Idioma y humorismo: Un homenaje a Marcos Mundstock
El 30 de marzo de 2019, el periodista Luciano Sáliche, relataba en un artículo lo sucedido en El Congreso Internacional de la Lengua Española, un foro de reflexión sobre este idioma en el que se busca discutir acerca de su situación, sus problemas y sus retos: “La escena se repite. Cuatro, cinco, seis expositores sentados a lo largo de una mesa, serios, altivos, solemnes, leen su ponencia frente a un público que escucha atentamente (...). De pronto, y sin que nadie se lo espere, uno de los expositores se sale del libreto y lanza un breve chiste ocasional y espontáneo para distender el ambiente. Entonces todos los presentes ríen. Una carcajada sincera que descomprime tanta solemnidad”.
El evento, que va rotando cada tres años de sede, tuvo lugar en la ciudad de Córdoba, Argentina. 77 años antes, a casi cinco horas de ahí -unos 360 kilómetros de distancia-, en la ciudad de Santa Fe nació Marcos Mundstock. Su apellido es el de una de las tantas familias judías que llegaron a Argentina durante el período de entreguerras.
Fue en su ciudad natal, ubicada a orillas de la laguna Setúbal, muy cerca de la confluencia de los ríos Salado y Paraná, donde Marcos hizo uno de sus primeros chistes, recordado una y otra vez por los medios en estos días posteriores a su fallecimiento. El anécdota cuenta que luego de ver un camión cuando caminaba junto a su hermana, el aún niño apuntó: “Ahí llevan a los cueros para fabricar vacas”.
Los Mundstock se mudaron a Buenos Aires en 1949, buscando mejores oportunidades. Y como relata la periodista argentina Susana Elena Ceballos, Marcos creció envuelto entre tres mundos: el del español que hablaba en la escuela, el yidis que oía en casa -un idioma de las comunidades judías asquenazíes tanto del centro como del este europeo-, y el italiano que lo cautivaba con las canzonettas y arias de ópera que sonaban en la radio.
Desde el colegio se dio cuenta que tenía un don para hacer reír, aunque en sus planes primero estaba ser “abogado, ingeniero, aviador, cowboy, benefactor de la humanidad, tenor de ópera, Tarzán, amante latino, futbolista y otras cosas más”, como enlistó alguna vez. Finalmente entró a Ingeniería, aunque en paralelo estudió locución en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER).
Fue tras su ingreso al coro universitario que conoció a Gerardo Masana, estudiante de Arquitectura; Jorge Maronna, de Medicina; Daniel Rabinovich, de Derecho y Carlos Núñez Cortés, de Química Biológica. A esta actividad se aferró incluso luego de abandonar la carrera de Ingeniería y de que el golpe militar encabezado por Juan Carlos Onganía lo dejara sin su trabajo como locutor en la Radio Municipal. Y fue con este grupo de personas con las que primero fundó I Musicisti y, posteriormente, el 4 septiembre de 1967, Les Luthiers.
A la entrada de la Universidad Nacional de Córdoba, un miércoles en la noche, se agolparon más de 24 mil personas en el marco del Congreso Internacional de la Lengua Española. A aquellas ponencias de expositores en mesa y público silencioso, en las que se reflexionaba sobre "el valor del español como lengua de culturas", se le sumaba ahora una de mucho público con mate y termo en mano, o con alguna lata de cerveza, que se dispuso a disfrutar de un verdadero espectáculo alrededor del idioma, como escribió en su momento el ya citado periodista Sáliche.
Marcos no pudo participar de tal presentación por cuestiones de salud, pues ya empezaba a librar la batalla contra un cáncer cerebral que finalmente se lo llevó el pasado 22 de abril. Sin embargo, a distancia dio una ponencia al día siguiente titulada "Reflexiones, reclamos y correcciones poco serias sugeridas a la RAE. Novedosos usos y abusos del idioma: Academias y Epidemias".
En su charla, que se viralizó tanto en ese entonces como en estos días, el argentino se mostró indignado por la falta de concreción a la hora de calcular el tiempo en el presente y propuso a los académicos una medición estricta donde “lo que canta un gallo” equivaliera a “dos santiamenes” o “a cuatro periquetes”. También sugirió repetir el ejercicio para medir la importancia de las cosas: “¿'me importa un comino' es lo mismo que tres pepinos o medio pimiento?”, se preguntó mientras aclaraba que todos eran entrañables vegetales. Y remató diciendo “¿Qué es un bledo, alguien sabe lo qué es un bledo? Algún día un ejército de bledos se lanzará sobre los hispanoparlantes para vengarse de tantos siglos de ninguneo”.
También pidió a la Real Academia Española y al Instituto Cervantes que controlaran la proliferación de libros de autoayuda, argumentando que “de literario tienen muy poco”. E inventó nuevas palabras para nuevas especialidades médicas o enfermedades, como los “cinecólogos”, doctores que solo atienden a las actrices de cine; o la “vajillitis” que se refiere a la inflamación provocada por lavar los utensilios de cocina con productos irritantes.
Les Luthiers dejó de ser un secreto bien guardado en la década del 70 y ya hacia la década del 80 llegó el éxito, convirtiéndose en un clásico viviente del humor. Nacieron personajes entrañables como el maestro Johann Sebastian Mastropiero y los juegos de palabras dieron vida a piezas como Dilema de Amor (cumbia epistemológica) o a conversaciones delirantes como la que antecede a El negro quiere bailar (Pas de merengue). Esto sumado a la invención de instrumentos e interpretación del género musical que se les viniera en gana.
En todo esto, Marcos aportaba la mayoría de los textos y realizaba las presentaciones, haciendo que su voz de bajo y su carpeta elegante se volviera una marca registrada de Les Luthiers. Solía decir que por esta siempre lo convocaban para hacer de Dios o de psicoanalista. “Hacer textos para ser escuchados tiene su clave: deben llevar el remate en la última palabra del párrafo”, explicaba. “Creo que el chiste suele ser una obra abierta, siempre modificable, y corrijo en forma permanente y sobre la marcha. Mis notas son un crucigrama”.
La columna vertebral de su ponencia en el Congreso Internacional de la Lengua Española, ejemplifica muy bien esos juegos con la exuberancia y las ambigüedades del idioma. Ahí lo que se dice va más allá del significado exacto de las palabras y cobran sentido dentro del contexto. Y lo mismo sucede con las continuas invenciones de expresiones o neologismo que tanto caracterizaron la trayectoria del grupo: “Siento por Mastropiero una relación amor-odio, una relación Amorroidal”, sentenció Daniel Rabinovich en alguna presentación.
El periodista Luciano Sáliche reflexionando sobre el congreso, y particularmente sobre la presentación de Les Luthiers, se preguntaba en su texto: “¿Qué hay en el humor que conecta inmediatamente con el gran público, como si fuese un lenguaje universal, la zona más brillosa de la lengua?”
Precisamente, cuando la palabra cobra sentido en el contexto, más allá de su significado directo -o de su inexistencia-, lo extralingüístico dirían los más vehementes, se genera un diálogo con todo aquel que esté presente. Eso significaban esas risas distencionantes que mencionaba el periodista que tenían lugar cuando los ponentes se salían del libreto. Complicidad. Así lo entendía Marcos Mundstock y lo manifestó en su discurso en los Premios Princesa de Asturias en 2017 cuando fueron galardonados: “El humorismo es siempre social (...). Uno no se cuenta un chiste a sí mismo, avalando lo que acabo de citar, sino a los amigos o conocidos, en el trabajo, en el bar o en un velatorio. Y sí, el humorismo, señoras y señores, es comunicación”.
El 23 de abril se celebra el Día del Idioma, en honor al escritor Miguel de Cervantes Saavedra, autor de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Y no se puede dejar de lado el humor verbal de Sancho Panza con sus refranes, el literario con la cuerda locura de Don Quijote, el fisiológico cada vez que los protagonistas vomitan, orinan o cagan. Para el poeta y novelista Alejandro Pedregosa en buena medida esto hizo que la obra fuera un éxito en la España del siglo XVI. “La broma se refleja como un ejemplo de humanidad”, afirma Pedregosa.
“A mí me gusta el humor por el ingenio, no necesito que sea muy intelectual. Entonces, me gusta el humor del tipo que sale y dice: ‘Mirá lo que digo’. En cambio, no me gusta el tipo que dice: ‘Mirá lo que me atrevo a decir’, y se pone impertinente. Ese humor no me mueve un pelo, entre otras cosas porque soy calvo, todo el mundo lo sabe”, decía Marcos, quien siempre puso el límite de la risa en el dolor ajeno.
Y más allá de todo, el humor en el idioma, permite dudar, contradecir y crear. En momentos donde desde micrófonos y atriles se articulan discursos repletos eufemismos solapados o de una repetidera de palabras que se transforman en un zumbido continuo -que emprendimiento, que pacto, que estabilización, que crecimiento- el humorismo, el jugar con las palabras, termina desnudando discursos que muchas veces desde la vehemencia se alimentan, mirando el contexto de donde surgen.
Decía también Mundstock en el ya mencionado discurso de premiación: “El ejercicio del humorismo, profesional o doméstico, más refinado o más burdo, oral, escrito, mímico, dibujado... mejora la vida, permite contemplar las cosas de una manera distinta, lúdica, pero sobre todo lúcida, a la cual no llegan otros mecanismos de la razón. El humorismo no depende de estar de buen humor o de mal humor, o de un humor de perros (eso es cuando no movemos la cola...). Hay gente que siempre está de buen humor pero es incapaz de entender un chiste. No importa, el sentido del humor se aprende y mejora con la práctica. Como dice el dicho: nadie nace riendo”.
Ya se fueron Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, dos de los personajes más emblemáticos de Les Luthiers. Ambos trabajaron también en cine y televisión -aunque las tarimas con Les Luthiers siempre fueron su lugar-, recordamos aquí una escena: