Cabo de la Vela, un tesoro de la Guajira
Según la cultura Wayúu, este es el lugar a donde el alma viaja después de la muerte, porque tiene un cielo de puertas abiertas, lleno de arena mágica del desierto que se une con el mar.
Ya les he contado varias veces que acá en el Caribe hay muchísimos lugares bellos por conocer, pero la realidad es que me quedo corta de tanta vaina. Tuve la oportunidad de ir hace poco al Cabo de la Vela...y no, no es un paraís tipo Palomino como les conté en un texto anterior, este es un plan mucho más guerrerito, pero vale muchísimo la pena.
Cabo de la Vela queda al norte de la Guajira a 330 kilómetros al norte de Santa Marta. Tiene playas preciosas y paisajes increíbles. Es de aquellos lugares míticos, tranquilos y llenos de encanto que sólo se encuentran en Colombia.
Lo primero (y muy importante): no se puede llegar con cualquier carro. Después de Uribia no hay carretera como tal, al principio es un camino de piedras que después se convierte en arena de desierto por lo que hay muchas trochas y trampas de arena. La recomendación es transportarse en una camioneta grande manejada por alguien de la región o en su defecto ir con un muy buen piloto (como fue en mi caso).
Después de una hora y media de trayecto se llega a una gran playa llena de rancherías (hostales) con chinchorros y hamacas para los visitantes, casi todas tienen los mismos precios; estos oscilan entre $15.000 y $20.000 pesos la noche.
El Cabo es un terreno desértico habitado en su mayoría por el pueblo indígena Wayùu. Ellos le llaman a este lugar Jepirra, término que según sus conocimientos ancestrales se refiere al espacio sagrado donde los espíritus de sus difuntos llegan para pasar a lo desconocido.
Los Wayùu hablan su propia lengua conocida como Wayunaiki, pero la mayoría entiende perfectamente el español. Una parte esencial de su vida son los sueños, pues ellos representan lo que pasa en el día a día y el reflejo de lo que sucederá en el futuro.
Estar cerca de los Wayúu permite conocer una cultura que conserva sus propias creencias religiosas; para ellos, el alma nunca muere, se queda siempre presente, sólo viaja a este lugar para descansar, pues es prácticamente un cielo de puertas abiertas lleno de arena mágica en donde desierto que se une con el mar.
Las mujeres, que visten grandes mantas y se pintan el rostro para protegerse del sol, elaboran artesanías; hamacas, chinchorros, mochilas, pulseras y collares para vender a los visitantes.
Cabo de la Vela es una gran playa al norte de la Guajira, no tiene olas pero sí MUCHA brisa, lo que la hace perfecta para hacer deportes acuáticos tipo windsurf y kitesurf, de hecho, hay varias escuelas allá, así que el día que quieran aprender, este es el lugar ideal.
Es obligatorio visitar el Pilón de Azúcar y su playa. Este cerro icónico ubicado al lado del mar es sagrado para los Wayúu y se puede subir en unos 15 minutos para una vista de 360° del desierto circundante y el mar Caribe (yo lo no subí en su totalidad por floja, tengo que admitirlo). La playa es la más bonita del área; sin tantas olas, agua caliente y arena bonita. Vale la pena reservar un par de horas para quedarse allí.
También se puede ir al Cerro del Faro y a la playa Ojo de agua, reconocida por el pequeño nacimiento de agua que posee. Además cuenta con una playita y varios acantilados que chocan con el mar formando lindos paisajes.
La gastronomía es principalmente comida de mar, pescados como el pargo, la sierra, tiburón y langosta. El otro plato que no puede faltar es el famoso chivo, guisado o asado, acompañado por arroz y ensalada.
Así que la invitación queda abierta. Cabo es un plan muy chévere y guerrerito para ir con un combo de amigos que estén “pa’ las que sea”, hasta con mascota a bordo. Si no van con la mente abierta, no la van a pasar bien.
Es un lugar para ir a aprender de acerca de otra cultura y tener un contacto directo con la naturaleza. Es el lugar perfecto para contemplar el sonido del mar y observar las estrellas.
Nota: Recuerde que todo acercamiento con otras culturas y étnias debe partir del respeto y reconocimiento a sus elementos y rituales sagrados. Los Wayùu pueden no ser muy sociables en primera instancia, pero una vez que perciban confianza y apertura, llegan a ser anfitriones encantadores.