“Es un conflicto que se ha devorado la vida y los sueños de personas en el campo”: Jesús Abad Colorado
Desde el año 2011 y producto de la ley 1448 todos los 9 de abril se conmemora el Día Nacional de la Memoria y la Solidaridad por las Víctimas del Conflicto en Colombia, el objetivo es reconocer socialmente a todas aquellas personas que han sufrido de manera directa la crueldad de la guerra que se desarrolla en nuestro país.
En Punto de Partida nos unimos a esta conmemoración hablando con Jesús Abad Colorado, un foto periodista que a lo largo de su trabajo ha tenido la oportunidad de retratar con su cámara los rostros de las víctimas. Lee la entrevista a continuación.
¿Qué recuerda Jesús Abad de esas primeras veces que se tuvo que enfrentar al conflicto armado de una manera tan directa?
Yo creo que no es nada fácil. El cubrimiento de estos hechos en nuestro país lo he hecho con el corazón en la mano, yendo muchas veces a pie o al lomo de mula a muchos lugares de nuestro país en donde las principales víctimas han sido las personas que viven en el campo, la gente que siembra los alimentos, que llegan a nuestras ciudades. Es un conflicto que se ha devorado la vida y los sueños de personas en el campo y especialmente de las comunidades negras y de las comunidades indígenas. Entonces es muy difícil recordar, pero obviamente hay muchos momentos de situaciones que todavía no han cesado en Colombia.
¿Cómo fue el proceso para poder mostrar a través de tu trabajo el contraste entre el dolor y la destrucción del conflicto y la valentía y resiliencia de las víctimas?
Es muy importante entender yo soy antioqueño, mi familia es del municipio de San Carlos, Antioquia, ellos fueron víctimas en los años 60. Mi abuelo, por el lado de mi papá, fue asesinado y un tío fue decapitado el mismo día del asesinato de mi abuelo. A raíz de eso mi abuela se murió de pena moral antes de los cuatro meses y toda la familia se desplazó al municipio de San Carlos. Estoy refiriéndome a que mi padre, mis hermanos mayores, todos mis tíos, terminaron en distintas regiones de Colombia.
De ahí está el origen de esa mirada mía hacia las víctimas en Colombia. Entendiendo que mi papá, mi mamá y esos tíos no salieron con sed de venganza, que nos enseñaron de la memoria de unos abuelos que habían sido buenos, de gente campesina que había tenido que dejar el campo y como miles y millones de personas que en nuestro país han vivido la violencia, esa familia nuestra nos enseñó de dignidad, nos enseñó de solidaridad, también nos enseñó a devolver a la tierra.
Mi padre fue obrero de la Universidad Nacional de Colombia y nos enseñó tanto él como mi madre, que se podía volver al campo a sembrar. Sin embargo, nuevamente fue desplazado en los años 90 del municipio de San Carlos.
Los campesinos en Colombia quieren seguir sembrando la tierra y queriendo lo mejor para sus hijos. Yo crecí entre las paredes de la Universidad Nacional de Colombia, estudié en la Universidad de Antioquia y siempre que he salido, porque sigo trabajando, me encuentro con el rostro muy duro, a veces, de nuestras comunidades campesinas. Pero, son campos y familias que saben perdonar y que no quieren que nuevas generaciones repitan los dolores que muchas veces ellos mismos han vivido y por eso mi reclamo siempre es constantemente al país, que nos miremos en ese espejo roto de esos hombres y mujeres que producen los alimentos en el campo, pero que han sido las principales víctimas de una guerra que ha dejado millones de personas huyendo y sufriendo, que no quieren seguir repitiendo la barbarie.
Por eso hoy, 9 de abril, día en el que deberíamos de solidarizarnos con las víctimas, no es solamente para mirarnos en el pasado, sino para que nos pensemos en este presente y a futuro, cuál es el país que en Colombia queremos construir
Existen muchas maneras en que se ha contado el conflicto, ¿cuál siente que es la particularidad de contarla a través de un lente?
Es una pregunta sencilla en la medida en que aprendí a ver con humanidad porque esos que yo estaba viendo al frente muchas veces en el Chocó, en el Cauca, en el Oriente Antioqueño, en el Catatumbo, eran los rostros de mi propia familia porque mi familia siempre ha tenido esa relación con la tierra y con gente que se quedó viviendo en el campo y que siguió viviendo el conflicto porque tuvimos familia desaparecida por el ejército colombiano, pero también familia desaparecida por parte de la guerrilla en secuestros.
Vuelvo y me refiero a mi familia, para decirte que al final cuando uno documenta, registra a través de una cámara fotográfica y a través digamos de esa experiencia de solidaridad, de acompañar a campesinos, por ejemplo en la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, es encontrar en el rostro de esos hombres y esas mujeres y de esa niñez que muchas veces he visto huir con un perro, con una gallina o con un cerdo al hombro, es mi propia familia que algún día tuvieron que salir de la tierra.
Es entender que son siempre los mismos desplazados, despojados de la tierra, humillados y ofendidos, pero que aun así son esos mismos campesinos son los que no quieren que la historia se siga repitiendo y que esos niños y niñas que crecen en el campo no sean reclutados por un actor armado legal o ilegal para que vayan empuñado un fusil que luego les destruya la vida y los sueños a estas personas que habitan un poco más allá del campo colombiano.
Verlos es verlos con el corazón, es ver con humanidad en un país que dice ser mayoritariamente católico, es verlos como si fueran mis propios hermanos, es verlos con toda la dignidad y humanidad y con el respeto y con la solidaridad porque el otro que está huyendo de alguna manera también soy yo así que esa es la forma de ver. Siempre le he dicho a la gente que aprendí a ver con el ojo izquierdo, no por temas ideológicos, sino porque el ojo izquierdo siempre estaba más cercano de mi corazón.
Hablemos de la labor que cumpliste cuando hiciste parte del equipo de investigadores del Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, que de hecho luego pasó a llamarse Centro Nacional de Memoria Histórica, ¿en qué consistió ese trabajo que duró varios años y con quién trabajaste para llegar a ese informe final?
Ingresé al grupo de Memoria Histórica coordinado por el historiador Gonzalo Sánchez, allí había un equipo de hombres y mujeres con mucha experiencia en el conflicto armado colombiano, en ser maestros y maestras de distintas universidades, pero también con una experticia en el mundo de los derechos humanos y en la escritura, mi trabajo fue como investigador a nivel de la fotografía.
Caminamos por lugares del país que no conocía en el que íbamos a escuchar con mucha más profundidad el relato de comunidades en La Guajira, en el Putumayo, en el mismo Chocó, para hacer esta serie de investigaciones de muchos de los hechos que han enlutado la vida de nuestro país, pero también con un ingrediente y era la capacidad de resistencia de muchas de estas comunidades para sobrevivir en medio de estos lugares en donde conocen a veces la institucionalidad es porque llegó un grupo armado que representa el estado, pero que está solamente unos días.
Entonces están a veces un puesto de salud y un maestro, una maestra que representa la institucionalidad, pero más allá de eso hay muchas dificultades. Así que encontrarnos con los relatos de todas las humillaciones, vejaciones que han vivido durante décadas nuestros campesinos y campesinas era muy triste.
Sin embargo, a pesar de todas esas desapariciones, de todos esos ultrajes, también era muy bello encontrar como esos hombres y mujeres del campo, de la montaña, del río, de la orilla del mar, se las habían ingeniado para resistir.
Yo estuve hasta finales del año 2012. Comenzando el 2013 se entregó el informe final el “Basta ya”, pero fue muy bonito estar como testigo de esas historias narradas y escritas muchas veces en distintos talleres con mujeres.
En muchas comunidades nos enseñaron de memoria, nos enseñaron a llevar esas historias a los libros, llevarlas en fotografías, para que se construyera un relato en donde estuviera, no las imágenes de los años 40, de los años 50, sino esas imágenes de los años 90 y 2000 que no han cesado en nuestro país, pero que es honrar la vida y reclamar en algún momento por los crímenes que se han cometido en Colombia, no solo por parte de grupos ilegales, sino también de nuestro ejército colombiano que también manchó sus manos asesinando a tantos hombres y mujeres y que se terminó confabulando con actores ilegales como el paramilitarismo para acabar con la vida de tantos dirigentes y cometer crímenes tan aberrantes como como los llamados “falsos positivos”.
¿Nosotros como sociedad podemos hacer algo para reconocer a las víctimas?, ¿para reconocer su dolor, para no ser indiferentes?
Considero que hoy están sucediendo cosas muy distintas en nuestro país y no hablo solamente por una coyuntura política y un cambio de gobierno, sino que quiero también referirme al papel que está jugando hoy la educación en escuelas y colegios de nuestro país. Hoy, en muchos lugares distintos maestros y maestras están trabajando con esa juventud tratándolos de formar con materiales, como el mío fotográfico y otros más que existen, que sirve para que la gente entienda un poco que el otro que está ahí al frente y también es parte de mi familia; que lo que le sucede a las personas en Arauca, en el Chocó o en el sur de Colombia, eso afecta nuestras vidas.
Yo creo que hoy así a veces la gente no quiera ver a esa juventud que reclama, que defiende al oso de anteojos, a los frailejones, los páramos o a los tiburones de mal pelo, de nuestros océanos, ellos hoy se está preparando y entendiendo que hasta la naturaleza que ha sido víctima en medio de la violencia y esos páramos que a veces son saqueados y quemados para la siembra, hacen parte de nuestra vida, que esos ríos y esa agua que hoy escasea en la Capital de Bogotá, en Medellín, en Barranquilla, Santa Marta o en la ciudad de Cali nace arriba en los cerros y en los frailejones y en esos bosques que estamos destruyendo.
Si entendiéramos que lo que le sucede a una comunidad como Bagadó o en Buchado me afecta a mí en la capital del país, lograríamos entender más fácil eso que les estoy diciendo cuando hago una comparación con la naturaleza, y es que cuando nos tapamos los ojos para no ver, entonces, no escuchamos y no sentimos el corazón de ese hermano y esa hermana, pues obviamente vamos a seguir yendo hacia la barbarie, entender que somos parte de un conjunto y de una vida que tenemos que cuidar.
Si nombramos y no dejamos olvidar, no solamente a esos campesinos y campesinas sino, a periodistas que pueden tener el nombre de Silvia Duzán que pueden tener el nombre de Jaime Garzón, el de un periodista en Arauca, en Córdoba que se llamaba Clodomiro Castilla, si honramos esas vidas de tantas personas que han defendido al medio ambiente y como tal han sido defensoras de la naturaleza y de nuestro propio territorio colombiano, yo creo que podemos hacer mucho; lo contrario sería seguir comportándonos ante el dolor de los demás de una forma cínica.