Anhedonia musical: la incapacidad del cerebro de sentir algo con la música
Dicen que la música es capaz de alterar el estado de ánimo de las personas, tocar el alma, conectar con lo divino, hacer bailar o llorar. Y aunque para la mayoría de nosotros es así y es algo que hemos vivido en nuestra propia piel, lastimosamente no para todos es igual. Así lo comprobó el equipo del investigador Josep Marco, que recibe el nombre de grupo de Cognición y Plasticidad Cerebral del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Barcelona.
“Nos escribieron varios músicos que decían que tocaban muy bien un instrumento, que eran buenos técnicamente, pero que no notaban nada al hacerlo, que no disfrutaban a nivel emocional”, relata Marco, diciendo que esto es lo que se conoce como anhedonia musical específica.
“Cuando daba clase de Fundamentos de Composición, componíamos fugas barrocas como quien resuelve una integral. Tienes que seguir unas reglas con las voces, los intervalos, la modulación. Matemáticas. Otra cosa es que mole más o menos, pero sonar suena", cuenta V. V. M., un músico que vive las armonías, pero que debía alejarse de todo sentimiento para aprender las leyes que, finalmente, activan la emoción.
Por su parte, junto a su equipo, Marco busca entender qué factores determinan que a la gente le gusten las melodías y a partir de ahí, comprender cómo funcionan los circuitos mentales de quienes no sienten nada al escucharla: los anhedónicos.
El concepto “anhedonia” es la antítesis del hedonismo y se emplea a nivel clínico. Marco explica que se asocia a pacientes con depresión o esquizofrenia que no tienen ganas de comer, tener relaciones o realizar cualquier práctica que suele ser un motivo de disfrute. Pero este puede existir en la población sana: “Hay gente que lo disfruta todo, y gente que no es que no disfrute, pero sus respuestas [a la música] son bajas”, puntualiza.
Los individuos con anhedonia musical pueden interpretar si una melodía es triste o alegre, pero no llegan a convertir esa percepción en emoción, explica el investigador. La respuesta está en una sustancia del cerebro responsable de conectar, a modo de autopistas, las distintas áreas de este órgano.
“Para que experimentes la música, existe un proceso complejo en las áreas de percepción auditiva que consiste no sólo en escuchar una canción, sino en descomponer sus patrones abstractos, en entender la melodía. En el cerebro de los amantes de la música, este primer perímetro—el de la escucha— se conectaba muy bien —con el circuito de recompensas—”, dice.
Así pues, lo interesante de esto es que estas conexiones estructurales marcan cómo es nuestra relación con el arte. “Encontramos unas diferencias bastante progresivas entre quienes les encantaba, quienes disfrutaban moderadamente y quienes no sentían nada”, asegura Marco.
El grupo de investigadores cuenta que ha recibido correos de agradecimiento por parte de individuos que afirman que ahora se comprenden más a sí mismos. “Es gente que se identifica con esto, que se sentía rara o pensaba que tenía un problema”, dice el experto. Pero ahora, saben que no son raros.