Las voces detrás de la coca
Los cultivos de coca han sido un tema de discusión nacional. Simona Sánchez cuenta la importancia de esta planta para algunos colombianos.
Alrededor de 30 años lleva la lucha de las comunidades y algunas organizaciones para evitar el uso de glifosato en territorio colombiano para eliminar los cultivos de coca.
Desde los años 90 se comenzó a usar este plaguicida comercializado por la multinacional Estadounidense Monsanto, y desde ese entonces se ha cuestionado las consecuencias que esto trae, pues uno de los principales problemas que genera es la afectación en la salud de las personas que viven en las zonas donde se llevan a cabo las fumigaciones.
En los últimos años este tema ha entrado en discusiones coyunturales como lo fue el Acuerdo de Paz, en el que el cuarto punto se trataba la solución al Problema de las Drogas Ilícitas, planteando como unos de sus objetivos la sustitución de los cultivos de coca de manera voluntaria.
Sin embargo, hasta el momento aún son muchas las incógnitas que hay sobre lo que pasará con las fumigaciones. Hace poco se conoció que serían implementados drones para esta práctica los cuales sobrevuelan los terrenos a menos distancia y según la Policía Antinarcóticos son efectivos.
El uso de glifosato pone en la mesa otras discusiones como la manera en la que esta actividad pone en riesgo la identidad cultural y el estilo de vida de los pobladores de los lugares de nuestro país donde se hacen fumigaciones. Así que esto hace ver la otra parte del problema, la que no está contada en cifras sino en historias.
Dora
Dora recuerda estar sentada junto a su abuelo y verlo mascar coca. Vivían en una finquita a 30 km de Popayán hacia el norte y allí todo lo solucionaban con coca. Para el dolor de estómago: coca. Si está lleno: coca. Para el dolor de cabeza: coca. Para el hambre: coca. Años después cuando llegó a Lerma encontró una población que, así como ella, había crecido con la planta. Para ellos no fue rara la propuesta que les llevaba.
La vida de Dora Troyano huele a hoja de coca. Siguiéndole los pasos a esta planta terminó en Perú y Bolivia y allí conoció los beneficios que esta tenía y cómo era posible, más allá del uso ritual y de convertirse en materia prima de la cocaína, transformarla en harina y usarla en repostería. Con esa experiencia regresó al Cauca y luego de pasar por Capellanías llegó a Lerma en donde a través de videos compartió esa información que terminó convirtiéndose en su misión de vida.
Dora llegó a Lerma por la Hoja de Coca. Hay quienes, por el contrario, lo hicieron a través de la cocaína. Y coca y cocaína no son lo mismo; eso lo saben los viejos, aquellos que han tenido una relación muy estrecha con la planta y el cultivo desde tiempos inmemorables y quienes, a través de las nuevas generaciones, hoy luchan por mantener el uso de la hoja de coca en remedios y alimentos.
Pero eso no lo sabían los norteamericanos que llegaron en los años 70 como parte de Los Cuerpos de Paz y le enseñaron a las comunidades campesinas que “esa hoja” podía convertirse, tras ciertos procedimientos químicos, en cocaína. Sí. La droga más consumida en el mundo. La que ha contribuido y sostenido parte de la guerra en Colombia hasta nuestros días.
Coca y cocaína terminaron convirtiéndose en lo mismo en aquel territorio al sur del departamento del Cauca. La década de los 80 les dejó un tatuaje difícil de borrar a sus no más de 3500 habitantes. La violencia y la bonanza coquera se apropiaron del lugar y mucho de lo que se cultivaba terminó directamente en manos del narcotráfico. Cuenta la historia que eso transformó a la población, los niños andaban con pistolas al cinto, los borrachos y las familias peleaban entre sí y en cualquier lugar una bala perdida podía alcanzar al más desprevenido. Todo estaba ligado al nuevo negocio: el narcotráfico.
Para poder diferenciarlas y defender su uso tradicional, literalmente se la han tenido que “guerrear”. Cerraron las cantinas a finales de los 80 y ante la ausencia de autoridad, la misma comunidad decidió pacificar a la población.
Erney
Dora Troyano contó vía telefónica, precisamente desde las montañas del Cauca, cómo su vida y su trabajo transcurre entre Popayán y Lerma. No sabe cuántas veces a hecho esa ruta, pero ha terminado convirtiéndose en un puente entre el campo y la ciudad, entre la resistencia y la burocracia administrativa, legal y política para lograr distribuir los productos alimenticios que hacen en Lerma de manera artesanal. Y aunque ella motivó este proceso, siempre menciona a Erney.
Erney Ruiz nació en Lerma y desde que tiene memoria, como Dora, consume hoja de coca. Sus padres y abuelos lo hacían. Y así como ellos, él vive y ha vivido del cultivo de ésta en su propia tierra (hay registros de Hoja de Coca en Lerma desde 1573).
Su vida ha sido determinada por la planta y por eso entre bonanzas coqueras, violencia, narcotráfico, guerrillas, paramilitares, proceso de paz y diálogos en la Habana, desde siempre ha hecho parte activa en la lucha por su defensa y en ese proceso, desde lo local, ha generado sus propias “mesas de diálogo” entre raspachines, cultivadores y erradicadores para lograr transformar el uso de la Hoja de Coca y poder seguir viviendo de ella.
Se conocieron cuando Dora llegó de Perú y Bolivia. Ella, ecóloga y parte del Comité de Integración del Macizo Colombiano, organizaba ferias agroindustriales contándole a la población campesina del Cauca lo que podían hacer con los productos que se producían en la región. Con el zapallo: mermelada, con la yuca: conservas y con la hoja de coca: harina.
Desde ahí empezaron a trabajar hace ya más de 15 años. Juntos han lidiado con procesos legales, persecuciones, erradicación, fumigaciones (manuales, no manuales, por aire, por tierra) con glifosato y más glifosato. Día a día enfrentan trámites y discusiones con el INVIMA, que hasta la fecha no les da autorización para producir y distribuir los productos alimenticios hechos a base de harina de Hoja de Coca porque es considerado un cultivo ilícito. Pero pese a todo eso, siguen firmes en su propuesta: que el campesino cultivador siga viviendo de la planta, consuma coca y sea propietario de la tierra que trabaja.
Su marca se llama Hayu Guas: “Nos tocó ser creativos para que no nos la quitaran. Es un poco despiste para los demás. El que no sabe que Hayu es coca, entonces dice: ¿Qué estas tomando? ¿Qué vas a comprar? Voy a comprar Hayu. ¡Ah bien! Dicen. ¿Pero has tomado coca? No yo no, yo de eso no tomo, pero Hayu si. ¡Ah bueno, entonces tomare Hayu!”, contó Dora.
La hoja limpia con la que trabajan proviene de cultivos muy pequeños, caseros. Hace 15 años empezaron ellos dos, luego fueron 2 familias y hoy en día hay 30 que literalmente cultivan en el patio de sus casas. Cada una tiene de 1000 a 1500 matas por hectárea cultivadas sin ningún químico, ni alquiler de tierras, ni colonos.
Con esa hoja limpia trabajan de manera artesanal, la tuestan y la transforman en harina con la que hacen galletas, panes y hasta dulces. Según la Universidad de Harvard la “masticación” diaria de 100 gramos de hojas de coca satisface la ración alimentaria recomendada para consumo humano. 60 gramos por día satisfacen las necesidades de calcio y 100 gramos pueden tener casi dos gramos de potasio que son necesarios para el equilibrio del corazón.
Pese a esto la legislación colombiana no les ha permitido comercializar los productos: “de cierta manera nos tratan como delincuentes. Cuando llegamos con nuestros productos lo primero que nos preguntan es de qué resguardo somos. Y nosotros tenemos que decir no somos de ningún resguardo, somos una iniciativa comunitaria de una zona que no es indígena y que tenemos que pelearnos un puesto para ver de qué manera nos podemos medio ajustar”. Porque según el artículo 7 de la Ley 30 de 1986 “Estatuto Antinarcóticos” las comunidades indígenas en Colombia pueden cultivar Hoja de Coca de acuerdo con sus usos y prácticas derivadas de su tradición y cultura. Pero ellos no son indígenas, son campesinos cultivadores, no narco-cultivadores.
Cultivadores o narco-cultivadores
En Colombia durante el mandato del ex presidente Álvaro Uribe Vélez se pasó a hablar de cultivador a narco-cultivador refiriéndose a aquellos campesinos que se dedicaban a sembrar hoja de coca. "Un presidente que duro 8 años incubó el concepto de narco-cultivador y al ladito el concepto de narco-guerrilla. Entonces el narco-cultivador terminó siendo presentado como el que abastece de finanzas a la narco-guerrilla. Para muchos campesinos eso se convirtió, hasta la fecha, en una carga supremamente fuerte en donde prefieren que no los señalen", comentó Pedro Arenas, quien después de haber sido Alcalde de San José del Guaviare, representante a la Cámara y líder de las marchas cocaleras en el 96 en el Guaviare se radicó en Bogotá para liderar el Observatorio de Cultivo y Cultivadores declarados ilícitos que funciona en la casa del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, INDEPAZ.
Desde allí investigan, visibilizan y defienden, en Colombia y el mundo, al gremio de cultivadores y campesinos que viven de la Hoja de Coca.
"Mucha gente en el campo que ha estado dedicada a esta actividad ha terminado convenciéndose de que está haciendo algo ilegal. Por eso muchas reuniones donde van funcionarios a hablar de sustitución de cultivos uno de los primeros discursos que se puede escuchar de parte de los líderes campesinos es: “nosotros hemos estado aquí en esta actividad pero es que nos hemos visto obligados a hacerlo porque no había nada más que hacer"; ese es también el imaginario alrededor de lo que es permitido y lo que no. De hecho la ilegalidad y la persecución contra ellos, la estigmatización, ha llevado a que muchos por su propia cuenta se retiren de cultivar hojas de coca" concluyó.
Pese al estigma colectivo del que habla Pedro, la comunidad de Lerma no ha dejado de cultivar. Todo lo contrario, están orgullosos de continuar la tradición de la Hoja de Coca. Al no contar con un respaldo legal para la comercialización de sus productos lo hacen de mano en mano, y han logrado que una población dedicada durante muchos años a abastecer al narcotráfico haya transformado el uso de la hoja y siga viviendo de su cultivo.
Diego García-Devis, politólogo colombiano que hace parte del Programa Global de Políticas de Drogas de Open Society Foundations, conoce de cerca el proceso de Lerma y aunque lo apoya, aseguró vía skype desde New York, que "la industrialización de la Hoja de Coca no va a reducir necesariamente el mercado ilegal asociado a la cocaína. Ellos lograron incorporar la coca a la economía con productos que esperan se conviertan en legales. Sin embargo esa industrialización no va necesariamente a reducir el mercado ilegal. Es una solución de desarrollo para comunidades que dependen de la coca, la marihuana y la amapola, en esa práctica agrícola. El mercado ilegal continúa mientras la cocaína siga prohibida.”
“El debate en realidad gira en torno a los derechos de los usuarios. Los temas relacionados al desarrollo rural, a derechos de poblaciones, autonomía indígena no son necesariamente el centro de la discusión en los ámbitos internacionales. Pedro Arenas estuvo en New York como representante de los productores al lado de otros dos o tres representantes más de diferentes plantas, pero ellos no son el grueso de la población. Internacionalmente este no es un debate de derechos humanos que haya comenzado por la movilización social de organizaciones de base.”
La realidad en cifras es que Colombia pasó de 69.000 hectáreas de cultivo de hoja de coca en el 2014 a más de 100.000 en el 2016. Lleva más de 30 años fumigándola y gran parte de la población rural ha tenido relación con la planta, y aunque el debate está centrado en el campo, el cultivador no ocupa un lugar significativo a la hora de abordar la problemática. Hace unos cinco años, 6 de cada 10 campesinos cocaleros cultivaban la hoja y realizaban la primera parte del procesamiento para la pasta base de coca. Actualmente 7 de cada 10 la cultivan más no la procesan, y sigue siendo la base de su subsistencia. ¿Lo ilícito entonces es cultivar la hoja, o lo que se hace con ella?
Para el Gobierno el éxito de la lucha contra las drogas y en particular contra la cocaína se sigue midiendo en el número de hectáreas de Hoja de Coca destruidas. Sin embargo, lo que demuestran las cifras es que entre más se destruye más se cultiva. La “domesticación” de la planta lleva generaciones en suelo colombiano, crece en todas las condiciones y sobre todo, sostiene a muchas familias y campesinos en el país.
¿Cuál es la relación que tenemos con la planta? ¿Hasta dónde la vemos como coca o cocaína?
“Esa amistad que debería existir con una planta sagrada la transformaron en una enemistad, como un cáncer. El mundo entero la ve sólo como cocaína, sólo como bazuco y no como la planta que es. La labor pedagógica y transformadora es fundamental ni siquiera para el aquí y el ahora, sino para las futuras generaciones que con los años lograrán saber que estas plantas existen y deben existir en el mundo entero porque traen un montón de información maravillosa”, concluyó Dora como si su abuelo hablara a través de ella.
Vean también:
Elecciones Colombia: "Aún no sé por quién votar, pero lo haré ¿y usted?"