Estas son las 'Tres maneras de decir adiós' de Clara Obligado
Compuesto por tres cuentos largos, autónomos pero encadenados entre sí, de tal modo que el lector o la lectora tendrán también un esquema de novela en la mente, Clara nos sumerge en tres momentos de un linaje familiar, un linaje de mujeres atravesadas por la vida, por sus alegrías y tristezas, sus pérdidas y sus hallazgos. Nunca, como hasta ahora, Clara Obligado había profundizado en ficción tanto como aquí en su propia biografía. La pérdida de un amor, el crepúsculo de la vida que anuncia la nueva generación de los hijos de tus hijos, el lugar miserable en el que se está convirtiendo el mundo, todo un tríptico conmovedor, verdadero, emocionante que recuerda que no hay una sola posible despedida. El mejor libro de Clara Obligado.
Hablamos con ella en Radiónica
Empecemos por la distancia: tres cuentos largos y tres novelas cortas. Tres cuentos largos autónomos y una novela. Nos ha dado por pensar que Clara Obligado nos sumerge en un mar de indefinición o nos abandona en tierra de nadie y que el lector reflexione y concluya con lo que está leyendo. ¿Qué opina Clara Obligado?
Me interesa mucho experimentar con la forma. ¿Hasta dónde algo es un cuento y cuándo se convierte en novela? Este libro indaga en estos territorios que tan bien trabajan autores como Alice Munro. Pero como también son cuentos encadenados, una forma en la que ya llevo varios libros investigando, esto me permite abarcar un período más complejo y rico que si fuera simplemente una novela. Es decir, por un lado, tengo la precisión del cuento, su carga poética, por otro, la amplitud de miras de la novela, sus posibilidades narrativas. Como en tantas otras artes, las formas mestizas permiten experimentos que no son posibles con las formas puras.
En este sentido, Tres maneras de decir adiós puede leerse como un puerto de llegada después, no solo un proceso complejo y dilatado en el tiempo, cuyo afán ha sido la hibridación y el mestizaje, sino también, más recientemente, de un universo de reflexión protagonizado por sus ensayos. ¿Es posible comprender este libro como un enclave central de su obra?
Sí, este libro reúne y sintetiza a la vez. Responde a preguntas que he planteado en otros libros, dispara a la vez hacia atrás y hacia adelante. Tiene también un aire ensayístico, por momentos, y por otros es extremadamente lírico. Tiene algo de memoria autobiográfica, pero se dispara hacia el territorio de la imaginación. Es un puerto de llegada, es verdad, una síntesis, y también un punto de partida para otras investigaciones.
Latitudes, tiempos, generaciones, semillas y raíces, el triunfo de la vida y la pérdida de la vida, su escritura no soslaya la búsqueda de los absolutos. Uno de ellos es la emoción de la pérdida, el desconsuelo de la muerte, la nueva búsqueda, la memoria en donde arde todo esto. Háblenos de la pérdida, de la verdadera y profunda pérdida.
El libro habla de cómo decimos adiós, de cómo despedirnos de lo que perdemos, pero también de cómo rebrotamos. Habla de las edades de la vida y es, en cierta medida, una inserción en el ciclo de la naturaleza, en donde muerte y renacimiento se dan permanentemente la mano. Es un libro que no huye del dolor, pero que sí pretende situarlo y darle algún sentido. Es un libro sobre la pérdida, es verdad, y también sobre la creación y la esperanza.
Y también háblenos de algo que ya apuntaba en Todo lo que crece y que aquí cobra vida y arte de ficción. La vida sobrepuesta a la vida, los abuelos y los nietos, la continuidad que supone la aceptación de la desaparición de uno.
A medida que vamos haciéndonos mayores empezamos a comprender cosas que parecían ocultas, o que solo han sido vistas como negativas por nuestra cultura, tan enamorada de la juventud en su sentido más simple. Poco a poco vas descubriendo que la edad es una fuente enorme de conocimiento y de placeres, a la vez que una pérdida en muchos sentidos. Ver, vivir, morir, nacer, perder y recuperar. A mí hacerme mayor me parece una aventura apasionante. El libro habla bastante sobre las edades, sobre qué es mejor, el amor juvenil o el maduro, la infancia o la vejez. Evidentemente no tengo respuestas para estos temas, pero, bajo mi experiencia, la vejez no es el peor momento de la vida, en absoluto.
Y en tercer lugar, háblenos de su militancia, de su filosofía, de este mundo que se fractura en una probable distopía. Y, sin embargo, que cabe la esperanza de un salto al futuro.
Tres maneras de decir adiós abarca un período extenso de tiempo, empieza en la época de las Olimpiadas en Barcelona y desde allí viaja hacia atrás y avanza luego hasta lo que puede sucedernos dentro de veinte años. Somos una generación que tiene que pensar el futuro, porque tiene tintes muy oscuros, y tal vez seamos los últimos que podamos solucionar algo. Me parece, como siempre, que la literatura es un buen espacio para pensar estos temas, y tantos otros. Pero no creo que sea mi libro sea un texto distópico, y no pretende enseñar nada, aunque sí es, en cierta medida, una ucronía. Tampoco creo en las especulaciones radicalmente pesimistas, porque me parece que no llevan a ninguna parte, son muy propias de nuestro tiempo, pero a mí me inmovilizan, prefiero apoyarme en las posibilidades de recuperación que la propia naturaleza nos ofrece. A este pensamiento radical lo llamo “esperanza” y sobre ello he hablado en mi último ensayo y vuelvo a él en este libro.
No queremos acabar esta entrevista sin un comentario muy valioso en torno al reconocimiento que hace de la escritura en voces más jóvenes que usted, en particular, la escritora mexicana Socorro Venegas y la ecuatoriana Mónica Ojeda. De nuevo semillas y raíces. ¿Qué le mueve a esto?
Ningún escritor se debe por completo a sí mismo, todos venimos de otra parte, aunque a algunos no les guste reconocerlo. A mí siempre me ha gustado señalar en otros lo que yo no sé hacer, o lo que no se me había ocurrido. Me gusta aprender, y no me importa que quienes me enseñen sean mayores o menores que yo. Leo a los jóvenes, también a quienes me antecedieron, las influencias me enorgullecen y no me parecen algo que haya que esconder. Bloom habló de “la angustia de las influencias”. Yo hablaría, en cambio, del placer de la influencia. Pocas cosas me resultan más estimulantes que encontrar maestras tanto más jóvenes que yo, eso quiere decir que tenemos futuro. Además, enseño. ¿Cómo no voy a valorar los aciertos de quienes vienen después?
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