Bolo criollo: cuando el bolo americano se conoce con el tejo
En Santander lo tenemos hace más de un siglo pero en muchos rincones del país es un tema desconocido. Así se vive este deporte tan arrecho como los santandereanos.
A unos el nombre no les dice nada, a otros les recuerda un plato típico y quienes más se acercan, coinciden en que es de origen campesino. La historia de este deporte comenzó en un pueblo llamado Macaravita, en la provincia de García Rovira y aunque nació como una actividad de simple esparcimiento, fue cuestión de tiempo para que se incrustara en el corazón y la identidad de todos los santandereanos.
Y si quieren saber en concreto en qué consiste, hagan de cuenta que el bolo tradicional o americano se hace mejor amigo del tejo. Es una combinación perfecta para entretenerse, escuchar música y compartir con los amigos o la familia. Incluso para muchos en Santander, el bolo criollo se convirtió en una excusa para compartir con los papás, así que no es de sorprender que la actividad se siga manteniendo de generación en generación.
Al bolo americano se asemeja porque consiste en derrumbar unos pines que se encuentran a distancia bastante amplia y que deben caerse gracias a una bola. Pero las diferencias son grandes, pues en este caso son 3 pines de madera de 60 centímetros de alto (ubicados uno detrás del otro) los que se deben tumbar. Por otro lado, la bola para lanzar es mucho más pequeña (cabe en la mano), está hecha con aluminio y cargada de dos libras de arena en su interior.
Ahora, la forma en la que se juega es lo que resulta bastante similar al tejo. En vez de que la bola se deslice a través de una pista para llegar hasta los pines, lo que aquí se hace es lanzarla por el aire con la fuerza suficiente para que golpee al menos uno de sus tres palos. La forma de ganar en este caso es tras la sumatoria de puntos que por lo general son 15, y cada pin que se tumbe representa un punto.
Créanme, es mucho más complicado de lo que parece. Encontrar el balance entre la fuerza y el ángulo adecuado para golpear al menos uno de los pines, hace que un juego o ‘chico’ pueda extenderse hasta por horas. Eso sí, aunque difícil, los seguidores del bolo criollo se cuentan por cientos en cada uno de los 87 municipios que conforman al departamento e incluso ha llegado a otras regiones como Norte de Santander, Boyacá y Atlántico, donde también tiene un número creciente de jugadores.
Definitivamente el bolo criollo es una de esas cosas “raras” que enamoran de Santander. Si visitan esta tierra, dense el lujo de pasar una tarde jugando en alguna bolera, y si son de esta región y se han negado la oportunidad, sepan que nunca es tarde para darle un vistazo a esas tradiciones que nos pueden llenar el corazón de orgullo.