Ser mujer y trabajar en Colombia: una historia de deudas pendientes
A lo largo de los años, las mujeres hemos sido relegadas a las labores del hogar. Durante mucho tiempo, el género femenino no podía decidir a qué oficio podía dedicarse o, siquiera, acceder a la educación superior. De hecho, las opciones se limitaban al matrimonio o a la vida religiosa.
Solo hasta 1935, cuando Gerda Westendorp fue admitida en la carrera de Medicina en la Universidad Nacional de Colombia, y en 1936, cuando María Carulla fundó la primera Escuela de Trabajo Social, adscrita a la Universidad del Rosario, se comenzó a crear un camino hacia la validación de la intelectualidad femenina y la generación de oportunidades para la mujer.
Aún con los años, la preferencia en la competencia laboral femenina está supeditada a las carreras relacionadas con servicios sociales, comunales y a la manufactura.
Contar con la posibilidad de elegir el área en la que queremos trabajar es, sin duda, un gran avance en el ámbito laboral femenino, aunque quede mucho por hacer.
La inequidad de género persiste y se refleja en los indicadores nacionales que tienen que ver con la participación laboral, la remuneración o la protección social.
Según el más reciente informe de La Escuela Nacional Sindical, presentado en el mes de marzo del 2020, la tasa de desempleo de las mujeres en Colombia es de 12,7%, mientras que la de los hombres es de 7,3 %. Del mismo modo, la tasa de desempleo en el campo colombiano para las mujeres es de un 9,6%, triplicando la tasa registrada por los hombres, que es del 3,0%. Y si la informalidad es la regla en la zona rural con un 86%, las mujeres superan el promedio con un 89,3%.
Sin muchas opciones de trabajo con salarios dignos, tanto en el campo como en la zona urbana, las mujeres colombianas salen a trabajar con el mismo horario u horario superior al permitido por la ley y, al regresar a casa, continúan con las labores del hogar, que demandan gran parte de la energía y tiempo, sin remuneración económica.
Analizamos, desde distintos puntos de vista, cuál es el estado actual de la mujer en el trabajo y encontramos múltiples falencias que muestran errores desde el planteamiento mismo de las condiciones laborales. No obstante, ahondaremos en cinco aspectos que representan los mayores retos para mejorar durante los siguientes años.
Mujer y desempleo
Silvana Ramírez, es una joven abogada de Ciénaga, Magdalena que se graduó de la universidad hace tres años. Entre la pandemia y la inexperiencia, busca trabajo desde hace más de un año, cuando perdió su empleo. Explica que su primera experiencia laboral estuvo manchada por la desigualdad con sus colegas, lo que le generó estrés en exceso y finalmente su renuncia.
“Mi jefe me pedía comenzar con una especialización en derecho laboral. Yo solicité que me dieran un tiempo porque no tenía los recursos en ese momento para eso. Al comienzo lo aceptaron, pero comenzaron a sobrecargarme de trabajo y me daba cuenta que a dos compañeros que estaban en las mismas condiciones que yo (sin ninguna especialidad), no les ocurría lo mismo.
No contaba con que un mes después de mi renuncia, comenzaría la pandemia y a pesar de que he presentado muchísimas hojas de vida, siempre me exigen más de dos o incluso cinco años de experiencia y, cuando por fin toman en cuenta mi curriculum, los salarios que ofrecen son irrisorios”.
El Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) reveló que en el año 2020 el rango entre los 25 y 54 años es el que mayor registra desempleo en el país. De casi 3.75 millones de personas que están en desempleo, vemos que casi 2.4 millones están en el rango mencionado, y el 1.1 millones tienen menos de 25 años. Con el advenimiento de la pandemia, las mujeres sufrieron más el golpe del desempleo, pues la tasa de desempleo en las mujeres en 2020 fue 60,6 % más alta que la de los hombres, lo cual refleja un problema de inequidad.
Ante la repetición de este tipo de situaciones en todo el territorio nacional, consultamos a Melisa Monroy Agámez, politóloga y magíster en género, quien comenta que de estos casos se quedan sin resolver. Por ello, es importante conocer que hay diferentes mecanismos nacionales e internacionales a los que cualquier mujer puede apelar en caso de necesitarlo. “Por ejemplo, en el ámbito internacional Colombia ha firmado y ratificado la CEDAW (Convención contra la eliminación de toda forma de discriminación contra las mujeres), puesto que los tratados internacionales pasan a ser parte del andamiaje normativo del país y en esta convención se habla sobre igualdad y no discriminación en espacios laborales”, afirma.
Según el director del DANE, Juan Daniel Oviedo, “aproximadamente por cada dos hombres que perdieron el trabajo en el año 2020, tres mujeres perdieron el empleo en diciembre de ese año. Eso lleva a que la brecha de la tasa de desempleo haya aumentado a 7.7% en 2020”.
Tipificación laboral
Oniris Salazar, es una enfermera superior cartagenera de 48 años, que lleva trabajando casi 25 años trabajando en diferentes hospitales y clínicas de la ciudad. “Yo me acuerdo que en mi casa, cuando me presenté en la universidad de Cartagena, mis papás me presionaron para que me presentara en el programa de enfermería y no en medicina que era lo que quería estudiar. Entiendo que la mentalidad de aquel entonces era otra, pero yo igual me presenté a medicina. Como no pasé entre los seleccionados, al año siguiente me postulé en enfermería, aquí en la de Cartagena y quedé. Yo creo que esas ideas que le ponían a uno en la cabeza terminaban por ejercer presión psicológica. De todas maneras, eso me enseñó a impulsar a mis hijos a que se dediquen a lo que quieran hacer, siempre y cuando lo hagan desde el corazón”.
Colombia, ha sido históricamente un país muy apegado a las tradiciones y el caso de Oniris se repite, todavía, en muchos hogares.
Es claro que todavía existen prejuicios sobre el lugar de la mujer en el ámbito laboral. “Los trabajos de cuidado (enfermería, maestras de escuela, peluquería, trabajo doméstico, niñeras, etc.) siguen siendo trabajos feminizados. Se piensa que existe una naturaleza "cuidadora" de las mujeres, que no es cierto. Todavía quedan muchos techos de cristal que romper, por ejemplo, mayor participación en política o en las carreras STEM (ciencias, matemáticas, tecnologías, ingeniería)”, indica la politóloga Melisa Monroy Agámez.
Según el Centro de Liderazgo Colaborativo y de la Mujer del INCAE Business School, una de cada cinco mujeres es discriminada cuando estudia una carrera ‘típica de hombres’, como la ingeniería, tecnología y ciencia. Además, el 53% de mujeres que laboran en Colombia, afirmaron verse afectadas por el prejuicio en el ambiente laboral y el trato que reciben en las empresas por la condición de ser mujer.
Pese a que se han reducido las brechas en este sentido, el género femenino sigue ocupando los empleos más precarios, además de desempeñarse mayoritariamente en el mercado de trabajo informal o en el trabajo de cuidado no remunerado y dedicando en total más horas que los hombres sin obtener el mismo reconocimiento salarial.
Discriminación laboral
Carolina Velásquez, asesora comercial en Medellín, habla sobre su experiencia. “Yo trabajaba en Porvenir, allí teníamos un básico que era el mínimo y todo lo demás ganábamos por comisión. En un momento, comencé a tener problemas con obtener clientes y recurrí a mi jefe directa. Sin embargo, no obtuve una respuesta positiva por parte de ella y la relación comenzó a cambiar. En una ocasión, la gerente general dijo que las personas que fuéramos rentables para la compañía tendrían su puesto asegurado, entre esas yo. No obstante, mi jefe directa dijo: 'ya pidieron su cabeza'.
Decidí hacer parte del sindicato y, en cuestión de dos días, toda la empresa estuvo encima mío. El acoso que comencé a enfrentar fue terrible: perdí 16 kilos, empecé a sufrir alopecia, solo lloraba, me sentía desmotivada e infeliz. Tuve que ir al psiquiatra y comenzaron a incapacitarme por meses. Finalmente, el abogado laboral, la chica de recursos humanos y mi jefe directa, me hicieron la vida imposible. Todo terminó en audiencia, se llegó a un acuerdo y me indemnizaron”.
El acoso laboral es una de las expresiones de violencia de género más común pero menos denunciadas y sancionadas. Tales prácticas violentas se han normalizado y se tradujeron a prácticas cotidianas en ambientes laborales de todos los niveles de ingreso, educativo y actividad económica.
Según el estudio de la firma de asesoría legal Baker McKenzie advierte que las denuncias de acoso laboral en Colombia se han incrementado desde la expedición de la Ley 1010 de 2006. El informe señala que en los primeros años de vigencia de la ley, el Ministerio del Trabajo reportó alrededor de 370 querellas; en el primer semestre de 2017 se radicaron 803 denuncias, mientras que a junio de 2018 ya se habían registrado más de 1.400 quejas por acoso laboral en el país. Y hasta mediados de 2019, última fecha registrada, se tenían 775 denuncias. Pese a esto, el 70% de las personas, no denuncian por miedo a perder su trabajo.
La existencia de marcados roles de género aumenta la probabilidad de que las mujeres participen menos en diferentes sectores económicos. Un ejemplo de ello según un informe entregado por ONU Mujeres, es: “En Colombia las mujeres son el 52% de la población, sin embargo, son tan solo el 12% de quienes ocupan cargos elección popular (el 14% de concejales, el 17% de diputadas, el 9% de alcaldes y el 21% del Congreso) a pesar de que son más las mujeres que se gradúan de educación superior frente a la cantidad de hombres que lo hacen".
Por otro lado, entre los trabajadores colombianos que tienen el rol de patrón o empleador, solo el 31,5% son mujeres. Cifras desalentadoras para un futuro de equidad.
Brecha salarial
Julieta Tamayo, es una odontóloga – cirujana pediátrica de Barranquilla. A sus 63 años, haciendo una retrospectiva de su vida laboral, confiesa la desigualdad que vivió desde su comienzo en el campo laboral hace 38 años.
“Cuando hice mi rural empezó una vida laboral casi ininterrumpida. Mi especialización la terminé mucho después, cuando mis hijos crecieron lo suficiente para dedicarle el tiempo. Mi esposo y yo tenemos la misma profesión, pero él siempre ha recibido mejor remuneración que yo, demás de contrataciones que aseguraban la seguridad social para toda la familia. Mis contratos siempre fueron temporales o con término definido, de tal manera que yo no coticé salud, ni pensión. Trabajamos en el mismo hospital durante cinco años y las oportunidades para ascensos y promociones tanto en los cargos administrativos como en los manejos de urgencias, eran ofrecidos a los hombres. A pesar que en aquel entonces éramos pocas las mujeres que nos medíamos a los puestos en urgencia odontológica, todas éramos muy competentes pues eran cargos que se escogían por concurso y meritocracia. Pero siempre había preferencia por los hombres. Espero que eso haya cambiado, desde que me retiré”.
Sin duda, uno de los retos más grandes para afrontar es el de la garantía de salarios equitativos y la eliminación de las violencias contra las mujeres en los ámbitos laborales. Se necesita mayor protección para las mujeres en estas áreas.
La politóloga Melisa Monroy comenta que todavía falta mucho: “Necesitamos garantizar sueldos equitativos y competitivos, especialmente para las mujeres jóvenes, promoviendo más programas de estudio para las regiones. Además, de ofrecer espacios laborales a las mujeres trans y diversas del país. En cuanto a la legislación nacional, contamos con mecanismos como la Ley 1482 de 2011 que sanciona la violación de derechos por sexo y otros motivos. Además, la ley Ley 1822 de 2017 ofrece protección a las mujeres madres. Es importante, recibir las asesorías adecuadas cuando se vulneren los derechos”.
Según la más reciente Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH) realizada por el DANE, la brecha salarial en nuestro país entre hombres y mujeres, fue de 12,9% para el año 2019. Esto indica que por cada 100 pesos que recibía un hombre por concepto de ingresos laborales totales, una mujer ganaba 87,1 pesos. En este sentido, los hombres ocupados recibieron un ingreso laboral mensual de 1,23 millones de pesos, mientras que las mujeres recibieron 1,07 millones.
Por otro lado, las mujeres más afectadas por la brecha salarial son las mujeres con hijos, ya que ganan 14% menos que los hombres con hijos, de acuerdo a cifras del DANE en su más reciente informe ‘Brecha Salarial de Género’ entregado en abril de 2020.
Del mismo modo, el estudio más reciente de la Cepal pone el ejemplo de la salud en la región latinoamericana, clave en la pandemia, pues el 73,2% de los trabajadores ahí son mujeres, pero los hombres cobran hasta 23,7% más. Este dato sube hasta el 24,6% en Colombia, país que tiene una participación femenina del 78,3%.
Desigualdad social y política
Beatriz Montoya, es una empleada doméstica antioqueña. “Yo empecé a trabajar en el 2001, cuando en Colombia el mínimo estaba en $286.000. Mis patrones siempre han sido los mismos desde aquel entonces, pero siempre me pagaron menos del mínimo y nunca tuve derecho a prestaciones sociales, hasta hace tres años que decidí renunciar. Después de un tiempo me volvieron a buscar y exigí ser contratada con todas las prestaciones y caja de compensación familiar. Aceptaron y aquí voy, luchando por trabajar menos horas y lograr descansar los fines de semana”.
A pesar de que en muchos casos se incumple la norma, en la actualidad, los derechos que tienen las trabajadoras domésticas en Colombia son: afiliación al sistema integral de seguridad social, prestaciones sociales, auxilio de cesantías, intereses de cesantías, vacaciones, auxilio de transporte, calzado y vestido de labor, una remuneración no menor al salario mínimo legal vigente que puede ser proporcional al tiempo laborado. Además de las horas extras cuando se causen. La jornada de trabajo no debe ser superior a 8 horas, y si es un trabajo interno este no debe superar las 10 horas, de acuerdo con el Ministerio de Trabajo.
Para el 2019 había en Colombia 687.716 mujeres dedicadas al servicio doméstico. Es importante resaltar que el 95,9 % de las personas que trabajan en este sector económico son mujeres, según cifras de la Escuela Nacional Sindical. Además, el 86,1% de las mujeres trabajadoras del hogar tienen contratos laborales verbales.
Las luchas de las mujeres a lo largo de la historia se han centrado en poder elegir, en cómo poder salir del ámbito privado al ámbito público. Partiendo de lo que se ha logrado hasta hoy, sabemos que hemos avanzado algunos pasos. “No solamente poder decidir, sino poder contar con los mismos derechos laborales que los hombres. Las mujeres tuvieron que luchar por eso. A nivel nacional y global fueron muchos los movimientos obreros de mujeres que trabajaban en el área textil para tener igualdad de derechos”, puntualiza la politóloga Melisa Monroy.
No obstante, es necesario tener en cuenta que a todos los aspectos en los que existe el detrimento de las condiciones laborales para la mujer, se le suman las afectaciones económicas que deja la pandemia. Precisamente, en un reciente informe de la Cepal sobre la materia, la principal conclusión que arrojó la agencia de la ONU es que en 2020 se perdió prácticamente una década de avances en términos de mejoras de ingreso y ocupación para las mujeres en Latinoamérica.
Tan solo en términos de desocupación en Colombia, el reporte indica que la cifra llegó hasta el 12%, al tener en cuenta que la participación de las mujeres cayó 6 puntos porcentuales hasta el 46%. Pero al mostrar este impacto desde otra óptica, si tuviéramos en cuenta la misma presencia femenina que al cierre de 2019, el desempleo habría subido hasta el 22,2%, cifras no vistas en 10 años.
Dado que la mayor ocupación de los cargos femeninos se encuentran en las áreas de alojamiento, cocinas, comercio y enseñanza, que resultaron ser algunas de las más afectadas durante la pandemia, el número de mujeres por debajo de la línea de pobreza en la región ha subido de 23 millones hasta 118 millones.