Los sueños de Taylor Hawkins
A Taylor Hawkins le gustaba que la música fuera como una patada en la cara. Sentir en el estómago un vértigo similar al de una caída libre, donde los pies perdieran la certeza de estar pisando el suelo. Así lo dijo, de diferentes maneras, en distintas entrevistas. Hacía música para divertirse y para divertir, y para que se quedara en la cabeza de la gente por días, por años, por décadas.
Oliver Taylor Hawkins nació en Fort Worth, Texas, en 1972, aunque se mudó muy pequeño con su familia a Laguna Beach, una pequeña ciudad costera en California famosa por sus playas, su ambiente bohemio y creativo repleto de galerías de arte, de música y deportes de agua. La batería llegó a su vida a los diez años, luego de ver a Queen en el anfiteatro Irvine Meadows. Ahí decidió que quería tocar en un venue así y ser tan buen músico como le fuera posible, una ambición que lo llevó al conservatorio donde estudió percusión clásica.
Y si bien la guitarra, el piano o el bajo también le fluían, serían los tarros a los que les entregaría su vida. Con unos amigos formó una banda llamada Sylvia y más tarde respondió al llamado para girar con Sass Jordan, una cantante británica nacionalizada en Canadá que, además de los siete álbumes que suma en su carrera a la fecha, ha compuesto letras para varios artistas.
Puso así los primeros pinos de lo que sería una brillante carrera en la industria musical. Unos que lo llevaron a ser convocado por Alanis Morissette, quien acababa de sacar su disco Jagged Little Pill (1995), pieza que se convertiría en un trabajo fundamental de los 90 con canciones como “You Oughta Know”, “Hand in My Pocket” o “Ironic”, y en el que metieron mano músicos como Flea de los Red Hot Chili Peppers o Dave Navarro de Jane's Addiction. Taylor acompañaría a la artista canadiense durante la gira de dicho disco con una banda que fue bautizada como Sexual Chocolate.
Además de Roger Taylor de Queen, el baterista siempre referenció a Stewart Copeland de The Police como otra de sus influencias, así como a agrupaciones como la ya mencionada Jane's Adiction, Led Zeppelin, Guns N' Roses y Pink Floyd.
Para estos años Nirvana ya había llegado a su final tras la muerte Kurt Cobain, y Dave Grohl, que se había guardado varias de las canciones que había escrito al no sentir que entraban dentro del tono y la intención de la emblemática banda, se animaba a grabar el primer disco de los Foo Fighters, homónimo. Este trabajo vio la luz en 1995 a través de Roswell Records, subsidiaria de Capitol Records.
La buena respuesta del álbum, sobre el que Grohl ha confesado varias veces que no pensó que iba a tener tanto éxito, lo llevó a él y a un grupo de músicos por una gira de casi dos años. Cuando esta terminó, decidieron grabar un nuevo trabajo durante el cual tuvieron conflictos con el baterista William Goldsmith. El ex Nirvana fue quien acabó de grabar The Colour and the Shape (1997) por su cuenta, pero era evidente que necesitaba a alguien que reemplazara a Goldsmith.
Y ahí llegó Taylor Hawkins, que dejaría el grupo en vivo de Alanis Morissette. Así se unió a Foo Fighters un tipo que quería tocar todo tiempo, que deseaba transmitir la adrenalina que él sentía al golpear los platillos y tambores. Un músico de sonrisa entre afable y picaresca que agitaba su cuerpo de manera brillante y con una audacia sonora que lo convertiría en uno de los mejores bateristas dentro del rock. En 1997 Hawkins se sentó frente a un instrumento junto a un grupo del que no se separó hasta su muerte en Bogotá el pasado 25 de marzo.
Co escribió y cantó canciones. Su registro quedó inmortalizado en piezas como "Cold Day in the Sun", del lado acústico de In Your Honor; "Have a Cigar", del Lado-B de Learn to Fly, o "Life of Illusion" del Lado-B de Times Like These. También en los coros y las veces que durante un show en vivo intercambió lugares con David Grohl. Fueron nueve discos con la banda norteamericana.
Aún así, pese a esa sensación de invencibilidad que transmitía, de que podía hacer cualquier cosa -lo que quizá lo llevó en momentos a retar su cuerpo dentro en un periodo de excesos-, siempre fue alguien que supo leer su lugar. Sabía que los Foo Fighters era el bebé de Dave Grohl y se consideraba una suerte de mensajero de una visión artística a la que buscaba entregar todo su talento.
Es probable que por esto, a mediados de la década del 2000, formara la agrupación de rock Taylor Hawkins and the Coattail Riders junto con Chris Channey y Gannin Arnold en la que dejó ver con claridad sus influencias. Editaron su álbum debut homónimo a principios del 2006. En 2010, en el disco Red Light Fever, participaron Roger Taylor, Brian May y el propio Dave Grohl. También, en medio de un periodo de descanso armó una agrupación bautizada Chevy Metal, con la cual tocó covers de bandas de rock de los años 70 y 80 como ZZ Top, Aerosmith, Deep Purple, Van Halen, Queen y Black Sabbath. Taylor simplemente no paraba de crear.
En su hogar en Los Ángeles, más allá de la piscina, Taylor tenía una casa de huéspedes que convirtió en un lugar sacado de sus más profundos sueños adolescentes. Ahí tenía su batería, su colección de guitarras, afiches, parches de batería, flyers de conciertos, un especial de la revista Rolling Stone sobre Guns N' Roses. Más que en los motivos de su muerte, es ahí donde hay que buscar y poner el acento: en sus aventuras de vida, en sus anhelos y en su talento. En un amor primigenio por la música que se mantuvo hasta el día en el que partió, pero que durará por días, por años, por décadas.
Hasta siempre.