Un recorrido por “Ovarios Calvarios” con Andrea Echeverri
Vulvas de cerámica con los nombres de Yuliana, Alisson, Rosa Elvira, la niña embera, la patrullera, la manifestante interpelan a los visitantes que se pueden ver a sí mismos en un espejo en el centro de cada una de ellas. Rostros con lágrimas en los ojos hipnotizan las miradas, mientras ahondan en esa idea de que para sanar uno, debemos sanar todos, sentir todos, llorar todos. Tetas de muchos colores y tamaños entretejidas entre sí simbolizan esa juntanza femenina, nutritiva, alentadora, que tanto necesitamos para cicatrizar colectivamente esa herida intergeneracional que ha dejado el machismo. Mientras tanto, la música de Aterciopelados junto a la Muchacha, Vivir Quintana y las Añez, con letras sobre el placer, la violencia de género y la sororidad, imprime fuerza y sentido a cada uno de los objetos.
“Ovarios Calvarios” es como un pequeño paréntesis a la cotidianidad, una entrada a un portal mágico, femenino, místico. Un portal maltrecho, fracturado, como muchas de las piezas de la exposición, pero a la vez, reconstruido. Creado con todo el sello de Andrea Echeverri es sensible, espiritual, popular. Tan de ella y tan de todos que es imposible no conmoverse, no sentir los pelos de punta, no dejar caer las lágrimas.
“En un mundo fálico, masculino, agresivo, este es como un encuentro de vaginas y no es que los hombres no sean bienvenidos acá”, dice la artista explicando de qué se trata este espacio que intenta por todos los medios rescatar que solo nosotras somos dueñas de nuestros cuerpos, nuestras decisiones, que nuestra mirada, tan invisibilizada, le urge a un mundo masculinizado. Y explica que en nuestra sociedad hipersexual, donde las mujeres solo se representan en función de su belleza, su sensualidad, el arte tiene mucho que aportar cuando se trata de crear otros discursos. Discursos que reparen, sanen y sean como ese abrazo que necesitamos todos en un mundo hecho a la medida de pocos.
“Mi teoría es que no se puede violar el mismo lugar por el que usted entró al mundo”, dice Andrea y explica que justamente una de las canciones que fue compuesta para esta exposición es “No se viola” que interpreta con La Muchacha.
Esta tiene un mensaje tan literal y a la vez tan necesario en un país en el que la violencia sexual comienza por la casa— ese espacio que debería ser el más seguro para las niñas— que resulta siendo una especie de pedagogía. Un mandamiento social, algo que la misma Andrea quería hacer desde que empezó a hacer las piezas. Dice también que se enorgullece de que su hijo de trece años escuche la letra. En su infancia, reflexiona, a ella le hubiera encantado encontrarse con algo así:
“No se viola, no se viola
No se viola, ¡no!
No se penetra a la fuerza en el nido divino
Respetico, por ahí todos nacimos
Mi cuerpo no es un botín
Tu miembro no es un fusil”.
Luego también está "Plañidera", un himno que invita a llorar, en vez de bailar y que a la vez, tiene un ritmo festivo, deseante, poderoso. Junto a las Añez, Andrea le canta a la vida en medio de imágenes superpuestas a su rostro en la tierra, esa gran madre de todas, y con lágrimas hechas de papel, es como si ese río de dolores fecundara una nueva posibilidad. Como si el llanto labrara el terreno para plantar un mundo nuevo donde ninguna mujer es ultrajada, donde todas somos libres. Donde hay justicia, verdad, reparación.
“Plañidera
Alaridos, aullidos, berridos, quejidos
No es campo de batalla el cuerpo femenino
Violaciones, que cojones
Somos portal fecundo
Por donde entraste al mundo
Dolor profundo, de llanto inundo
La culpa evito, sin miedo lo grito”.
Y en un tejido de lana rojo, donde muchas mujeres cantan al unísono, agónicas, convulsas, entretejidas entre sí, está “Ovarios”. Esta vez junto a Vivir Quintan, Andrea canta también cerca a la tierra, a los árboles, donde todas están conectadas por la tela en la agonía, pero también en la fuerza caótica de la naturaleza que se abre camino a la luz como puede. Vemos una mujer embarazada mientras suena un himno de respeto por la vida, por lo sagrado que es protegerla. Ella eleva sus brazos con su vestido blanco mientras el sol toca su piel.
“Nunca más ultrajada ninguna mujer
Sus vulvas intactas, dueñas de su placer
Nunca más a la fuerza, obligadas a nada
Solo por mutuo placer, ser penetradas”
Y así, con vaginas, tetas, grietas, tierra, espejos, lágrimas, úteros, canciones es como “Ovarios Calvarios” se convierte en un ritual de sanación colectiva. No solo para las mujeres, sino para todos, porque como dice Héctor Buitrago: “los hombres también necesitamos ver y hablar cada vez más de esto”.
Esta obra fue curada por María Belén Sáez de Ibarra y se presentará del 26 de noviembre de 2021 al 29 de mayo de 2022 en el Museo Claustro de San Agustín en Bogotá.