[Opinión] La educación en los tiempos de la Covid-19
El domingo 15 de marzo ha sido, tal vez, uno de los días más extraños que he vivido en lo que va de este año. Ese día tenía un viaje para dar una clase de radio al día siguiente en Apartadó, en el Urabá antioqueño. Haciendo la fila para subir al avión, y de pura casualidad, revisé mi celular para ver qué había de nuevo, cuando me encontré con un mensaje del rector de la Universidad de Antioquia (institución a la que me dirigía) anunciando la cancelación de las clases presenciales hasta nuevo aviso. Por unos minutos más y me embarco en un viaje para encontrarme con aulas cerradas, a cientos de kilómetros de mi casa, y sin poder regresar.
Esa misma noche, ya en casa, mientras redactaba el correo para notificarle a mis estudiantes cómo podíamos proceder con los pendientes que teníamos para ese encuentro, recibí un mensaje en WhatsApp del coordinador académico del otro sitio donde soy docente diciéndome que a partir del día siguiente (lunes 16) debíamos continuar con formación virtual. Ya eran dos clases las que debía preparar a contra reloj para el día siguiente. ¿La causa? La misma que había llevado a cancelar clases a la Universidad de Antioquia, y que mandaba a los colegios públicos al cese de actividades: evitar la propagación de la Covid-19.
Esa noche me fui a la cama con una idea que aún, casi un mes después, no ha salido de mi cabeza: a los docentes se nos duplicó el trabajo.
En Colombia hay actualmente poco más de 10 millones de estudiantes de educación básica y media (primaria y bachillerato), y cerca de 2,5 millones en educación superior. A muchos de ellos, como a mí, de un día para otro, les cambió el paradigma de educación, de desplazarse hasta las aulas, a sentarse (en el caso más ideal) frente a un dispositivo con conexión a internet para recibir clases, con todos los ‘peros’ que eso puede tener: la conectividad y las herramientas para este tipo de formación en casa, la falta de rigurosidad en algunos casos y otros atenuantes para, incluso, manifestarse en redes sociales buscando suspensión de semestres. Eso hace parte de un panorama que día a día cambia (para bien, o puede que no tanto) debido al mal mayor ya mencionado. Pero es solo una parte.
El lunes 16 mi día inició muy temprano: como no es mucho lo que puedes preparar en una noche para cambiar el rumbo del discurso de una clase que iba a ser frente a un grupo de estudiantes, y no quería limitarme a sentarme frente a una cámara y un micrófono a hablar como autómata; mi primera lucha ese día fue pensar ¿qué puedo hacer que enganche a un estudiante que posiblemente reciba su clase bajo las cobijas y, aún estando en su casa, quiera sentarse a estudiar a pesar del cambio de reglas de juego?
Pero esa no fue la única pregunta, porque a la par de pensar en el cómo, venía una avalancha de información que, en general, todos los docentes recibimos la primera semana trabajando desde casa: conferencias virtuales, cursos relámpago, capacitaciones apresuradas, hasta clases dadas por Facebook live sobre básicamente lo mismo: herramientas digitales para montar nuestros cursos en la virtualidad. Y aparecen nombres y más nombres: Teams, Zoom, Meet, Google Classroom, Kahout, Edmodo… seguro fue abrumador para alguien que, posiblemente, solo sepa que existen los programas de la suite de documentos más famosa del mercado y los navegadores de internet más populares.
Por suerte no fue mi caso (aunque sí debo confesar que también me sentí perdido en algunos casos), y mis conocimientos de comunicador audiovisual y de periodista me jugaron a favor en esta quijotesca aventura que iniciaba sin proponérmelo. En dos días tuve que subir mis clases (y son varias) a las plataformas de educación virtual que adquirió cada institución de las que hago parte como profe. Esa fue la parte más fácil, aunque no lo pareciera. Lo más complejo es lo que uno creería que es lo más sencillo: el contacto con los estudiantes.
Cuando las clases son presenciales, los estudiantes saben que tienen una hora y un lugar determinado en el cual estar. Esto hace que se garantice un aforo para que se puedan realizar las actividades planeadas. La virtualidad permite mayor flexibilidad en algunos aspectos, y requiere un nivel de compromiso superior por parte de los estudiantes, es básicamente un reto. Y justamente en un reto se ha convertido mantener el vínculo con ellos durante estas semanas.
Yo lo afronté creando múltiples grupos de WhatsApp, donde les escribo constantemente para preguntarles si tienen dudas y comunicarles cada avance que tenemos en el proceso. Muchos me dicen que no es lo adecuado, pero a situaciones complejas, soluciones creativas. Y ya que hablamos de la creatividad, el reinventar la forma de dar las clases me ha empujado a hacer cosas que no imaginé hacer, como convertirme en un pseudo youtuber académico, haciendo tutorales de herramientas que normalmente les explicaría en una sala de sistemas, o de crear videos donde mientras les hablo (como lo haría Diana Uribe en sus podcast) de conceptos y ejemplos, en pantalla van apareciendo imágenes y textos que amplían lo contado. Hasta a un grupo que andaba desmotivado por la situación que estamos viviendo y sus inevitables consecuencias en el proceso académico, les grabé un podcast motivacional y se los envié en la madrugada para que, al despertarse y escucharlo, se sintieran con algo de ánimo para enfrentar el panorama adverso.
Todo eso se ha traducido en horas y horas de planeación, grabación y edición. Además de responder las dudas que llegan en diversos momentos del día sobre diversos temas, porque desde casa las dudas son más (porque cada estudiante es un mundo y todo proceso tiene sus ritmos propios). Y claro, el tiempo de las clases sincrónicas por video llamada donde uno se conecta con los estudiantes que pueden estar (porque no todos tienen computador o conexión a internet). Y sobre ese tema sí que hay mucho que hablar: según un estudio realizado por el Laboratorio de economía de la educación (LEE) de la Universidad Javeriana (y publicado en la Revista Semana) el 63 % de los estudiantes de escuelas y colegios en el país no tienen acceso a internet o computador en casa para recibir clases. Y créanme, que en las instituciones de educación superior, si bien no son niveles tan altos de desconexión, el problema sigue existiendo.
¿Qué solucionar ante ese panorama? Cada institución ha realizado lo suyo: la Universidad de Medellín, por ejemplo, ha dispuesto para los estudiantes que no tienen los equipos o la conexión a internet recursos: computadores entregados en sus casas e instalación del servicio para seguir recibiendo las clases. La Universidad de Antioquia ha decidido suspender las evaluaciones para que los estudiantes que no puedan conectarse no tengan detrimento en sus notas. Otras instituciones de educación le han permitido a algunos estudiantes “congelar” el semestre si consideran que no tienen las herramientas para continuarlo, tras analizar su caso.
En este escenario todos, incluyendo los directivos, estamos aprendiendo sobre la marcha. Como me lo decía una de mis jefas en la universidad: a ninguno de nosotros nos había tocado en la vida enfrentar una situación así desde una posición de decisión, así que todo este proceso es de exploración y aprendizaje constante. Y tal vez en esas estemos todos, pero como ya se mencionó más arriba, cada proceso tiene ritmos distintos, y eso no se refiere solo a estudiantes, sino también a los profesores que, día a día, van adaptándose y hasta superándose en sus capacidades, todo para que las clases se vean lo menos afectadas posibles no importando el escenario al que nos enfrentamos.
En los grupos de docentes que tengo con mis compañeros en ambas instituciones compartieron este video, que habla de la labor titánica de la educación y el reto que debemos cumplir todos los que hacemos parte de ella para que, aún en tiempos adversos, donde la salud mental se va deteriorando producto del encierro y la escasez de recursos (expertos en economía hablan de una crisis económica que afectará seriamente a todo el continente). ¿Cómo mantener la moral alta en estudiantes que tienen que re aprender la forma en la que veían la educación? ¿Cómo lograr ser un buen docente si aún estamos aprendiendo a dominar el escenario al que nos enfrentamos? ¿Cómo lidiar con la sobre carga de trabajo (algunos colegas comentan que han visto duplicadas sus jornadas para preparar clases, responder dudas y revisar trabajos; y en mi caso he tenido días de trabajo arduos, de 8:00 a.m. a 1:00 de la madrugada, entre todas las labores mencionadas) en medio de la misma situación de aislamiento? ¿Cómo serán las cosas en las aulas cuando regresemos, y tengamos que partir de las bases entregadas en clases virtuales?
Son preguntas que vale la pena formular a la hora de pensar el escenario actual de la educación, luego de que el Ministerio de Educación prolongara hasta el 31 de mayo la virtualización de las clases. Será el futuro el que nos dirá si tanto estudiantes, directivos y docentes hicimos bien la tarea durante estas semanas que han pasado y las que vendrán. Yo, por ahora, a pesar de las jornadas más largas y las cargas un poco más pesadas, seguiré dándole la vuelta a los conceptos para hacerlos más amigables, aprovechando tanto como logre las herramientas digitales porque, más allá de las notas y los indicadores que nos miden a todos los integrantes de una comunidad educativa, la mayor satisfacción que logro recibir es cuando un estudiante, en un mensaje o nota de voz, o en una charla en medio de la video llamada de clase, me diga “gracias profe, porque se nota el trabajo y las ganas de hacer todo para que sigamos aprendiendo así no estemos en el salón”.