La memoria no se oculta
Hay dolores que no se extinguen sino que mutan. Y las cicatrices violentas que dejó el narcotráfico en Medellín nos marcaron como dolencia incómoda que nos exigió resiliencia para avanzar en sociedad.
Las muertes del narcotráfico se convirtieron en una especie de sombra amorfa y subrepticia que nos ha acompañado a todo lado; un estigma que sobre todo a los medellinenses nos ha flagelado cual calvario que nadie eligió vivir.
Por fortuna siempre hay atisbos de luz en la penumbra más densa. Y entender pero sobre todo aprender de las fatalidades del narcotráfico para no repetir su drama social, nos ayuda a levantar la frente para surcar el devenir y enfrentarlo con ideas para sonreír y existir.
Por eso digo: ¡qué pulvericen el Mónaco! Los carros bombas y los homicidios del capo que allí habitó no se borrarán del vademécum mortífero de la ciudad con la desaparición del vetusto edificio; y arriesgo y reclamo, por necesidad, levantar en ese lugar de escombros, nuevos símbolos que desde el arte contribuyan a discernir quiénes somos, dónde estamos, qué nos ha pasado y cómo podemos trazar nuestro futuro.
“No se trata de la edificación, el objetivo es exterminar de la memoria la figura de Pablo Escobar”, decía con fervor de rezandero un periodista radial días previos a la demolición del edificio Mónaco. Y creo que estaba equivocado porque la memoria colectiva no se oculta, es un bien común. Ya lo canta el grupo de rock Frankie ha muerto en una de sus canciones: “Medellín, no te vuelvas atroz”.