Manuel Zapata Olivella: biografía de un caminante
¡Oídos del Muntu, oíd!
¡Oíd! ¡Oíd! ¡Oíd!
¡Oídos del Muntu, oíd!
Así arranca “Changó, el gran putas” (1983). Y cuenta el escritor Darío Henao Restrepo, en el prólogo de este libro, que una tarde frente a la bahía de Santa Marta, Manuel Zapata Olivella le dijo que, para terminar su obra, sentía la necesidad de ir a África: “El punto de partida de esa diáspora brutal que empujó a millones de seres humanos como esclavos a las Américas”.
El escritor, nacido en Santa Cruz de Lorica, Córdoba, el 17 de marzo de 1920, pasó veinte años escribiendo una novela que cubre cinco siglos de historia. Desde lo que denominó como "realismo mítico", incluyó tanto a los dioses tutelares y la cosmovisión de la religión yoruba, como las hazañas de los héroes negros en las revoluciones americanas.
Pensador desalineado, conocedor de la realidad sociohistórica de los afro, escritor auténtico en todos los géneros en los que plasmó su pluma, Zapata Olivella fue un genio que logró captar en su obra y pensamiento el elemento imaginario creador del africano al mestizaje.
“Uno de los humanistas más completos y certeros del siglo XX colombiano”, dijo el poeta José Luis Díaz-Granados, aunque en realidad las fronteras nacionales le quedan pequeñas a su legado.
Como estructura silenciosa, la novela “Changó, el gran putas” está atravesada por el Muntu, una filosofía africana que contempla la coexistencia de seres humanos, animales, plantas, minerales y los objetos.
“Hay una interacción siempre presente entre todos los reinos y las criaturas de la tierra, que se extiende a aquello que no alcanzamos a percibir”, explica el filósofo William Mina Aragón.
El término Muntu se relaciona con la comunidad lingüística Bantú en África, conformada por varios grupos étnicos y diversas lenguas provenientes de países como Angola, Camerún, República Democrática del Congo, Kenia, Mozambique, Sudáfrica, Uganda, Zimbabue, entre otros. Herencias a las que Zapata Olivella les entregó su vida.
Muntu: la persona
Médico, cultor, escritor, antropólogo, vagabundo. Sus padres se llamaban Edelmira Olivella y Antonio María Zapata. La primera una mestiza de ascendencia indígena Zenú y española. El segundo, un mulato de ascendencia europea y africana.
"En mi familia todos los abuelos habían nacido engendrados en el vientre de mujer india o negra. Mis padres, mis hermanos, mis primos llevamos la pelambre indígena, los ojos azules o el cuerpo chamuscado con el sol africano", dice en su autobiografía “Levántate mulato: Por mi raza hablará el espíritu” (1990).
Dice William Mina que es probable que la consciencia de su identidad política germinara en casa, pues su padre era un revolucionario y pedagogo que cuestionaba la tradición cristiana y el imaginario conservador. Como profesor refundó en Cartagena el Colegio La Fraternidad, cuya sede anterior, en Lorica, había tenido que cerrar. Viajó a La Heróica con su familia, donde su hijo presenció las dificultades que el Ministerio de Educación del Gobierno conservador ponía a su padre al considerar que la institución difundía "ideas librepensadoras".
Tras graduarse de bachiller, Zapata Olivella le dijo a su padre que le interesaba la zoología. Y según cuenta la periodista Myriam Bautista en un artículo del periódico El Tiempo, este se emocionó, lo abrazó y le dijo: “Estás matriculado en la Escuela de Medicina para que estudies al animal más grande de la naturaleza”.
Empezó sus estudios en Cartagena y continuó en Bogotá en la Universidad Nacional de Colombia. Para ese entonces la escuela de medicina quedaba en la calle 10ª, con su ya ajetreado movimiento. Era la década del 40, la del Bogotazo, la de La Violencia, así, en mayúscula. De estos años son sus primeros escritos publicados, como por ejemplo "Genio y figura", impreso en el periódico cartagenero Diario de la Costa, en donde mostró su interés en visibilizar la cultura afrocolombiana. También de sus vivencias en la capital que alimentarían su libro “La calle 10” (1960).
En una conversación con el escritor José Luis Garcés González -incluida en el libro “Manuel Zapata Olivella, caminante de la literatura y de la historia”-, el intelectual explica que “La calle 10” está impregnado por el método behaviorista, centrándose en el análisis de la conducta de los individuos. Se decidió por este camino tras leer varias novelas estadounidenses como “Camino del tabaco” (1932), en la cual Erskine Caldwell escribe sobre los campesinos del algodón en Georgia. Y así, prostíbulos, plazas de mercado, tranvías e iglesias que rodeaban la sede de la facultad, quedaron capturados por Manuel Zapata Olivella, que iniciaba el camino de una nueva forma de novela colombiana.
También en la década de los 40 se caracteriza por la concreción de su activismo en contra del racismo. En 1943, junto con Delia Zapata Olivella, Natanael Díaz y Marino Viveros organizó, en Bogotá, el Día del Negro, una iniciativa que los partidos Liberal y Conservador consideraron "racista" y "separatista".
Luego, quizá bajo la intuición de que la persona trasciende el plano corporal, al tener presente esa correlación con los ancestros y los difuntos, y también por su fascinación por literatos vagabundos como el escritor americano Jack London o por el protagonista de La Vorágine, Arturo Cova, el hijo triétnico de América abandonó sus estudios de medicina por algunos años. En 1943 sale de Bogotá, a pie.
Hantu: lugar y tiempo
En estas primeras andanzas, recorre los Llanos orientales, Ibagué, Cali, Buenaventura -donde intentó colarse como polizón-, para llegar a Cartagena en 1947 con las páginas escritas de “Tierra mojada" (1947), la que sería su primera novela publicada: “Es la novela del problema agrario, del campesino desplazado por la Violencia”, explica el filósofo William Mina.
Ante las preguntas de sus amigos y familia, que lo tildaban de loco por esta nueva determinación de caminante, Zapata Olivella respondía, “soy un vagabundo”. Aunque, como se relata en un artículo del periódico El Tiempo del año 2001, él mismo tuvo la inquietud, por lo que en algún momento buscó a un psicólogo: “Le conté todo al doctor Alfonso Uribe Uribe que luego de examinarme me dijo: ‘Usted lo que tiene es afán de ser’”.
Así “con un sombrero regalado por el comandante de los Boy scouts de Cartagena, el vestido de dril de un amigo ingeniero, y el morral que había confeccionado su madre, se hizo a la vela, sin Rocinante ni escudero”. Zapata Olivella empezó sus andanzas por América Central, México y Estados Unidos. Fue recolector de café, mecánico, boxeador, modelo, actor, lavaplatos, recolector de banano, pescador.
En México conoció al pintor Diego Rivera, mientras le inyectaba penicilina, que en ese entonces era sódica. Contaba que así se había ganado la enemistad de la pintora Frida Kahlo que no le gustaba que lo puyara tanto. En la Ciudad de México trabajó en el Sanatorio Psiquiátrico del Dr. Ramírez; en el Hospital Ortopédico del cantante tenor Alfonso Ortiz Tirado; también como periodista de la revista Hoy y en la revista Sucesos para Todos. Como viajero, comenzó a escribir y publicar varias de sus primeras obras narrativas.
Al llegar a Estados Unidos se juntó, en su condición de joven estudiante, negro, latino y pobre, con la comunidad afro de ese país, con otros marginados de la tierra, con veteranos de guerra. Compartió en sus servicios religiosos, bailó swing en el famoso Savoy Ballroom, fue árbitro en un partido de béisbol callejero en Harlem. Construyó además una amistad con el escritor Langston Hughes, poeta, novelista y columnista estadounidense afroamericano, a quien se le conoce como uno de los impulsores del Renacimiento de Harlem.
De aquí quedan relatos breves como “Pasión vagabunda” (1949) o novelas como “He visto la noche” (1953), en los que Zapata Olivella sintetiza sus hazañas como vagabundo, que lo convierten en enemigo número uno de las injusticias del ser humano. En estos logra comunicar una vision íntima de la vida social, economica y cultural de los negros estadounidenses durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Por su perspectiva, su estilo y su aproximación intensamente humana, críticos como Thomas Kooreman, profesor emérito de español en Butler University en Indianápolis, ha señalado que: "Para Zapata Olivella la experiencia vivida es la base y la inspiración de su obra, la cual él pone al servicio de la sociedad siempre con el fin de elevar la dignidad del individuo y reivindicar los derechos humanos”.
En 1952, Zapata Olivella también viajó a la naciente República Popular China para participar en la Conferencia de Paz de las Regiones del Asia y del Pacífico. En la delegación iban otros intelectuales como el escritor, poeta y periodista Jorge Zalamea Borda, el político y académico Diego Montaña Cuéllar y el poeta y crítico Jorge Gaitán Durán -fundador de la Revista Mito-. Allí también conoció a Pablo Neruda y Jorge Amado. De aquí sale un relato breve, poco mencionado, titulado “China, 6 a.m.” (1954). En este, el escritor junta el lenguaje periodístico con la literatura, que estaría muy presente en varios de los protagonistas del boom lationamericano.
La postura de los viajeros disentía de la de Laureano Gómez, que para ese entonces, debido a su estado de salud, cedía la presidencia de la República a Roberto Urdaneta Arbeláez. En una entrevista con William Mina, Zapata Olivella recordaría lo sucedido cuando volvieron al país: “A nuestro regreso a Colombia fuimos considerados traidores a la patria. Como consecuencia de dicho hecho fui tratado como un comunista, subversivo y en esa circunstancia me capturaron, me detuvieron tres días y posteriormente fui puesto en libertad”.
Fue mucho el caminar del escritor colombiano pues, como dice el escritor Garcés González, “Quizá no hay en la literatura colombiana una vida más rica en osadías, en experiencias, en aventuras, que la de este escritor. Caminó por las carreteras y los espíritus. Por selvas y despeñaderos. Por dentro y por fuera de la discutible condición humana. Acumuló vida y después escribió”.
Pero sin duda el gran viaje tuvo lugar en enero de 1974 con la invitación para participar en el coloquio La negritud y América Latina en Dakar, la capital de Senegal, convocado por su amigo el presidente del país, el poeta y filósofo Léopold Sédar. Allá empezaba la historia que se proponía recabar contra el olvido. Allí podría apuntalar lo que sería “Changó, el gran putas”
Kintu: el territorio y las cosas
En 1973 creó la Fundación Colombiana de Investigaciones Folclóricas y, en 1975 organizó la primera semana de cultura negra en la Biblioteca Nacional de Colombia. Fue elegido concejal de Lorica en 1974 y, durante los años 80, en el mismo pueblo, impulsó la organización de la emisora Radio Foro Popular.
Kuntu: la belleza
Estilo, belleza, ritmo, calidad y cantidad. Esa es la obra de Zapata Olivella, un novelista que anticipó la decolonialidad desde el hacer literario y novelístico. Explica William Mina que el afro para él “es un pensador, mujer/hombre, que está haciendo activamente la historia y construyendo la cultura, el héroe constructor de la ciudad y la sociedad, con sus imaginarios colectivos y sus ideas radicales de una historia y un pasado memorial sin prejuicios”.
Bajo esta mirada ancló su pensamiento en las calles de las urbes, donde la muchedumbre padece hambre, miseria, abandono del régimen social. En la exclusión y el desplazamiento en Colombia. Pero también las claves mágicas de América, en los palenques, en el movimiento campesino y en la aspiración por la libertad.
Explica William Mina que “la obra de Olivella es una defensa del hombre universal, independientemente de cualquier color de piel, lo que interesa es la ‘etnia humana’ y su honor, su dignidad, su resistencia y lucha contra el hambre, la pobreza, la miseria”. Y en este sentido también entendía, como decía José Martí, que “ni el libro yanqui, ni el libro europeo nos darán la clave del enigma hispanoamericano”. Un reto al que respondió desde la novela social y la antropología cultural en aras de imaginar una sociedad justa, equitativa y diversa.
Sus letras siguen ahí, susurrando, dialogando y gritando para que le demos vida a la otra cara de Colombia y América, la de la tricontinentalidad. Una voz imposible de ignorar en un presente gobernado bajo la exclusión y la mezquindad.
Manuel Zapata Olivella murió el 19 de noviembre de 2004. Fue puesto en un ataúd café, vestido con saco oscuro y una corbata de pintas rojas. Como narró el periodista Luis Alberto Miño, a su alrededor comenzaron a desfilar sus amigos: negros, blancos, mestizos, mulatos, con tamboras, gaitas, poesías, sombreros y flores. Con las lágrimas brotó la música y empezó el baile: chirimías, currulaos, cumbias, ritmos africanos, dijeron adiós al escritor.
Manuel Zapata Olivella, ser humano.