Atletas olímpicos: de máquinas a humanos
Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, que finalizaron el 8 de agosto, marcaron un capítulo muy importante en la historia contemporánea de la humanidad, no solo por las proezas deportivas, sino porque este fue el primer mega evento internacional que se organiza en esta nueva realidad pandémica.
Sin duda, cuando se anunció el aplazamiento de las olimpiadas debido a la crisis sanitaria, mucha gente se dio cuenta de la gravedad de la situación. La última vez que algo similar pasó, también fue en Tokio, pero en 1940, cuando los juegos se cancelaron a raíz de la Segunda Guerra Mundial. En ese entonces se necesitaron 8 años para que el mundo volviera a ver una competencia olímpica. Esta vez, en apenas un año, 204 países lograron enviar 11.711 atletas. Lo cual no es una cifra menor, teniendo en cuenta que por la pandemia los tiempos de entrenamiento, clasificatoria y preparación fueron afectados, sin mencionar los golpes financieros.
Más allá de los elogios y críticas que ha recibido Japón por organizar este evento, estas olimpiadas son una muestra de que efectivamente poco a poco estamos recuperando algunos de los aspectos de nuestra vida pre-pandémica y a la vez han aparecido, o se han fortalecido, nuevos debates, ideas y formas de enfrentar al mundo.
Probablemente, una de las frases más usadas durante este año y medio de COVID es que no podemos volver al pasado, sino buscar un mundo nuevo y mejor. Esto da para múltiples interpretaciones, pero sin duda, durante estos Juegos Olímpicos, varios deportistas nos mostraron que es posible hacer las cosas de forma distinta y que es posible romper con algunas creencias que se pensaban inamovibles.
Tal vez unas de las imágenes más destacables de estas semanas de competencia, fueron las del compañerismo entre rivales. Por ejemplo, cuando la atleta venezolana Yulimar Rojas rompió el récord de triple salto femenino, la primera persona que corrió a abrazarla fue Ana Peleteiro, su contrincante española que ganó la medalla de bronce. O la aplaudida medalla de oro compartida en salto alto masculino entre el italiano Gianmarco Tamberi y el catarí Mutaz Essa Barshim, quien declaró: "Me merecía la medalla de oro. Él también la merecía. Queremos dar un mensaje a las nuevas generaciones: la amistad vale más que todo".
El psicólogo del deporte, Gustavo Rodríguez González opina que: “este tipo de casos nos indican que no todo en el deporte deben ser los resultados. No todo puede ser querer ganar, de hecho cuando Alexander Zverev eliminó a Novak Djokovic declaró que ‘tiene que entender que no puede ganarlo todo’”. Y agregó que se está empezando a crear una imagen del deportista más relacionada a un ser humano que a una máquina hecha para dar resultados.
Pareciera como si los valores de humildad, honorabilidad, fraternidad y juego limpio que en un principio motivaron estas competencias, volvieran a ser relevantes. No es que esto sea nuevo, ya que, durante décadas miles de atletas han cultivado este espíritu de competencia y amistad, pero en los últimos años la imagen de la superestrella que gana mucho dinero opacó a la del deportista.
La superestrella es alguien invencible, intocable y muy cercana a la perfección. Es un ser casi que de otro mundo, al que se le puede perdonar todo, excepto el bajo rendimiento. En cambio el deportista es una persona que es muy hábil y tiene una condición física excepcional, que dedica buena parte de su día a fortalecer su cuerpo, que hace proezas impresionantes y en muchos casos, le da alegría a la gente. Pero más allá del talento, al fin y al cabo es una persona. Y al igual que el resto de las personas tiene emociones, problemas y conflictos.
Por eso, el tema del cuidado de la salud mental es cada vez más importante. Es fácil olvidar entre competencia y competencia, que todas las personas que vemos por nuestra pantalla sufrieron los estragos de la pandemia. También estuvieron encerradas, con miedo, incertidumbre, dolor. De hecho compitieron casi que en silencio por la falta de público. Y eso genera unos golpes que ni toda la disciplina y el entrenamiento del mundo pueden aplacar.
El deporte era vital en la antigua Grecia, no solo por un ser tema militar, sino porque filosóficamente se pensaba que cultivar el cuerpo es igual de importante que cultivar la mente, ya que, si se deja uno de lado, se pierde la conexión entre el ser físico y el espiritual. En estos juegos afloró mucho el ser espiritual de los deportistas, del que hablaban los griegos.
En Tokio 2020 pudimos ver muchos atletas conectados con los contextos y los debates actuales. Gracias a la hiperconectividad del internet, esa imagen del deportista aislado en un centro de alto rendimiento está quedando obsoleta. Con las redes sociales no solo podemos ver un poco de la intimidad del deportista, sino conocer qué piensa del mundo en el que vive.
A pesar de que el Comité Olímpico Internacional (COI) dejó claro que iba penalizar cualquier expresión política, la competencia tuvo varios gestos simbólicos muy importantes y relevantes con el contexto actual. Incluso el propio COI este año le apostó a la inclusión al fortalecer al Equipo Olímpico de Refugiados, abrir 18 categorías mixtas, agregar deportes como el skate, el surf y la escalada y por primera vez en la historia, integrar atletas transexuales, como fue el caso de la pesista neozelandesa Laurel Hubbard o de Quinn, la primera persona abiertamente no binaria que gana una medalla, en este caso, el oro en fútbol femenino con Canadá.
Estas semanas vimos atletas asumir abiertamente su sexualidad como Thomas Daley y Raven Saunders. Vimos a Simone Biles decir que su salud mental es más importante que ganar medallas a toda costa. Vimos al equipo de gimnasia artística alemán lanzar una declaración contra la sexualización al usar trajes enterizos.
Todas estas expresiones no serían posibles sin las redes sociales y el amplificador que estas pueden llegar a ser. Pero, para Juan Pablo Coronado, periodista que forma parte del equipo Radiónica, si bien es buena esta imagen más humana del deportista, las redes también tienen un lado complejo y es que, así como reciben elogios y palabras de aliento, también reciben muchas críticas y presión extra.
El mejor ejemplo de esto fue el de los chinos Xu Xin y Liu Shiwen, que luego de perder la final de tenis de mesa dobles contra Japón pidieron perdón en la televisión china. O del luchador grecorromano Kenichiro Fumita, que se disculpó con todo Japón por ganar la plata. En redes, muchas personas tildaron a estos atletas de cobardes y débiles, incluso a los chinos los llamaron traidores. Lo cual geopolíticamente muestra dos fuerzas antagónicas muy fuertes.
En países como China, que es más conservador y restrictivo al punto de que el Internet está regulado por el gobierno, predomina la idea de que los logros deportivos sirven para engrandecer la imagen del Estado y los atletas son herramientas que muestran un buen manejo político, económico y social del país. En cambio en occidente, donde hay más libertades e ideas progresistas, se podría decir que algunos deportistas están entendiendo la representación de otra manera.
Si bien todos lucen orgullosos los colores de su bandera y muestran mucho cariño por sus naciones, no todos están en representación de la clásica imagen del Estado como una institución monolítica y paternalista. Más bien es una representación de las personas que viven en estos territorios, que no apunta tanto a la unicidad monótona, sino a la diversidad que se encuentra en un Estado multicultural, más centrado en el apoyo de sus ciudadanos que en el control.
Por eso, es importante prestarle atención a Simone Billes cuando dice que ella compite por las mujeres y las minorías raciales de Estados Unidos y no por una federación que permitió durante años que se abusara sexualmente de forma sistematizada a las niñas que se supone debía proteger y formar.
Gustavo Rodríguez González hace la pregunta de “¿qué tanto distraen las redes a los atletas de la competencia?”, un interrogante importante teniendo en cuenta que algunos competidores también deben seguir contratos de publicidad, giras de medios, asistir a eventos y dar entrevistas. Pero también explica que el atleta contemporáneo es mucho más integral que el del pasado. Eso significa que ya no tiene un par de entrenadores sino todo un equipo pendiente de cada aspecto que ayude al rendimiento. Nutricionistas, médicos, entrenadores, asesores académicos, asesores de imagen y por supuesto, psicólogos.
Todo esto forma un atleta mucho más preparado. Para Alberto Galvis, secretario de la Academia Olímpica Colombiana, la evolución del deportista es producto de esta preparación que a la vez ha logrado que los atletas sean más maduros. Galvis afirma que en tan solo 30 años, los deportistas colombianos han cambiado mucho su actitud y esto es gracias a un proceso de formación que comenzó con las Olimpiadas de Sidney 2000. Desde entonces, Colombia ha ganado 27 de las 34 medallas olímpicas que tiene, incluyendo 5 oros.
Y por supuesto, una de las razones por las que la imagen del deportista está cambiando es porque hay un cambio generacional. La edad promedio de las mujeres que participaron en estos juegos es de 24,7 y la de los hombres es de 26,6. En estas olimpiadas se registró la ganadora más joven de la historia de los Juegos Olímpicos, Rayssa Leal de 13 años que se llevó la medalla de plata en skateboard.
Sin duda las nuevas generaciones tienen nuevas formas de ver el mundo y no están dispuestas a seguir tan obedientemente todos los esquemas del pasado. Lo cual es muy interesante de cara al futuro porque lo más probable es que veamos atletas muy preparados, más activos en la sociedad, más humanos y con ganas de reescribir el deporte. Porque así como cambia el mundo, el deporte también lo hace, no solo desde la innovación o el mercado, sino también desde lo humano.