Mitú, o el trascender de la música electrónica colombiana
Con su tercer álbum de larga duración al que llamaron Cosmus (2017) publicado el pasado 25 de agosto, Mitú, el proyecto musical de Julián Salazar y Franklin Tejedor se reafirma como una propuesta original que reta en cada uno de sus once tracks a perderse, ya sea en el paisaje o en el baile.
Durante una escala en Frankfurt, después de pasar por México y con Estocolmo como destino, hablamos con Julián Salazar vía telefónica, él nos contó un poco sobre su vida y del crecimiento musical del dúo colombiano que continúa ahora mismo con su gira por Europa, México y Latinoamérica.
A los 16 años, graduado del colegio Salesiano, Julián Salazar dejó su ciudad natal, Pereira, con la que según cuenta, mantuvo una relación de amor y odio en su adolescencia porque sentía que era una ciudad en la que a pesar de sus libertades le ponía límites que como músico que quería ser, no le servían.
Incitado por ello, llegó a Bogotá a principios de los 2000 con el deseo de estudiar música, pero su pretensión bajaría al comprender que estudiarla sería completamente innecesario cuando ésta debe ser instintiva, por lo que resolvería en poco tiempo viajar a Buenos Aires y realizar su pregrado como ingeniero de sonido.
Una vez regresó a su país, con un escalón profesional alcanzado, también se reconcilió con su lugar de origen y le dijo a Pereira “todo está bien”, y hoy por hoy procura visitar unas tres veces al año, intentando siempre que sean más, a su mamá, la señora Cecilia, quien lo espera siempre en casa.
Julián recuerda que desde pequeño siempre estuvo conectado con la música. Recuerda la primera guitarra que le pidió de regalo a su mamá, recuerda encerrarse en su cuarto a bailar y recuerda echarse en la cama tan solo a escuchar música, por eso dice que la decisión de hacer música no surgió de repente sino que estuvo con él desde siempre.
“En la música electrónica siempre encontré muchos matices. Era una música muy diferente, era una música que me ponía a bailar, y mi idea era poder saber cómo hacerla, hasta que lo logré”.
Radicado en Bogotá, Julián empezó a trabajar en un estudio de grabación que con el sello Polen Records, impulsó la carrera de Pernett, Systema Solar, ChocQuibTown, y los mismos Bomba Estéreo, con quienes Julián empezó a trabajar grabando algunos instrumentos para su disco Estalla (2008) hasta terminar tocando en vivo con la banda de Li Saumet y Simón Mejía.
Hoy Bomba Estéreo hace parte del pasado y del aprendizaje de Julián, quien decidió retirarse de la banda para dedicarse por completo a su proyecto en conjunto con Franklin Tejedor, un tamborero palenquero que conoció hace casi 10 años en Cartagena.
Al frente del público, Julián se enfrenta a 13 aparatos electrónicos, en su mayoría sintetizadores que varían en su función; unos melódicos, otros armónicos, y otras máquinas de ritmo. Franklin a su lado, tiene dos baquetas, su percusión y un micrófono presto además a lanzar arengas en palenquero que acompañen la música; a esto le llaman “techno de la selva”.
Hace un tiempo tuviste la oportunidad de adentrarte en la selva colombiana y de allí sacar mil ideas que hoy en día se han vuelto canción. ¿En qué momento la selva se volvió en ese motor de experimentación?
Ese realmente fue un viaje de ocio que se convirtió en un referente, pero no lo busqué precisamente como un “quiero este tipo de encuentro con el paisaje para alimentarme y conducirlo musicalmente”, sino que unas vacaciones se transformaron en eso. Estamos hablando más o menos del año 2006 o 2007, yo me fui para allá, Capurganá, y allí concluí luego de la experiencia que quería un poco perseguir ese objetivo y era el de traducir esos sonidos naturales, de los pájaros, de las olas, de las plantas, en música que se pudiera bailar.
Luego de esta idea te juntas con Franklin, que viene de San Basilio de Palenque, y se vuelve una mezcla de lugares entre Bogotá y Palenque ¿Qué crees que te da cada lugar a la hora de hacer música?
Bueno, hay que aclarar que yo solo he estado un par de veces en Palenque y llegué hasta allá cuando me involucro a trabajar con Franklin, pero no lo considero como destino al que necesite recurrir para hacer música. La verdad no siento que un lugar determinado sea el que está proponiendo una inspiración a la hora de hacer música, usualmente yo creo que es como algo muy neutro y no viene condicionado por el lugar en que está uno, sino que las ideas vienen de cualquier lugar y no corresponden necesariamente a un lugar en específico sino a lo que uno esté sintiendo, por eso es que no siento que haya una característica marcada de cada lugar. Obviamente en cada lugar uno siente experiencias diferentes, pero es el momento que uno esté atravesando el que propone la creación.
Con Franklin, ¿Cómo fue la adaptación personal y musical al decidir conformar Mitú?
Fue muy… casi ni siquiera verbal. Fue como conocernos, ponernos a tocar, y así empezaron a salir cosas interesantes sin premeditarlo y sin charlas previas para decidir hacer las cosas de cierto modo. Todo eso fue como un corto circuito, una buena suerte de decir que usted hace eso y yo esto, y ver que se complementaba muy bien una cosa con la otra. Nunca nos dijimos que tal cosa es la meta, o que esta cosa es el objetivo, fue solo un “pongámonos a tocar a ver qué pasa” y salió así.
De Potro (2012) a Cosmus (2017) ¿Qué evolución han tenido desde ese flechazo musical que seguramente se fortalece en sus diferencias?¿Qué ha pasado al interior de Mitú en cinco años de dejar que todo fluya?
Obviamente ahora nos conocemos más y lo que más hemos desarrollado y afianzado es nuestro modo de ejecutar la música. Ahora por ejemplo es mucho más maduro nuestro trabajo, nos tomamos el tiempo de grabarlo y de renovar cosas para lograr un aspecto más amplio de lo que queremos lograr con esta música que hemos venido desarrollando. Cosmus es un álbum que recoge toda la experiencia de tocar en vivo bastante y ponerlo de inspiración para reinventar un poco nuestro sonido. Decidir explorar a fondo qué podemos hacer, y eso es lo que hemos cambiado, poder identificar por dónde nos movemos y cuáles cosas podemos hacer mejor.
En todo este proceso musical, ¿Qué puede ser lo más difícil de fusionar música? ¿Hay en Mitú alguna misión de perpetuar raíces de música folclórica?
Nosotros no estamos tratando de perpetuar nada, ni de fusionar nada. Nunca nos proponemos hacer música con el objetivo de coger de un lado y de otro o que esto sirva para conservar unas raíces, nunca ha sido nuestro objetivo, simplemente es la música que queremos hacer, obviamente con las influencias que trae cada uno que son notables y no se pueden desconocer los orígenes de eso, pero es música que corresponde a lo que estamos sintiendo y lo que sentimos como seres humanos es siempre cambiante, es música que es presente y no corresponde a un pasado, y en ese sentido tratamos de hacer música original y nueva, no tratando de conservar algo.
¿Cómo es el trabajo con las mujeres que participan haciendo las voces en los tracks de Mitú?
Es una persona, ella se llama Teresa Reyes y hace parte de la agrupación Las Alegres Ambulancias de San Basilio de Palenque. Con ella el proceso arrancó desde Balnear (2014) y para este disco había un par de canciones que se sentían bien para que tuvieran algo de letra y con ella tuvimos la suerte de poder encontrar ese timbre de voz que encaja bien con la música, y nos pusimos en el trabajo de ponerla a ella en contexto y se aplacó muy bien a él, por eso para el nuevo disco la volvimos a contactar y ya tenía un poco más de idea de cómo era trabajar con nosotros y así fue.
Terminan este año con una gira en Francia, ¿Hay un lugar esperado por ustedes para tocar en el 2018?
Muchos todavía, sin duda, pero iremos a Tokio y ese es como un gran lugar para estar.