Limpiar el río para curar el alma: una entrevista con Wade Davis
Wade Davis (1953) vino por primera vez a Colombia a sus catorce años. En la década del 60, su madre lo envió a Cali en un intercambio porque consideraba que el español era la lengua del futuro. Fue una corta estadía en la que el canadiense sintió la libertad golpeándole la cara al tiempo que el trópico lo apretaba en un caluroso abrazo; uno muy diferente al de su natal West Vancouver. Besó a una chica por primera vez, tuvo también su primera borrachera y mientras varios de sus compañeros, algo mayores que él, anhelaban el regreso a casa entre llantos, Davis sellaba sin saberlo un pacto con el que amarraba su destino a este país.
Nacido en un hogar modesto, logró llegar a la Universidad de Harvard. Allí, como antropólogo, sintió la necesidad de levantar la mirada de los libros y hundir sus pasos en la selva. Buscó entonces al biólogo estadounidense Richard Evans Schultes, investigador estadounidense de plantas y hongos de uso ritual, que se había internado durante años en el Amazonas, para decirle que quería ser su pupilo. Junto a Tim Plowman, un consentido Schultes, el canadiense volvió a aterrizar en Colombia donde empezó a estudiar los secretos botánicos de la coca, la planta sagrada, la hoja divina de la inmortalidad.
Siguieron varios viajes por la amazonía colombiana y ecuatoriana, donde además centró su proyecto de Doctorado, también en Harvard. De esta larga expedición quedó el libro El río: exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica (1996), que con el tiempo iría cobrando más y más importancia, no solo por ser una puerta para entender a las comunidades indígenas de Colombia y conocer la diversidad botánica de nuestro territorio, sino también porque, al ser una carta de amor al país, se convirtió en una guía de sueños para quienes anhelaban un futuro mejor.
A la fecha Wade Davis ya suma una veintena de libros enfocado en las culturas nativas o indígenas de diferentes partes del mundo como Borneo, Nepal, Perú, Polinesia, Tíbet, Mali, Benin, Togo, Nueva Guinea, Australia, Mongolia, entre otros. Ha publicado artículos en revistas como Outside, National Geographic, Fortune o Condé Nast Traveler. Entre los varios galardones que ha recibido está la Orden de Canadá, uno de los reconocimientos más grandes que entrega ese país. Actualmente es profesor de la Universidad de Columbia.
En el año 2018 le fue entregada la nacionalidad colombiana. Y en el año 2020 publicó Magdalena: río de sueños, en el cual, a través de diferentes crónicas, nos da una visión del afluente más importante de nuestra geografía. En Radiónica nos sentamos a hablar con Wade Davis, un hombre fascinado por la intensidad con la que se asume la vida y su fragilidad en esta parte del mundo. Con él hablamos sobre el Magdalena, su historia y la oportunidad de redención que nos ofrece. También sobre la coca, la cocaína y el narcotráfico, cosas que de una u otra manera marcan el ser colombiano.
¿Cómo convencernos de que debemos de dejar de darle la espalda al río? Algo que además no solo ha sucedido en Colombia.
Estoy de acuerdo, Colombia no ha sido el único país que le ha dado la espalda a su río. En Nueva York también lo hicieron con el Hudson. En Londres, el río más icónico de la historia británica, el Thames, fue tratado como un vertedero de basura. En 1967, el Museo de Historia Natural lo declaró biológicamente muerto, no tenía oxígeno. Para estos años había incluso una planta de General Motors en un lugar llamado Tarrytown y decían que podían saber qué tipo de carro estaban manufacturando por el color del río.
El agua es sagrada, no es gratuito que se use para bautizar a los niños en la fe cristiana. Lo curioso es que así lo concibamos cuando está en el templo, pero esa misma tarde vamos y tiramos basura en el río. Es una contradicción de la que todos nos debemos responsabilizar. En Inglaterra, por ejemplo, lo hicieron y ni siquiera pasó una generación para que aparecieran alrededor de 200 especies de peces, la gente pudiera nadar en él y hasta llegaran ballenas a la boca del río.
Es interesante porque los mamos dicen que la sangre que tenemos en el cuerpo no es distinta al agua de los ríos y esto científicamente tiene sentido. El ciclo hidrológico es similar al de nuestro cuerpo: el agua llega al mar, se evapora, viaja como nube, cae con la lluvia y baja como río.
¿Qué puede simbolizar limpiar el río Magdalena?
Colombia es el regalo del río Magdalena y el río Magdalena es la historia de Colombia. En mis viajes durante cinco años por su cuenca había siempre un mensaje: para limpiarnos, para limpiar nuestra alma, tenemos que limpiar el río. Carlos Vives dijo que la cumbia era la madre de la música, pero es que la madre de la cumbia es el río Magdalena.
Sabemos que Colombia es un país con una biodiversidad increíble, que tiene más especies de aves que cualquier otra nación, que sus parques son auténticos santuarios ecológicos, pero la historia es aún más profunda. Alexander Von Humboldt, más que un amigo, fue un maestro de Simón Bolívar desde que estuvieron juntos en París. Humboldt siempre hablaba con frases muy bonitas, palabras que para él eran metáforas, pero que para Bolívar eran una realidad. Él las recibió de manera literal y la naturaleza fue el símbolo no solamente del país sino de la pelea para liberar un continente. Podemos incluso decir que Colombia es de los únicos países en el mundo que fue fundado bajo una visión de la historia natural.
Con el proceso de paz son muchas las cosas importantes que hay que hacer y no hay suficiente plata para todo, pero a mi me parece muy interesante, incluso como metáfora, limpiar el río, porque el Magdalena se convirtió en un cementerio en medio de la guerra. Volverlo un río de vida. Gabo decía que de joven el Magdalena fue un paraíso, pero que de aquellos viajes en el buque David Arango ya poco quedaba. Estos son solamente 20 años en la historia de un afluente que es un libro abierto. Es solo un capítulo entre millones de páginas por leer y por escribir. Debemos llevarlo a que sea otra vez una fuente de cultura, poesía y música.
¿Somos conscientes de esta posibilidad?
Puede ser. Por ejemplo, en la ciénaga grande de Santa Marta, en una población donde los paramilitares habían entrado y masacrado a sus habitantes, algunos colegas nos sentamos a hablar con un pescador. Le preguntamos sobre lo que el Estado podía hacer para ayudarle. El muchacho empezó diciendo que necesitaban casas nuevas, pero al instante se arrepintió: “No, no, no, qué haces con una casa si no hay nada que comer”, dijo. Entonces afirmó que se debía limpiar la ciénaga, algo que anotamos en la libreta y tachamos rápidamente cuando lo escuchamos decir: “Carajo, no, hay es que limpiar todas las quebradas y ríos que llegan a la ciénaga”. Y de repente subió el tono de voz: “No, huevón, hay que limpiar la madre, el río grande, el Magdalena”.
Él, de una manera inocente, está diciéndonos que todas las cosas están conectadas y que si echamos basura en el río Magdalena en macizo colombiano, esa basura va a llegar a Bocas de Ceniza. Este afluente es el corazón del país y para limpiarlo no hay que hacer mucho, solo parar de contaminarlo.
¿Cómo reescribir esa historia del Magdalena que en medio del conflicto se tiñó de sangre?
A mí me encantan los arrieros. Cada vez que un arriero está montando una mula, poniendo las cosas, arreglándola, para mí es una ventana a toda la historia del país. La mayoría de las ciudades grandes aquí están en las alturas, sobre una montaña. Y si querías mandar en aquel entonces enviar cualquier cosa tenías que usar los ríos. En 1890 Bogotá era una ciudad famosa, grande, sofisticada, pero todo lo que allí podías encontrar había llegado en mula desde Honda.
El Magdalena Medio, desde el punto de vista de las ciudades fue la frontera, pero todos los puertos que encuentras ahí, Puerto Berrío, La Dorada, Gamarra, entre tantos otros, que empezaron como sitios para conseguir leña para los vapores, son el centro y corazón del país. Y hay una historia fuerte y a la vez hermosa en Puerto Berrío que tiene lugar en medio de los peores años del conflicto, cuando los paramilitares comenzaron a volverse muy poderosos y a convertirse, por todo tipo de razones, en asesinos. Según la ONU el 85% de las bajas civiles probablemente fueron causadas por ellos.
Con el fin de detener a la guerrilla, los paramilitares decidieron acudir a la barbarie para hacer así presencia constante en la gente: si mutilas a alguien con una motosierra, arrojas los pedazos de los cuerpos al río y no le permites a la población recogerlos, amenazándolos con hacerles lo mismo si lo hacen, dejas un statement con el que la gente tiene que convivir en sus aguas.
En Puerto Berrío ni se atrevían a comer bocachico porque este se alimentaba de los resto humanos, hasta que sucedió algo muy poderoso y redentor. Varios cuerpos se quedaban detenidos en los remolinos del río y en un momento ya eran demasiados. Los pescadores y las mujeres decidieron romper el miedo y recoger los cadáveres. Los llevaron a donde el sacerdote del pueblo a quien persuadieron de que los bautizaran con sus apellidos y con los nombres de los familiares que los paramilitares también habían asesinado. Sabemos que matar y no permitir una santa sepultura era como matar dos veces. Al rebautizar los muertos desconocidos, los habitantes de Puerto Berrío abrían la posibilidad de alcanzar la divinidad.
En la religión, la figura de María Magdalena tiene una interesante historia de redención, ¿siente que hay algo de magia o al menos un llamado a vivir algo semejante con la historia de este territorio?
Conocimos a tanta gente, que todos los personajes en el libro Magdalena tuvieron que pelear, por decirlo de alguna manera, por estar en él. Y si pones atención cada uno representa algún aspecto de la experiencia colombiana. Sandra Uribe tuvo que dejar el país a los 15 años para vivir con su abuela en Miami, porque sus padres se dieron cuenta que ya no podía distinguir entre el sonido de una tormenta y el sonido de las bombas. En EEUU sus compañeros de colegio se burlaban por ser de la misma ciudad de Pablo Escobar, al tiempo que en sus actividades sociales salían a buscar drogas, preferentemente la cocaína. Sandra se convirtió no solo en una parte sino en la clave de Magdalena. El libro simplemente no hubiera existido sin ella, fue creciendo como nuestra amistad.
Una vez estábamos en Monserrate al final de todo, solo reflexionando del proceso y pensado sobre el porqué del nombre del río. María Magdalena era vista como una prostituta, una pecadora, pero resultó que el Papa Gregorio, que la juzgo, pudo haber tenido a la mujer equivocada. Fue María de Betania quien pudo ser la prostituta y no Magdalena, que tuvo además el amor más puro y devoto por cristo en su vida, muerte y resurrección.Y solo fue hasta 2016 que el Papa Francisco finalmente le removió la letra escarlata que cargaba.
Su nombre significa torre de fortaleza. Y sucedió que el papa la elevó a lo más alto, no solo en las filas de los discípulos, sino de discípula de los discípulos. Es una imagen tan hermosa de redención. Estábamos hablando de eso y luego Sandra me dijo: “Sabes, ¿por qué no podemos hacer lo mismo por el río? ¿Por el río que nos ha dado todo? Nuestra identidad, nuestra libertad”. Cuando ella hizo esa pregunta, justo en ese momento, una pequeña ave amarilla aterrizó en el plato y empezó a comer migajas. Luego levantó vuelo hacia el bosque. Ahí supe que era el final del libro.
Veo que realmente es optimista…
Muchos gringos le tienen miedo a los colombianos. En un país de alrededor de 50 millones de habitantes, no hubo, en ningún momento del conflicto, sumando los tres lados, más de 500 mil combatientes. Un conflicto que además no duraría un día sin la plata de la cocaína y su prohibición. Cada persona en Londres, en Miami, en San Francisco que han comprado cocaína tiene sangre colombiana en sus manos. Y yo creo que solo un pueblo como el colombiano, con su espíritu y fuerza, puede sobrevivir a una crisis así durante 50 años.
Todo el mundo habla de realismo mágico, debido a ese gran regalo que Gabo le dio a la literatura universal con sus libros. Pero yo le he explicado a mis amigos no colombianos que él era un periodista que escribía lo que veía y lo que escuchaba, lo que sucede es que vivió en una tierra donde el cielo y la tierra se unen para revelar destellos de lo divino: desembarca en una costa desértica; ábrete camino entre humedales que reflejan el mundo como espejos; asciende por bosques tropicales hasta llegar a los verdes valles templados de la sabana… Solo en Colombia.
Después de 500 años, desde la conquista, tenemos en población absoluta más gente indígena viviendo aquí en Colombia que en los tiempos de Colón. Y la mentalidad está cambiando. Cuando era joven y fui a visitar a los mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta, todos los compañeros míos en la Nacional me preguntaban que porqué quería vivir con la gente sucia. Hoy en el Amazonas tenemos resguardos del tamaño del Reino Unido, tenemos una constitución que reconoce a los grupo étnicos y una democracia que ha resistido a los peores embates. Colombia, si así lo quiere, puede vivir un renacimiento.
Sin embargo, en momentos parecemos, como sociedad, estar desaprovechando esta oportunidad para entrar otra vez en una espiral de violencia…
Es un momento de inflexión muy importante. Como me dijo mi amigo Camilo, uno de los mamos de los arhuacos, una persona muy sabia, un hombre muy profundo: la paz no va a ningún lado si es solamente una manera de que los varios lados del conflicto se unan para seguir una guerra contra la naturaleza.
Es interesante que en 50 años de guerra muchas zonas del país quedaron aisladas, por lo que no hubo un desarrollo industrial avasallante como el que vivió en los 70 el oriente de Ecuador con los oleoductos y la ganadería extensiva. Hoy ese territorio está fregado y si bien la Amazonía colombiana también está en peligro hay zonas intactas del tamaño de Francia. Colombia puede, en este sentido, tomar decisiones inspiradas en 50 años de investigación científica.
El Acuerdo de Paz tenía 578 cláusulas, un costo de 45 mil millones de dólares, que buscaban poner sobre la mesa la igualdad de oportunidades, la distribución de servicios básicos, la educación y un largo etcétera. Estuve en Bogotá la noche antes del primer referendo. Había una reserva de amargura y odio, un resentimiento enconado, que luego además llevó a la elección de un presidente que si no se dedicó a eliminar el acuerdo, ciertamente no fue su firme defensor. Pero era justo el momento en el que Colombia podría haber podido ir al mundo y decir: “Mira, has estado usando cocaína durante todos estos años, sabes que cada onza de sangre derramada en nuestro país se debe a eso. Ahora hemos encontrado nuestro camino hacia la promesa de la paz, necesitamos tu ayuda”. Todo el mundo estaba pendiente de lo que sucedió en La Habana y Cartagena.
Pero fuimos nosotros, desde adentro, que lo volvimos una herramienta política partidista…
Sí. Y a esto se sumó la caída de los precios del petróleo y la llegada de millones de venezolanos. Y claro, mientras en EEUU pusieron a los hijos de los inmigrantes en jaulas, en Colombia los pusieron en las escuelas, en las clínicas de salud, les dieron albergue. Puedo prometerles que nunca en la historia del Estado-nación y ciertamente nunca en la historia de América un país ha sido tan generoso con otra nación necesitada como lo fue Colombia con los venezolanos. Pero claro, el precio fue tremendo. Y al mismo tiempo el Estado no ocupó las áreas abandonadas por las FARC. Uno se pregunta por qué no lo hicieron con el mismo ímpetu que cuando los estaban combatiendo, por qué si se logró sentar en la mesa de negociación a la guerrilla no se protegió con la misma fuerza el patrimonio de una nación que hoy está amenazada.
Pero en el fondo llegamos de nuevo al tema de la cocaína. Hasta que los líderes políticos no tengan el coraje de eliminar el mercado ilegal de esta droga es difícil imaginar el cumplimiento de la promesa de paz. Entre 2019 y 2020 se produjo más cocaína que antes pues, según la ONU, la capacidad de obtención de cocaína por hectárea aumentó a pesar de la reducción del área sembrada.
Entremos en ese tema que ya ha tocado en varias ocasiones, ¿qué debemos hacer con la cocaína?
Tenemos que legalizar la cocaína. Todas las drogas tienen su potencial para bien o para mal. Ya son alrededor de 50 años de la guerra contra las drogas, con más de un billón de dólares gastados solo por los estadounidenses, y hoy hay más personas en más lugares del mundo que usan más y peores drogas que en cualquier otro momento de la historia. Es un fiasco y lo es porque ninguna de las partes la quiere terminar o la quiere ganar.
Por un lado, Estados Unidos destina un presupuesto de $60 mil millones a este fin. Si se legaliza esto desaparece y varios quedarían en la calle buscando trabajo. Y así mismo, los narcos ya no controlarían el mercado. Los dos antagonistas de esta guerra son, de hecho, protagonistas que necesitan que se mantenga, mientras corren ríos de sangre de millones de personas inocentes. No solo en Colombia sino en todo el mundo.
Darío Betancourt Echeverry, uno de los primeros académicos que logró caracterizar el fenómeno del narcotráfico en Colombia, a quien luego desaparecieron los paramilitares, decía que la definición misma de narcotráfico dada por los llamados países primermundistas hacía que la culpa recayera exclusivamente en los países productores. ¿Qué percepción tiene de los roles dentro de este mercado ilegal?
Estoy de acuerdo. Está esa idea de que el país productor es el principal responsable y creo que todo el motor, por supuesto, está impulsado por el consumo. Y no simplemente por aquellos que consumen la droga, sino por las naciones que hacen posible el mercado negro al prohibirla.
En octubre de 2020 hubo una famosa redada de drogas en el aeropuerto de Filadelfia, por algo que denominaron como cocaína verde. También analizaron una “extraña mezcla negra” que dio positivo por nicotina, el ambil. Con los cigarrillos, la nicotina mata a 480,000 estadounidenses cada año, pero es legal, por lo que no representó ningún interés para los agentes de drogas. Anunciaron entonces que habían encontrado un nuevo tipo de cocaína y que ese polvo verde lo iban a volver polvo blanco, pero que afortunadamente lo evitaron.
Mambe…
Sí, era mambe, un polvo que viene de una planta que ha sido utilizada durante miles de años en el noroeste del Amazonas. Es como si en la época de la prohibición del alcohol hubieran parado un camión lleno de papas porque lo iban a volver vodka. Es sorprendente, después de todos estos años de guerra contra las drogas, no solo la plata que se ha gastado sino que la primera línea de agentes fronterizos no sepan diferenciar entre el clorhidrato de cocaína extraído en 1860 y una planta de uso tradicional milenario.
¿Por qué sigue ese desconocimiento tan grande alrededor de la hoja de coca?
Tenemos que recordar que el café empezó como una planta medicinal. Luego se volvió un producto raro y hasta perseguido. El sultán Murad IV del Imperio Otomano, mandó a cerrar todas las casas donde lo vendían. Incluso una noche se disfrazó y salió a decapitar a quienes sorprendiera con café. Federico II el Grande intentó que la gente dejara de tomar café y en su lugar bebiera cerveza. Pero con el tiempo, las cafeterías en Europa se convirtieron en centros intelectuales y de pensamiento liberal. Las mentes más brillantes de la época bebían café y discutían qué estaba pasando. La cafeína hizo la Revolución industrial.
Hasta mediados del siglo XVII no se podía beber agua en ninguna ciudad por miedo a enfermarse. Todo el continente estaba atontado con el alcohol, la cerveza y el vino porque así se cuidaban de los agentes patógenos. Y de repente, en cuestión de 20 o 30 años, llegaron a Europa tres estimulantes del sistema nervioso: el café, el chocolate y el té. Todas eran sustancias que se tenían que hacer con agua hervida, entonces también solucionaban el problema de las enfermedades. Y al final, los intentos de frenar la cafeína nunca funcionaron.
En la economía tradicional, de artesanía y agricultura, un trabajador podía cosechar el campo después de unos cuantos vasos de cerveza, pero no podía trabajar con una máquina o una herramienta. La Revolución Industrial necesitaba cafeína. Se reconfiguró culturalmente su consumo porque permitía a la gente trabajar y se institucionalizó la pausa para el café. Ahora, si le das cafeína a las ratas y no tienen suficiente, se destrozarán para obtener más.
¿Cree que algo así puede pasar con la coca?
Debemos desvincular la coca de la cocaína y crear un mercado nutracéutico para las hojas de coca, que es una planta increíblemente beneficiosa y llena de nutrientes. En ella no hay evidencia de toxicidad y mucho menos adicción; ha sido utilizada durante más de ocho mil años por todas las grandes civilizaciones precolombinas de Colombia, y hace parte de la cultura de más de 100 etnias que la consideran sagrada. Necesitamos un mercado legal para las 130.000 familias colombianas que se ganan la vida cultivando esta planta. La sustitución de cultivos es una ilusión, nunca funcionará por una serie de razones.
Es una planta que puede transformar la experiencia humana de una manera asombrosa, sutil y efectiva. Y sí, creo que internacionalmente la coca puede ser algo a la misma escala del café. La coca sembrada comercialmente y vendida legítimamente, como un nutracéutico, como sustancia dietética, podría darle a Colombia, a través de los impuestos, la plata necesaria para lograr la promesa de paz. Llevamos 50 años librando una guerra que no hubiera durado un día sin las ganancias ilícitas de una política de prohibición que ha traído miseria. Yo amo la cultura cafetera, pero el café viene de las tierras de Abisinia en África, la coca es nacida en Colombia.
¿Cómo cambiar esa visión que tenemos de la coca luego de recias campañas, provenientes de la institución, que se han encargado de estigmatizarla?
Con la coca tenemos que dejar de decirle al mundo lo que no es: que no es cocaína, que no es la droga que piensan, etcétera. Tenemos que empezar a decir al mundo lo que la coca es: una planta de donde salen cosas como el mambe, que tiene todo el régimen vitamínico que necesitamos; que tiene más calcio que cualquier otra jamás estudiada, lo que la hace perfecta para la dieta de los altos Andes; que mejora la capacidad del cuerpo para digerir carbohidratos a gran altura y mucho más que esto.
Dime qué hiciste hoy. Te levantaste, preocupado quizá por esta entrevista. Pensaste si había tráfico o no, si habría ruido o no, y toda la lista que hace parte de lo que llamamos vida moderna. Luego, vas a tener que ir a tu trabajo, editar esta grabación y probablemente te vas a tener que sentar en una mesa y mirar tu computador por un largo tiempo. Y vas a querer estar enfocado, pero te pones de pie porque necesitas una taza de café. Cuando vuelves de tu quinta taza de café del día estás temblando y tu cuerpo va a querer parar.
Qué pasa si te digo que hay una inocente planta, sin toxicidad, que ha sido usada por ocho mil años. Que cuando la tomas no tienes esa sensación de estar bajo la influencia de nada, pero que de repente estás en capacidad de concentrarte y de enfocarte en tu trabajo con una ligereza brillante, que te permite tomar decisiones de edición un poco más fácil. Que cuando llevas todo un día no te has parado a tomar otro café, porque simplemente estás mambeando.
Y de repente llegan las seis de la tarde y te das cuenta que, no solamente hiciste tu trabajo, sino que tuviste un gran tiempo haciéndolo. Entonces vas a tu casa temprano para verte con tu familia, tener una buena cena, quizá caminar con tus hijos o ir a trotar. Luego te recuestas y te vas a dormir sin ningún tipo de agitación, como esa que sentías luego de tomarte ocho cafés que te dejaban pegar el ojo. Si te digo que esa planta existe y que está por todos lados en Colombia. ¿no quisiera tener alguno de estos beneficios?