Una flecha de rap que apunta desde el Catatumbo
"Vengo a reventar los tímpanos que no escuchan
Darle fuego a las pupilas apagadas que son muchas”
“Rebelión”, Motilonas Rap
“A nosotras nos hizo raperas el territorio”, dice Denis Cáceres con orgullo desde Tibú, Norte de Santander. Me atrevería a afirmar que esa es una de las máximas del hip hop, no se puede rimar si no se tienen los pies bien anclados en la tierra donde se nació. Para rapear es vital saber leer y entender los elementos, las personas, las realidades y las historias que nos rodean. En el caso Denis y su prima y compañera de música Sol Ortega, la materia prima con la que han formado Motilonas Rap, no solo se alimenta de las calles y los edificios, como tradicionalmente lo ha hecho el hip hop, sino también de toda la energía de los ríos, las montañas y la gente del Catatumbo.
Compuesta por los municipios de Ocaña, El Carmen, Convención, Teorama, San Calixto, Hacarí, La Playa, El Tarra, Tibú y Sardinata, esta región ubicada al norte del país, en la frontera con Venezuela, es probablemente una de las zonas más bellas de Colombia, bendecida con una naturaleza inefable, suelos fértiles y ríos caudalosos. Este es territorio sagrado de los pueblos ancestrales Motilón-Barí y Catalaura y es una zona principalmente campesina que le ha dejado múltiples riquezas al país.
En la lengua barí, Catatumbo significa La Casa del Trueno, pero por desgracia, desde hace décadas esta tierra ha sido más iluminada por el tronar de los rifles que por el de los cielos. Petróleo, narcotráfico y ganadería han atraído todo tipo de organizaciones armadas al margen de la ley. A eso se le suma el sistemático abandono del Estado, la presencia del ELN y el EPL y la represión por parte de la fuerza pública.
Todo esto conforma un cóctel molotov que ha incendiado por años a esta zona. Pero esto no ha doblegado el espíritu de sus habitantes que han resistido con mucha tenacidad. Y por supuesto, una de las principales herramientas que ha forjado esa resistencia es la cultura.
Desde muy pequeñas, las Motilonas entendieron que el arte era un puente muy poderoso para unir a la gente y para desahogar toda la frustración, rabia y tristeza producidas por lo que sucedía a su alrededor. Para ellas, el hip hop no solo es una forma de arte, es una forma de lucha que les ha permitido recorrer el país y trabajar por las comunidades.
El rap llegó a la vida de las Motilonas de la mano de un amigo mucho mayor que ellas que llamaba la atención en Tibú por su forma de vestir. Nadie se veía como él, era un lunar extraño que andaba por las calles del municipio como una especie de Melquiades, pero en vez de hielo este personaje trajo casetes. Sol tenía unos nueve años y Denis unos doce cuando a sus oídos llegaron las rimas de un grupo de Itagüí llamado Caña Brava. Mientras ríe, Sol recuerda que les gustaba mucho una canción titulada “Elegante”, pero no entendían las letras. Aún así, el ritmo, los beats y la cadencia prendió un fuego en sus corazones. Con el tiempo se dieron cuenta de que los raperos que escuchaban estaban cantando sobre las realidades de su mundo y eso para ellas fue una epifanía.
Por esa época, el Catatumbo pasaba por uno de sus tantos periodos de violencia. Masacres, combates, bombas, el miedo era el día a día de la región y con el hip hop las Motilonas encontraron una válvula de escape. Con las pocas herramientas que tenían a la mano empezaron a componer y como dice Denis: “empezamos a meterle amor a este arte”.
Pero las inquietudes de estas primas iban más allá de la música. El territorio siempre fue algo que las marcó y sobre todo la presencia de los Motilón-Barí. Denis cuenta que a pesar de que compartían un espacio geográfico y que conocían varios barís por su familia, en el colegio nunca les enseñaron sobre la importancia histórica de estos pueblos ancestrales, y mucho menos les hablaron de sus luchas. Ellas empezaron a acercarse a esta etnia, a aprender de ella, a respetarla, y con la bendición de la comunidad comenzaron a contar sus historias y adoptaron su nombre, de ahí viene el Motilonas.
En ese entonces Sol y Denis no tenían acceso a información que les permitiera entender las minucias y la historia de la cultura hip hop. Menos aún sabían cómo grabar y producir una canción. Ellas rapeaban por intuición, porque un sentimiento y una lucha las empujaba a escribir y a tomar un micrófono. Como si la energía de los truenos se metiera por sus venas, calentara sus cuerdas vocales y saliera en forma de rimas.
Cuentan que en esa zona prácticamente no existía el rap, lo que mandaba era la carranga y el vallenato, y lo poco de hip hop que llegaba era rechazado porque la gente asumía que solo tenía que ver con droga y malandreo.
Pero esos prejuicios poco les importaban. Con otros artistas crearon un colectivo llamado Oro Negro y empezaron a caminar todo el Catatumbo. Al principio la idea era promocionar su música, pero intuitivamente fueron acercándose al resto de la comunidad. Conocieron las historias de las personas que al igual que ellas estaban atrapadas en medio de un conflicto absurdo e inspiradas por los nuevos aprendizajes, transmutaron estas experiencias a sus rimas.
La gente dejó de verlas como unas adolescentes que hacían música que nos les llamaba la atención y empezaron a entender que esas tonadas llevaban un mensaje poderoso. Que esas rimas eran una especie de espejo en donde podían reflejarse e incluso encontrar una voz que expresara lo que sentían.
Al hablar con Motilonas, ellas hacen énfasis en que su historia ha sido como un camino en donde las cosas han ido fluyendo con el andar. Una arista que fluyó de ese camino son las escuelas de formación en arte que dictan para la juventud del Catatumbo. Cuando empezó este proyecto, Denis y Sol desconocían muchas cosas sobre el arte, el trabajo social, la gestión cultural, el hip hop, pero su curiosidad y entrega fueron como un campo fértil al que empezaron a echarle semillas. Cada vez que una de estas semillas germinaba con un conocimiento nuevo, inmediatamente compartían lo cosechado. Motilonas no se guarda nada, su objetivo es siempre volver al territorio y enseñar lo que han aprendido, para que más personas se animen a crear y así fortalecer cada vez más esos puentes en los que todas y todos podemos encontrarnos, reconocernos e intercambiar.
Su trabajo las llevó a formar parte de La Legión del Afecto, una iniciativa nacida en las comunas de Medellín que trabajó por generar un impacto positivo, a través del arte en los jóvenes de zonas de conflicto tanto rurales como urbanas. Motilonas participó en este proyecto entre 2013 y 2015, así llegaron a distintas zonas del país como los Llanos Orientales, San José del Guaviare, Medellín, Bogotá, Villeta, Soacha. Lo cual les permitió conocer nuevos territorios, forjar lazos y recopilar aprendizajes que potenciaron su carrera.
Unos años antes de que Sol y Denis escucharan sus primeros casetes, al otro lado de la frontera, en el Estado de Táchira, Venezuela, Carlos Enrique Macero Vásquez, mejor conocido como Zerox 276, había sido embrujado por los videos de rap que veía en Mtv. No entendía de qué hablaban esos artistas, pero el ritmo, la estética y la actitud lo dejaron fascinado. A los nueve años un amigo llegó con un disco llamado “Venezuela Subterranea” (2001), uno de los primeros compilados de rap de ese país. Zerox no lo podía creer, rap en su idioma, hecho por sus compatriotas. En ese momento supo que no había vuelta atrás, el veneno del hip hop hizo efecto y decidió que su vida se la iba a dedicar a esa cultura.
Empezó a rapear, a producir, y con un colega montó el sello 276 Records, llamado así por el código telefónico de Táchira. Su compañero hacía lo visual y él se encargaba de la música y la coordinación de los proyectos. Pero llegó la crisis social, política y económica, y como muchos otros tuvo que migrar a Colombia. En la época en la que dejó su tierra natal, la frontera estaba cerrada por lo que tuvo que cruzar por la trocha, un viaje que prefiere no recordar. Se instaló en Cúcuta y empezó a trabajar con una fundación llamada 5ta con 5ta Crew, que coordina varios procesos sociales ligados al hip hop.
Un día del 2016 a las puertas de la fundación llegaron Sol y Denis.
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Durante los viajes realizados con la Legión del Afecto, Motilonas empezó a llamar la atención de la gente. Sus canciones y su actitud sobresalían y las personas se les acercaban para felicitarlas y pedirles música. Pero ellas ni siquiera tenían un celular para dar como contacto, así que decidieron dar el siguiente paso.
Cúcuta queda más o menos a tres horas de Tibú, y cuando Sol y Denis llegaron a 5ta con 5ta no sabían bien qué esperar. Pero el destino de alguna forma conspiró para juntarlas con Zerox quien actualmente es el productor de Motilonas, acompaña algunas canciones con su voz y maneja el sello al que pertenece el dúo, 276 Records.
Él cuenta que quedó sorprendido cuando las conoció porque eran dos mujeres muy jóvenes haciendo un rap muy comprometido con las luchas sociales. Así empezaron a trabajar y aprender. El resultado fue “Ishtana” (2017), el primer EP de Motilonas que les empezó a abrir más y más puertas.
Un poco antes de sacar el disco, en 2016 Motilonas fue a la Semana de Apreciación de Hip Hop que se celebra de forma anual en Medellín desde el 2010. Allá descubrieron lo grande que es la cultura del hip hop y las posibilidades que ofrece. Entraron en contacto con este mundo y se dieron cuenta que tenían mucho por aprender. Quedaron fascinadas con la noción del quinto elemento del hip hop, el cual está relacionado con el conocimiento y la sabiduría callejera. En ese encuentro se dieron cuenta que necesitaban complementar su experiencia como raperas. Su trabajo en el Catatumbo les dio una conexión muy fuerte con la tierra y un entendimiento muy profundo de la ruralidad y su gente, pero para seguir creciendo necesitaban dominar la raíz del hip hop, y esa es la ciudad.
Hace tres años Denis, Sol y Zerox decidieron mudarse al Valle de Aburrá. Actualmente viven en la vereda El Ajizal de Itagüí, a donde llegaron con pocas pertenencias y muchos sueños. Sol cuenta que al principio fue muy duro el cambio, “nos dimos cuenta en carne propia del sistema capitalista en el que estamos”, comenta. En ese tiempo muchas veces tuvieron que dejar de comer para pagar el arriendo y les tocó tomar trabajos que odiaban y les quitaban tiempo. Pero en sus venas corre sangre guerrera que ha acumulado la sabiduría de varias generaciones de luchadoras, ellas hace tiempo habían decidido cuál es su blanco, y la única forma de clavar una flecha en esta es lanzándose de cabeza.
Así empezó a construirse “El Canto de la Flecha” (2020), su primer LP que salió a principios del año y que une todas las experiencias que Motilonas ha vivido en estos años. Medellín les dio nuevas herramientas de creación y trabajo. La labor con las comunidades sigue presente pero ahora también enfocada en la juventud de las veredas del Valle de Aburrá y poco a poco han ido entrando al mundo del hip hop de la ciudad, que actualmente alberga una de las escenas más fértiles e inquietas del país.
En el proceso de armar este álbum fueron encontrando nuevas personas en el camino que les ayudaron a formar las diez canciones que cuentan múltiples historias que van desde el territorio, las luchas, la migración y la resistencia.
Esta flecha empezó a viajar, a unir distintas latitudes. Por ejemplo, en 2019 Motilonas participó en la Caravana Humanitaria por la Vida organizada por la Organización Nacional Indigena de Colombia (ONIC), que las llevó al Bajo Atrato en el Chocó. Allí no sólo trabajaron con las comunidades de la zona, sino que también conocieron a Andrés y Hotarsie, dos documentalistas y raperos de Bélgica que estaban grabando una producción sobre las personas que viven en el exilio y con ellos escribieron una canción llamada “Nidos de Antaño”. En Medellín se unieron con el MC venezolano Roberto Tiamo, con quien hicieron “Nómadas”, canción sobre la experiencia de migrar de un territorio a otro. El año pasado durante la Segunda Cumbre Latinoamericana de Hip Hop se hicieron amigas del rapero cubano Soandry, con quien hicieron “C.V.C” y, en Bogotá se juntaron con Nira C para componer “Matices”.
Cada persona encontrada en el camino, cada vivencia, cada historia, cada anécdota, han servido para que Motilonas temple el arco desde el cual disparan sus rimas. Ahora el objetivo es llevar “El canto de la flecha” (2020) más allá, están armando una serie documental llamada “Alba” que busca no solo contar la historia del disco, sino la de las personas del territorio que les han dado tan enseñanzas.
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El 2020 empezó bien para Motilonas. Lanzaron el disco y se presentaron en el Festival de La Tigra organizado por Edson Velandia en Piedecuesta, Santander. Antes de que empezara la cuarentena estaban en una pequeña gira por los santanderes, pero les tocó cancelarla y aprovechando que estaban en su territorio se fueron a Tibú a pasar la larga cuarentena.
Este tiempo lo han usado para aprender más del mundo digital y aprovechar estas herramientas para conectarse con más proyectos similares alrededor del mundo, buscando apoyar la difusión del arte. Siguen con el trabajo de base en el Catatumbo con el que invitan a las personas a tomarse los espacios a través del arte, el grafiti, la música, el baile y cualquier expresión del alma. Además crearon el proyecto Artistas por la casa, que da capacitaciones y organiza presentaciones vía streaming para los artistas de Tibú.
Aparte de hacer música, Sol es realizadora audiovisual y Denis diseñadora, todo su tiempo se lo invierten al arte, al trabajo social y la pedagogía. Cuando se les pregunta por lo más hermoso que les ha dejado este largo caminar, Denis responde que es la paz que se siente cuando cierra los ojos en espera de un nuevo día: “Una canción lo libera a uno y libera a un montón de personas. Poder entender a los demás, poder aportar, poder apoyar es lo que queremos y lo que nos ha dado paz”, y agrega que gracias a este trabajo pueden decir “esto vale la pena y le vamos a seguir apostando. No queremos hacer música por hacer, sino para que algún día esto realmente logre un cambio real”.
Para Sol lo más hermoso es apostarle todos los días al territorio y “puede ser que en diez años las cosas no salgan, pero actualmente todos los días estamos ganando porque estamos haciendo lo que nos gusta”. Y para Zerox lo mejor es “ese pedacito de libertad que tenemos”.
Y a la larga de eso se trata la vida, de disfrutar la libertad y de asegurarse que las personas que están a nuestro alrededor también la disfruten. Eso es parte de las luchas de Motilonas, poder ver su territorio en paz, poder aportar para que la cultura crezca, para que la gente se una y sobre todo para llevar las voces e historias de personas que han tenido que vivir unas realidades muy complejas por cuenta del conflicto armado y que muchas veces no son escuchadas.
Cada canción de Sol, Denis y Zerox es una invitación a escuchar al otro. Estas son rimas que invitan a la empatía, que se construyen desde un lugar muy honesto y con una tenacidad tan afilada como una flecha que apunta directo a las mentes y los corazones.