Una charla sobre venganza, redención y cine con Camilo Restrepo
Pinky es un mendigo de las calles de Medellín, que está obsesionado con la idea de vengarse de El Padre. Pero no de su padre biológico, sino del líder de un culto religioso que aprovechó su vulnerabilidad, lo reclutó y lo convenció de cometer varios crímenes justificados en la fe y el bienestar de la secta. Por eso Pinky decidió matarlo, para así, de alguna forma desprenderse de la carga que lo agobia y conseguir una especie de redención simbólica.
En la película Los Conductos (2020) del director colombiano radicado en París, Camilo Restrepo, este personaje anónimo que recorre la ciudad entre las sombras y sobrevive como puede entre el concreto y la marginalidad, nos adentramos en un viaje surrealista que de forma muy poética y simbólica nos sitúa en la errática psiquis de Pinky, la cual en ocasiones se convierte en un espejo de nuestra propia realidad.
Grabado en 14 días en cinta de celuloide de 16 mm, este largometraje rompe con la estructura narrativa clásica. Aquí no tenemos una historia que se cuenta de forma cronológica, sino que constantemente vemos fluctuaciones temporales que juegan con el silencio, el ruido y los planos fijos para lograr una obra experimental muy cercana a un poema, que constantemente está desafiando al espectador. La espectacular fotografía realizada por el cineasta francés, Guillaume Mazloum, nos conduce por una mente perturba atrapada en un espiral de violencia y odio, que a veces escapa entre las luces que dan color a la noche, en los bosques que rodean la ciudad y en la dislocada belleza del paisaje urbano y sus fábricas.
Pero tal vez lo más atrapante de esta cinta de 70 minutos es que constantemente desdibuja la línea entre la realidad y la ficción. Pinky es el apodo de Luis Felipe Lozano, a quien Camilo conoció en 2013 durante el rodaje de su corto Como crece la sombra cuando el sol declina. Él le contó al director la historia de cómo escapó a este culto y su sentimiento de venganza. Pero a diferencia de su alter ego de la pantalla, Pinky nunca asesinó a El Padre. En eso radica la magia del simbolismo de Los Conductos, que a través de las reflexiones sobre la vida que hace el personaje principal y el constante enfrentamiento contra sus demonios se pueden extrapolar sentimientos, deliberaciones y aprendizajes enmarcados en el complejo contexto colombiano.
Los Conductos ganó en 2020 el premio a mejor Ópera Prima en La Berlinale, el festival de Cine de Berlín, y junto con el resto de la obra de Camilo Restrepo, compuesta de varios cortometrajes, se exhibirá en la Cinemateca de Bogotá que del 27 de mayo al 27 de junio presentará una retrospectiva dedicada al trabajo de este director. Además, se presentará Tele-Visión, la primera instalación artística visual de Restrepo, que es una reflexión sobre la sátira y la memoria.
Camilo Restrepo nació en Medellín y en 1999 se mudó a Francia. Antes de ser cineasta se dedicó a la pintura, pero como él cuenta con su gruesa voz, no tuvo el talento para dedicarse a esa carrera. Sin embargo, el conocimiento adquirido le dio un ojo y una sensibilidad especial que aplica en cada una de sus producciones.
Actualmente forma parte de un laboratorio cinematográfico independiente llamado L’Abominable, en el que varias personas se juntaron para reparar máquinas consideradas obsoletas por el paso de la industria del cine de lo análogo a lo digital, y así crear un espacio de trabajo colectivo que reflexiona acerca del quehacer cinematográfico y estas ideas relacionadas con la obsolescencia.
A parte del trabajo que realiza con sus compañeros y con sus producciones, Camilo lleva más de cinco años persiguiendo a un fantasma. A un personaje que lo obsesiona pero que no está seguro si existe. Él cuenta que su sueño es encontrar un pintor patua de la India que al igual que él llegó a Europa buscando dedicarse a su arte, pero terminó trabajando en restaurantes y dedicándose a otras cosas. Mientras busca a este paralelo suyo, Camilo nos regaló unos minutos para conversar acerca de Los Conductos, la venganza, cómo es entender al país desde el extranjero y de paso hacer algunas reflexiones sobre la vida.
Al ver la película una de las escenas que más me llamó la atención es cuando entra el primer monólogo de Pinky, en el que habla de la violencia que estaba relacionada con este culto, y la siguiente escena es la de la banda marcial. Al ver esto me puse a pensar en el contexto actual del país y cómo vivimos unas violencias simbólicas constantes ¿cómo juega con eso en la obra, con esta violencia simbólica que incluso puede ser más compleja que la violencia directa?
Me parece interesante porque es una pregunta que parte del montaje de la película ¿Cómo vamos de esa violencia de un culto, una violencia religiosa, hacia un desfile militar en el que vemos unos niños y adolescentes que van marchando al mismo ritmo? Cuando ves estas imágenes, se me ocurren las palabras 'adoctrinamiento' y 'disciplina'. Eso es más o menos lo que la asociación de imágenes propone. Digamos que para proponer una lectura de esos dos planos en el contexto actual, aunque la realidad la película no habla tanto del contexto actual porque fue previa, yo diría que sí, en este momento hay una especie de indisciplina necesaria y casi política de decir que ya no podemos seguir con el orden establecido porque ese orden no nos corresponde más.
Ese es casi que el tema de Los Conductos, cómo llegar a un momento de emancipación en el que Pinky, que pongámoslo en términos generales es cualquier persona, dice: "esto ya no me conviene más, acabo de comprender que el sistema me está oprimiendo”. Ese sistema, que en el caso de Pinky es un culto, pero podemos extrapolarlo a otros sistemas y decir que se acabó y necesitamos una emancipación y una indisciplina para que se genere un nuevo orden.
En ese mismo orden de ideas, me llama la atención el juego que hay en la película entre el ruido y el silencio. Y eso de alguna forma lo siento relacionado con el contexto nacional. Hábleme un poco de esa contraposición entre silencio y ruido.
Eso sí no lo puedo vincular con el contexto colombiano. Lo que sí puedo decir es que para mí ese silencio es parte de la narración. El silencio también es una manera de hablar. Diciéndolo así, el silencio es una manera de expresarse. Yo trabajo mucho con música, mis dos cortometrajes previos fueron musicales porque antes utilizaba la palabra cantada como una palabra emocional, era una palabra que no era tanto un argumento, ni una ideología o una idea, era más una palabra que clamaba por una pasión. En el caso de mi último cortometraje, la pasión era la venganza como en Los Conductos. Luego pasé un momento más de silencio porque me pareció que el silencio también era elocuente.
Es elocuente como los espacios entre dos cuadros en un díptico, eso es algo que me gusta pensar mucho en analogía con el sonido y con el silencio. Pensar que hay un vacío que al mismo tiempo conecta y desconecta los elementos que construyen una obra.
¿Qué le llama la atención de la venganza? ¿Qué le da curiosidad de este tema tan complejo?
Lo que me interesa tanto no es ese sentimiento de venganza, sino el sentimiento de injusticia que conserva aquel que siente que se tiene que vengar. Y me parece que ese sentimiento de injusticia lo vivimos todos los colombianos de manera general pensando que hay algo que no se estableció correctamente, que hay algo que se nos debe, no sabemos muy bien qué, pero en algún momento se nos debería retribuir. Por eso la película termina con ese poema de Gonzalo Arango en el que dice que: “el colombiano puede darle a los hijos lo que me merece, un futuro, entonces el desquite resucitará algún día y correrá sangre”. Y yo pienso que ese sentimiento de injusticia que encarna este personaje histórico de los años 40, 50 de La Violencia, que vuelve una vez más y de manera casual en la coyuntura actual de las manifestaciones, pienso que resuena mucho esa idea no tanto de vengarse sino de cobrar una justicia que no todavía no se ha establecido.
Al estar basado en una historia real y por la ejecución, a veces siento que Los Conductos fluctúa entre un documental y una película de ficción ¿Dónde está la línea entre la realidad y la ficción?
Yo quiero asumir que esta película es de ficción porque el punto de partida es un hecho ficticio. Este es el asesinato que nunca se cometió por parte de Pinky al líder de la secta, eso fue lo que nos generó el arranque de las ideas. Pero luego incluimos elementos de la vida real de Pinky. Qué es real es una cuestión bastante subjetiva, porque la realidad está hecha de sentimientos, sensaciones y de ideas y entre estas ideas la venganza es una realidad, aunque no se haya ejecutado, el sentimiento también es real.
Entonces marcar esa línea entre el documental y la ficción no es algo que me interese. Lo que más me interesa tal vez es que no exista, es que uno pueda fluctuar entre unas y otras. Para mí hay muchas ficciones que intentan pasarse como realidades, que juegan con el efecto realista e intentan que el espectador crea que lo que está pasando es casi una acto de fe. Y luego con los documentales se da por garantizado que lo que van a decir es verdad. También ahí el espectador pasa por ingenuo creyendo que eso es así. No creo que ni en un caso, ni en el otro la línea está definida. Ni siquiera en los momentos en que la ficción es muy ficción y el documental muy documental.
¿Cómo el ojo del pintor se relaciona con el ojo del fotógrafo cinematográfico?
Guillaume y yo hablamos mucho de cada uno de los planos que vamos a hacer. Los encuadres sí los pienso bastante yo y vienen de la pintura. A veces hay algunos planos de los conductos que mientras estábamos rodando por chiste o por cualquier cosa decíamos vamos a un plan tipo Piero della Francesca o algo así, simplemente como en la idea de que todos estábamos entendiendo ese registro pictórico que estábamos buscando. Luego la fotografía la hicimos en 16 mm en celuloide y una gran cantidad del tiempo básicamente está en claroscuros. Y esos claroscuros digamos que pueden hacernos pensar en ese rango en el que fluctúa el bien y el man en el que se debate el personaje de Pinky. Como ir entre las sombras y la luz.
La película también hace muchas referencias al fuego ¿Es este un elemento purificador para Pinky?
Siento que el final de la película, el cual es completamente inesperado, digamos que no había escrito realmente un guión y no había pensado para nada el final. Tenía las escenas con la banda militar y durante el rodaje se me ocurrió que necesitábamos que Pinky estuviera junto con esta banda como un elemento de desorden y en ese elemento de desorden que aparece como una especie de libertad inesperada y pienso que en ese momento Pinky se convierte en un ser lleno de luz.
¿Cómo es entender y narrar el país desde el extranjero?
Yo me fui a los 22 años, ahora tengo 46, pero a esa edad ya tenía una conciencia de adulto de lo que era el país y había tenido la experiencia de vivir ciertos momentos importantes en la historia de Colombia. Al estar por fuera tuve que comunicarme con el país de otra manera y dicha comunicación se estableció con llamadas telefónicas, medios de comunicación y poco a poco se iba configurando en mi cabeza un país que era diferente al que vivían los colombianos en su cotidianidad. De vez en cuando yo venía a Colombia a confrontar ese país con el imaginario que me había construido. Creo que desde el principio quise asumir esa idea, de que para mi el país era una visión desde lejos, y quiero atar esto a la destilación Tele-Visión cuyo título alude a esa idea de visión de lejos, que es la etimología de la palabra televisión. De alguna manera mi imaginario se construyó desde lejos y no lo impongo como una verdad sino como una mirada subjetiva. Y cuando hice un documental que se llamaba La impresión de una guerra en el 2015, el título fue bastante pensado porque la idea de impresión no solo hace referencia a lo que se imprime, sino a esa noción de tener una impresión fugaz de lo que es la realidad y esa impresión siempre es subjetiva, es un conocimiento que aún no se convierte en verdad.
Explíquenos por favor un poco más de esta instalación.
Es una instalación con cuatro pantallas enormes, es un cine inmersivo y expansivo en el que el espectador va a estar dentro de ese ambiente rodeado de imágenes. Hay payasos porque es una alusión a un programa de televisión en el que unos payasos median los huecos de la calle, casi que denunciando la corrupción de los políticos. Cuando era niño no entendía ese programa pero me quedó en la cabeza y pensé que eso era una sátira bastante potente, que con el humor de esos payasos se denunciaba un problema bastante serio en Colombia. Entonces quise actualizar esto y tenemos estas pantallas y la particularidad es que dos son fosforescente, o sea retienen la luz de los proyectores y cuando se va la luz la imagen queda impresa en ellas y restituye la luz que poco a poco se va borrando al igual que la memoria que también se va borrando.