Cuando Diana Burco abrió su acordeón en el Joe's Pub de Nueva York
Escena 1: El calentamiento
En un pequeño e iluminado camerino, Diana Burco y Kike Milmarías calientan la voz. Los músicos cantan al unísono, mientras van subiendo y bajando por las triadas de la escala.
- “aaaaAAAAAÁÁÁÁAAAAaaaaa”
Y repiten en un registro más arriba.
- “aaaaAAAAAÁÁÁÁAAAAaaaaa”
Y un poco más arriba.
- “aaaaAAAAAÁÁÁÁAAAAaaaaa”
Y un poco más.
- “aaaaAAAAAÁÁÁÁAAAAaaaaa”
“Estoy nerviosa”, le dice Diana a Kike en medio del calentamiento, al tiempo que agita las manos como quien se quiere deshacer de algo. Él le responde que todo va a salir bien, que “todo siempre sale bien”.
“15 minutos”, anuncia uno de los trabajadores del Joe’s Pub, en Nueva York, que se asoma de repente en la puerta. Diana pregunta por los otros dos integrantes de la banda, que se alistan en un camerino equivalente un piso más arriba. Pide que los busquen, pues es momento del ritual previo al concierto. Uno que habían hecho durante todo el mes que llevaban girando por EEUU.
Mientras tanto, sentados en las mesas del venue, el público espera su entrada a cuadro.
Escena 2: Diana Burco
Dany Garcés y Camilo Vásquez ya están en el camerino de Diana y Kike. La nacida en Bucaramanga, le pide a todos que se tomen de la mano y formen un círculo. Con sus ojos marrón bien abiertos –un gesto que repite cada vez que algo le causa curiosidad–, va paseando la mirada por cada uno de los presentes. Le desea un feliz cumpleaños a Vásquez y luego agradece: cuando aún todo está por pasar, ella empieza por agradecer. Al final, todos se funden en un gran abrazo.
El papá de Diana nació en Palmas del Socorro y su madre en Oiba, ambos municipios del departamento de Santander. Se conocieron en la Universidad y, cuando tuvieron hijos –Diana es la menor de cinco hermanos–, decidieron criarlos en Bucaramanga, con el objetivo de que tuvieran oportunidades que Colombia no ha podido garantizar en poblaciones más pequeñas o en la ruralidad. Empezó a tocar violín a los 7 años, luego vino la guitarra y al poco tiempo el piano. Pero fue a sus 12, con el acordeón, cuando se fundió de manera mística con un instrumento por cuyos fuelles hizo transitar la magia de la música que su papá le mostró: la del vallenato de Alejo Durán, Juancho Polo Valencia, Adolfo Pacheco y otros tantos juglares clásicos de esta cultura.
Empezó su peregrinaje a Valledupar, al Festival de la Leyenda Vallenata, que eventualmente la llevó a preguntarse por el papel de la mujer en esta música. Encontró una luz a sus 16 años cuando conoció a Rita Fernández Padilla, quien hizo parte de la primera agrupación femenina de vallenato, Las Universitarias. Se fue de intercambio a Vermont, en Estados Unidos, y al regreso entró a estudiar música en la Pontificia Universidad Javeriana. Las preguntas siguieron rondando en una cultura que asfixia con su machismo, hasta que en una clase con el contrabajista bogotano Santiago Botero, de agrupaciones como Los Toscos, Mula o El Ombligo, llegó a la cumbia de Carmelo Torres. La madre cumbia sanó su alma.
Diana agarró maleta y se fue a San Jacinto, en el departamento de Bolívar. Allá, en la casa de Carmelo, su corazón se amalgamó con el palpitar de la música de acordeón sabanera, que el maestro heredó a su vez de Andrés Landero: mítico compositor e intérprete de canciones como “La Pava Congona”, “Bailando cumbia o “La hamaca grande”, y de un sonido que viajó con el viento hasta meterse en el acordeón de leyendas como Celso Piña, así como en la cadencia de la cumbia rebajada en México.
El cantar de los gallos y el tinto de la mañana, el eco de las cantaoras, el relinchar de las mulas, las largas horas en la plaza y una que otra parranda en las tardes, se convirtieron en su cosmología. Una que mezcló con la rigurosa y exquisita enseñanza académica de profesores como Juan Antonio Cuéllar, hoy director general de la Orquesta Sinfónica Nacional y de la Asociación Sinfónica Nacional de Colombia.
Y así, con la candidez y el entusiasmo propio de la juventud, se aventuró a tocar la puerta del percusionista, clarinetista y productor musical Dany Garcés. Con él grabó su primer disco que, sorpresivamente para todos, fue nominado para un Grammy latino en la categoría de Mejor Álbum de Cumbia/Vallenato. Una hazaña que repitió el año pasado de la mano de su agencia de management Japi Jipi y su disquera Somos más, de West One Music Group, con su último disco Río abajo, cuando consiguió otra nominación en la categoría de Mejor álbum Tropical Contemporáneo.
Precisamente con este disco, la artista se ganó una convocatoria del Center Stage, una iniciativa de la Oficina de Asuntos Educativos y Culturales del Departamento de Estado del país norteamericano. Y son las canciones contenidas en este las que el público del Joe’s Pub se prepara para escuchar, cuando Diana camina hacia el escenario.
Escena 3: El Joe's Pub
Unas luces de colores cálidos, rojizas y azules, alumbran el escenario del Joe's Pub, que hasta el momento permanece vacío. En el lugar caben poco menos de 200 personas, dándole un aire de cercanía, de intimidad, a presentaciones de artistas que han llenado enormes auditorios, coliseos o estadios. Desde su inauguración en 1998 han pasado por aquí nombres como Leonard Cohen, David Byrne, Elvis Costello, Jason Mraz, Lady Gaga, Youssou N’Dour, Prince, Feist, Alicia Keys, Lykke Li, entre otros. También, en este escenario hicieron su debut en EEUU artistas de la talla de Amy Winehouse y Adele.
El Joe's Pub hace parte de los seis espacios que se dedican a espectáculos dentro del Public Theatre, una organización artística de la ciudad de Nueva York fundada en 1954 por Joseph Papp: un director y productor que cambió el teatro estadounidense. Con su casa productora estuvo detrás de varias obras del dramaturgo y guionista David Rabe; también del escritor y director Charles Gordone, que con No hay lugar para ser alguien se convirtió en el primer dramaturgo afroamericano en recibir un Pulitzer y en conseguirlo además con una obra por fuera de Broadway; o del director, coreógrafo y bailarín Michael Bennett, también ganador de este premio y de un Tony con el musical A Chorus Line.
Papp ayudó a preservar el distrito histórico de teatros de Broadway, a desarrollar otros espacios fuera de este circuito y fundó Shakespeare en el Parque, con el objetivo de hacer las obras del dramaturgo inglés más accesibles al público. En 1957 las llevó al Central Park, algo que se ha mantenido incluso después de su muerte en 1991 con las presentaciones en el teatro al aire libre Delacorte.
Las mañanas de Papp podían arrancar con música bengalí, luego ambientar el desayuno con música rusa, almorzar escuchando flauta china y cenar con la melodía de algún country. Fiel a este espíritu, el Joe’s Pub se caracteriza por su programación aventurera, que recorre todo tipo de géneros artísticos, presentando desde actos de cabaret hasta danza contemporánea, e incluyendo sonidos provenientes de todas partes del mundo.
Cuando se estaba estructurando, el diseño sonoro del lugar estuvo a cargo de Kurt Wolf, ex guitarrista de la agrupación de noise rock Pussy Galore, uno de los pilares del garage rock, que luego armó Lapis Lazuli: un proyecto en solitario, que inspiró su sonido en la idea de una suerte de universo paralelo en el que los compositores de bandas sonoras habían dominado la última parte del panorama musical del siglo XX, sin conocer la hegemonía de la utopía hippie de finales de los 60 y principios de los 70.
Cuando Wolf pasó a otros proyectos, Jon Shriver, un técnico que trabajó con el cantante, compositor y pianista John Legend o con el emblemático rapero Notorious BIG, asumió el rol de ingeniero de sonido y gerente de producción. Al día de hoy, la calidad del sonido de del Joe’s Pub es considerada de las más altas de Nueva York.
La política hace parte explícita del quehacer de este espacio. A raíz de los trágicos asesinatos de George Floyd, Breonna Taylor, Ahmaud Arbery y cientos de hombres y mujeres afroamericanos, el Joe’s Pub ha asumido una serie de retos como narrador de historias y creador de imágenes que apuntan al país que sueñan. Con el fin de ser más justos, antirracistas y equitativos tienen una serie de políticas que incluyen la consecución de un salario digno estandarizado, la eliminación de las prácticas no remuneradas y la creación de becas que permitirán un personal más diverso.
Se comprometieron anualmente a destinar un presupuesto para la lucha contra el racismo y en pro de la transformación cultural; a honrar permanente y públicamente la labor de los directores artísticos y de los líderes de la población afrodescendiente e indígena que han sido fundamentales para el Public Theatre; a entablar un diálogo continuo con el personal y los líderes de dichas poblaciones, entre otras acciones. También desde hace varios años tienen en su agenda el continuo apoyo al movimiento LGTBIQ+.
Diana aparece en el escenario. Las mesas redondas del lugar están alumbradas sutilmente con una vela de centro, dándole profundidad y elegancia al espacio. Luego, un par de escalones y una larga barra dividen el lugar en dos. Atrás hay otras mesas, otra barra y el bar. El diseño de interior del Joe’s Pub estuvo a cargo Serge Becker, un suizo que ha estado detrás de varios lugares emblemáticos de Nueva York, como lo fue la discoteca Area que, entre 1983 y 1987, se convirtió en un epicentro de la noche neoyorkina, mutando cada seis semanas su aspecto con elaboradas instalaciones de arte. En el Joe's Pub, Becker se inspiró en un acordeón, un instrumento que esta noche reposa sobre un banquillo en el escenario.
Diana se lo cuelga, lo abre y canta: “Dame un poquito de tu vida, pa’ ver si la curo…”.
Escena 4: La banda
Luego de tocar “Mala”, aparece, en la pantalla arriba del escenario, el video un río a blanco y negro fluyendo por su cause. Entran los beats de Kike Milmarías que le dan ese toque más experimental que han ido alejando a Burco de esa delgada línea en la que colindaba con el tropipop. Suena “Río abajo” y luego “Cobarde”.
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Kike Mil Marías
Carlos Bejarano, más conocido como Kike Milmarías, le ha huído a escribir una y otra vez el mismo libro. Por eso, junto a su hermano Erick Bejarano, apostó por esa mirada rola y desparpajada sobre los sonidos afrocaribeños para crear Milmarías: un proyecto de neofolklore que dejó discos como Tentenpie (2013), Las once dimensiones (2014) o Araucaima (2017). También hizo parte del nacimiento de La Pulpafonic, luego simplemente La Pulpa, que en medio del calentamiento global vislumbró con ironía un Futuro Calentano (2016), de eróticos balnearios y refrescantes piscinas. Y más recientemente dio vida a Monokike, un proyecto que desde el perreo, le canta al mal gobierno, la injusticia, la inequidad, el abuso policial y el dolor de esta tierra bañada en sangre.
A esto hay que sumarle los ejercicios musicales multifacéticos con Juega Solín, su trabajo como productor de artistas de Trinidad y Tobago, Sudáfrica o Estados Unidos, los experimentos electrónicos con la música Wayú, y su presencia en residencia artística One Beat, donde se reúnen músicos de todo el mundo. Ahora acompañando a Diana Burco, con su collar en el que reposa una calculadora, cachucha roja, camisa blanca y pantalón negro de pirata, posa en el escenario con la libertad de quien está en casa seguro de que nadie lo ve.
En “Canto más Fuerte”, Diana hace referencia al poder de la afrodiaspora en la música colombiana. En el disco, está canción la interpreta junto a Kombilesa Mi, la agrupación de rap de San Basilio de Palenque. Dany Garcés hace retumbar sus tambores en el Joe’s Pub. Luego toca “Thomasito”, un homenaje a su padre y al mestizaje y una versión de “La Paloma Guarumera” de Alfredo Gutiérrez, “El monstruo del acordeón”.
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Dany Garcés:
A Dany Garcés los tambores se le metieron en la casa. Cuando tenía tan solo 4 años, llegó al hogar del nacido en Córdoba, Montería –aunque criado en Bogotá–, Paulino Salgado Batata. De él recibió un legado proveniente de San Basilio de Palenque, legado que complementó a los 8 años cuando entró al conservatorio de la Universidad Nacional a estudiar percusión clásica. Ya a finales de los 80 y durante la década del 90, con los sonidos Michael Jackson hasta los Backstreet Boys, interiorizó un lenguaje pop que luego usó en proyectos de Carlos Vives, Fanny Lu o Fonseca, siendo pieza clave de pop tropical que entró en auge en el país.
Esta mezcla también la llevó a la lutería. Luego de haber dado casi dos vueltas a este planeta como parte de varios proyectos musicales, empezó a armar tambores que juntaran la técnica del Caribe colombiano, con la que aprendió en países asiáticos, europeos o americanos. Con su empresa Metiendo Mano arma instrumentos que simbolizan esos puentes que ha construido durante su carrera. En el Joe’s Pub retumba el tambor alegre, uno hecho por él, que lleva a todos lados y que, en las músicas tradicionales, es el que marca la melodía.
El recital continúa con “Chekeru Chekere” y “Bailo mi pena”, donde la música del acordeón sabanero se junta con el hip hop. Las patas de las sillas del lugar se tambalean al son del baile contenido de la gente, que además aplaude animada. Con “Alta marea”, Diana da un un viraje más introspectivo, canción para la cual Camilo Vásquez pasa de la guitarra a los teclados. Este bloque lo remata al ritmo de “Azul Sabanero”, pieza para la cual invita al escenario a Daniela Serna, una colombiana radicada en Nueva York que guarda en sus golpes las enseñanzas de Emilsen Pacheco, referentes fundamental del bullerengue en el país.
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Camilo Vásquez
Camilo Vásquez, uno de los referentes actuales del jazz en Colombia, es un maestro formado por grandes maestros. Inició sus estudios musicales a los 7 años, gracias a una beca que le otorgó el conservatorio de la Universidad Nacional de Colombia. En el bachillerato tomó clases con Tom Abella, uno de los pioneros del rock progresivo instrumental en Colombia. Luego, en la Universidad El Bosque conoció al Maestro Gabriel Rondón, una de las grandes figuras del jazz colombiano. Y más tarde fue alumno de Toño Castillo, productor de proyectos como Aterciopelados, Andrés Cepeda, The Jokers, Winslow Stillman o Lizzie Ball, e Ingeniero de grabación y mezcla de artistas como Shakira, Celia Cruz o La Derecha.
Con el conjunto Tres Butacas, Vásquez ha mezclado el jazz con Música Colombiana y la denominada música del mundo. También formó el proyecto de jazz rock Quantum y durante su trayectoria ha tocado con Cesar Mora y su Orquesta María Canela, María Isabel Saavedra, Magic One, entre otros. Ha sido también ingeniero de sonido de la Big Band Bogotá, Carrera Quinta Big Band, Urpi Barco, entre otros artistas. Y para rematar fue el fundador y productor de la Big Band Colombia Jazz All Stars, un proyecto que buscó reunir a 25 de los mejores músicos en este género.
Escena 5: Outro
El concierto cierra con “Juan” y “Pedazo de acordeón”, una pieza con la que Alejo Durán se coronó como Primer Rey del Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar. El público aplaude de pie mientras Diana y el resto de la agrupación abandonan el escenario.
Luego, en su camerino, reúne a todos quienes hicieron posible este concierto. Nuevamente pide que se tomen las manos y le cede las palabras a Vásquez, quien agradece el celebrar sus cumpleaños de esta manera. El abrazo comunal se repite y el círculo se cierra.
La mundanidad recupera su lugar, el ritual en el Joe’s Pub de Nueva York ha terminado.