Pink Floyd, la historia detrás de un nombre inmortal
- Fue como si por primera vez nos hubiese visto, dislocados pero unidos…
- El poder de un demonio, cada una de nuestras mitades escondidas en un nombre…
- En un disco…
- En un nombre en un disco… Él como un cirujano separó mi mitad, la soldó con la tuya, y nos hizo renacer así.
- Los cirujanos normalmente separan a los siameses, a nosotros nos tocó el único que los crea…
-Me gustaba mi nombre, Pink Anderson.
- Y a mí el mío, Floyd Council.
Lo único que le falta a esta conversación para que sea más maravillosa, es que hubiera sido real. Pero no, no se dio así. Ni siquiera hay registro de que haya ocurrido.
Bajo el subtítulo de Primera lamentación, ultramundana, el escritor italiano Michele Mari abre su novela Rojo Floyd (La Bestia Equilatera, 2013) con este diálogo imaginado entre Pink Anderson y Floyd Council. Entre líneas hacen referencia a un tal Syd Barrett, aquel único cirujano capaz de juntar a unos siameses, inmortalizándolos y al mismo tiempo dejándolos en el olvido a través de un nombre. Un nombre de una banda de rock.
Dejando la ficción a un lado, Nick Mason, baterista del grupo, cuenta en su libro Dentro de Pink Floyd (Ediciones Robinbook, 2007) cómo nació la idea del nombre. Fue en 1965, según él, bajo presión. La banda se venía presentando bajo el nombre de Tea Set cuando fueron contratados para un concierto en el que había otra agrupación que se hacía llamar igual.
“Syd dio, sin más, con el nombre de los Pink Floyd Sound, usando los primeros nombres de los venerables músicos blues, Pink Anderson y Floyd Council. Aunque seguramente nos fijamos en ellos por algunos discos de blues de importación, no estábamos especialmente familiarizados con esos nombres; fue básicamente idea de Syd. Y así se quedó”. Más adelante, en el mismo libro, el músico hace referencia a la suerte de encontrar aquella “abstracta combinación” (Mason, 2007).
“Dislocados pero unidos”
Cuenta la leyenda, o la historia legendaria, que los músicos Pink Anderson y Floyd Council fueron representantes del Piedmont Blues. Piedmont (Piamonte Norteaméricano) es una región ubicada entre los Apalaches y los valles del Océano Atlántico, enmarcada además por el río Hudson y Alabama Central, que le imprimió al género una técnica particular en la que la guitarra alternaba los bajos (tocados con el pulgar) con las melodías (hechas con los otros dedos). Un blues tocado con mucho sentimiento y con los dedos. Esa técnica hoy se conoce como Fingerpicking.
Los dos cantantes y guitarristas. Uno nacido en 1900 (Anderson) otro en 1911 (Council). Uno de Carolina del Sur (Pink) otro de Carolina del Norte (Floyd). Uno con una discografía más extensa (Pink Anderson) otro solo con algunas grabaciones sueltas (Floyd Council). Los dos muertos en la década del 70 por ataques cardíacos, Pink Anderson en 1974 entre el Dark Side Of The Moon y el Wish You Were Here, Floyd Council en 1976 entre el Wish You Were Here y el Animals, años en que Syd Barrett ya no era parte de la banda que había bautizado.
“Y nos hizo renacer así”
En 2021, cinco décadas después de la mezcla de nombres, cuatro décadas después de la muerte de Anderson y Council y a 15 años de la muerte de Barrett, Pink Floyd sigue siendo un todo que, más allá de su música, su estética y concepto artístico, encierra historia y legado. Un legado que va a las raíces. Una decisión tomada “bajo presión” que inmortalizó a dos leyendas del blues, fusionándolas en una de las bandas más importantes en la historia del rock.
¿Qué más se puede decir? Mejor volver a esa conversación creada por Michele Mari en Rojo Floyd:
- Hay que admitir, sin embargo, que Pink Floyd es bellísimo.
-¡Sí, pero a costa nuestra!