“Por ser negra me han discriminado, sexualizado y quitado el derecho al trabajo”, Claribed Palacios
“¿Cómo pensar en algo más para mí? Soy pobre, vengo de una escuelita en el campo, quería estudiar, pero quedé embarazada porque nadie me dijo cómo cuidarme ¿Cómo pensar en algo más para mí sí además soy negra?”, afirmó Yuly de 21 años, quien nació en el municipio de María la Baja, en Bolívar y como muchas mujeres en este país a las que no le quedaban muchas más opciones a la mano para escoger, encontró en el trabajo doméstico una oportunidad para sobrevivir.
Este relato representa la infinidad de variables que se cruzan y hacen que las situaciones que viven hoy las trabajadoras domésticas en Colombia estén llenas de vulneraciones, informalidad y violencia. De acuerdo con el informe “Historias tras las cortinas” de Viviana Osorio Pérez y Carmenza Jiménez Torrado publicado en la Escuela Nacional Sindical, de donde salió también el testimonio de Yuly, el 61% de las mujeres que viven de este tipo de trabajo gana menos de un salario mínimo, el 77% recibe alimentos como pago en especie y al 99% no le pagan horas extras. Además, la mayoría habita en las periferias de las ciudades, muchas son víctimas del conflicto armado, de discriminación de género y de racismo.
Es por esto, que para entender las dificultades a las que se enfrentan las miles de mujeres que en este país adoptan esta forma de trabajo, conversamos con Claribed Palacios, oriunda de Nuquí, municipio de Chocó y quien, dadas las condiciones sociales, tuvo que migrar a Medellín para ser trabajadora doméstica con apenas 14 años, y desde ese momento no se ha desconectado de este oficio. Palacios hoy es la presidenta de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico y lleva ocho años de militancia, buscando una reivindicación real de los derechos del trabajo doméstico en el ejercicio práctico del día a día.
Ella, quien tiene dos hijos y una hija, dice que las luchas que persiguen como sindicato y como sector no son nada fáciles en un país indiferente. “Como el trabajo doméstico ocurre en un lugar privado y cerrado pone en desventaja a quien realiza esta labor. Es muy importante reconocer que el trabajo doméstico es realizado por más de un 90% de mujeres que son pobres, indígenas, afro o migrantes no solo internas sino externas, como es el caso de muchas compañeras venezolanas”.
“Somos un país muy discriminador”, sentencia con fuerza y explica que en el informe anteriormente citado se evidencia que por lo menos el 50% de las mujeres que realizan estas labores han sido discriminadas por ser mujeres, por su raza, por ser pobres o por venir de cierto lugar.
Por ser afro, ella ha tenido que enfrentarse a varias situaciones de vulneración y discriminiación escalofriantes. Una forma de violencia de la que ha sido víctima viene del lenguaje y del trato. “Muchas veces se han referido a mí despectivamente diciendo ‘negra tenía que ser’ o me llaman como ‘esa negra’". Otra forma de discriminacion racial, dice Palacios, viene de las estructuras institucionales y las personas del común. De parte de las estructuras institucionales, explica, está la falta de inspección en las vulneraciones que sufren estas mujeres. Luego, están las personas del común que muchas veces no contratan a mujeres chocoanas o afro por tener un cuerpo esbelto.
“Por el hecho de ser negra o negra joven le dicen cosas a uno como ‘usted tiene el culo muy grande’, ‘no me gusta que mi marido sea manilargo, mejor no la contrato’. Y lo que no se dan cuenta es que en vez de discriminarlo a uno, deberían cuestionar al que tienen al lado: un monstruo que es capaz de hacer eso. Ser bonita o tener un cuerpo esbelto a veces es una condena”.
A muchas trabajadoras no las aceptan por ser de origen chocoano. Otra forma de discriminación racial se da por parte de empresas y personas jurídicas, explica. “Hace muchos años yo pasaba hojas de vida a empresas y sabía que no pasaba por negra. Es como si en este país fuera un delito ser negro”, dice Claribed.
También hay violencia sexual, explica. “Son temas que a veces no alcanzan a salir a la luz por miedo a ser despedidas o por vergüenza. En los talleres que hacemos con compañeras sobre violencia sexual, una de ellas dice: “yo tengo una prima a la que el patrón la tocó”...y cuenta toda una historia. Pero luego uno se da cuenta que está hablando de ella misma. La vergüenza no deja visibilizar algunas cosas. Son casos muy dolorosos y no hay instrumentos contundentes para que no se repitan”, denuncia.
Hay otras formas de violencia que no solo tienen que ver con lo racial, pero que también perturban de sobremanera a quienes ejercen estas labores. “La violencia económica es muy común y ocurre cuando el empleador no cumple los requisitos mínimos por ley, cuando te cobran cosas que se dañan accidentalmente en el ejercicio laboral y automáticamente te descuentan la plata”.
Para ella, en el feminismo hay una deuda enorme hacia las trabajadoras domésticas. “Así ya existan más debates centrados en la economía del cuidado, no se centran en el trabajo remunerado, sino en el no remunerado”, explica. Y dice que al feminismo le ha faltado empatía con las luchas de ellas: mujeres negras, pobres e indígenas.
A su juicio, entre las peticiones más urgentes es imprescindible que los empleadores se organicen como una institución con la cual ellas puedan conversar, que existan mecanismos de inspección para los hogares desde la institucionalidad y formas efectivas que puedan seguir sus denuncias de cerca. “También es clave mejorar el acceso a la seguridad social: de 700 mil trabajadoras domésticas, sólo el 17% se van a pensionar”, dice Palacios.
“Hace falta todo como sociedad”, agrega sin dudarlo un momento.
Y como transmutando un cúmulo de dolores que la atraviesan y atraviesan a muchas trabajadoras domésticas en Colombia, Claribed dice: “hace falta que seamos más humanos y que entendamos las diferencias como diferencias y no como desigualdades”. Y agrega que “hacen falta precedentes de sanción en las personas que incurren en estas faltas, pedagogía en la normativa y una sociedad más justa donde nadie tenga que ser denigrado por su condición social, su género o su raza”.
Tal vez, a esa reflexión, solo se le sumaríamos otra cosa: hace falta que valoremos, agradezcamos y dignifiquemos —no solo en el trato, sino garantizando unas condiciones básicas legales y humanas—a las mujeres que con sus manos, sus espaldas y su piel realizan este trabajo tan demandante y sin el cual muchos de nosotros, no podríamos hacer nada de lo que hacemos en el día a día.