Yo asistí al Festival de Ancón
El Festival de Ancón rompió la tradición en Antioquia en 1971. El sonido liberador del rocanrol, las largas melenas y cientos de cuerpos desnudos y danzantes durante el 18, 19 y 20 de junio, hicieron del recital un hito histórico del rock colombiano.
Algunas personas lograron asistir a la primera edición y otros, por su edad, no perdieron la oportunidad para estar en la versión 2005. Aunque en épocas distintas, la premisa en Ancón era la misma: música, paz y amor.
Gonzalo Martínez, melómano, coleccionista y roquero, pisó la grama del festival cuando la entrada tuvo un costo de 13 pesos con 20 centavos. A su vez, contó con la fortuna de participar en la versión del siglo XXI.
“Estuve en Ancón en 1971 cuando tenía 18 años. Estaba en Bogotá y vivía con unos muchachos en una pequeña comuna; nos vinimos vía La Dorada pasando por La Miel para llegar a Medellín, fue una experiencia con una postura poética y religiosa, más que filosófica y política.
Poética, porque todo se basaba en palabras de amor y religiosa porque creíamos firmemente que podíamos cambiar una sociedad corrupta por una de flores y colores: fue la utopía más grande de la vida pero fue todo muy lindo. Para la gente fue el pecado mortal, el escándalo, bañándonos en el río Medellín desnudos, fue una protesta a la violencia y también un mensaje de amor. Allá estuve 15 días. Y nunca me arrepentiré de escuchar rock toda mi vida, dedicarme a las artes plásticas, vivir sin pretensiones y con mucha paz”.
Otro personaje que asistió al festival fue el escritor Oscar Domínguez, quien lo presenció gracias a su labor profesional.
“No disfruté en forma del Festival de Ancón. Claro que no fue por falta de ganas, como dicen las solteras prolongadas. Para resumir, diré que por primera vez actuaba como enviado especial de Todelar. Me acompañó una dama frágil, que temblaba como una hoja de Medellín entre tanto metedor de cannabis… Ancón y sus ruidos de Acuario de entonces me hacían sentir libre, una aberración que espero me acompañe hasta cumplir todo mi libreto vital”.
En 1971, el cartel lo integraron bandas como La planta, Columna de Fuego, Carne dura, Gran Sociedad del Estado, Los Monster, Terrón de Sueños y otras banda de rock conformadas por algunos miembros de las agrupaciones de música tropical como Los Black Stars.
Uno de los organizadores del Festival de Ancón fue Gonzalo Caro “Carolo”, quien reunido con un grupo de Nadaístas en San Andrés y en medio de un viaje mental, imaginó un concierto atestado de bandas de rock, donde la armonía fuera el común denominador de una generación inquieta por su futuro. De Carolo se decían muchas cosas: por un lado, que corrompía a los muchachos; de otro lado, la juventud de derecha lo tildaba como un agitador comunista, mientras que los militantes de la izquierda, lo calificaban de infiltrado imperialista. Él siempre lo tuvo claro: “Desde el año 1971 dije: Ancón es irrepetible. Era un fenómeno generacional y cultural. Fue un momento histórico que no se puede clonar”.
Si bien 50 años atrás el paisaje reinante eran flores adornando las cabezas, largas cabelleras y barbas, pechos desnudos y una improvisada tarima, vale sentenciar que en la edición 2005 la experiencia mutó. De nuevo en el municipio de La Estrella -como en la primera edición-, la versión recargada se diferenció por un escenario técnicamente mejor dotado, la presencia de marcas comerciales, una carpa para la música electrónica, crestas de colores y una gran mancha de camisetas negras. También se ofreció zona para acampar, espacio de comidas, un mercadillo para las agrupaciones vender sus discos, camisetas y demás suvenires. Una dificultad que amenazó con la cancelación del evento fue una disputa con la recaudadora Sayco que impidió la presentación de artistas como Pablus Gallinazus.
Para Laura Cadavid, quien estuvo presente en la segunda edición, valió la pena asistir al evento. “Se sabía que era distinto al primer Ancón. Yo estuve con mi novio. Armamos plan desde el principio. Llevamos carpa, comida, ropa y unas ganas tremendas de hacer parte de la historia. Ese fin de semana nos encontramos con muchos amigos que venían de Itagüí, Bello, Santa Elena, mucha gente de la universidad y, sobre todo, fue muy bacano ver a papás rockeros con hijos que estaban haciendo escuela en el parche. Fue otro momento, pero se tatuó como uno de los recuerdos musicales más bellos de mi vida”.
Aquel año se presentaron grupos como I.R.A, Lilith, Frankie ha muerto, Fértil Miseria, Athanator y Superlitio, entre otros, quienes, en definitiva, testimoniaron el sonido de otra época del rock colombiano.
En el Manifiesto de Ancón 2005, Pablus Gallinazus declaró: “Hace 34 años la gente bella de nuestra generación lanzó en Woodstock y Ancón su victoriosa consigna de No a la guerra y Sí a la paz y amor… y consiguió, a golpe de pétalos y buena voluntad, que el mundo despertara de la espantosa pesadilla de Vietnam”.
50 años después, el sueño de hermandad y paz que también promulgó Ancón, sigue siendo una utopía, pero lo innegable, es que el rock se continúa transformando como un sabio camaleón.