Poder decir adiós...
La vida es tan corta como una canción la cual vivimos cantando una y otra vez el coro sin querer llegar a la última estrofa.
Los finales. Tan fugaces, tan fundamentales, porque solo existen si hay una situación que les precede y porque sin ellos no tendríamos ningún comienzo. Y pese a eso, siguen siendo llenos de silencio, ausentes, torpes y en algunos casos, muy dolorosos. ¿Por qué nunca nos enseñan a despedirnos? Nos repiten al crecer una y otra vez la palabra “Hola”. Debemos saludar pero, ¿a quién le importa si decimos o no adiós?, ¿cómo lo decimos? Igual no está… Ya no estará.
Así seguimos caminando por la existencia queriendo saludar a todo el mundo. Conocer, que nos vean, que sepan que existimos pero sin ser conscientes de la huella que dejamos, que dejan en nosotros quienes conocemos, lo que vivimos, de lo que aprendemos, lo que agradecemos. Pero al ser conscientes nos damos cuenta que ahí radica todo: mirar por un minuto hacia atrás, observar, darle su lugar, agradecer y cerrar. Un proceso tan fundamental para estar en paz, vivir al máximo el aquí y ahora, y avanzar.
Porque si hay algo seguro es el final. Todo acabará. Para que haya sonido es necesario el silencio, para que brille el sol es necesaria la oscuridad, para que hayan aplausos es fundamental el show, para que haya muerte es necesaria la vida. Y solo cuando vivimos muy de cerca la partida inesperada de un ser que amamos somos conscientes de lo frágil que es la existencia, de todo lo que dejamos de decir, de todo lo que nos faltó compartir… Entonces nos aferramos a la mente, al recuerdo, a la memoria, haciéndole frente al olvido, repitiendo escenas una y otra vez para estar en eterno presente con quien ya no vas a poder abrazar, escuchar, observar. Y repites una y otra vez la canción de la vida compartida, retrocedes, pones play, avanzas, retrocedes, pones play y avanzas, retrocedes, pones play, avanzas queriendo hacer eterno el sentimiento, haciéndole frente al olvido cantándole a todo pulmón, en silencio, desde el corazón, lo vivido.
Hoy, en medio de unos días de profunda tristeza, deseo que las despedidas vuelvan a ser tan magnas (como lo hicieron muchos de nuestros ancestros de culturas lejanas y cercanas) como el final de un gran show. Con un largo aplauso, de pie, con sonrisas y lágrimas de emoción. Un momento aún más majestuoso que el comienzo, una gran ovación al agradecimiento por la vida vivida. Sea lo que sea que haya pasado, sea como sea que hayamos caminado y terminado. Nos lo merecemos, quienes nos vamos y quienes nos quedamos cerrando y guardándolo en el cajón invisible de los recuerdos imborrables.
El arte nos sigue brindando nuestra mejor representación de lo que debería ser la vida real. Hoy en medio del dolor que me embarga la partida de un ser muy cercano y querido pienso que lo mejor que puedo hacer es escuchar nuestro recuerdo compartido como un disco favorito y aplaudir al final respetando su final elegido. Neruda decía: “Es tan corto el amor y tan largo el olvido”, pero hoy pienso: “Es tan corto el olvido cuando es tan largo el amor” que desde ahí, desde ese profundo amor que me permitirá nunca olvidar, puedo decir adiós. De pie, aplaudiéndote, con una gran ovación.
Hasta pronto Esteban. Gracias por tanto amor. Por fin te has vuelto uno con el sol, te convertiste en canción.