"Yo le vendí su primer Macintosh a Gabriel García Márquez"
Piensen un momento en una de las escenas más repetidas del cine. Plano abierto de un camino destapado, al fondo un atardecer rojo manchado por el humo negro de alguna cosa que explotó. Ahora, comienza a sonar Back In Black de AC/DC y en medio de esa especie de distorsión visual, de espejismo que genera el calor de las llamas en el aire, aparecen varios personajes caminando en cámara lenta. Llueven balas a sus costados, caen helicópteros a los lados, suenan morteros, vuelan escombros y el mundo se derrumba a su alrededor, pero la toma sigue y los tipos, ilesos, no se detienen.
Súmenle ahora dos estallidos de granadas durante el solo de guitarra de Angus Young, una tonelada de piezas voladoras de metal que entran y salen de cuadro, un par de primeros planos en la sonrisa arrogante en sus caras rasguñadas y manchadas de tierra, y ¡Preparados todos porque llegaron los duros a acabar con todo!
Ahora, imaginen la misma escena con los primeros vendedores de Macintosh en Colombia: tipos en pintas ochenteras de lujo, sastres negros o azules (unos con corbata, otros en camisa elegante de cuello), llevando consigo, de su manija, el primer computador personal como lo conocemos hoy en día. Al fondo, los persigue una horda de zombis por la carrera 15 de Bogotá; son vendedores de otras marcas con clones en sus brazos, como si fueran armas informáticas. Y los del Mac tranquilos, caminando en cámara lenta por el Apocalipsis, sobre un campo minado de monitores destartalados, disquetes gigantes, y chips y tarjetas verdes de interfaces aburridas espichadas. Cargan la obra maestra de Apple en los hombros, seguros y listos para pelear contra el “Gran Hermano”.
Más parecida al famoso comercial “1984” que dirigió Ridley Scott para el primer Macintosh, esta escena imaginaria de acción sería más apropiada para describir lo que sucedía en California que lo que pasaba en ese tiempo en Colombia en materia de tecnología.
Apple llegó al país en 1979, con Germán Arciniegas al mando, apoyado por un equipo que, para el año del lanzamiento del Mac, ya había vendido a universidades, entidades del Estado colombiano, bancos y algunas empresas seleccionadas, modelos como el Apple I, el Apple II y el Lisa.
Para 1983, la manzana en Colombia ya le pertenecía a Xerox (la empresa también fue un tiempo del Episcopado Colombiano) y su escenario de ventas no era el de una batalla campal, sino el de una empresa sin competencia. Su marca era costosa, el tamaño del mercado del país era pequeño y Germán no tenía intenciones de dominarlo. La lucha frontal, la Highway To Hell por las ventas, por la marca y por el liderazgo, estaba, realmente, en Cupertino, California: era Steve Jobs versus IBM.
“(Con el Mac) Jobs cambio la historia, sin duda la partió en dos. Bill Gates supo aprovechar la visita que hicieron a Xerox (a principios de los ochenta), de la que Jobs se llevó el mouse, pero el fundador de Microsoft copió el sistema y sacó Windows. Tú nunca veras un PC con un mouse de un solo botón, Apple es el único de un botón. ¿Quién le robo a quién?”. Las palabras son de Roberto González, una de las personas que trabajó como vendedor de Apple Colombia durante esos años intensos, uno de los primeros en ofrecer el Mac en el país.
En 1984, Jobs lanzaba ese famoso computador (foto) de cara simpática como su obra maestra. Había liderado su diseñado y producción en contravía a todo lo que la industria de la época creía correcto, ganándose un lugar en la historia como un verdadero innovador. Pero, gastó tanto tiempo, recursos económicos y humanos, y creó tal división dentro de su equipo, que un año después sería expulsado por John Sculley de la empresa que fundó en 1976 en el garaje de una casa, con Steve Wozniack y Ronald Wayne.
Apple Macintosh. Foto: Flickr.
En Colombia, el Mac era un equipo costoso: se pagaba por él 3.000 dólares de la época (más caro que en Estados Unidos); era un dinero que pocos iban a invertir en un aparato todavía desconocido. Sin embargo, Roberto lo logró vender incluso "en combo" a las agencias de publicidad y a los gerentes de periódicos y revistas como Semana y El Tiempo -flechando para siempre a Guillermo Santos-. Un Mac más un paquete de autoedición (Pagemaker) y una impresora láser Canon, llegaba a costar unos 12.000 dólares. Los impuestos y demoras en la importación de tecnología en el país en ese momento hacían todo aún más caro.
A pesar de los tropiezos, un Roberto animado recuerda, aunque con dificultad, haber vendido aproximadamente unas 300 unidades en Colombia, por lo que recibió directamente de Jobs un regalo: una manzana de color fucsia con el diseño que usó la compañía en logo del computador Lisa. Unos años antes, Roberto había vendido el famoso Apple II y el Apple "II e", el más exitoso de la primera era Jobs en Apple, un computador tan confiable que él conoció gente que diez años después de su lanzamiento (en 1977) lo seguían utilizando para manejar la contabilidad.
Pero el Mac era la estrella de Apple. Gracias a su interfaz gráfica a color, llena de íconos y menús intuitivos (inspirados en los objetos que tendría una persona en su escritorio: una cesta de basura, una calculadora, un bloc de notas, etcétera), así como un amigable diseño de un solo cuerpo, un curioso mouse y programas de edición de imagen nunca antes vistos, “la gente quedaba descrestada y creían que uno era un genio al manejarlo”, dice Roberto, quien destaca del Mac, entre otras cosas, el manejo de las fuentes.
Aunque hoy ese tema parece irrelevante para un usuario normal, en la oficina de algún gerente de un medio de comunicación de la época, los 40 tipos de letra que traía el computador, y que se pudieran cambiar en un segundo, eran algo impresionante. “Ahora, un niño de 5 años te habla con propiedad de tecnología. En esa época, todo era como vedado, extraterrestre. La gente le tenía temor a los computadores. Me decían, usted es un duro y yo decía ‘¡Nooo! Si no lo único que yo le sé tocar a estos equipos son las comisiones’”.
Esto no lo contó a carcajadas Roberto, quien tenía que esperar ocho largos meses para importar cualquier equipo o repuesto desde las ferias de tecnología de Estados Unidos.
Poco a poco, la fiebre del Mac llegó incluso hasta Gabriel García Márquez, a quien Roberto le vendió uno de los cuantos aparatos que el Nobel compró en ese tiempo. “Jobs le había recomendado directamente el equipo. El Nobel usaba todavía su pesada máquina de escribir y él le dijo que tuviera mejor un Mac en cada país. Entonces, yo fui quien se lo mostré a Gabo con Juan Guillermo Ríos en una feria. Se compró uno para México, otro para Cartagena y uno más para Barcelona”.
En especial, la máquina también cautivó a músicos, artistas y periodistas, todos fascinados con un aparato único y escaso. Germán Arciniegas lo pautaba muy poco pues no le interesaba competir con el inmenso mercado de los clones taiwaneses de la época. “Los vendedores de otras marcas ni siquiera hablaban de nuestro equipo despectivamente porque sabían que era de una calidad enorme, era tremendo”. Definitivamente, Apple era para unos pocos, para una minoría, dice Roberto, y solo se lo ofrecían a grandes personajes, empresarios e instituciones, cuyos gerentes quedaban maravillados y enganchados con las montañitas y solecitos que él les pintaba en la pantalla del Mac usando el programa Paint.
“Le vendí uno a un pintor colombiano que estudio en China, un Mac con impresora, y el tipo hacia diseños en el equipo y los convertía en cuadros. También al dueño de la Panamericana, y a músicos que imprimían las partituras para cada una de las secciones de una orquesta (...). Los presidentes de empresas importantes llegaban a nosotros, no al revés; nosotros no promocionábamos el equipo, era para la elite. Se lo mostré, por ejemplo, a Fernando Gómez Agudelo, presidente de la programadora de televisión RTI.”
Pero no todo era así de fácil. El Lisa que vendió Germán a finales de los años setenta fallaba, el Apple III tuvieron que recogerlo por daños y un director de la Policía Nacional le dijo a Roberto que si su secretaria no aprendía a manejar el Apple II -que dormitaba hace semanas en su escritorio-, le regresaría los cientos de equipos ya comprados para la institución. “Tuve que mandarle un ingeniero por dos meses para que su secretaria aprendiera. Casi que nos volvimos de la familia de la señora (risas)”.
En otra oportunidad, tuvo que enviar a otro experto directamente a la casa de una señora pudiente porque su Mac al parecer no funcionaba. El diagnóstico: no sabía dónde quedaba el botón de encendido.
Entre otros obstáculos, Roberto se lamenta la estigmatización que sufrió la marca en Colombia. Fue considerada elitista y odiosa porque “no se vendía en Unilago”.
Pero para algunos, el Mac lo valía todo. Por ejemplo, lo que ahora es un cable USB cualquiera que sirve para conectar todo a un mismo computador, uno similar en los ochenta costaba unos diez millones de pesos y se demoraba en llegar al país ocho meses. Era el Apple Line, hecho para conectar un tímido y pequeño Mac a un monstruo gigante, al mainframe del Banco de Bogotá, cuenta Roberto, y que solo se vendía por catálogo. No se conseguía en una tienda, o en un almacén, y de hecho Apple no tenía almacenes en Colombia.
Otro ejemplo fue la impresora láser que Canon diseñó para Apple, que Roberto se lo vendió a la Presidencia de la República por unos 13.000 dólares de la época.
Aun así, aunque pareciera un aparato exclusivo, tal vez por una percepción exagerada, la verdad es que el Mac sí era avanzado. Revolucionó el tema del diseño de hardware -obra de Jobs- y del software, así como las interfaces a color del futuro, y su manejo con un ratón era tan práctico como simpático.
Funcionaba para diseñadores y artistas, era fácil de usar y bien hecho, como sus programas. Era diseñado "para seres humanos”, como lo hizo saber Steve Jobs en su discurso de lanzamiento en enero de 1984.
Sin embargo, es entendible que por eso mismo desanimara a los fans de los computadores, los ingenieros y vendedores en general, que no podían ofrecerle repuestos y tampoco servicio técnico, o abrirlo para jugar con él. Para Roberto, el Mac estaba hecho a “prueba de tontos” y no necesitaba mayor soporte: “No se podía modificar porque la tecnología era muy cerrada. Los ingenieros que se le metían lo dañaban, porque tenía una resolución gráfica y una parte inteligente. (…) Pero cualquier podía manejarlo; si eso se lo decías a un cliente, se ofendían, o se lo tomaban como un reto”.
Un llavero y un esfero con el famoso logo de la manzana a color. Foto: Roberto González.
Ahora que Apple está celebrando los 35 años del Mac, Roberto recuerda a su creador. Le preguntamos si trabajando en la empresa alguna vez se imaginó que Jobs inventaría algo tan revolucionario en su momento como el Mac (el iPad por ejemplo). Se rió y dijo que no, que no lo hubiera sabido nunca, pero que definitivamente Jobs vivía décadas adelante de su tiempo.
El fundador de Apple era además un tipo excéntrico, tal como lo retrata su biografía por Walter Isaacson. El jefe de Roberto, Germán Arciniegas, lo visitó una vez en su casa en California, y luego contó sorprendido a sus empleados en Colombia que esa propiedad de estilo español no tenía muebles, que todo se le movía electrónicamente, y que a él y a los otros gerentes invitados les había tocado comer sentados en el suelo sobre cojines, “como los japoneses”.
30 años después, Roberto también celebra con muy buenos recuerdos su paso por la empresa de Jobs y su filial en Colombia. Una vez, por ejemplo, mandó a pedir directamente a la sede en Cupertino unas bolas decorativas para su árbol de Navidad, hechas con la forma del logotipo de Apple. Ese, y otros recuerdos, se los regaló después a su sobrino, quien, por curiosidades del destino, trabajó también para Apple, en una tienda de la empresa en Estados Unidos.
“Yo soy el fan número uno de Jobs. Nunca lo vi como Dios sino como un tipo genial que estaba fuera de su época. Todo lo que dicen de él es verdad. German nos contaba que tenía un parqueadero en su oficina, pero llegaba en una bicicleta de titanio (…) El tipo rompió todos los esquemas y procedimientos de vestir en una empresa; la gente solo tenía que dar buenos resultados, no importaba como fueran en su vida privada".
Y eran los años ochenta, cuando nada de eso estaba de moda.