¿Qué sigue después de Un canto x Colombia?
En febrero del año 2000 un grupo de paramilitares convocó a los habitantes de El Salado en la cancha de microfútbol para ser el público de los asesinatos de sus propios familiares, vecinas y vecinos. Lo hicieron al son de las gaitas y las tamboras, sonidos que alguna vez acompañaron festejos se convirtieron en chillidos ensordecedores que guardan hoy los recuerdos sangrientos de un hecho que nunca debió ocurrir. Diez años después, el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, en cabeza de César López, retornaron al El Salado para resignificar la música. Lo hicieron grabando “Las voces del salado”, un disco de poemas, vallenatos y décimas que narra los sucesos de esa masacre, rinde homenaje a las víctimas y habla del dolor desde las voces de los mismos saladeños.
La función de César López en ese proceso resume, en buena parte, lo que ha sido su trabajo en los últimos 16 años. Una función mediadora y facilitadora que busca, desde el arte, hacer un acompañamiento a distintos procesos que surgen en medio de la violencia. A partir de su experiencia en El Salado, creó “Los 13 dilemas”, una hoja de ruta para la intervención social desde la música. Replicando estos dilemas ha trabajado con poblaciones del Norte del Cauca, San José de Apartadó, Bojayá, y comunidades del Putumayo, tratando de ver cómo el arte ha sido facilitador en diversos procesos, pero también ha causado daños al omitir información en obras que van desde películas, telenovelas o canciones.
Él, quien ha sido una cabeza visible y vocero del “Concierto del paro” que se llevó a cabo el pasado 8 de diciembre en el marco de las marchas nacionales, y de “Un canto x Colombia”, acción que rechaza las masacres que azotan a Colombia y ponen en peligro a la población vulnerable, reflexiona en la siguente entrevista sobre este colectivo de artistas naciente, los errores de la pasada movilización del 2019, la criticada unión al cartel de Carlos Vives, y las acciones que se necesitan para que estos conciertos adquieran más impacto y relevancia.
Ya han pasado casi siete meses desde el "Concierto del Paro" y hoy, a punto de llevar a cabo "Un canto x Colombia". ¿Cuáles son las reflexiones sobre esa primera acción?
El movimiento artístico no siempre ha estado tan ajeno a las causas sociales, creo que eso está cambiando y estamos más metidos en las temáticas y enterados de lo que pasa en las regiones y territorios. En el concierto del 8 de diciembre era muy fácil caer en consignas trilladas como “Uribe, Paraco”, y yo pienso que el arte va más allá. Por supuesto cada artista tiene un tono y una manera de decir las cosas. Unos tienen un lenguaje más fuerte y otro más ponderado; pero lo primero que descubrí es que el hecho que un artista sea famoso o tenga alguna canción conocida no quiere decir que esa persona tenga algo interesante para decir.
Claramente la atracción de algunos artistas en términos musicales fue muy importante, porque logramos reunir una cantidad de gente. Pero unas de las primeras reflexiones fue preguntarme ¿Qué estábamos convocando? ¿la popularidad o su discurso frente a lo social y político? Por eso, para esta jornada no solo se trataba de las canciones, sino de qué iban a decirle a la gente.
Por otro lado, desde esos 7 meses, creo que hemos ido avanzando juiciosamente en el perfeccionamiento del discurso. Para “Un canto x Colombia” hicimos un comunicado de tres puntos que se enfoca en pedir al Gobierno que haga todo lo que tenga que hacer, pero que eso no se traduzca en meter armas a un territorio e incendiarlo más; el segundo punto es que la comunidad internacional meta mano (medios de comunicación, organizaciones); y el tercer punto es desactivar la lógica del enemigo, que aún como colectivo nos sigue costando. Es dejar la idea de “todos los del Canto x Colombia son buenos, los otros no”. No, esa no es la manera de proceder. Entonces sí hay aprendizajes e intención de estimular a que los artistas tengan un lugar no solo en el entretenimiento sino en la reflexión del país.
Una sensación generalizada de varios de los asistentes al paro del año pasado fue que no se logró continuidad, que por motivos distintos, se desdibujaron esos objetivos. ¿Cuál es su reflexión sobre la manera en que se llevan a cabo estos procesos?
Lo conversamos con el maestro Veloza y es que la calle no es suficiente, que tengas un millón de personas en las calles no cambia nada. Yo creo que los políticos no le tienen miedo a las calles llenas de gente y por eso es necesario el trabajo que todas las organizaciones sociales piden y es el del enfoque territorial: todo lo que uno pueda hacer en los territorios y con la gente. Los artistas tienen que salirse de los estudios de grabación, de los escenarios de siempre, ir a tocar a los centros comunitarios, a las cabeceras municipales. Es ahí donde, no solo podemos hacer algo, sino aprender del país.
El paro del año pasado se empezó a diluir en diciembre; en febrero hicimos un intento, pero con un cuarto de la gente. Teníamos una deuda social y emocional atrasada que queríamos cobrar, pero cuando se abrieron esos reclamos a más de cien puntos perdimos el foco, la contundencia. Los reclamos iban desde el Transmilenio por la séptima hasta la aleta de tiburón, y eran genuinos, pero perdimos potencia.
Lo que se está gestando es un movimiento muy interesante. Nos hemos puesto como meta volver a las calles al aniversario de la marcha el 21 de noviembre, pero debe ser un regreso no solo en las calles de las ciudades, sino en los municipios, en los corregimientos, con distintos tipos de actos simbólicos como las balsadas que se hacen en el río Cauca o el Magdalena, por supuesto, tratando de pilotear las amenazas más graves en ciertos territorios.
Vamos cogiendo madurez, esto es prueba y error, de ir entendiendo la dinámica de un país que hay que leer todos los días. Hace un mes no hablábamos de las masacres a pesar de que estaban el glifosato, hace un mes no nos habían dado una cachetada en la cara con la nueva procuradora, cada día hay un gesto que uno no puede creer. Y nosotros, como artistas, tenemos que reivindicar algo humanista, bien intencionado. Pelear con la gente da muchos likes, descalificar, decirles "ineptos", "asesinos", pero nosotros desde la esquina del oficio que trabaja con las emociones, mal haríamos en entrar en el mismo juego. Hay que convocar desde la empatía, que a pesar de que es leído como tibio tiene más sentido que el ataque.
¿Cómo ha sido la integración al colectivo de líderes, víctimas y personas que hacen parte del conflicto?
Esa parte estuvo muy floja el año pasado, tal vez por la velocidad con que se dio todo. Nosotros no somos protagonistas de nada, somos facilitadores y hay que abrir los micrófonos para los que tienen cosas para decir y han vivido el conflicto de siempre.
Yo insisto siempre en que hay una ecuación de la transformación social y es que necesitamos llevar al mayor número de personas posibles, lo más rápidamente posible, al nivel más alto de educación y conciencia posible. Esa fórmula para mí tiene una pregunta dentro y es ¿Quién nos guía? ¿Quiénes son nuestros maestros y maestras en este camino? La respuesta es que tienen que ser quienes han vivido las cosas en carne propia, quienes han salido de sus tierras, quienes han oído las armas sonar, quienes han podido perdonar. En el colectivo tenemos muchas cosas que aprender, hay que deponer el ego, hay que permitir que los micrófonos apunten a otras gargantas y uno poniendo su pedazo, haciendo el ejercicio de facilitador para que se vean las cosas realmente importantes. No solo se trata de pararse a decir algo que no se ha entendido o que no se ha vivido.
En “Un canto x Colombia” ¿cómo se hace visible ese acercamiento?
Cada hora, de las ocho que vamos a tener de transmisión, va a tener un mismo formato: cinco canciones, entrevista con un líder o lideresa social, testimonios de víctimas, cifras y estadísticas verificadas por varios fuentes, y lecturas de cartas que están en los documentos e informes de memoria histórica por parte de actores y escritores. Todo esto para que la gente se arme un mapa de lo que ha pasado en los territorios. Con esa fórmula pretendemos participar con las canciones y el arte, pero dando un paseo por todas las realidades profundas del país.
En los procesos que se gestan desde las ciudades siempre acecha el cuestionamiento de ¿qué hacer desde las grandes ciudades? En estos procesos de integración e inclusión, ¿cuáles son las respuestas que han tenido?
Los efectos de estas acciones son de largo plazo, de largo aliento. Esta semana estuvimos reunidos con el colectivo y estaban Leiner Palacios, Francia Márquez, Luis Eernesto Olave, todos líderes y lideresas sociales amenazados que están en territorios y les preguntamos eso: ¿Qué podemos hacer por ustedes? Y la respuesta de ellos fue: “no, lo que están haciendo está bien”. Y eso ya es un pequeño resultado, porque hay una rabia, una tristeza, una desesperanza colectiva, y cuando nos juntamos y alzamos la voz parece que a todos se nos sube y se nos recarga un poco la pila, sobre todo a ellos, quienes se han sentido excluidos y amenazados.
Aún cuando el colectivo tiene objetivos en común, es natural encontrar que al interior existan diferencias entre los integrantes.
Mario de Krapula, Santiago Cruz, Adriana Lucia, Bomba Estéreo o Dilson Díaz, cada quien tiene maneras de hablar que hay que respetar porque de esto se trata, de que todos quepamos. Pero hay que irnos poniendo de acuerdo en una causa fundamental, que en este caso es la vida y que tiene dos extensiones para mí: la vida en la extensión de la palabra - seres humanos, ríos, montañas-, y dos, la vida digna, eso significa que un peladito que nació en una vereda en la porra y otro que nació en la Clínica del Country, tengan la misma posibilidad de una vida digna, donde tengan derechos y cumplan sus sueños. Sin embargo, ha nacido la idea de que nos vamos a reunir a debatir todos los meses, a aprender juntos, tenemos mucho que entender de lo que está pasando, somos muy fáciles de la palabra frente a lo que nos está pasando y son situaciones que desconocemos profundamente.
Otra cosa que me parece trascendental en este camino nuestro es que hay situaciones que hay que transformar profundamente: primero, la desactivación del machismo; yo he encontrado en todos los recorridos que el machismo es la semilla de la guerra. Los hombres que crecieron pensando que tenían un privilegio sobre las mujeres, o que su fuerza física los define y así miden la hombría con otros hombres (en las montañas, en los semáforos o en Twitter). Segundo, la medición del éxito en términos de obtención de bienes, cuánta plata tengo y luego mi proyecto de vida es exitoso. La presión que se vive en una comuna o en cualquier parte de nuestros territorios de América Latina sobre el proyecto de vida exitoso en términos de lo económico desencadena en violencias muy profundas. Tercero, la transformación que hay que dar, y aquí todo el crédito es para la gente de la ecología profunda, es quitar al hombre como centro y ponerlo en una relación de paridad con las otras especies. Esos son mis tres temas de trabajo sobre los cuáles reflexiono y que trato de masticar.
¿Cómo lograr un impacto cada vez más fuerte con estas acciones?
Yo diría que este movimiento de Un canto x Colombia, siete meses después, es muchísimo más maduro en términos de lo que quiere, entiende, plantea, y eso potencializa la posibilidad de impacto. Ha generado algo en la obra de los que estamos -actores, escritores, músicos- por meterse en esto se termina haciendo así sea un coro, un disco, una obra de teatro, un montaje sobre el tema. Estamos estimulando la creación de obra que genere conciencia. De aquí tienen que salir canciones, dispositivos que guarden memoria, emociones, datos, cifras, etc. En la medida en que nosotros insistamos tercamente en lo que estamos insistiendo, esta vez concretamente que es elevar el valor de la vida, sucede una cosa y es que cuando yo logro un consenso social frente a la vida, quien agrede la vida no solo tiene la culpa de haberlo hecho, sino que además siente que le falló al colectivo social y eso lo confronta. Esto conforta a los violentos, a los armados, porque se sienten mirados, sienten lo fuera que están de un sistema que pide respeto por la vida. Se logra un efecto de espejo que me parece muy interesante.
¿Cómo lograr que estas acciones sean realmente colectivas, que la representación individual quede a un lado y que lo que persista sea el mensaje más allá de la visibilización?
Ese es un debate importante y es ¿cómo hacemos para llegar a la comprensión de que yo no soy lo importante? Lo importante es el mensaje, pero más arriba del mensaje está la necesidad de transformación social, la causa. En esto también hay egos, hay tensiones, maneras de entender. Yo por ejemplo, hice muchos años parte de Poligamia y hoy reconozco el daño que me hizo; no es que no agradezca o no los quiera, pero siento que esa mirada del negocio, del hacer, del estar, del view, del like, es peligrosa, y desmontar y desaprender eso me ha costado mucho trabajo. Yo me estoy dando esa pela y puedo intuir que mucha gente también. No es que todos nos tengamos que volver músicos sociales o tener esa lógica de la música hecha con contenido social, pero sí hay que saber que cuando estoy ahí, no soy yo, hay otras cosas encima.
Así como hay personas que critican el silencio de muchos músicos con respecto a la situación, hay otros que cuestionan el accionar de estos.
Yo entiendo cuando la gente se pregunta y dice: ¿qué hacen estos tipos opinando? Y tienen razón, los artistas nunca opinaron de nada por mucho tiempo. Siempre estaban en los últimos cinco minutos del noticiero, o tocando a cambio de unas botellas de ron y, cuando les preguntaban, no sabían qué decir. En mi generación yo lo vi, mientras la gente se estaba matando y había bombas y petardos, los cantantes seguían promocionando sus canciones. Era como cocinar en una cocina con los tubos rotos y llena de llamas por todos lados. Yo entiendo a la gente que nos cuestiona, pero el ejercicio es válido, decir “pedimos perdón porque hasta ahora entendimos que teníamos algo que hacer en ese proceso de sanación, de las emociones, y lo estamos asumiendo con acciones como Un canto x Colombia”.
La participación de Carlos Vives ha sido un punto álgido y foco de discusiones. ¿Por qué la decisión de darle espacio aún cuando ha estado cerca del actual Gobierno?
A mí no me importa qué llevó a Carlos Vives a decir sí o no, es su proceso y su camino, no es una victoria de estos cantos, o una mirada particular. Te confieso que muchos sectores de movimientos sociales nos escribieron diciendo que si Carlos Vives cantaba ellos se retiraban. Precisamente es ese chip incorporado de la lógica de la guerra el que más daño nos causa. Por eso dicen que es más difícil hacer la paz que la guerra, porque la guerra finalmente la hace uno de adentro hacia afuera y la paz de afuera hacia adentro, permitiendo que lo que no me gusta, que el que es distinto a mi, habite y se siente al lado mio, proponga ideas y exprese su argumento. Entonces a mí me gusta, me parece que nos ayuda a ver fotos, testimonios y evidencias para empezar a trabajar maneras de acercarnos distintas.
¿Cuál debería ser la ruta después de este concierto para ser consecuentes con este proceso?
Va a haber un filtro natural, igual que pasó el 8 de diciembre. Se vuelve a decantar la energía, habrá quienes se preguntan sobre qué sigue y otros que se alegran porque ya pasó. Yo quiero pensar que no todo el mundo tiene que estar unido y que solo si nos juntamos y pensamos de la misma manera funciona, no. Hay que encontrar unos mínimos comunes y que cada quien trabaje sobre su plataforma y sus maneras de hacer las cosas.
Yo estoy trabajando en tres ideas: el 2 de octubre hacemos 24-0 de nuevo, pero esta vez enlazando 800 emisoras comunitarias del país, porque esto no se puede quedar en redes sociales, tenemos que llegar a la gente que vive en la vereda más apartada y la radio es su única posibilidad. En segunda medida, seguimos haciendo la recolección de instrumentos para llevar a territorios donde hay armas, por lo menos poner en manos de pelados guitarras, teclados, tambores; esa es una apuesta de largo aliento, que gente decida ponerse a tocar un instrumento y que a su vez cree repertorio para que a la vuelta de cinco años tengamos una banda sonora más robusta de lo que nos pasa; y por último, vamos a empezar un viaje que pretende terminar en Moscú, la idea es reconstruir los caminos de los fusiles AK47 que cayeron en Barrancominas, Guainía, para las Farc, que fueron negociados con Paramilatares, que venían en un avión desde Jordania, donde se inventó en 1947. Queremos desandar esos pasos y llevar mi guitarra en forma de metáfora para la familia Kaláshnikov que se inventó en la flor de su vida algo para la muerte y, ya en la muerte, reside su invento convertido en algo para la vida.
Sigue también la reactivación de los batallones artísticos de reacción inmediata en los territorios, la publicación de los 13 dilemas y por supuesto, con “Un canto x Colombia”, motivar a que estos encuentros se den una vez al mes. Por último, trabajar con miras al 21 de noviembre, llegar a esa fecha con reclamos más estratégicos, justos y bien parados.