En defensa de los penales
El 14 de octubre, la Selección Colombia jugó la jornada 12 de las eliminatorias para el Mundial de Catar 2022 y como es cada vez más recurrente en el fútbol, el VAR fue el protagonista. El partido contra Ecuador terminó 0 a 0 gracias a que se anularon un penal y un gol. Y si bien la decisión arbitral fue acorde a las reglas del juego, no dejó de avivar el debate en torno al uso de esta tecnología.
Y es que el VAR tiene dos caras. Por un lado, para la mayoría de las personas que quieren ver a la Sele jugar la próxima Copa del Mundo, fue un alivio que no pitaran ese penal al minuto 76. Pero en el otro lado de la moneda, como fanático del fútbol, me es inevitable pensar en que en este cada vez más grisaceo e insipido planeta, uno ya ni tiene el derecho a disfrutar de un penal.
Uno de los gozos más grandes que nos puede regalar este deporte, es vivir la emoción de ver a un arquero, en uno de los mejores momentos de su carrera y con la banda de capitán, tapar un penal en el minuto 76. No sé ustedes, pero cuando David Ospina atajó el tercer cobro de Inglaterra en el mundial de Rusia 2018, a mí se me salieron las lágrimas. Y cuando se marcó esa falta en Barranquilla, en el fondo quería volver a sentir esa emoción.
Tal vez puedo ser muy chapado a la antigua, pero prefiero mil veces ver al arquero volar y quitarle la ilusión del rostro al pateador, que esperar a ser salvados por una cámara. Es que es muy bello sentir esa adrenalina antes del cobro; intentar adivinar a dónde irá el balón; mandarle oraciones, buenas vibras, fua o la magia que sea a las manos del golero para que la saque; hacerle mal de ojo y brujería al contrincante; y sobre todo gritar ¡LA TAPÓ! con la misma emoción que uno canta un gol.
Y sí, un penal siempre es algo muy arriesgado. Ospina tiene con la selección un promedio de efectividad del 18%, no es malo si tomamos en consideración que la probabilidad general de que un arquero tape un penal es más o menos del 25%.
Hay que admitir que tal vez esa probabilidad no es del todo muy alta, pero solo el hecho de que exista esa posibilidad hace que el cobro del penal valga la pena. Y es que en el deporte, como en la vida, el gozo está en los porcentajes pequeños. En vencer lo que parece imposible y en tomar el riesgo de ir por todo o nada.
En la película Un domingo cualquiera (1999), antes del gran partido, el entrenador Tony D'Amato, interpretado por Al Pacino, le dice a su equipo: “la vida es cuestión de pulgadas. Así es el fútbol, porque en cada juego, la vida o el fútbol, el margen de error es muy pequeño, medio segundo más rápido o más lento y no llegas a pasarla, medio segundo más rápido o más lento, y no llegas a atraparla (...) en este equipo luchamos por ese terreno, clavamos las uñas por esa pulgada, en este equipo dejamos el pellejo por cada uno de los demás, por esa pulgada que se gana, porque cuando sumamos una tras otra, eso es lo que va a marcar la puta diferencia entre ganar o perder, entre vivir o morir. En cada lucha, aquel que va a muerte es el que gana ese terreno, y sé que si queda vida en mí, es porque quiero luchar y morir por esa pulgada”.
El VAR ha ayudado a hacer un poco más justo el fútbol, pero hay situaciones en las que le roba a los fanáticos la hermosa posibilidad de vivir la lucha por esa pulgada. Siempre será mejor ver al equipo darlo todo hasta el final y enmendar un error, así pierdan, que verlos rescatados por un tecnicismo. Eso es casi igual de triste que un gol anulado al último segundo por una mano involuntaria que nadie vio.
Más de uno dirá: “las reglas son las reglas”, y sí, es verdad. Pero cuando se escarba de esa forma un video buscando algo que nadie realmente notó, creo es justificable pasar por alto un jugador adelantado un par de pulgadas. De lo contrario, imagine usted que vacío sería el fútbol, si hubieran anulado la "Mano de Dios". Pero en fin, a la larga el VAR ahora es parte del juego, pero no olviden que tapar un penal también lo es. Y de hecho, es una de las mejores partes del juego.