[Entrevista] Nona Fernandez nos cuenta cómo la literatura es reconciliación
Por un impulso que aún no comprende, a Nona Fernández le interesa hacerse cargo de narrar los episodios oscuros de la memoria de Chile, todo aquello inconcluso que no hace parte de la historia oficial. Esos datos enumerados como “10 personas fueron asesinadas” o “3 presos políticos” son abordados como universos complejos en su literatura, con la intriga de la novela negra y el cariño de quien no exige, sino escucha.
Esta escritora chilena fue la ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz en la pasada Feria del Libro de Guadalajara con su novela La dimensión desconocida (2016). Ha escrito guiones para series de televisión, obras de teatro, un libro de cuentos, El cielo (2000) y los relatos Mapocho (2002), Av.10 de Julio Huamachuco (2007), Fuensalida (2012) y Chilean Electric (2015).
En el marco de la Filbo 2018 Laguna Libros edita su cuarta novela: Space Invaders (2013), a propósito de su visita hablamos sobre su interés por narrar la memoria, los cruces con la ciencia ficción y las razones para no perdonar.
He tenido la oportunidad de leer dos de tus novelas y lo que más me llama la atención es que escribes con un tono periodístico, omnisciente pero sumamente sensible. ¿Cómo lograste construir ese tono con el que narras?
Uno no tiene mucha claridad del tono con el que está hablando (Risa). Si tuviera que decirte qué cosas reflexioné para construir el habla de la novela, hay algo que me interesa como proyecto y es poder generar un relato que no se escape a la crudeza porque, ya lo entendiste, me interesa contar ciertos relatos que por lo menos en la historia chilena no aparecen, no han sido contados y yo por alguna vocación que desconozco de donde vienen me hago cargo de estos relatos perdidos.
Son fuertes, feroces, pero que me interesa contar de manera cariñosa, esa podría ser una buena palabra, osea, no quitarle la rudeza pero que el lector entienda que le estoy ofreciendo un regalo cariñoso para que él lo pueda leer. Yo quiero tratar que no se me escape el lector, que pase por la emoción, pero yo también poner todas mis herramientas para que sea una experiencia cariñosa con el lector y con los personajes que circulan en las obras, que la mayoría son reales.
Investigar estas historias normalmente implica descubrir casos de profunda tristeza e impunidad. ¿Cómo te has preparado para contar esas historias sin perderte en las emociones?
Son relatos que hacen que uno se cruce emocionalmente, sin duda, pero hay un momento cuando yo ya he elegido el trabajo, cuando ya he pasado por la materialización del material…yo creo que ahí viene el oficio donde uno se desprende un poco. Hay un momento en que igual uno cae, en este libro (señala La Dimensión Desconocida ) me pasó sobre todo que cuento todo de la manera más real posible, me daba una profunda pena pero también uno trabaja desde el oficio para que no te tome de tal manera que tu no puedas seguir adelante, yo trabajo para llegar al final y también hay un goce para mi en esto, es como cuando uno prepara un regalo para alguien muy especial, conlleva mucha delicadeza y generalmente tienes la posibilidad de ofrecerlo y pensar en ese momento es lo que te brinda el goce.
Cuando un autor trata los temas de memoria histórica se tiende a cargarlo con una responsabilidad universal de hablar en nombre de la historia y por todos. Dejando esa carga de lado, ¿por qué sientes que esas historias, aunque no sean lo más agradables, deben ser narradas?
¿Sabés por qué? Porque yo tengo una vivencia con esta época, yo nací, crecí y me hice adolescente en esta época y estas son historias que circulaban, que pasaban por al lado mío, no las entendía en su momento pero me quedaban rebotando. Ya adulta intenté entrar en ellas y poder entenderlas, es como cuando a un niño le cuentan el cuento sin final, yo me quedé así con estas historias, las vi pasar, no terminé de entenderlas, nunca nadie me explicó también porque nuestros padres no les gustaba hablar del tema, por dolor, aveces simplemente por protegernos. El caso de Goia que cuento, yo incluso fui al funeral pero no entendí qué había pasado o por qué había pasado y fue muy involucrante después entender que una compañera del colegio, su padre, a quien yo conocía, también tenía que ver con eso, es después que yo logro armar el tema, grande adulta. Para mi la literatura es un espacio para estar en el mundo, para intentar reflexionar sobre lo que no entiendo, lo que me da rabia, lo que me desacomoda y estas historias me generaban mucha inquietud.
Hay una similitud que encuentro entre lo que pasó con la salida de la dictadura de Chile y las palabras “habrá justicia en la medida de lo posible” con el proceso de reconciliación que estamos tratando de hacer en Colombia. En ambos casos hay una voluntad estatal de reconciliar, pero no sabemos si las soluciones que estamos abordando van a ser suficientes a largo plazo. ¿Crees que en ese proceso de reconciliación la literatura tiene algo que aportar que no lo hagan las demás cosas?
Yo creo que lo lindo del arte en general es que funciona siempre como un espejo, que distorsiona las cosas, sin duda, pero que te da la distancia necesaria para poder observarla. Yo veo tú generación como un símil a mi generación, nosotros fuimos testigos pero no fuimos protagonistas, intuimos cosas, vimos cosas, no terminamos de entender pero vimos el dolor en ello. A mi me pasaba que cuando yo preguntaba ellos no hablaban y yo decía “ya, si estamos en democracia, conversemos y hablemos el tema” y después entendí que no hay que exigir nada y que uno tiene una labor de reconstrucción que es el puente que establece esos lazos para poder conversar, porque cuando uno va a un museo o lee un libro experimenta algo concreto, real y eso te hace hablar de otra manera porque estas hablando del libro, no de ti.
Esa es mi experiencia con lo que he visto que genera la literatura y creo que es súper sanador. Yo también he hecho teatro y normalmente cuando tratamos temas así hacemos foros y a partir de las obras que hacemos, hay un diálogo con actores y llega un punto en que público empieza a hablar solo de sus propios relatos, nosotros tomamos palco, eso nos pasa siempre y ellos terminan en una catarsis colectiva que es bien impresionante y que es muy sanadora. Hay que dejar que ocurra porque esa es una manera de narrar. Yo entiendo que para quien es una víctima real no es fácil, pero a nosotros nos toca abrir ese diálogo, cariñosamente.
Hay otra cosa sorprendente en lo que escribes y es que te alimentas de la ciencia ficción y la cultura pop. ¿Por qué decidiste cruzar la memoria con estos temas?
Porque cada vez que recuerdo los 80 esa época está cruzada por la cultura pop y la cultura chatarra. Yo era hija de la televisión, pensando en que había toque de queda, todo el día veíamos tele, jugábamos Atari, son parte de mi imaginario y lo recuerdo todo mezclado. Recuerdo que íbamos a una marcha y que habíamos estado jugando Atari antes porque así era, y si entonces vamos a una marcha y están los carabineros y nos disparan y tenemos que escondernos ahí se genera una analogía.
Pero también tiene que ver con que cuando yo comencé a trabajar con esto y lei otras obras artísticas estaban escritas de una solemnidad tremenda y eso hacía que uno como lector le costara entrar porque uno veía un material muy delicado y entendí que la única manera de narrarlo sin que el lector se escape era apropiándome de esas historias con mis juegos, mis series de televisión, haciéndolas mías también. Pasaban cosas tremendas pero igual jugábamos a la Pieza Oscura y éramos niños y lo pasábamos muy bien, todo eso está mezclado, la vida es así.
¿Qué hacer con esa sensación de responsabilidad e impotencia que generan en el lector las historias de conflicto?
Lo único que uno puede hacer es hacer algo. Porque es verdad cuando uno siente tanto dolor se convierte en impotencia porque no le pasó a uno, pero hay que pensar que esa vivencia ajena también es de uno porque hace parte de un colectivo, una sociedad, de un momento histórico y uno en ese lugar tiene un rol también, que es quizá apapachar, ser cariñoso o llorar por quien ya no puede llorar. La literatura y el arte es ese gran canal que puede hacer que lloremos juntos y sanar juntos, mientras uno moviliza esa sensación se siente más activa y productiva.
¿Sientes que Chile puede perdonarse?
Soy una persona especial y no creo en el perdón. Creo en la justicia y la verdad y como en Chile no ha habido eso al 100% se hace muy difícil pensar en el perdón. Yo no le puedo pedir a una mujer que perdió a su familia que perdone a su asesino, lo que podemos hacer es reparar eso, que haya justicia y que haya verdad. Me pone muy nerviosa cuando esa palabra se pone de protagonista, en Chile desde que llegó la democracia es un perdonazo pero no podemos hasta que no sepamos todo, bueno quizá, tal vez, el que quiera. Aún así hay muchas víctimas que han perdonado y yo no lo comprendo.
Space Invaders (2013) es una novela que sigue la historia de Estrella González, una niña de colegio que después de la dictadura se aparece en el sueño y la vigilia de varios compañeros. Pueden seguir a la autora como @nonafernandez en Instagram y leer sus historias en Random House o Laguna Libros.