Mujeres en el cine colombiano: de la desigualdad, las brechas y otros procesos que alimentan las luchas para reconocer sus aportes en la industria
Contar historias a través de fotogramas hace parte del ADN de esta nación. Los inicios de este arte en el país se remontan al año 1897, sin embargo, la primera película colombiana se estrenó en la década de 1910, dirigida por los hermanos Di Doménico, El drama del 15 de octubre. Este fue uno de los pilares para que se empezaran gestar diferentes proyectos audiovisuales que narraran la historia contemporánea de nuestro país.
Para empezar a hablar de la historia de la participación de las mujeres en la industria debemos echar un vistazo a la década de los 60, cuando Gabriela Samper la primera realizadora fílmica colombiana a través de su producción "El Páramo de Cumanday", generó preguntas sobre la participación y el reconocimiento de la mujer en el cine nacional.
Sin embargo, fue hasta la década de los 70 que ocurrieron los grandes hitos que impulsaron el movimiento cinematográfico del país y la participación femenina en la industria: primero: surge FOCINE; segundo, se da a conocer el movimiento de documental antropológico a través del cual reconocemos el nombre de Marta Rodríguez; tercero: surge el afamado, y bien conocido grupo de Cali, al que de paso, sea dicho, nunca se la ha conocido ni exaltado la participación femenina, ¿Hubo mujeres en el grupo de Cali? Interesante pregunta para una investigación necesaria.
Marta Rodríguez y Jorge Silva fueron los realizadores del documental Chircales y son considerados los pioneros del documental antropológico en América Latina. Este filme, realizado entre los años 1966 a 1972, relata la historia de vida de una familia del barrio Tunjuelito, sur de Bogotá, que se dedica a la elaboración rudimentaria de ladrillos. La producción obtuvo la Paloma de Oro en el Festival de Cine Documental de Leipzig en 1972 y el Gran Premio en el Festival Internacional de Cine de Tampere en 1973.
Después de estas pioneras el salto se dio hasta los 90, cuando empezaron a aparecer nombres de mujeres relacionadas con los papeles protagónicos de los filmes, como Leydi Tabares en la Vendedora de Rosas. Ya en los 2000 empezamos a reconocer nombre como el de Catalina Sandino, Diana Sánchez María Camila Lizarazo, Priscila Padilla, entre otras mujeres que dedicadas al séptimo arte estaban posicionando la industria colombiana en el mundo.
Aunque detrás de los nombres de ellas ha habido muchas otras mujeres que, desde los diferentes roles estaban aportando al trabajo fílmico, en las esferas públicas siguen quedando dedos de la mano para contar la participación de estas en los diferentes roles cinematográficos. ¿Pero a qué se debe? ¿Por qué la invisibilización? Preguntarnos por la participación de las mujeres en el entorno cinematográfico, sin duda, ha permitido que la industria fílmica colombiana se cuestione sobre la paridad y la importancia de reconocer el aporte femenino en la construcción del universo cinematográfico del país.
Las luchas por el reconocimiento
El tejer caminos conjuntos ha sido una de las principales estrategias implementadas por las mujeres para exigir el reconocimiento de sus aportes en el cine, esclarecer las huellas de sus antecesoras y abrir camino para las huellas de quienes vienen caminando. Es un trabajo que se empezó a consolidar desde el año 1978, cuando surgió El Grupo Cine Mujer fundado por Sara Bright y Eulalia Carrizosa a quienes se unieron Clara Mariana Riascos, Luz Fanny Tobón de Romero, Dora Cecilia Ramírez y Patricia Restrepo, para a través de diferentes procesos encontrar y consolidar en el cine y el feminismos herramientas valiosas para narrar las historias de las mujeres y cuestionar a través de estos relatos la desigualdad y la violencia género.
La ventana abierta por este colectivo de mujeres ha posibilitado que hoy conozcamos las acciones de procesos como Encuadradas, RecSisters y Killary Cinelab, colectivos que nos llevaron a realizar cuestionamientos mucho más frontales sobre el rol de la mujer en la industria, sobre los procesos de invisibilización sistemática del trabajo femenino en la historia del cine colombiano, los abusos de poder y otras dinámicas que han perseguido a las mujeres en la industria.
Precisamente, revisando los resultados de la más reciente investigación del colectivo Killary Cinelab, sobre la participación de las mujeres en el entorno cinematográfico llamada La primera pero no la última. Esta tomó como base de investigación 500 películas realizadas en los últimos 60 años para analizar cuál había sido la participación de las mujeres permitió evidenciar que de 3.280 personas contabilizadas en las bases de datos de procesos cinematográficos en país, el 72% son hombres y tan solo el 28% son mujeres.
Además, este estudio comparativo publicado con el apoyo del Ministerio de Cultura, permitió analizar y desagregar los porcentajes de participación femenina por roles en los principales cargos de la realización cinematográfica: la participación más baja se presenta en la dirección de Fotografía con tan solo el 6%, luego encontramos a las sonidistas que representan el 10% de la industria, en la labor de construir historias las guionistas representan tan solo el 17% y las montajistas el 23%. Por su parte, en las labores de producción y dirección de arte, acciones principalmente atribuidas a las mujeres por sus roles de cuidado y organización en el hogar y en la vida misma, su participación es menor al 50% ubicándose así: productoras 28% y directoras de Arte 39%.
Si fijamos la lupa en el rol de dirección, uno de los más importantes en cuanto a creación audiovisual, las mujeres que se han desempeñado como directoras son tan solo el 13%, mientras que los hombres alcanzan el 87%. Al realizar una sub división por género cinematográfico nos encontramos con que las mujeres han dirigido en leve mayoría películas de género documental, con el 56% frente al 43% de ficción y el 1% de animación.
Esta investigación no solo evidencia las principales brechas existentes en la industria nacional, sino que también nos brinda una cartografía de mujeres pioneras en el cine colombiano con las historias de más de 20 mujeres que han contribuido desde los diferentes roles a la cinematografía nacional.
Construir y generar espacios para la inclusión, y la visibilización de las mujeres en el cine es indispensable para poder eliminar las brechas de desigualdad existentes. Por ello, proponer espacios de capacitación, procesos de investigación, festivales, espacios de creación y circulación de contenido es fundamental para que podamos propiciar una cultura paritaria.
Claramente no se pueden perder de vista las necesarias acciones gubernamentales a través de las cuales se genera financiación, los espacios de circulación internacional, la creación de espacios de inclusión en festivales y convocatorias a los que sólo puedan aplicar mujeres para fortalecer su participación y motivar la creación. Es "Valorar su trabajo, no por ser mujeres, si no por su calidad narrativa y estética", como señala Diana Bustamante productora de La Tierra y la sombra.
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Para comprender un poco cómo se ven las cosas en el ejercicio de la profesión conversamos con María Fernanda Carrillo, documentalista e investigadora que basa su trabajo en la construcción de narrativas sobre la memoria y el conflicto en nuestro país.
María Fernanda, que se define como una mujer migrante que en más de 15 años de ires y venires entre México y Colombia, ha logrado construir su perspectiva de lo que ha sido y ha significado la guerra en Colombia. Perspectiva que la ha llevado a interesarse por visibilizar las vidas y los procesos de mujeres que se han encargado de mantener procesos de resistencia articulados a la defensa del territorio, la defensa de la vida, la soberanía alimentaria entre otros que se narran en su documental: “Cantadoras, memorias de vida y muerte en Colombia”.
A esta conversación se sumó Sonia Barrera realizadora y productora colombiana que acaba de estrenar su más reciente proyecto “El árbol rojo”. A través de sus experiencias indagamos sobre la importancia de que las mujeres contemos las historias de otras mujeres y ambas coinciden en que estos relatos no son un campo exclusivo para el género, pero sí es crucial que se entienda la importancia de las sensibilidades que le aportan las mujeres a los relatos desde los diferentes roles y cómo esto lejos de llevarnos a extremos, nos permite encontrarnos y leernos desde el reconocimiento de la otredad.
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Sólo poder identificar y reconocer los espacios de desequilibrio nos permitirá poder crear estrategias efectivas que nos conduzcan al cierre de las brechas de género y al fortalecimiento de la industria cinematográfica nacional Es un camino largo y estamos echando trocha, pero lo importante es convencernos de que todos y todas aportamos desde nuestras orillas a la consecución de este objetivo conjunto.