Raffaella Carrà: fiesta, rebeldía y libertad
Dicen que en Italia se sentenciaba: “Nada es eterno… excepto la Carrà”.
El pasado lunes 6 de julio, a sus 78 años, murió una artista fuente de entretenimiento, alegría y rebeldía. Cantante, compositora, bailarina, coreógrafa, presentadora de televisión y actriz, Raffaella Carrà pisó fuerte en países de Europa y América Latina, abriendo espacio a que otros mundos y otras formas de asumir la realidad pudieran proyectarse en el agitar de su pelo dorado que alborotaba su corte simétrico, en su desparpajada risa con la que exhibía sus dientes separados y en su disruptiva forma de ser, que la volvió símbolo de la revolución sexual, de la igualdad de género y del movimiento LGBTI.
Fue su expareja, el coreógrafo Sergio Japino, quien dio la noticia: “Raffaella nos ha dejado. Se ha ido a un mundo mejor, donde su humanidad, su inconfundible risa y su extraordinario talento resplandecerán siempre”.
Carrà nació el 18 de junio de 1943 en Bolonia (Italia), en un hogar de clase media. A la edad de ocho años empezó a tomar clases en la Academia Nacional de Danzas y fue más o menos ahí cuando, durante un viaje junto a su madre a Roma, un director la eligió para un pequeño papel en la película Tormento del passato (1952). Desde ahí se dividió entre el estudio de la danza y el estudio de la cinematografía en el Centro Experimental de Cinematografía de la capital italiana.
Este romance con la pantalla grande dejó como resultado alrededor de 12 películas a lo largo de su vida. Quizás la más destacada fue I compagni (1963), dirigida por Mario Monicelli junto a Marcello Mastroianni. Las puertas se abrieron y en 1966 protagonizó El expreso de Von Ryan, con Frank Sinatra, quien quedó hipnotizado con Carrà: la invitó a comer, le regaló rosas, le habló, se le arrodilló y declaró su amor, obteniendo como respuesta un rotundo no.
Ella siguió su camino y en 1966 participó, también en EEUU, en la serie I Spy, con Bill Cosby, el actor que más tarde fue acusado de abuso sexual. Hollywood parecía estar acogiéndola, pero el sentimiento no era mutuo: "Cuando terminaban de rodar, todos iban a alcoholizarse o a tomar cocaína. Esa vida no me gustaba. Mis padres estaban separados. Mi padre no quería que yo incursionara en esto porque creía que estaba lleno de gente rara, que podías perderte enseguida. No estaba tan equivocado".
En 1970, su camino se direccionó a lo que terminaría siendo una de sus grandes pasiones y donde conquistó a tres generaciones de seguidores: la televisión. “El baile y la palabra son lo mío; el canto es sólo un aderezo", afirmaba la artista. Llegó al programa más importante de entretenimiento de la televisión pública italiana, Canzonissima. Ahí apenas empezaba una larga carrera en la que sumaría casi 40 programas en la pantalla chica.
Si contar su incursión en el mundo gastronómico, condensada en su libro de recetas que vio la luz en 1993, fue la música su otra huella profunda en este mundo. Usando a la televisión como aliada para potenciar sus éxitos, Carrà conquistó con sus canciones fáciles y pegadizas, sus letras provocadoras y sus bailes imposibles los oídos de una España gris, de una Argentina en dictadura -donde tuvo que cambiar su letra de “para hacer bien el amor hay que venir al Sur” por “para enamorarse bien"- y en general de un mundo prohibicionista.
A propósito de esta última canción, la artista confiesa que ella, al ser del Norte de Italia, le preguntó Gianni Boncompagni, compositor de esta y muchas otras de sus letras, y con quien sostuvo diez años de relación, por el motivo de estas líneas. A lo que él respondió: "¡Porque ‘para hacer bien el amor hay que venir al norte’ no rima, Rafaella!".
La italiana cantaba sobre la homosexualidad y sobre la masturbación femenina de una forma tan ingeniosa que niños y niñas podían corear sus canciones sin que nadie chistara. También, mucho antes que Madonna, se atrevió a enseñar el ombligo en pantalla, generando una pequeña crisis entre la RAI, la compañía de radiodifusión pública de Italia, y el Vaticano. Llegaron a bautizarla como la "madre del porno-pop".
Contaba que solo le llegaron a censurar una canción llamada “El presidente”, que hablaba sobre una muchacha que está invitada a una gran fiesta con gente poderosa. En medio del festejo, el presidente de gobierno le pide bailar con ella y ella acepta para luego marcharse como Cenicienta. A la mañana siguiente, en su casa, abre el periódico y ve que su presidente ha sido encarcelado. Surgieron varias especulaciones alrededor de esta letra.
A finales de 2016 se despidió de la televisión, argumentando que había que dar paso a las nuevas generaciones, aunque tendría alguna aparición más. Nunca se casó, pues siempre sostuvo no creer en el matrimonio. Consideraba que la promesa de amar a alguien toda la vida era demasiado grande y ella odiaba romper promesas. Y a los abogados.
Decía no entender porqué la acogió de esa manera el movimiento LGBTI, aunque basta ver lo que representó en vida para esbozar algunas respuestas. Y, por otro lado, siempre se paró en el bando de los trabajadores, “de la gente que lucha”, decía.
Nunca pensó en escribir sus memorias, le apetecía mejor un adiós y morir. Quizás por lo mismo, su postura frente a su enfermedad, un cáncer de pulmón, fue el silencio. Hoy despedimos a "la donna insostituibile" con algunas de sus canciones más emblemáticas. "Cada artista tiene su firma. Y ésa es la mía. No se puede aprender a ser Lola Flores y tampoco a ser Raffaella Carrà", presumía en una entrevista. Aquí está su inconfundible firma.
¡Fiesta!