Entrevista con Magalí Etchebarne, ganadora del premio Ribera del Duero
Magalí Etchebarne nació en Buenos Aires, Argentina, en 1983. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y trabaja como editora. Publicó relatos en revistas literarias y antologías, además de haber lanzado el libro de cuentos Los mejores días (2017), toda una referencia en el cuento contemporáneo argentino, y el libro de poemas Cómo cocinar un lobo (2023), una inmensa y conmovedora propuesta en torno a la pérdida y al duelo.
Cuatro cuentos largos -esa tierra de nadie entre la distancia larga y breve-, que constituyen una propuesta híbrida entre le cuento y la novela, donde personajes atraviesan más de un cuento, donde objetos ganan su simbolismo en diferentes historias y los espacios comparten atmósfera acuática. Un libro construido a partir de un estilo preciso, exacto, que rezuma inteligencia, poesía y humor.
El libro arranca con un primer cuento que se va abriendo a una red de mujeres atravesadas por la vida, la madurez, el desamor, la enfermedad, la pérdida y la muerte. Entre una fina ironía y golpes de realidad, progresa este monumental cuento de apertura del libro que, además, configura un pacto con el lector lleno de elementos que volverán a aparecer en la obra.
El segundo cuento nos lleva hasta las cataratas de Iguazú donde dos amigas (escritora y correctora de estilo) tratan de escapar de la rutina y de buscar un pretendido paraíso que acaba convirtiéndose en destino de turistas y de suicidas.
El tercer cuento, abrazo con el primero, describe el especial proceso de duelo y de despedida de dos hermanas en la costa. Allí están decididas a despedir las cenizas de su madre arrojándolas al mar. Sin embargo, otras existencias se cruzan y lo que fue un viaje de despedida puede convertirse en un trayecto muy distinto.
El libro cierra con otra joya: una pareja vinculada a lo teatral forma un matrimonio que insiste en continuar, pese a los sucesivos conflictos que marcan su vida como un vaivén de diapasón. Llegar al mar, o conocer a otras personas, o poner la relación en pausa, solo sirve para enseñarles que su ecosistema es el dolor y cierta perennidad de enfrentamiento. Cuatro cuentos que nos muestran que siempre hay una vida por delante.
A propósito de ser la ganadora del premio Ribera del Duero, en Radiónica hablamos con ella.
No hay forma de empezar este interrogatorio que preguntando cómo se siente tras haber ganado el Premio Ribera del Duero, que vuelve a Argentina tras casi una década que lo obtuviera Siete casas vacías de Samanta Schweblin.
¡Desde que me enteré, no duermo! No creo olvidarme nunca el día que Juan Casamayor me llamó para decirme que había ganado. Me fue pasando uno a uno con los jurados, Mariana Enriquez, Brenda Navarro, Carlos Castán, luego el presidente Enrique Pascual del Consejo Regulador de la D. O. Ribera de Duero. Estaba en shock y creo que todavía no se me pasa.
Estuve varios años trabajando con estos cuentos y cuando me enteré de la convocatoria, se convirtió en un desafío presentarme. Me lo propuse hace más de un año. Sobre el final, cuando quedaban pocas semanas para que se cerrara la convocatoria, pensé que no iba a llegar, esos instantes en los que uno flaquea.
Estoy muy feliz, muy agradecida. Ya había sido un premio quedar finalista, que hayan seleccionado mi manuscrito entre tantos que se recibieron y llegar a esa instancia con escritoras que admiro tanto, Fernanda Trías, Katya Adaui, Nuria Labari y Dahlia de la Cerda. Páginas de espuma es una editorial de mucho prestigio, la gran casa y la fiesta de los cuentistas en habla hispana, así que haber llegado hasta esa instancia ya era un honor. Ganar este premio, es una forma de la felicidad nueva, que no conocía realmente.
Cuatro cuentos largos que oscilan entre el universo de la brevedad, que la distancia corta propicia, y que la suficiente extensión desplega algunas estrategias narrativas más detalladas. ¿Cómo se ha sentido en esta tierra de nadie?
"Tierra de nadie" es una buena expresión para pensar el ejercicio de la escritura. Es, de cierta forma, verdadera, aunque también falsa. Es falsa porque uno se pone a escribir sabiendo que ya se escribió todo y, además, mucho mejor. Pero también es casi siempre un viaje que, al menos yo, suelo iniciar sin demasiadas certezas.
Lo que sí tuve siempre en claro es que quería que este libro estuviese conformado por cuatro relatos largos o, al menos, un poco más extensos que los cuentos que formaron parte de mi primer libro, Los mejores días. Me interesaba poder incluir más capas, que los nudos estuvieran definidos, pero que también soltaran sus gajos, se ramificaran.
En general reescribo durante mucho tiempo y en ese proceso me enfoqué varias veces en la tarea de acortar, ajustar, quitar para que no se extendieran por demás. No quería que perdieran su forma.
El cuento es un género fabuloso, me obsesiona estudiar cómo los cuentistas que más me gustan los construyen, qué licencias se toman, hasta dónde llevan los límites del cuento, dónde eligen terminar, imaginar razones. A veces las reglas del cuento aparecen difusas para mí, a veces no quiero respetarlas, otras veces me parece que las formas clásicas me permiten bailar dentro y desplegar un estilo propio o, idealmente, lo más propio posible.
Las cuatro historias constituyen una suerte de rosa de los vientos, donde cada texto apunta en una dirección y, sin embargo, hay vínculos subterráneos, atmósferas compartidas, vaivén de personajes y objetos. Háblenos del aliento, de la mirada a todo el libro que posee un entramado sutil de dependencias a partir de la autonomía de cada cuento.
Me entusiasmaba la idea de cuatro “temas” que trenzaran los dedos entre sí: la madre, la muerte, el trabajo, el amor. Podría decir que son los temas centrales de los relatos, que cada uno se ocupa más de uno que de otro, pero también que recorren a todos.
La muerte y el dolor son una constante, pero no se trata solo de la muerte de alguien, sino de la muerte de la juventud, la muerte del deseo, la muerte de la ilusión o del amor. La madre es una presencia muy fuerte en uno de los cuentos y en otro lo es como sombra y fantasma, como cenizas; el trabajo también es central en dos relatos, y el amor a veces funciona como anhelo y otras como una forma de compañía, el amor por permanencia.
Sim embargo, pensé cada cuento como una unidad en sí misma, un pequeño mundo con sus conflictos y sus personajes que se abastezca a sí mismo, que no precise de los demás para existir y ser leído, pero que convivan, que subterráneamente estén hermanados.
Personajes que recurren a la insistencia, a la voluntad de seguir adelante; que se encuentran abandonados, desamparados, que conviven con la memoria y con el conflicto. Bajo estas condiciones se abren los cuentos al mundo de la familia, de la muerte, del amor, incluso del trabajo. Háblenos de estos personajes y su esencial función en los cuentos, casi cuentos de personajes.
En general el duelo, el dolor, el enojo o la tristeza no son sentimientos o estados en los que se nos invite a permanecer. Casi todos los discursos terapéuticos o “sanadores” que nos atraviesan y con los que se nos bombardea constantemente tratan de alentarnos a salir de ahí.
Se habla de superar algo, de dar vuelta la página, de aprender del dolor y seguir. A mí me interesaba desplegar personajes que no salieron del dolor, que no lo consiguieron, que no lo consiguen, que quizás lo intentan, pero para quienes no resulta tan fácil ni natural.
Una mujer queda paralizada en un accidente que tuvo en la adolescencia, otra se enferma después de un disgusto, una pareja permanece estacionada en la incomodidad. Me interesaba explorar esos espacios “poco recomendados”, qué pasa ahí, qué pasa con el tiempo, con la ilusión, con la propia percepción y cómo se da el encuentro con los otros. Personajes trabados en una fractura de su vida, personajes que no superan algo, que no han podido seguir adelante del todo.
El libro es un recorrido por un espacio de periferia, de huida del centro, de escapada a unas cataratas de paréntesis laboral o a la costa del mar a confirmar la muerte de una madre o de un amor. Profundicemos en esta descentralización de sus historias y llevar a los personajes casi literalmente al abismo (en ocasiones, al suicidio).
Esos desplazamientos que realizan los personajes los predisponen u obligan a enfrentar la vida, moverse, o al menos intentarlo. Son movimientos que desatan la acción y el conflicto, o iluminan revelaciones.
Tiendo a pensar que las vacaciones, los viajes que hacemos lejos de casa, suelen ser, en general, un paréntesis de los días y pueden llegar a condensar lo mejor y lo peor de lo que somos, de lo que cargamos, como si todo estuviese bajo la lupa. Esperamos relajarnos, pasarla bien, todas exigencias que vienen atadas a las vacaciones o las escapadas, pero ese proyecto no siempre triunfa. Seguimos siendo los mismos solo que en otro lado.
No poder evitar ser quien se es podría ser una definición de los personajes de estos cuentos. No hay escape de uno mismo, somos lo que elegimos y lo que no nos animamos a elegir, y no hay escape. Como ese poema de Kavafis que lo dice con tanta fuerza y belleza: "No hallarás otra tierra ni otra mar/ La ciudad irá en ti siempre. Volverás / a las mismas calles. Y en los mismos suburbios / llegará tu vejez; (…) La vida que aquí perdiste/ la has destruido en toda la tierra".
Para terminar, no podemos pasar por alto esa perfecta combinación entre la ternura y el humor que genera y golpea suavemente al lector, esa perfecta combinación entre lo anecdótico y lo poético de palabra exacta y alcance universal. Su estilo maneja ambos registros, los ensambla y sentimos al leerle un constante latido, como escuchar el repiqueteo de una piedra encerrada en una caja. Háblenos de su labor con el estilo y la extraordinaria tensión que logra en la lectura.
El humor es un salvavidas. Creo que el drama un poco envuelto en comedia, o más bien, la comedia esperando muy cerca del drama, y al revés, es la forma en la que solemos vivir. Pases en la coreografía que hacemos todo el tiempo —en la vida, en la conversación— y cuando esto se da en lo que leo, cuando la escritura abraza esta paradoja de opuestos que conviven, siempre lo disfruto.
Eso intenté replicar, no estoy segura de haberlo conseguido, uno nunca sabe qué puede hacer reír o sonreír a alguien mientras lee, pero me lo propuse como desafío, aligerar la tragedia. Hay muchas cosas tristes y dolorosas que les pasan a estos personajes, me interesaba que eso estuviera moderado también por el traspié cómico que puede tener el drama.
Es diİcil hablar del propio estilo, pero creo que lo que más disfruto de la escritura es la posibilidad de permanecer en el lenguaje, de explorar sus límites y de hacerme pensar. Creo que si algo del orden de lo poético aparece en mi escritura es como una derivación de la exploración en sí misma. Nunca sé cómo voy a escribir algo, empiezo y avanzo bastante a tientas, pero me gusta imaginar un ritmo que tengo que seguir, una canción interior.