Fui el primer colombiano en jugar en Alemania de la Posguerra
En 1952, Ernesto Silva se fue de Colombia cansado de la violencia bipartidista. Jugaba fútbol en el Independiente, un equipo de la B de Santa Fe. Llegó a una Alemania todavia destruida por los bombardeos y se encontró con una liga de fútbol pobre y amateur, pero en la que estaban los jugadores que ganarían la Copa Mundo para ese país dos años después.
El Dorado que nunca encontraron los españoles, apareció luego en Colombia, pero no como un tesoro de figuras ornamentales de oro, sino en jugadores de fútbol de carne y hueso, con piernas de muchos quilates.
El paso fugaz por nuestro país de figuras como Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stéfano, Néstor Raúl Rossi, Valeriano López y Neil Franklin, llegados de países como Argentina, Perú e Inglaterra, dejó una marca indeleble en la historia del fútbol colombiano, que aún hoy, 65 años después, sigue siendo irrepetible y de leyenda.
Si bien la liga colombiana apenas se profesionalizó en 1948, en el país se jugó, por un tiempo, el que pudo haber sido el mejor fútbol del mundo. Entre 1949 y 1954, los grandes salarios, la popularidad del fútbol en la gente (que hacía filas de 12 horas para ver a su ídolos jugar), y una regulación laxa en materia de traspasos y pago de pases –el país no hacía parte de la FIFA– , hicieron de Colombia un lugar muy atractivo para los jugadores extranjeros. Era la época de El Dorado.
Foto: Alfredo Di Stéfano.
Tomada de Wikipedia.
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Pero los jugadores colombianos brillaban por su ausencia. Mientras las estrellas de afuera ganaban dinero a montones en nuestros estadios y triunfaban fácilmente -Di Stéfano saltó del Millonarios del “Ballet Azul” al Real Madrid en 1953-, a ellos no los querían. Muy pocos pudieron mantener en esa época la titular en sus equipos. De hecho, como explica en este documental de la FIFA José Kaur Dokúl, exjugador de Independiente Santa Fe en los años cincuenta, a los nacionales les tocaba conformarse con migajas y sueldos ridículos.
El primer colombiano en jugar en la Alemania de la Posguerra de la Segunda Guerra Mundial, nunca se conformó con esta situación, así su preocupación no fuera tanto el fútbol como los ejércitos, a los que amagó varias veces.
Es que si en El Campín se vivía El Dorado, en Colombia lo que sucedía era La Violencia. Por cuenta del enfrentamiento entre conservadores y liberales, los asesinatos, torturas y agresiones dejaron más de 300.000 personas muertas durante más de una década, algunos solo por afiliación política.
Por eso, cuando todo el mundo pensaba en venir a jugar a Colombia, a Ernesto le decían loco por llevar la corriente; por querer irse en 1952 a un país humillado y derrotado apenas hace siete años en la peor guerra de la historia. “En Alemania la colonia colombiana cabía en un Wolkswagen Escarabajo (risas)”, dice. Pero era más cuerdo emigrar que quedarse padeciendo en carne propia los bolillazos de la policía Chulavita, que en más de una ocasión le gritaron en las calles de Bogotá “cachiporro” (término despectivo para insultar a los liberales) y lo golpearon por llevar una corbata o una camisa de color rojo.
Ernesto tampoco dejaba muchos recuerdos en Colombia. Había comenzado a jugar a los 13 años en equipos menores de la Liga de Cundinamarca y de Bogotá como el Independiente, uno de la B que le pertenecía a Santa Fe y en el que también jugó Fernando González Pacheco. Todavía no era profesional cuando se fue.
Estados Unidos era su otra opción, además, y sabía que podía terminar reclutado por el ejército de ese país y obligado a ir vivir otra guerra, la de Corea. Esto le sucedió a un amigo suyo que por un tiempo lo convenció de irse con él.
Sin dudarlo, prefirió la oferta del papá de otro de sus compañeros, un negociante de importaciones entre Alemania y Colombia. Se lo encontró en aquella Bogotá “que iba de la Plaza de Bolívar hasta la calle 20”, dice, "donde todo el mundo se conocía". No le dio más vueltas y a comienzos de 1952 aceptó irse a trabajar con él en su firma en Alemania.
Se metió entonces en un barco rumbo a Plymouth, Inglaterra, donde hizo su primera parada antes de llegar a Hamburgo. Estuvo acompañado en el trayecto por estudiantes que le decían que estaba demente por siquiera pensar en vivir en Alemania.
Pasaría luego por Londres, todavía en ruinas, como consecuencia de los bombardeos alemanes. Le impresionó el estado de la ciudad, la destrucción. En el hotel al que llegó le dieron tarjetas de consumo para racionar azúcar, huevos y café. En ese momento pensó, “si esto es así, ¿cómo estará Alemania?”, y comenzó a preocuparse. Un día, fue a comprar unos zapatos y le pidieron la tarjeta de racionamiento. Incluso los chocolates, estaban racionados.
Al llegar a Alemania por barco desde Holanda, en octubre de 1952, ya no tenía muchas expectativas. La emoción del viaje se le estaba quitando a cada paso. Sin embargo, en Hamburgo caminó por el centro de la ciudad y se encontró con almacenes llenos de comida, de quesos, chocolates, todo lo que no había visto en Londres. Pensó que necesitaría una tarjeta de racionamiento para comprar unos zapatos de goma, pero no; había de todo para comprar, lo que no tenía era plata.
“Hamburgo estaba destruida en un 40 y pico por ciento por ser el puerto principal de Alemania. Pero no se veían ruinas. Lo que había eran lotes limpios de lo que habían destruido las bombas. Al otro día de terminar la guerra, los alemanes se pusieron a trabajar”.
Logró un cupo como centro delantero en el equipo HSV de esa ciudad, en el que jugaba Uwe Seeler, mientras trabajaba medio tiempo en la firma del papá de su amigo colombiano. La liga alemana era pobre, amateur –se profesionalizó en 1963 con la Bundesliga- y se jugaba por regiones, en contraste con la potencia que era la colombiana de El Dorado. Ganaba un sueldo de menos de 300 marcos al mes (75 dólares) y sus compañeros tenían que trabajar en almacenes de colchones para hacer suficiente dinero para vivir. “Los jugadores alemanes no pudieron vivir del fútbol sino hasta 1963, aun siendo campeones del mundo”, explicó Ernesto.
En Hamburgo hizo su familia, tuvo a sus hijos y jugó en los mismos torneos con los jugadores del equipo alemán que quedó campeón del mundo en 1954, como Josef Posipal o Fritz Walter. Eran tiempos en que los equipos se organizaba desde arriba, con una formación 2-3-5: “el portero, dos defensas, línea media de tres y la delantera que era de cinco jugadores” , explicó; tiempos en los que su equipo jugaba por todos los pueblos cercanos, donde después de un partido, sagradamente, él y sus compañeros iban a comer, a bailar o a tomar cerveza juntos.
“Eso era un paseo todos los domingos. A mi mujer no le gustaba mucho, así que comencé a pensar en si seguir o no seguir”.
Unos años después, se iría a vivir a Bremen y por un tiempo buscó un lugar en el equipo Werder Bremen, pero sucedió lo mismo. Los viajes, los partidos por todos lados, las fiestas; su matrimonio no iba a aguantar su vida de futbolista.
A finales de 1955, a los 25 años, se retiró del fútbol y se puso a trabajar en otras cosas. “De pronto es que tampoco tenía mucha afición”, dice. De hecho, no volvió a hacer deporte nunca más, ni siquiera en Colombia, a donde regesó en 1959.
Hoy recuerda su paso por el fútbol alemán como una experiencia que le dejó muchos amigos, con quienes se reunió en Colombia hace poco tiempo para recordar buenos momentos, aunque más de las celebraciones después de los partidos, que de los goles que ya no se acuerda a quien le anotó. Tal vez no estaba hecho para el fútbol, pero dentro de sus jugadores favoritos siempre estarán Uwe Seeler, Posipal y claro “El Kaiser” Franz Beckenbauer.
Porque conoció a esa joyas del fútbol alemán, puede lanzar un par de pullas a los jugadores de ahora, o a los que eran jóvenes cuando él ya estaba en otra etapa de su vida.
“Yo no creo que al Tren Valencia lo hayan echado por discriminación del Bayern Munich, como él decía. Lo que pasa es que pensó que Alemania era como jugar acá, poniéndose al entrenador de ruana y haciendo lo que se le diera la gana. Recuerdo que faltó, después de unas vacaciones de fin de año en Cali, a la cita de concentración con el equipo en Alemania. Por eso lo echaron”.
Mientras espera como todos que a Colombia le vaya bien en el Mundial de Brasil, Ernesto dice seguir sufriendo porque que su HVS Hamburgo del alma no gana nada hace tiempo. Por lo menos, la sequía de su otro equipo de amores, el Santa Fe, la que vivió en carne propia desde 1975, ya quedó saldada con la séptima estrella que ganó el equipo de Wilson Gutiérrez a finales de 2012.
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