[Opinión] Sobre la tercera edición del Día de Rock Colombia
Hace 30 años era imposible un festival privado de solo rock colombiano, imposible e impensable, no existía tampoco Rock al Parque. Tanto la oferta como la demanda era limitada, Colombia era un país que se pensaba absolutamente tropical. Hoy por hoy es posible, pero sigue siendo una tarea titánica llevarlo a cabo.
Más allá de las gestiones culturales distritales, para acercarse y fortalecer los procesos artísticos liderados por jóvenes, no encontrábamos ni soñábamos nada. El rock colombiano en su naturaleza ha sido escéptico, huérfano y desenfadado. Y son muy pocas las agrupaciones nacionales que, pese a eso, han logrado contra viento y marea mantenerse en el tiempo. Y más que eso, fortalecerse y crecer con el paso de este.
Las que lo han hecho sin duda alguna han recibido, en primera instancia, la envidia de las demás. Para nadie es un secreto que uno de los mejores y más practicados deportes nacionales consiste en juzgar y envidiar el brillo de la otredad. Y es parte de nuestra naturaleza -sangre nacional- destacar los defectos de cada emprendimiento. Sin embargo hay quienes a punta de tesón, convencimiento, rigor y disciplina trabajan día a día por sus sueños. Y entre esos se encuentran los creadores del festival Día de Rock Colombia, la banda Don Tetto.
Jaime Valderrama, Carlos Leongómez, Diego Pulecio y Jaime Medina conforman esta agrupación colombiana que desde el año 2003 ha demostrado que dedicarse al rock no es un hobbie ni un sueño adolescente de bad boy irresponsable que lo único que quiere es tener fama y cautivar fans. Para Don Tetto vivir de la música ha sido una realidad, y por hacerlo posible trabajan y se esfuerzan por crecer a nivel empresarial, y claramente se dieron cuenta -desde hace mucho tiempo- que para lograrlo hay que hacer muchas más cosas que publicidad, medios y canciones.
En un principio eso los convirtió en una especie de isla para el continente del rock nacional. Pero a punta de rigurosidad esta agrupación se convirtió en ejemplo. Y hoy, más de 15 años después, no paran de tocar, girar, mantener un ensayadero, tener familia y hacer crecer el único festival dedicado al rock colombiano en la actualidad: el Día de Rock Colombia. Una labor titánica y admirable en tiempos de sobre oferta musical digital, de bandas que salen debajo de las piedras y cosechan fama fugaz a punta de seguidores y likes. Pero una labor totalmente consecuente y necesaria con la carrera que han edificado y la convicción que tienen en el género que representan.
Vivir el festival es percibir esa intención. Que se hace mucho más evidente en la apuesta de producción y despliegue técnico. Es evidente que una banda comanda y esa misma banda, por experiencia propia, sabe qué quiere y qué necesita el músico que tiene su misma esencia.
De la misma manera hace parte del festival ver músicos eufóricos compartiendo y dinamizando con otros de su misma especie. Reafirmando que ha valido la pena dedicarse al rock en un país que no tiene esa naturaleza musical.
Versión tras versión se reitera la convicción, más viendo las diferentes generaciones que asisten al festival, que podrían ser más si permitieran menores de edad y el consumo de alcohol no fuera parte del “gancho para rockear”. También se reitera a través de la empatía del público con cada una de las bandas que circulan por la tarima. No hay abucheo, hay respeto, pogo y escucha ante las diferentes bandas. El público que asiste paga por ver a las bandas nacionales, por aprender (como nos dijeron varios asistentes) y por entrar en comunión con un estilo de vida que a través de sus exponentes contribuye también a la construcción de identidad del ser colombiano.
Sin embargo el festival podría ser más efectivo en asistencia si estuviera geográficamente ubicado dentro de la ciudad. La distancia, el difícil acceso para conseguir transporte en ese horario y el costo que implica todo ese paquete para el bolsillo del público del rock colombiano hace que quede la sensación de que podrían tener tanta o más asistencia que un festival gratuito de rock en la ciudad.
Es entendible también que el riesgo que implica apostarle solo a lo nacional (con algunas agrupaciones internacionales invitadas) hace que en un solo día quieran tener muchísimas bandas (que tocan entre 20 y 30 minutos casi a modo de showcase) y eso hace que sea muy difícil asimilar y disfrutar plenamente un show, con todo lo que esto conlleva, entonces las bandas que no tienen tanta carretera ni tocan tan seguido, terminan con más puntos en contra que a favor después de su presentación.
Bien lo dijimos al inicio, en pleno 2020 es posible soñar y hacer festivales de este tipo, pero eso no quita que la tarea sea titánica, lo es. No sólo por lo que implica logísticamente y productivamente sino porque muchas de las bandas representantes del sonido nacional aún manejan discursos y actitudes obsoletas ancladas en la narrativa del rock de los 80, 90 e inicios del 2000, que hoy sin duda alguna no tienen repercusión en un público que no traga entero y que tiene miles de opciones para escucha a un click.
Ver a más de las 30 bandas que hicieron parte de la más reciente versión del Día de Rock Colombia deja más preguntas que respuestas y sin duda alguna, sin querer queriéndolo, muestra un “estado del arte” del sonido del rock colombiano que hoy más que nunca exige repensar formas, discursos, propuestas, puestas en escena, respeto, nivel y rigurosidad con el público y su oficio. Y esto por supuesto no es responsabilidad de la organización y dirección artística del festival sino de la oferta que en este momento hay en el rock colombiano. Porque a todas estas, en pleno siglo XXI, ¿a qué llamamos rock?
Los shows que más brillaron:
1. La Doble A
2. Tappan
3. Kraken
4. Don Tetto
5. Los Suziox
Lo que brilló por ausencia:
Sonidos más diversos que actualmente hacen parte del espectro del rock. Y la poca y casi nula presencia femenina. Aunque sabemos que el festival administrativamente está comandado por dos grandes mujeres de la escena nacional (Aida Hodson y Diana Fonseca), sigue evidenciando una escena inundada de testosterona en presencia, sonido y discurso.