¿Qué impulsa a los humanos a cruzar mares, ríos y lagos nadando?
En 2007, un nadador esloveno nadó 5,868 km a lo largo del río Amazonas. Martin Strel se enfrentó a pirañas y a otras especies que ponían en riesgo su vida. En 66 días cruzó una parte del río más largo del mundo.
Veinte años antes, en 1987, la nadadora estadounidense Lynne Cox cruzó el estrecho de Bering en medio de un contexto político agitado. Nadó desde Alaska hasta Rusia en un gesto simbólico que alivió las tensiones entre los países en conflicto.
16 horas y 39 minutos le tomó a Gertrude Ederle, nadadora estadounidense, convertirse en una celebridad mundial portando el emblema de ser la primera mujer en cruzar el canal de la Mancha. Lo hizo en 1926, rompiendo barreras de género y abriendo un camino en la natación femenina.
Así como Strel, Cox y Ederle, existen cientos de casos de personas que, a lo largo de la historia, han encontrado en el agua algo más que un elemento vital. ¿Qué tienen en común? La fascinación por superar lo que parecía imposible.
Desde la primera travesía registrada en el canal de la Mancha en 1875 por el capitán Matthew Webb hasta el heroísmo moderno de Lewis Pugh en las aguas del Polo Norte, con un claro mensaje de conciencia ante el cambio climático, la respuesta a esta incógnita mezcla tres palabras: desafío, exploración y trascendencia.
La fascinación histórica por cruzar mares, ríos, lagos y lagunas está relacionada con varias razones profundas que van desde lo simbólico hasta lo práctico. Esta obsesión ha sido motivada por factores culturales, espirituales, sociales y físicos a lo largo de los siglos. Estas podrían ser algunas respuestas:
La necesidad humana de superarse a sí misma
Cruzar grandes cuerpos de agua nadando representa un desafío físico que pone a prueba la resistencia, la fortaleza mental y las habilidades de supervivencia. Para muchos nadadores, a lo largo de la historia, hacerlo era una forma de alcanzar la grandeza personal, similar a otros retos épicos como escalar montañas o atravesar desiertos.
Nadar en mar abierto, ríos o en lagos también es un reto y una prueba de superación personal al enfrentarse con aguas impredecibles que pueden presentar condiciones variables, desde la temperatura hasta las corrientes, lo que requiere confianza y destreza.
Explorar y aventurar como principio de la especie
Los grandes cuerpos de agua son barreras naturales y superarlas nadando puede verse como un acto de exploración y aventura. No solo tiene un componente físico, sino también psicológico y emocional, al lograr alcanzar la satisfacción de descubrir lo desconocido.
La libertad de nadar que desafía la gravedad
Nadar en grandes extensiones de agua simboliza libertad y emancipación, ya que el agua es un elemento que, en muchos contextos, representa fluidez, cambio y renovación. A través de la natación en aguas abiertas, las personas logran sentir una sensación de ligereza, en la que sueltan todo aquello que pesa o las ata en tierra firme.
Un pasado lleno de tradiciones culturales conectadas a la mitología y la espiritualidad
En muchas culturas, el agua representaba un umbral entre el mundo conocido y lo desconocido. Cruzar el mar o nadar en un lago era una forma de entrar en un espacio de transformación e iluminación, a menudo a través de rituales concebidos en honor a deidades o espíritus del agua. En mitologías antiguas, como las de los griegos y romanos, nadar o cruzar grandes espacios de agua era un acto de coraje y de conexión con lo divino o lo heroico.
La profunda conexión con la naturaleza y sus ecosistemas
Para algunas personas, nadar en grandes cuerpos de agua es una forma de conectarse profundamente con la naturaleza. El mar, los ríos, lagos y lagunas son paisajes poderosos que evocan respeto y asombro. Nadar en ellos es una forma de integrarse en esos ecosistemas de manera íntima.
Además, nadar en aguas naturales brinda una experiencia sensorial completa: la textura del agua, la temperatura cambiante, el sonido del entorno y hasta los aromas del lugar se combinan, estimulando los sentidos de maneras intensas y relajantes.
Visto así, el agua no es un obstáculo; es un espejo en el que vemos reflejada nuestra capacidad de soñar y, sobre todo, de luchar por llegar siempre a la otra orilla.
Esta fascinación sigue siendo muy poderosa en la actualidad. Tanto a nivel de logros deportivos como de significados personales, cruzar grandes cuerpos de agua a nado no solo es moverse de un punto a otro, es un desafío contra el tiempo, el espacio y las limitaciones humanas. Cada brazada es una declaración de resistencia; cada travesía, un recordatorio de que el ser humano está diseñado para superar los límites impuestos por la misma humanidad.
Porque nos resulta Chévere Pensar en Voz Alta y más si es posible hacerlo en medio del reto que implica una inmersión en el agua, queremos compartirles la historia de Sebastián Ordóñez, un joven pastuso que ha nadado en varios cuerpos de agua en el mundo. Este año, en especial, se puso un reto que implicaba atravesar el segundo cuerpo de agua más grande de Colombia. Esta es la historia de una travesía a nado de 14.4 km por La Cocha: