¿Hay alguien ahí afuera?: Un llamado para volver a lo simple y no obviar lo esencial
Cuando pasamos por el colegio las preguntas en la clase de filosofía sobre el sentido de la vida parecían una mofa de los profesores: ¿Para qué existir? ¿Cuáles son sus sueños? Esos y otros cuestionamientos eran como una mala parodia escolar.
Pero hoy, al menos yo –y evito escribir en primera persona- entiendo por qué es importante hacerse esas preguntas y conversar el tema con naturalidad desde edades tempranas: según datos de Medicina Legal a julio de 2018 se habían registrado en Colombia 1.396 suicidios con indicadores altísimos de niños y jóvenes desde los 9 años de edad. Un incremento del 5% en comparación con la misma época en 2017.
Y no es todo: en otra orilla están los mayores de 80 años en Colombia que según informó la Revista Semana, tienen “251 veces más probabilidades de suicidarse que el resto de la población”.
En el mundo el tema no es alentador; Como explica la Radio Nacional de Colombia, “según la Organización Mundial de la Salud -OMS-, cerca de 3mil personas se suicidan cada día en el mundo (lo que equivale a una cada 30 segundos), y otras 60mil intentan hacerlo pero no lo logran”.
Volviendo a Colombia, las razones puede ser múltiples para considerar el acto y no es necesario abordarlo –tampoco es el interés de este texto-, hay suficiente información al respecto en sitios gubernamentales y otras organizaciones tanto de carácter nacional como internacional. Aquí la idea es proponerles que respondamos a esta pregunta que nos recitó Roger Waters en su disco The Wall (1979) de la siempre inquietante banda Pink Floyd: “Is There Anybody Out There?”. En castellano, “¿Hay alguien ahí afuera?”.
A ese interrogante: ¿Qué le responderíamos a un amigo, un hermano o a un tío? ¿A nuestros hijos? ¿Qué le diríamos a esos papás que dieron todo para que pudiéramos construir una proyecto de vida? ¿Ayudaríamos a alguien que no conocemos?
Y es que vivimos tan ocupados; llevando trabajo a casa, haciendo las compras del mercado, pagando los servicios públicos o el celular, viendo el partido de la selección, estudiando, intentando hacer deporte, viajando, buscando empleo… estamos preocupados por responder los mensajes de Wasap, por actualizar el estado en Facebook o publicar una nueva historia en Instragram pero, ¿le hemos preguntado a los abuelos sobre eso que tanto les gusta hacer y hace tiempo no practican? ¿Hemos conversado con nuestros hijos sobre la vida y sus trampas, sobre los momentos felices, les hablamos del vacío punzante que puede ocasionar la tristeza? ¿Cuáles son los sueños de papá y mamá tras 40 años de casados?
Y es que no hay fórmulas para una vida perfecta ni se trata de un estado ideal; pero sí podemos sacar tiempo para jugar parqués con los abuelos, cocinar un arroz con leche en familia, invitar a una amigo a cenar con nosotros, escuchar las historias de los hijos, abrazar al ser que amamos; sentémonos en una acera a chupar cono, desenredémonos y volvamos a lo básico para estar más con los “otros”... los problemas y las soledades humanas seguiremos intentando resolverlas cual Jaguar que a diario intenta atrapar a su presa.
Ahora, aclaro que esta columna no es –ni pretende serlo- una terapia o un consultorio periodístico sobre temas de salud pública, muchos menos un recetario de fórmulas para lidiar con los sagaces fantasmas de la existencia, tan sólo es un campanazo -como otros que a diario se dan- para que no olvidemos un principio simple de vivir y en sociedad ¡siempre hay alguien que necesita de nosotros! Lo único que debemos hacer es escuchar y responder al llamado… Is There Anybody Out There?.