N. Hardem: cuando el arte es el protagonista
Un golpe de tambores empezó a sonar en La Media Torta y en medio del grito de bienvenida sonaron las rimas de uno de los grandes del hip hop colombiano: N. Hardem. El rapero bogotano, que creció con los discos de jazz de su padre y con la familia de su madre, que emigró del Chocó, haciendo chirimías con las ollas de la cocina -como narró el periodista Santiago Cembrano en un perfil- pusó el grito del hip hop en el ambiente del Concierto Radiónica 2021.
Luego de llamar al aguante de la “música criolla”, soltó “Free Play”, una pieza que muestra la manera como ha trabajado sus letras, como ha jugado con sus inspiraciones artísticas, que no son solo sonoras, sino visuales y audiovisuales. Es bien sabido que para entender la manera como N. Hardem se acercó al hip hop, primero hay que conocer su relación con el dibujo y el graffiti como medio para relacionarse con la ciudad.
Siguió “Cantil”, que interpretó juntó a su hermano Pablo ‘Watusi’ Martínez, quien ha sido integrante de la agrupación de salsa La 33 y de Salsangroove; una conexión que no solo es familiar, es espiritual y que hizo sentir una energía mística sobre el escenario. Pero él no fue el único artista invitado que se subió a la tarima. Es claro para N. Hardem que el arte es el protagonista, no él, cosa que dijo en palabras hacia el final del concierto pero que demostró durante toda su presentación. La música es una creación colectiva.
En “Virgo” estuvo junto a Gambeta, una sorpresa que puso de pie a la media torta, que levantó los brazos y los agitó al ritmo del beat. Para “Inmune” entró la poética de Edson Velandia a quien dio la bienvenida luego de decir en el micrófono: “Quiero una casa en la montaña como Velandia”. En “Volcán”, el amor se subió al escenario: cantó junto a Briela Ojeda, se miraron desde cada uno de los extremos de las tablas hasta terminar en un poderoso y conmovedor beso. Y en “Na Su Zisi” lo vimos junto a la contundente voz de Lianna.
Todo el concierto transcurrió entre visuales del barrio, del páramo que nos da vida, de batallas, de casas que reposan sobre el mar en el pacífico, de la nostalgia de niños jugando. N. Hardem se sentaba, contemplaba con calma, bailaba con lenta cadencia, dejando claro que su música no se queda en la superficie. Es un viaje, uno hacia adentro, profundo en el que pone sus cicatrices y anhelos, en los que muchos se pueden reflejar.