Illya Kuryaki and the Valderramas: la historia de un nombre que es música
Transcurría el año 1995 cuando niños, adolescentes y jóvenes empezaron a replicar, casi que de manera involuntaria, las siguientes líneas:
Mi nombre es culero Connor
Soy cruza de potrillo y de perra
Cuando camino por las calles de mi barrio
Me gritan cuidado con las fieras
Entonarlas era estar en ese momento, en esa década, en esa parte del mundo. La letra de Illya Kuryaki and the Valderramas, la banda argentina que metía en un mismo saco el rock, el pop, el funk, el hip hop y soul, con una visceralidad que le daba una nueva banda sonora a la siempre convulsa América Latina, fue un virus que contagió y abrió un callejón sonoro que nadie había pisado de esa manera. Y la canción seguía:
Hazte a un lado que voy rumbo a tu tierra
Como Valderrama le meto gol a tus perras
Ya lo sabes, ahora me imploras
Después querrás beber de mi cantimplora
Te digo y te repito, conmigo no te metas
Mi clica esta creciendo alrededor del planeta
Ahí estaba. Al final del nombre de esta banda, totalmente contraproducente en términos comerciales -quizás pocos llegaban hasta el final al referirse a este dúo-, e inmerso en el golpe de la línea de ese exitoso sencillo, aparecía en nuestro cerebro la melena amarilla inconfundible del astro del fútbol colombiano, moviéndose cadenciosamente como reflejo lejano de lo que sucedía con sus pies en el campo de fútbol. Quizás, al principio, muchos se preguntaron, “¿Se referirán a ese Valderrama? ¿Existe algún otro?”
Illya Kuryaki and the Valderramas nació en 1990 en el barrio de Villa Urquiza, Buenos Aires. Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur, hijos de Luis Alberto Spinetta y Eduardo Martí respectivamente, habían abandonado la banda Pechugo, con la que parodiaban la agrupación infantil de Puerto Rico, Menudo. Estética retro, humor, irreverencia, cultura popular fueron los ingredientes de una pócima que resultó ponerse a la vanguardia del momento. Todo lo remataron con el nombre.
Durante la década del sesenta, en medio de esa latente tensión de la Guerra Fría y de la constante amenaza de que el mundo podía explotar en cualquier momento, hubo un auge en el subgénero del espionaje, tanto en el cine como en la televisión. Dentro de la inmensa lista de programas nació El Agente de C.I.P.O.L, una producción para la pantalla chica que gozó de una enorme popularidad.
El personaje central era el espía Napoleón Solo (Robert Vaughn), acompañado de su colega y fiel escudero Illya Kuryakin (David McCallum). Ambos trabajaban para Alexander Waverly (Leo G. Carroll), que fungía como jefe de un organismo internacional destinado a garantizar la seguridad en el planeta. De este programa resultaba muy particular que Solo, un estadunidense, y Kuryakin, un soviético, compartieran misiones.
En Argentina El Agente de C.I.P.O.L fue todo un fenómeno, por lo que en los 90 Dante y Emmanuel decidieron recurrir a él dentro de esta mirada retro y popular que le estaban dando a su naciente proyecto. Illya Kuryakin fue elegido.
Pero faltaba el sabor, el groove, la creatividad. Y ahí apareció la melena rizada, el bigote bien peluqueado y las medias bajas del mediocampista colombiano. Cuando le preguntaban por este último detalle, el Pibe respondía con su acento costeño, “Ajá, soy un jugador de clase media baja”.
Para el dúo argentino, él representaba la realidad, la camiseta transpirada, lo afro, lo latino. “¿Por qué no le pusieron Maradona?”, le preguntaban a los argentinos, que respondían con presición: “Valderrama es el jugador más funkero de la historia”.
No. No había otro Valderrama.
En entrevista con el periódico El Tiempo, los artistas argentinos explicaban que por eso, antes de haber visitado a Colombia, ya tenían un link con el país. Y que cuando lo pisaron por primera vez, todo eso que sentían desde la lejanía se hizo realidad.
Nunca importó que fuera un nombre inutil comercialmente hablando, difícil de memorizar, de decir, que lo escribieran mal en cuanto afiche de concierto. En él ya había música. Y para el dúo fue suficiente.
Recordemos esa pieza de lujo.