Pixies, la banda más honesta del mundo
Cuando en un concierto acabas abrazado de una persona que acabas de conocer, cantando con pasión y un par de lágrimas en los ojos, sabes que fue una noche inolvidable. Pixies, fue eso, un concierto de los que se vive pocas veces. Esta icónica banda llegó la noche del 7 de octubre al Chamarro City Hall sin saludar y se fue sin decir adiós. De hecho sus integrantes no musitaron ni una sola palabra y es que no lo necesitaron, ¿para qué?, si la música lo dice todo.
Esta banda de Boston, pionera del grunge y del indie rock, llegó por segunda vez a Bogotá, pero en esta ocasión la energía, la expectativa y la entrega del público era mucho mayor. La última vez que Pixies pisó la fría capital fue para un Festival Estéreo Picnic y esa fue una noche algo extraña. En ese entonces la mayoría del público, muy joven, se notó que no conocía del todo a la banda más allá de sus grandes éxitos “Where is my Mind” y “Here Comes Your Man”. Aún así, fue una gran presentación que introdujo el sonido único de este cuarteto a una nueva generación, que en ese entonces quedó pasmada y a la vez intrigada y con ganas de más.
Esta era una oportunidad de revancha, pero no solo para quienes esa fría noche los vieron y luego se sumergieron en su inspiradora discografía, sino para quienes no los vieron y los estuvieron esperando por años. Desde temprano el recinto se fue llenando de dos generaciones que a veces pareciera que no tienen nada en común, pero que están muy unidas, sobre todo por la música.
Cuerpos que vivieron los 90, la exploción del grunge y el pico de Pixies, y rostros que los conocieron hace poco y que también crecieron escuchando los clásicos de este grupo se encontraron en esta gran fiesta que se caracterizó por ser honesta. En el Chamorro no había grandes pantallas, decoraciones, ni puestas en escena rimbombantes. Solo el escenario y sus luces. Y eso fue suficiente.
Para este concierto el público madrugó y Las 1280 Almas abrieron la noche ante una multitud que ya estaba empezando a ponerse eufórica. Sin duda esta banda fue perfecta para comenzar la noche, no solo por su trayectoria, sino porque pocos grupos han sido capaces de resumir a Bogotá con sonido como la ha hecho esta banda desde inicios de los 90.
En los acordes de Las Almas está el sentir de una década turbulenta, donde el rock se volvió la banda sonora de una ciudad caótica, que volaba en pedazos y estaba sumergida en la violencia. En aquel entonces salir a la calle era una acto de fe y los lúgubres y transpirados bares fueron el refugio de una juventud que se rehusaba a rendirse ante el miedo. Que gritaba estamos aquí, estamos vivos y descontrolados.
Hoy las cosas no son muy distintas, entre las calles rotas de Bogotá, se mueve una nueva e inquieta juventud a la que también le toca ir esquivando la muerte a su paso. Que se alza valiente contra un espíritu retrógrada que intenta sofocarla, callarla y humillarla, y que en la música no solo ha encontrado un refugio y un desahogo sino una herramienta de lucha para construir algo distinto a la norma.
Ese espíritu invadió el Chamorro e hizo temblar el piso de madera con Las Almas, que tocaron sus clásicos unidas a sus más recientes composiciones y a veces se la comía el humo mientras cantaba su mensaje de “rock y alegría”.
Pasadas las diez, las luces se volvieron verdes, sonaron las primeras notas de “Gouge Away” y el mundo reventó. Sobre el escenario Black Francis, Joey Santiago, David Lovering y Paz Lenchantin dieron un show muy crudo y sin pretensiones. Esta banda se caracteriza por ser anti rock star. Cada canción la tocaron entregados a su instrumento, con una concentración absoluta que sentía en el aire.
Pixies lanzó canción tras canción sin siquiera dar tiempo para respirar. Era una paliza musical que no daba descanso. Algunos pensarán que una banda que no habla es fría, pero no, en lo absoluto. El grupo estaba entregado con la honestidad de su ejecución. A diferencia de otros grupos que ciudad tras ciudad dicen las mismas tres palabras, hacen las mismas pantomimas y convocan los aburridos lugares comunes, estos cuatro simplemente se pararon a tocar rock. Sin máscaras, sin distracciones, simplemente rock.
Durante el recital, el que se quiso parar como un autómata a ver el concierto desde la pantalla de su celular lo hizo y el que saltó, cantó, lloró y se quedó sin garganta pues lo vivió con toda. Esa fue la invitación: vivir y ya, que más se necesita.
A veces desde el escenario la banda lanzaba una sonrisa, un guiño de ojo o Paz alzaba los brazos. Durante el solo de “Vamos”, Joey Santiago, mientras jugaba con su guitarra, se quitó su característica gorra, sonrió y saludó y al final los cuatro se abrazaron y se despidieron efusivamente. Y la verdad eso fue suficiente para alegrar la noche, no hizo falta más porque cada detalle de sus canciones fue perfecto.
Además unieron su viejo repertorio, tocaron casi en su totalidad Surfer Rosa (1988) y Doolitle (1989), con lo nuevo, entre el set se colaron varias canciones de su más reciente álbum, Doggerel, como recordatorio de que esta no es una banda de antaño congelada en el tiempo y chupando del pozo de la nostalgia. Pixies sigue creando, ahora desde una posición más madura, más pegada a estos convulsos tiempos y sigue siendo muy necesaria.
Y la gente así como lo dio todo con los clásicos, también se gozó lo nuevo. Tal vez la sorpresa de la noche fue una versión más melódica “Wave of Mutilation” y sin duda la muestra de que Pixies estaba feliz de tocar en Bogotá fue el cierre con “La la love you”, en el que básicamente desde el escenario la banda cantó, los amamos y sí el amor definitivamente fue recíproco.
¡Salud! Por una noche de felicidad total, amistad y mucha pasión.