Obsesión gamer
“Esto es una forma de vida y ya no voy a parar nunca… Para esto se necesita gusto, tiempo, paciencia y dinero”. Javier Pinto, coleccionista de Arcades y videojuegos.
Hace más o menos 30 años, cuando Javier apenas se dejaba deslumbrar por la vida, en una época en donde los juegos de vídeo entraban triunfantes al mercado del entretenimiento, su papá le regalo la primera consola con la que conoció el mundo gamer, con la que iniciaría un camino inesperado gracias al Atari 2600. Según cuenta el propio Javier, su papá había comprado esa consola antes de tenerlo a él, y la guardó como un tesoro hasta que su hijo tuviera capacidad para usarla. Hoy, a sus 33 años, tiene una colección inimaginable de consolas, videojuegos y máquinas Arcade, únicas en el país, y conservadas como un gran tesoro.
Su guarida es un “cuartico” de seis por cinco metros cuadrados. Ya ha coleccionado tantas cosas que le tocó guardar algunas en otros lugares, como su habitación o las pizzerías de las cuales es dueño en el barrio Ciudad Montes del sur de Bogotá.
Javier Pinto o “Eduardsduo”, como se hace llamar en las redes sociales, ha convivido por largos años con el infinito universo de los videojuegos. Desde que tiene memoria y hasta el día de hoy, ha visto pasar por sus ojos incontables consolas, elementos de colección, revistas, muñecos y demás objetos relacionados con el tema.
“Yo nunca pensé coleccionar todo esto, fue pasando sin darme cuenta” dice Javier mientras busca su juego más preciado para mostrarlo. Tiene cosas que superan los 1.000 dólares (así parezca absurdo), como el juego Hagane para SuperNintendo edición limitada y sin destapar.
La mayoría de objetos los ha comprado en San Andresitos, mercados de las pulgas y lugares donde reparan consolas. Otros, los ha conseguido por medio de intercambios con coleccionistas; y los más difíciles de conseguir, lo que solo fabrican para comercializar al otro lado del mundo, los manda a traer con amigos que viven en otros continentes. “Conseguir todo esto por un solo lado sería imposible”, cuenta Javier.
Este gamer de nacimiento lo ha tenido todo. Desde su primera consola, le han venido regalando, o ha venido comprando, la que va saliendo, una tras otra. Sabe de memoria los años de cada una, los juegos para todas y sus datos curiosos: Family, Nes, SuperNintendo, Play Station, hasta una que no llegó a Colombia marca Panasonic (sí, la de los Betamax); todas, absolutamente todas, las posee y las expone con orgullo en las vitrinas de su cuarto de colección.
Entrar a su minibunquer es como sentirse Alicia en el país de las maravillas. Tiene juegos de todos los tamaños y colores, “cajitas” de formas extrañas -con versiones 1, 2 y 3-, y material publicitario original; también colecciona revistas, juguetes… en fin, es el país de las maravillas para cualquier amante de los videojuegos.
Javier tiene dos juegos favoritos: toda la serie de Contra y los Súper Mario World. Aunque fue preciso y determinante cuando respondió, dice que “de tanto conocer juegos, ya es difícil escoger los mejores”. Asimismo tiene su empresa productora de juegos favorita, lo cual da muestra de su experticia en el tema, y obviamente de que se la pasa jugando. “Ahorita sigo mucho una empresa que trabaja para Konami, que fue la que hizo los Contra, se llama Treasure”, afirma Javier. También opina que los juegos más malos son Superman para Nintendo 64 y el ET del Atari 2600.
Un sueño cumplido para él, es haber podido montar sus dos pizzerías que al mismo tiempo son pequeños museos de máquinas Arcade. Visitarlas es como viajar en el tiempo pero sin un Delorean, es como ir a los años 80 y recordar esas épocas en donde comer con amigos era pasar horas jugando Pac-Man o Street Fighter, y gastar todas las monedas posibles (había quienes llevaban sus propias bolsas llenas de monedas).
En cada pizzería tiene aproximadamente diez maquinitas. Unas las compró, otras las rescató de compraventas, y otras más las armó artesanalmente. Entre su colección también tiene tarjetas de juego Arcade, que en palabras noventeras, es el “casete gigante de las máquinas”. “Es más fácil conseguir las tarjetas que la máquina completa, las piezas originales son muy difíciles de obtener”, cuenta con algo de resignación. Tiene máquinas originales desde los botones a la tarjeta, así como otras armadas por él mismo y su ingeniero de cabecera. Su pasatiempo favorito, cuando no está en las calles buscando más juegos o cosas novedosas, es prender las máquinas y empezar a jugar, obviamente sin tener que gastar monedas, que básicamente es el sueño de todo niño.
“Eduardsduo” no solo vive de su colección y para su colección. Su casa en Ciudad Montes, al sur de la capital, queda arriba de una de las pizzerías y a unos cuantos metros de otra. Tiene dos hijos de tres y cinco años, Ana y Tomas, quien ya juega a la perfección varios de sus videojuegos y que también es aficionado a las Arcade; cómo no serlo, si ha crecido en medio de Pokemon, Metal Slug, The King Of Fighters (o “tekinofaiters”), Contra, Space Invaders y mil quinientos juegos más.
Javier es coleccionista “profesional” hace 13 años. Después de haber conseguido su Play Station 2, decidió empezar a intercambiar juegos que ya tenía y a comprar artículos exclusivos, fuera cual fuera la forma. Se dio cuenta de que no podía dejar de hacer eso cuando sintió que era mejor no sacar las cosas de su empaque, como si fuera un tipo de blindaje o protección para el objeto, y como si romperles la caja fuera un signo infame. “Yo ya no voy a parar nunca, mi idea es expandirme por varios lados”, afirma.
En una de las pizzerías, en el segundo piso, Javier ha organizado eventos sobre videojuegos, en donde gamers profesionales y hasta campeones mundiales se reúnen para hablar, jugar, retar, aprender, descubrir, comprar, intercambiar, comer y afianzar el movimiento de nicho al cual representan. Su idea es expandir los eventos, abrir más pizzerías con máquinas, conformar un museo de videojuegos y seguir coleccionando cosas.
Eventos como el Campus Party y SOFA (Salón del Ocio y la Fantasía), han recibido en varias ocasiones la colección de Javier, exhibiendo los tesoros que posee y acercándolo con mucha gente que no lo conoce. “Solo he ido a esos eventos en Bogotá porque es muy difícil desplazarse a otras ciudades con todo; prefiero estar cerca y llevar solo cosas que me gustan”, comenta refiriéndose a que muchas veces las personas no ven lo que realmente es exclusivo sino lo que es popular o les trae recuerdos.
Nunca nada volverá a ser como antes. Para unos, todo tiempo pasado fue mejor, y es válido, por lo menos en cuanto a las “maquinitas” se refiere. Antes se podía conocer a los amigos jugando Street Fighter en la tienda de la esquina, o descubrir al amor de la vida dándole tips para jugar Pac-Man. Antes solo era mover una palanca y oprimir unos botones, sin complicarse, a veces sin entender por qué; pero, todo era simple. Hoy, estamos llenos de cosas.
La nostalgia de las Arcade siempre las va a mantener vivas, y habrá alguien como Javier que se oponga a dejar morir esa tradición.
Señal Radiónica: ¿Lo mejor de coleccionar Arcades y videojuegos?
Javier: Buscar las cosas. Cuando uno encuentra un juego que buscó por mucho tiempo, eso no tiene comparación. Es una forma de vida.
SR: ¿Lo más feo de hacerlo?
J: La gastadera de plata, a uno se le va mucha plata haciendo esto. Para tener buenas cosas, hay que gastar mucho dinero.
SR: ¿Su Arcade favorita?
J: Las de Pac-Man de mesa. Las jugué cuando estaban en furor y siempre les voy a tener cariño.
SR: ¿Ha rescatado todos los juegos que tiene?
J: Para eso necesito tres vidas más.
SR:¿Cuántas horas se la pasaba jugando cuando pequeño?
J: Más de 12 horas seguidas. Tenía las manos llenas de ampollas.
SR:¿Qué se necesita para ser coleccionista?
J: Hacerlo con gusto y tener paciencia, tiempo y dinero.
SR:¿Qué sería de su vida sin Arcade y sin los videojuegos?
J: Mmmm no sé, jugaría fútbol (risas).
Javier en Twitter: @EDUARDSDUO