Lenguas originarias y africanismos colombianos
Por: Mariana Vélez, Carol Ramírez, Esteban Zapata, Alejandra Beltrán y Adriana Díaz
Algunos conceptos establecen a las estructuras idiomáticas como barreras para la comunicación, sin embargo, se ha demostrado que el lenguaje tanto verbal como corporal, es todo un complejo de elementos que fortalecen el desarrollo y la identidad de los pueblos, uniéndolos entre sí.
En Colombia, en enero de 2010 se aprobó la Ley de protección de lenguas nativas (ley 1381), con la cual se busca garantizar la preservación y el uso de las 68 lenguas nativas. Hay 65 lenguas indígenas, 2 criollas, más el romaní del pueblo gitano en todo el país. De esta manera, con esta norma se busca beneficiar y proteger la cultura de sus hablantes, que son cerca de dos millones de colombianos.
Con esta normativa se reconocen los derechos culturales como la no discriminación por el uso de la lengua materna en cualquier ámbito, registro oficial de nombres y apellidos de la lengua materna, al igual que la toponimia de los lugares que hacen parte de los territorios donde las lenguas son originarias. Además, se debe garantizar la traducción en los servicios de salud o justicia e incluso la capacitación de docentes bilingües. En últimas, garantizar el desarrollo de las lenguas nativas ante los retos que les impone su condición de lenguas oficiales, de esta manera se ven comprometidos los ministerios de salud, cultura, educación, del interior y otras entidades del estado.
La importancia de las lenguas nativas, según María Trillos Amaya, doctora en lingüística general de la Universidad del País Vasco, con énfasis en antropología lingüística, radica en “el papel que juegan en la conservación de la memoria colectiva de sus hablantes, ya que además de resguardar su identidad, en ellas están codificados los conocimientos acerca de los ecosistemas que habitan. No en vano, bajo su cuidado se conservan importantes zonas de biósfera como las selvas del Darién, la serranía del Perijá, la Sierra Nevada de Santa Marta, el nudo de Paramillo, la Serranía de la Macuira entre otros”.
Cabe anotar que hay muchas lenguas nativas extintas. Los estudios de Trillos infieren que, “en la Costa, por ejemplo, teníamos dos grandes grupos, el Malibú que tenía cerca de 11 dialectos que ya se extinguieron y la estirpe Panzenú dos que se extinguieron y de las que no hay mucho registro”. Han desaparecido también algunos dialectos de la familia lingüística Arawak, otros del Chibcha, también de los Caribe y los Malebú.
Sin embargo, han subsistido dialectos de la familia Arawak que con sus más de 100 grupos es considerada la más extendida en Suramérica. Ellos partieron del río Amazonas y el río Negro en Brasil y se expandieron en los cuatro puntos cardinales del continente. En Colombia están desde el Orinoco a la península Guajira.
De la familia Caribe sobreviven las lenguas Yukpa (población que habita en los andes nororientales entre Colombia y Venezuela) y el japrería (que solo cuenta con algunos hablantes en la Serranía del Perijá). En la Amazonía sobreviven carijonas que son muy cercanos al ye’kuana en Venezuela.
La familia Chibcha conformó numerosos pueblos lingüísticamente diferenciados que recorrieron América Central, desde Honduras a Colombia, y al llegar aquí se asentaron desde la Sierra Nevada de Santa Marta a la sabana de Bakatá, hoy Bogotá. Así las cosas, esta familia tiene grandes vertientes. Se dice que la lengua materna de los tayronas dio origen a las lenguas rituales. En la sierra nevada de Santa Marta sobreviven los dialectos Koguian de los Kággabas, Damana para los Wiwas e Ikan para los Arhuacos, estos se usan para las relaciones familiares, sociales y afectivas. El Teyuan y el Terruna Shayama son las lenguas religiosas de los kággabas y wiwas respectivamente. La lengua Ette Taara del Valle del Ariguaní es la lengua de los Ette ennaka que habitan en los bosques tropicales de la Sierra Nevada de Santa Marta. Otro de los grupos linguísticos de esta misma familia, es el Tule del Golfo de Urabá y el Darién y sus hablantes se conocen con el apelativo de cunas, ocupan el territorio colombo-panameño del golfo.
También podemos encontrar a la familia Chocó, originaria del Pacífico colombiano, pero que hoy también tiene presencia en el Caribe colombiano. Se distinguen sus dos lenguas principales el embera y el waunana, ellos se caracterizan por tener una clara conciencia identitaria y lingüística, a pesar de que han avanzado en la introducción al español.
Finalmente tenemos a los emberas de río y de montaña, quienes se movilizan por todas las costas del pacífico, alcanzando en el norte, el Darién y el sur, la provincia de Esmeralda, en Ecuador. Entre ellos podemos encontrar dialectos como el saija en la costa sur de Buenaventura, baudó en el Bajo Baudó; chamí en el Alto San Juan y katío en los Altos Sinú y San Jorge.
La región Caribe y sus estirpes lingüísticas
En el contexto pluricultural caribeño, donde cerca de un millar de personas no habla el español, “es fundamental desarrollar un bilingüismo eficiente con esta lengua. En la región hay alrededor de 14 lenguas se hablan en esta región con un número disímil de usuarios. Los idiomas caribeños están ligados a pueblos amerindios, africanos y mestizos. En términos cuantitativos, este multilingüismo puede sintetizarse en 10 lenguas indígenas, 2 criollas, una variedad de inglés caribeño, más otra de español caribeño”, agrega Trillos.
Colombia está constituida por un conjunto de pueblos de diversas culturas y lenguas, producto de migraciones que se han gestado en diferentes momentos de su historia. Los conflictos que la multiculturalidad y el plurilingüísmo propician se resuelven construyendo una cultura para el equilibrio social e individual, en el que todos y cada uno de los pueblos con sus culturas y sus lenguas sean respetados y donde la equidad sea un principio fundamental.
Carlina Sapuana, docente etnolingüísta de la Alta Guajira, afirma que su lengua (wayúu) “se ha venido deteriorando puesto que hemos perdido algunas palabras que hemos adoptado del castellano. Dentro de las prácticas pedagógicas solo los maestros bilingües toman esta tarea de la lengua como una traducción simultánea, dado que es necesario interactuar con niños y jóvenes para facilitar el aprendizaje dentro de su proceso académico, pero no hay una metodología clara para la enseñanza de las reglas lingüísticas dentro de los colegios”. En esta comunidad, algunos colectivos incentivan la enseñanza de la lengua wayuunaiki a través de los cánticos infantiles.
Es importante destacar que la región Caribe posee una gran influencia afro, por lo cual, los africanismos son expresiones verbales que se han incluido en la lengua del uso cotidiano. No solo por la presencia de los palenques vivos, cuya lengua está vigente, sino por la mimetización que ha tenido con el castellano. De hecho, el lenguaje palenquero es una mezcla del español, el portugués y el dialecto Ki-Kongo del oeste de África. En los años 60, el pueblo de Palenque de San Basilio, se transformó al ver una extensa represión de la lengua, en los años 70, un grupo de jóvenes líderes se dio a la tarea de rescatarla y hoy en día las generaciones de Palenque disfrutan aprender su lengua, la exhiben y la cantan.
Una de las manifestaciones musicales que rescata este legado es Kombilesa-Mi
“La lengua palenquera fue articulada por cientos de africanos que escaparon de la esclavitud en Colombia en 1.600 y luego fue preservada por descendientes de un pueblo que convenció a la Corona Española de reconocer su independencia en 1713, un siglo antes de que Colombia lograra su independencia. Las lenguas nativas han estado en peligro en parte porque las lenguas dominantes son vistas como progreso, y las lenguas nativas como primitivas, simples, todo tipo de cosas negativas”, explica el lingüista Armin Schwegler.
Las lenguas nativas en Antioquia
En Antioquia existen más de 31 lenguas nativas, algunas de ellas son, el Tule, el Embera, el Embera Chami, el Embera Katio, el Embera Dobida, entre otras. Sin embargo, cuando se habla de lenguas que habitan un territorio, no necesariamente se hace referencia a las personas que viven allí, sino más bien a quienes portan su lengua y prácticas.
Selnich Vivas Hurtado, Doctor en literaturas latinoamericanas y alemanas, y profesor de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia, en donde dirige la línea de investigación sobre el pensamiento indígena en Colombia, afirma que “las lenguas ancestrales que todavía se hablan tienen un impacto de la colonización debido a ese proceso de más de 500 años. Esas lenguas han logrado nombrar el territorio y aunque algunas de esas lenguas hayan desaparecido, han impactado el español. Es decir, el español que hablamos está enriquecido por lenguas, palabras que provienen de lenguas muy antiguas. De un lado tenemos la memoria del territorio y de otro lado el testimonio de esos procesos de conquista, exterminio y colonización".
Según la UNESCO, el 40% de las 7.000 lenguas utilizadas en todo el mundo están en peligro y Colombia no está exenta de ello, pues el desconocimiento y el desinterés podría llegar a ser la principal razón de su desaparición. Selnich Vivas, indica que “las lenguas ancestrales están en peligro de extinción porque nosotros como colombianos no queremos aprender dichas lenguas”.
Sin embargo, durante los últimos años, la atracción de las poblaciones urbanas hacia el conocimiento de los pueblos ancestrales ha ido en aumento. “En Medellín algunos colegios atienden emergencias de población infantil proveniente de poblaciones indígenas. En la Universidad de Antioquia, como una de las pocas universidades del mundo, enseña las lenguas ancestrales, a través de profesores provenientes de comunidades ancestrales, posibilitando espacios académicos para enseñar la lengua. Y de otro lado, hay un fenómeno y es que la ciudad, el campo medico, el psicológico, y otras áreas de la salud, se han interesado muchísimo por los rituales de los pueblos ancestrales” agrega Vivas.
Y así como la ciencia, la música, y otros sectores se han permeado de estas culturas indígenas, la literatura también ha incluido léxico de las lenguas de pueblos originarios de las regiones con el objetivo de dar visibilidad, fortalecer la memoria y crear consciencia sobre la importancia de preservar, cuidar y conservar nuestras culturas indígenas.
“La inclusión del vocabulario de las lenguas ancestrales, se da desde el tiempo de los Cronistas de Indias, desde la llegada de la escritura occidental. Es una inclusión equivoca, manipulada y basada en el desconocimiento. Sin embargo, diríamos que, en temas de literatura, tenemos al novelista, Cesar Uribe Piedrahita, médico antioqueño que escribió una novela para 1938 donde habla con un léxico muy próximo a las culturas ancestrales. Además, han aparecido varios poetas en lenguas ancestrales, tales como, Invitua Pushana, escritor que escribe en lengua Wayuunaiki, Fredy Chikangana escribe en lengua Quechua, Anastasia Candre Yamacuri escribe en Minika, y así mismo, hay gran variedad de autores y autoras que hacen acopio de su cultura, de su lengua y nos permiten el acercamiento hacia otras culturas”, finaliza el Doctor en Literaturas Latinoamericanas. Es un trabajo valioso que demuestra la vitalidad de esas culturas indígenas mediante el uso del lenguaje ancestral como medio de comunicación.
El altiplano cundiboyacense y sus lenguas
Antes de la llegada de los españoles a Cundinamarca, este territorio era habitado por las comunidades indígenas, en su mayoría muiscas, seguidos por los panches, colimas y sutagaos. Los muiscas ocuparon gran parte de la región Andina Central en los departamentos de Boyacá y Cundinamarca, principalmente en Bogotá, Zipaquirá, Nemocón, Sogamoso, Duitama y Chiquinquirá. Los Panches se ubicaron por el río Bogotá hasta las inmediaciones del río Negro, en donde ya estaban los Calimas.
Para entender un poco mejor lo que ocurrió con las lenguas nativas y los africanismos durante el proceso de colonización consultamos a Oscar Chacón quien es lingüista de la Universidad Nacional de Colombia y magíster en lingüística del Instituto Caro y Cuervo, actualmente se desempeña como coordinador editorial en la Universidad Santo Tomás.
“En esta zona del país se mantuvo un poco más la población indígena, a diferencia de otros lugares. Esto se dio por la mano de obra indígena, la cual se sustentó con prácticas como el traslado de indígenas de un cacicazgo a otro. En algún momento eso se volvió objeto de administración por parte de señores que tenían Reales Cédulas que les permitían decir: los indígenas de este cabildo están bajo mi mando, y los utilizaban principalmente para la explotación de recursos naturales y construcción de vías”, afirma Chacón.
Sin embargo, la lengua de estas comunidades indígenas no corrió con la misma suerte. A mediados del siglo XVI la colonización española tomó más fuerza por la evangelización y la exigencia del uso del español como única lengua. En 1770 mediante la Cédula Real y bajo la excusa de razones políticas, económicas y culturales, las cuales solo beneficiaban al español, los dialectos nativos fueron prohibidos.
Según información de la ONIC hoy en día no hay hablantes Muiscas y en el Atliplano Central solo sobrevive una variante del Chibcha, se encuentra al norte de Boyacá con los indígenas U’wa o Tunebos.
Sin embargo, cuenta Chacón, varios de los municipios de Cundinamarca, incluso el mismo departamento conservan nombres con orígenes indígenas. Cundinamarca es quechua y significa “tierra de cóndores”, Cajicá en chibcha significa “fortaleza de piedra” y Zipacón en chibcha significa “el llanto del Zipa.”
“Los africanismos en Colombia son el resultado de los esclavos que llegaron desde África con el fin de suplir la mano de obra en zonas donde se radicaron las comunidades indígenas porque presentaron una resistencia fuerte a la implementación de los nuevos sistemas económicos y sociales, o de pronto porque eran zonas explotables que no tenían mano de obra”, explica Oscar Chacón. Teniendo en cuenta lo anterior, las zonas del país en donde más presencia se tiene de africanismos son el Caribe y el Pacífico. En el caso del interior existe una mayor influencia de las lenguas indígenas. Esto también responde a que en el centro se ubicaron puntos de administración, los cuales implicaban una mayor población española, aumentando así las posibilidades de controlar el español como única lengua. Es por esto que en Cundinamarca no existen africanismos exclusivos de la región.
África en nuestra lengua
Santiago de Cali es una ciudad negra. Con aproximadamente el 30 % del total de la población afro, la sultana del Valle es la segunda ciudad de América Latina con mayor proporción de afrodescendientes, superada por Salvador de Bahía, en Brasil.
Los aportes que esta comunidad le ha hecho a la riqueza cultural de los vallecaucanos son invaluables. Desde la música y el baile que describen muchos autores, entre esos Andrés Caicedo en una de sus más conocidas novelas como es “Qué viva la música” pasando por la relación con el cuerpo, el río, la selva; con la muerte, la vida, atravesando la gastronomía y el lenguaje, se han convertido en elementos esenciales del universo caleño y por supuesto, vallecaucano.
La salsa y el bogaloo, como lo escribió Andrés Caicedo, proviene del sentimiento y el gusto afro-cubano. Muchos vallecaucanos pueden dar fe de esto, y por supuesto del amor y respeto por el viche y su significado que, junto al arrechón, el arroz encocao o endiablao, las cantaoras, los conocimientos ancestrales, los emprendimientos y la música se expresan en cada cuerpo que vive en estas latitudes colombianas.
Esta mezcla tropical cargada de historia, reflexiones, resiliencia y conocimientos han estado acompañados por una fortuna que va más allá de lo gastronómico, médico o espiritual. Se ha impregnado en el lenguaje, aportando a su riqueza con varias palabras que quizá muchos vallecaucanos aún desconocen su procedencia.
Ana María Díaz Collazos, doctora en Lingüística de la Universidad de la Florida (Gainesville, EU) con experiencia en el campo e historia colombiana, indica que “estas comunidades han tenido una presencia ancestral en la costa Pacífica colombiana, especialmente por el puerto de Buenaventura, lugar donde se realizaba el comercio de personas. Los individuos esclavizados por el español invasor fueron mezclados entre pueblos y etnias africanas para que no pudieran comunicarse entre sí, pero, estos terminaron adquiriendo la lengua española para comunicarse entre ellos. La variedad de español que aprendieron fue el andaluz, el dialecto del sur de España, que es muy parecido a como hablan los costeños y caribeños en general. Por esta razón, mientras en el área de las montañas se desarrolló una variedad más andina del español, en la costa Pacífica los afrodescendientes mantuvieron una forma del español más cercana a la andaluza”, menciona la lingüista también docente del Fort Lewis College, en Estados Unidos.
La doctora explica que un rasgo prominente del español que se empezó a hablar en el Valle del Cauca es la eliminación de la ese (s) al final de la sílaba, que es mucho más persistente en el español caribeño, de las costas, y en el español del Pacífico. Por otro lado, algunos rasgos de origen africano que más recientemente confirma el investigador José Alejandro Correa del Instituto Caro y Cuervo, es el intercambio de R y D, como en “quera bueno” por “queda bueno” o “bien duda” por decir “bien dura”.
Otro rasgo es la retracción de la garganta que se denomina ‘oclusión glotal’, que es como un gemido interno, o como si estuviéramos tragando una pastilla. “Es un sonido que se encuentra en lenguas africanas. En el habla del Pacífico, se usa este sonido en vez del sonido con K. Estos sonidos se documentan en lenguas de África Centro Occidental. Sin embargo, la oclusión glotal es recurrente solo en hablantes viejos, o sea, está desapareciendo”, explica la doctora.
Y por supuesto, se encuentran los numerosos apellidos de origen africano como “Balanta”, “Carabalí”, “Ararat” o “Viáfara”. Muchos de estos apellidos son nombres de lugares identificables hoy en día todavía en África Central. Puntualiza la doctora Collazos.
Recordemos la canción de salsa de Richie Ray y de Celina y Reutilio “Yo soy Babalú, camino Arará” donde “Arará” es “Ararat”, y se refiere a una orden de culto a Babalú Ayé proveniente del territorio de Ararat en África Central”, concluye la investigadora.
El sur y su riqueza lingüística
El sur de Colombia alberga una gran riqueza cultural que se manifiesta en las múltiples lenguas de comunidades indígenas que han cohabitado el territorio desde hace siglos, algunas de ellas con sus sistemas lingüísticos más presentes que otros, es decir, en la clasificación de la academia: “lenguas vivas y lenguas muertas”, aunque esta clasificación es controvertida.
Hablando en particular del departamento de Nariño, se han reconocido siete lenguas madre, a partir de las cuales, en 2014 la Academia Nariñense de Historia presentó un diseño de rutas etnolingüísticas para su conocimiento y rescate.
En Nariño se reconocen las lenguas: Awapit, de los Awá, ubicados en el pie de monte costero. Sía Pedee, de los Eperara Siapidara quienes habitan en la costa pacífica. A'ingae, de los Kofanes asentados en la zona amazónica del departamento. Inga y Kametsá, de las mismas comunidades, quienes se encuentran con mayor presencia en el Putumayo. Y finalmente, Pasto y Quillacinga, dentro de la cordillera de los andes, tanto en Colombia como en Ecuador. Esto último, basados en la información presentada dentro de la exposición permanente del Museo del Oro de Nariño.
Lenguas que han sido referenciadas en textos del historiador, lingüista y etnólogo Sergio Elías Ortiz, por mencionar a un autor. Y en producciones musicales de diferentes agrupaciones locales, quienes incluso llevan palabras indígenas como nombre identitario, es el caso de Bambarabanda o Kaipimikanchi.
Según el docente investigador en etnolingüística, Pedro Vicente Obando: “Ingas, Kofanes, Eperara y Awá tienen su lengua propia y lo mantienen en la actualidad”, agregaríamos también a esta lista la lengua Kametsá. Por otra parte, para el docente: “la lengua de Pastos y Quillacingas, por más investigación que haya no hay las fuentes para recuperarlas”.
Pero para introducirnos en el universo lingüístico de Nariño, nos centraremos particularmente en dos lenguas indígenas: Awá y Pastos.
El awapit es una lengua que se habla en el norte del Ecuador y en el sur de Colombia, debido a los procesos de aculturación existen variaciones pero en esencia, su sistema fonético, semántico, sintáctico y demás se mantiene, siendo una lengua estructurada con una particularidad: las vocales son sordas.
El pueblo Awá, por medio de sus cabildos y consejos, ha realizado a lo largo de los últimos años un constante ejercicio de conservación de su lengua, en compañía de diferentes investigadores como el etnolingüista Obando, autor del primer diccionario del awapit, al respecto señala: “lo más significativo ha sido que una lengua ágrafa se convirtiera en una lengua con un alfabeto, escritura y un sistema gramático. Tuve la oportunidad de escribir el primer alfabeto de la lengua awa, un paso muy importante en términos de la cultura porque esa lengua no va a morir.”
Para mantener viva la lengua se han organizado alrededor de un sistema que empieza en casa, por medio de una enseñanza original de padres a hijos, sumado a un esfuerzo educativo con profesores nativos. En la actualidad, el mismo pueblo indígena reconoce el valor de su cultura y se empodera para resaltarla, desafortunadamente se encuentran en medio del conflicto armado siendo víctimas directas. Hoy el riesgo no es que desaparezca la lengua, sino un pueblo entero fruto de la violencia que azota el pie de monte nariñense.
En el municipio de Guachucal, al sur del departamento, el resguardo indígena de Colimba, inició en 1993 con un proceso de etnoeducación para profesionalizar a los maestros indígenas, todo con el fin de rescatar y fortalecer la lengua madre: el pasto, perteneciente al pueblo binacional de los Pastos, asentados desde el Rio Guáitara en Colombia hasta el Río Chota en el Ecuador.
La Institución Educativa Técnica Agropecuaria Indígena “Libardo Ramiro Muñoz”, ha sido un referente de investigación en el área por medio de una biblioteca, una emisora y un pensum académico que ha permitido a sus integrantes producir materiales pedagógicos con base en su propia búsqueda lingüística y en construir un escenario particular para la reivindicación de su lengua.
Sí bien esta no es una lengua que se habla en la actualidad han encontrado palabras provenientes de sus ancestros, así lo señala Aldemar Ruano, docente de la institución: “una sola palabra que nosotros encontremos nos permite reconstruir un escenario cultural de interpretación, por ejemplo, nuestro taita, líder y fundador de nuestra institución descubrió el nombre de nuestro resguardo: Colimba, que significa animal sin cola, es decir, la perdiz, el animal sagrado del mito de origen del pueblo de los pastos.”
Y agrera: “cómo colegio, biblioteca y emisora estamos promulgando otros proyectos para que la gente conozca, porque el quichua se confunde con el pasto, pero poco a poco se le ha ido enseñando a diferenciar la lengua quichua que pertenece a la lengua quichuaimara que van de Quito a toda Suramérica, y la Chibcha que es de donde proviene la lengua pasto que va de Centro América a Quito, son dos familias lingüísticas distintas”.
En Nariño hay una fuerte presencia del quechua, que data desde la presencia incaica en el territorio y que incluso, se afianzó con el fundamental papel que cumplieron los Mindalas en el imperio inca, su función como comerciantes permitió que la lengua se afianzará a través de palabras muy puntuales que hacen parte de nuestro dialecto pastuso.
Finalmente, resaltamos la labor de las instituciones que propenden a la educación intercultural que, sin duda, permitirá formar personas espiritualmente fuertes, pero sensibles al conocimiento, la comprensión y el respeto de cada ciudadano. “Actualmente, existe el Programa de Etnoeducación del Ministerio de Educación, pero más allá de esto, para atenuar el conflicto pedagógico que origina el multilingüísmo escolar se puede implementar un Proyecto Lingüístico Pedagógico que permita organizar la vida de las lenguas en el seno de las escuelas interculturales, de manera que propiciará la convivencia armoniosa en una sociedad multicultural como la colombiana”, concluye Trillos.