"La Escuela de Género de la Nacional se la pelearon varias profesoras y hay que defenderla", Franklin Gil Hernández
La academia hoy es también un espacio político, pero no siempre se ha entendido así. Y es probable que desde el presente sea difÍcil de entenderlo. Hoy, por ejemplo, en el catálogo de la universidad pública más grande del país, la Universidad Nacional, la Escuela de Género ofrece varios programas en los que los movimientos sociales convergen con lo teórico y dialogan con lo que pasa en las calles, con los activismos de las redes sociales, con los debates públicos y enriquecen, de alguna manera, esa idea de que el conocimiento no solo se nutre de los libros.
Sin embargo, nada de esto sería posible sin el camino arduo que tuvieron que recorrer —y que siguen recorriendo— varias profesoras que con mucho esfuerzo, le han dado fondo y forma a la Escuela de Género en medio de una academia androcéntrica y con mucha resistencia justamente a reconocer lo político como motor académico y social.
En esta entrevista, Franklin Gil Hernández, antropólogo, docente e investigador de la Escuela de Estudios de Género, nos brinda una mirada íntima y generosa sobre un lugar donde el feminismo y el género son más que temas académicos y se convierten en fuerzas vivas y mutantes que han moldeado y seguirán moldeando el alma de una institución y de toda una región.
Me gustaría comenzar por lo básico que es preguntándote sobre ti y que me cuentes un poco más de tu experiencia como docente en la Escuela de Género de la Universidad Nacional.
La Escuela de Estudios de Género es una unidad básica de la Facultad de Ciencias Humanas. Es una experiencia que cumple el año entrante 30 años y me siento muy satisfecho de poder estar en un lugar así, con investigadoras que admiro mucho y colegas que trabajan mucho por estos temas.
La Escuela es una unidad pequeña en medio de la Facultad de Ciencias Humanas. Ha sido un proyecto que las profesoras —y lo digo así en femenino porque han sido principalmente mujeres— sacaron adelante en un espacio académico que ahora reconoce más el aporte de los estudios feministas y de género a las ciencias sociales, pero en el pasado eso no era tan claro.
¿Cuáles han sido los principales retos en estos 30 años a los que se han enfrentado las profesoras que han impulsado la Escuela?
Hay una dificultad en el sentido académico. En general muchas disciplinas tienen una base androcéntrica en su conocimiento. Por ejemplo, en sociología o antropología hay una construcción de un canon teórico basado en autores hombres y con un gran vacío en visibilizar el aporte de las mujeres a esos campos. Eso en sí ha sido difícil y a algunas de estas profesoras les tocó rescatar un montón de pensadoras, teóricas, investigadoras de esos campos.
Por otro lado, la escuela por mucho tiempo no tuvo una planta profesoral propia, sino que funcionaba con el tiempo que de alguna manera algunos departamentos cedían para que algunas profesoras trabajaran en la Escuela de Estudios de Género. En este momento la escuela tiene una planta propia. Somos pocas personas, cinco de planta; sin embargo, hay docentes ocasionales o investigadores vinculados.
También está la dificultad de hacerse oír en ciertos temas en la universidad. Aparte de estos problemas de sexismo en las disciplinas, hay varios problemas de género en la universidad, empezando por el desbalance entre profesores y profesoras vinculados de planta y el acceso de las mujeres a cargos de poder. Hasta hoy tenemos a la primera rectora mujer en una universidad que tiene más de 150 años…
También están los problemas de violencia de género, que son conocidos, porque varios han salido en medios de comunicación. Hay una institucionalidad que ha tratado de responder a ellos, tomando algunas medidas normativas e institucionales, pero todavía hay muchas tareas por hacer. Falta priorizar de manera adecuada ese tema en el proyecto universitario como algo central.
Ahondemos en esa historia de la fundación de la Escuela, ¿me podrías hablar de quiénes son las personas que fundan esta escuela?
En la página se explica cómo surge el programa en el año 1994, en qué momento se instituye como Escuela de Estudios de Género. Creo que nombres no aparecen ahí, aparecen unas fotografías donde están las profesoras que impulsaron esta iniciativa en su momento: Mara Viveros, Luz Gabriela Arango, Patricia Jaramillo, María Himelda Ramírez, Yolanda Puyana, Florence Thomas, Magdalena León, Donny Mertens, entre otras.
Hay varias profesoras que fueron las fundadoras de lo que es hoy la escuela. Todas de la facultad de Ciencias Humanas que empezaron con el interés de tener una unidad académica específica sobre temas de género. En este momento estaba asociado al tema del desarrollo, porque era lo que se estaban preguntando, y porque eso empezó con un apoyo de la Cooperación Holandesa para el sostenimiento del programa.
¿Cuáles son las principales apuestas de la escuela a nivel académico?, entiendo que hay un esfuerzo interseccional por entender el género…
Tiene que ver con difundir el aporte de las teorías feministas y los estudios de género como un elemento importante para el debate público, para avanzar en diferentes temas de justicia social, pero también en diferentes discusiones sobre cómo se investiga y cómo se trabaja en comunidad. Tenemos dos programas de postgrado, una especialización, una maestría y también, una línea de investigación en el doctorado de Ciencias Sociales en la Facultad.
Y efectivamente como lo estaba diciendo usted, como el campo ha cambiado, tenemos una perspectiva más relacional, que entiende las relaciones de género como una estructura social que está entrelazándose siempre con la clase, la raza, la etnicidad. Esa es una apuesta que la Escuela viene haciendo desde hace un tiempo: no entiende el género como una relación de poder autónoma, sino como una relación que siempre está en co-construcción con otras relaciones de poder.
Eso ha marcado varias líneas de investigación y varias personas de la Escuela, trabajan o trabajamos pensando en el aporte epistemológico de los feminismos del sur, de las mujeres negras, de las mujeres indígenas y de las mujeres y los grupos feminizados y subalternizados en el orden sexual que han aportado en la región a diferentes cuestiones. En ese sentido no solo bebemos de los feminismos del Norte global, sino que también destacamos la producción de las mujeres y los feminismos en América Latina y en otras latitudes, que en cierta manera no han sido tan visibles o reconocidos.
Indaguemos en esa idea que explicabas al principio de la fundación de la Escuela y el hecho de que estas profesoras tuvieron que enfrentarse a retos dentro de la misma academia por prejuicios y miradas androcéntricas. Mi pregunta es a nivel Latinoamérica, ¿este es un sesgo que sigue existiendo dentro de la academia?
Sí, esto ha cambiado, sin embargo, creo que no es igual en todos los países. Yo soy antropólogo, por ejemplo, y en la antropología colombiana, la antropología feminista hasta ahora tiene un lugar en el que las personas quieren conocerla, acercarse a ella, pero en otras escuelas antropológicas, eso estuvo presente hace mucho tiempo. En Brasil, por ejemplo, los estudios de la sexualidad dialogan con teorías feministas y esto era algo importante en el campo antropológico hace mucho tiempo.
Eso ha cambiado y a veces es porque no queda de otra: las personas están reconociendo que existen los estudios feministas y de género y que son un campo importante a tener presente para elaborar un programa, para pensar ciertos problemas.
En ese sentido han ganado reconocimiento en el campo académico, pero todavía persisten problemas de reconocimiento académico. Hay campos donde no tienen el suficiente perfil académico que deberían. Algunos pueden mirarlos como campos excesivamente politizados, especialmente quienes entienden el conocimiento como algo neutro y aséptico, porque les parece que eso no es adecuado y lo miran con cierta desconfianza.
También, a partir de una visibilidad muy fuerte que han tomado los feminismos, en paralelo ha crecido una serie de desinformaciones y estigmatización de lo que significan los feminismos. Entonces, en ciertos en ciertos campos, los feminismos se ven como algo radical, parcial y que divide. Hay muchas posiciones antifeministas, tanto en el campo académico, como en el espacio público. Tenemos a personajes hablando sobre los feminismos de manera negativa, como una ideología peligrosa y eso lo tenemos en diferentes lugares, con intensidades diferentes.
Hay temas de justicia epistémica, de desigualdad laboral que todavía están presentes. No tenemos esa situación, pero hay lugares donde incluso hay persecución a personas que trabajan en este campo. Hay países de Europa del Este, por ejemplo, que han prohibido los estudios de género, porque son un "peligro para la familia, para el mundo social". También conozco colegas en Brasil perseguidas por ser feministas que han recibido amenazas y han tenido que dejar sus trabajos. En España, también está muy caldeado el debate, con unas zonas de violencia contra las personas que están inmersas en este ámbito.
¿Qué crees que podría ayudar a mitigar estas problemáticas?, lo que percibo desde afuera, sin saber mucho al respecto, es que hay una facultad o una escuela con este enfoque y no hay tantos lazos con otras facultades o con otros programas…
Yo creo que hay personas trabajando en estos campos, cada vez más, pero no es algo transversal y efectivamente ese es un reto. Es entender que esto puede ser útil para otras facultades, para otras disciplinas en las que esas discusiones aparecen menos: ingenierías, matemáticas, ciencias, ya que, todavía hay muchos espacios donde hay resistencia a trabajar estos temas. La escuela tiene una red ampliada donde hay personas de otras facultades. Sé que hay de artes, Derecho, Ciencias Políticas, pero en nuestra red no hay personas de ciencias o ingenierías.
La universidad es muy grande y a veces es difícil conocer lo que hacen otros profesores, en otras sedes, en otras facultades. Sin embargo, la escuela interlocuta con la universidad en esos temas relacionados con el género, siempre defendiendo que la Escuela de Estudios de Género no es la responsable del tema de género en la universidad.
Somos una unidad académica y por supuesto que nos interesan los temas de género en la universidad, pero resolver el tema en la universidad es una responsabilidad de las directivas de la universidad. La universidad debe crear su propia institucionalidad, su recurso y por supuesto que la escuela está dispuesta a acompañar los procesos que surjan, pero no hacerlos.
Afortunadamente la universidad tiene una política de género, un Observatorio de Género y una serie de programas y proyectos en relación con esa área, con limitaciones, pero también con algunos avances. Los problemas de violencia de género son muy difíciles de transformar y muy difíciles de intervenir, hay un montón de retos institucionales. No es fácil y hacen falta muchas cosas por hacer.
¿Cuáles son las principales apuestas de aquí en adelante de la Escuela de Género?
Primero, defender el proyecto de la Escuela porque tiene muchas amenazas en el sentido de recursos y sostenimiento. Este programa se lo pelearon estas profesoras y hay que defenderlo, mantenerlo. Lo primero es eso y ya es una tarea bastante grande.
Yo creo que también es clave seguir acompañando el campo de los feminismos, que es dinámico e históricamente cambia. Esperamos acompañar esos cambios, esas nuevas preguntas, esas nuevas maneras de entender lo que significan los feminismos, lo que significa la categoría de las mujeres. Por eso nos interesa apostarle a esa manera relacional de entender el género con la raza, la clase, la etnicidad y otros órdenes de poder.
También seguir manteniendo relación con las organizaciones sociales: este es un campo que tiene esas relaciones y sin idealizar, porque hay también tensiones y alejamientos en momentos, pero es un campo que se nutre de esa relación siempre. Es un campo no solamente académico, sino político siempre.
En ese sentido, aunque también pide una cierta autonomía académica para pensarse ciertos temas, este no se puede separar de lo político, ni de los movimientos sociales, ni de las organizaciones y es un reto mantener también estas relaciones. Yo creo que eso airea, impulsa, genera críticas dentro de lo académico. Creo que cuando los estudios feministas y de género se alejan de eso, pierden mucho, ya que, en estos espacios organizativos también se produce conocimiento.
Eso es lo que yo diría de apuestas, así pensándolas con tu pregunta, aunque eso habría que concertarlo de manera colectiva y seguramente el año entrante que se cumplen los 30 años de la escuela, algo se puede decir sobre lo qué han significado estos 30 años y para dónde va ese proyecto de manera específica.