaban, porque aún no se había visto la trágica dimensión que tendrían años después”.
El colombiano Hugo Acosta (der) junto a el velocista estadounidense Jesse Owens.
Aunque el viaje fue motivo de alegría y esperanza, los resultados en las competiciones colindaron con la frustración. Aunque algunos superaron sus propios registros, ninguno de los deportistas colombianos logró avanzar a la segunda ronda. Inclusive, según algunas fuentes, Pedro del Vechio decidió no participar y Hugo Acosta, después de tanto, se tuvo que retirar porque se enfermó.
“Una de las primeras sorpresas que tuvimos fue la existencia de unos zapatos con puyas que utilizaban los mejores atletas, en especial en las pruebas de velocidad. Conseguimos unos, pero no pudimos dominarlos, porque nos tropezábamos con la pista. También aprendimos algunas ideas técnicas del calentamiento, como los ejercicios de estiramiento. Y lo más importante fue que aterrizamos en una dimensión nueva para todos: debíamos organizarnos para ser competitivos”, recordó Hernando Navarrete en la citada entrevista para El Espectador.
Cuando todos estuvieron por fuera de las justas, recibieron la orden de regresar a Colombia en solidaridad con la delegación peruana. Fue esta la primera vez que el Gobierno colombiano utilizó el deporte como estrategia diplomática y fue así como realmente capitalizó una discreta y olvidada participación.
Preparación para los Olímpicos de Berlín (Foto del Comité Olímpico de Colombia)