El último mito
Cuenta el mito que en un mundo llevado por la desesperanza, donde los adultos habían perdido la fe, y los jóvenes estaban cada vez más desconectados de lo que pasaba, llegó un enviado de la galaxia encargado de brindarle a los jóvenes aquello que necesitaban través del rockandroll
Era un profeta maldito moderno llamado Ziggy Stardust, quién acogió todas las virtudes y vicios de una estrella de rock para al final ser sacrificado en orden de salvar una tierra que estaba destinada al fracaso.
Esta leyenda que combina religión, ciencia ficción y rockandroll, no lo fue tanto. Era en verdad la historia resumida de lo que iba a ser el legado en el mundo de su creador. Y es que los mitos del rockandroll de héroes malditos, masas confundidas, excesos, maldiciones, redenciones y transformaciones fueron vividos, cantados, contados, representados, reciclados, tergiversados, resignificados y confrontados por su máximo profeta: David Bowie.
No debe existir en el mundo contemporáneo un artista tan importante e influyente. Aun aquellos que no son cercanos al rock, o incluso a la música, pudieron ver en Bowie lo que era: un genio capaz de mandar un mensaje transversal con todos los elementos que el arte, la moda y la cultura pop nos daba. Era un gran músico pero tenía claro que la música era solo una forma más de expresión.
Bowie tenía la genialidad para ser pionero de cualquier cosa, pero al mismo tiempo la sabiduría para no quedarse con el premio egoísta de “ser el primero en algo”. De la misma forma que podía entender lo que venía, también recogía lo que llegaba. Compartía, aprendía, experimentaba y preguntaba. Nunca tuvo problema en acercarse a otros artistas contemporáneos o mucho más jóvenes para seguir buscando inspiración. Desde Iggy Pop hasta Arcade Fire, desde Queen hasta TV on the Radio; Bowie siempre dejaba algo en alguien más y viceversa. Glam, Punk, New Wave, Techno, Pop en Bowie no eran géneros sino distintas formas de expresión de una misma cosa. Todos esos nombres pasaban y Bowie seguía tocándolos todos y ninguno.
El Victoria and Albert Museum de Londres realizó hace un par de años una exposición sobre Bowie llamada David Bowie Is. Sobre esa exposición se hizo un documental el cual pudimos ver en salas colombianas el año pasado. Una de las cosas que más recuerdo de ese documental (y que resume exactamente ese mito del que hablo) eran los testimonios de muchas personas contando lo que sintieron la primera vez que vieron a David Bowie en televisión.
Fue en el mítico programa musical ingles Top of the pops, en 1972. Bowie personificado como Ziggy, salió al escenario en su look andrógino en un vestido lleno de colores mirando a la cámara, hablándole a la gente de la visita de un hombre de las estrellas. La extravagancia de él y su banda contrastaba con un coro de niños que cantaban y bailaban junto a él. Todos los entrevistados (muchos de ellos vivían en pequeños pueblos alejados de Londres, y su único contacto con el mundo era la siempre conservadora televisión Inglesa) coincidían en decir que ése día del año 72 su vida cambió. Que lo que veían no era a un artista de rock sino a una especie de deidad que los invitaba a soñar y romper los esquemas, y así lo hicieron muchos de ellos. Cientos de músicos, artistas, diseñadores vieron en ese simple vídeo el futuro, como Ziggy quería.
Tal vez yo no fui un joven ingles inspirado por ese vídeo, pero al igual que mucha de la gente que conozco, tuve a Bowie como gran inspiración en todo lo que hago. Era tan genial que permitía que uno se acercara a él de maneras más superficiales e ir armando un diálogo que con los años se hacía más profundo. En mí caso particular descubrí a Bowie a través de su música de los ochenta. En una época en donde nadie parecía decir nada, una canción como Modern Love ponía a bailar a la gente con un coro pegajoso que hacía una reflexión sobre la religión y la vida moderna.
Pasé de bailar a Bowie a escucharlo, a entenderlo. Como millones de adolescentes en el mundo desde los años sesenta fui conociéndolo y hablando con él, y terminé haciendo parte de las miles de personas que fueron influenciadas por su legado para el resto de la vida.
Y así seguimos la vida pendiente del profeta. Nos entristecimos cuando supimos que nunca volvería a tocar en vivo, lo entendimos cuando decidió no dar más entrevistas, esperamos pacientemente los diez años que se demoró en volver a sacar un álbum (el siempre interesante The Next Day), mientras lo veíamos actuar en películas de Nolan. Celebramos ingenuamente la aparición de ese extraño y genial disco llamado Blackstar cómo un capítulo más de una historia que estaba lejos de terminarse. Vimos el impactante vídeo de Lazaruz como otra movida arriesgada de su filmografía y no entendimos que todo eso era una despedida del profeta, que así como llegó sin avisar, se fue.