‘Cuerpos desahuciados por el olvido’, una obra LGBTI sobre el conflicto armado
Cuerpos desahuciados por el olvido es un libro sobre el paso a la adultez y la pérdida de la inocencia, la cual, en este caso, no se se da a través de la exploración de la sexualidad sino mediante la violencia cruda que deben enfrentar sus protagonistas: Antonio y Adrián, dos primos que crecen juntos en medio de una realidad ineludible y un amor prohibido.
Calificado como dramaturgia de la memoria por su autor Jhonathan Velásquez, e incluso como teatro del horror por el actor Omar Vásquez, esta obra resulta ser una lectura que narra otra cara del horror del conflicto armado, la cual es tan difícil de describir con palabras que solo el arte podía traerla a la memoria.
La obra está basada en tragedias que nos atraviesan a los colombianos, como lo es la Masacre de Bojayá, pero también narra una historia de amor que versa entre lo real y la ficción. Una que poco hemos escuchado en los medios y en la historia oficial del país, pero que aquí nos hace olvidar por un segundo la angustia y la infamia de la guerra.
Con 15 y 17 años, respectivamente, Adrián y Antonio viven una historia de amor que se resiste al desahucio que los ha llevado un conflicto sin sentido, que nada tiene que ver con ellos y que no entienden.
Así tendrán que ir creciendo rodeados de bombas, balas y trincheras; alejados de su familia y de todo lo que conocen; sin la oportunidad de vivir otra vida y con la obligación de esconder lo que son realmente.
“A todos les metían la revolución por el culo”, sentencia en un momento Adrián con la crudeza del lenguaje que tuvo que aprender, tras la inclemencia de una realidad que lo presiona a dejar los juegos para tomar las armas y aprender a matar.
Cuerpos desahuciados por el olvido es un libro con imágenes vibrantes, que en un momento nos pinta el naranja de un atardecer lleno de faroles para luego describirnos el erotismo de los cuerpos y sus sombras a la luz del cielo y la confidencia de la selva.
Con una prosa emocionante y una anacronía atrapante no solo cuenta una historia de amor; ésta es una excusa para realmente narrar lo inenarrable… Aquellos relatos cruentos que sufrieron y sufren muchas personas de los sectores sociales LGBTIQ+.
La movilidad humana y la renuncia también son temas centrales en esta obra; renunciar a sí mismo, renunciar a la tierra, renunciar a la familia, renunciar a los animales, renunciar al amor y movilizarse para huir y sobrevivir.
En Radiónica, hablamos con su autor, el dramaturgo y máster en teatro y artes escénicas, Jhonathan Velásquez, sobre su ópera prima y sobre cómo germinó en él esta historia tan necesaria para un país que tiende a olvidar fácilmente.
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¿Qué te inspiró para escribir esta obra, además de la tragedia de Bojayá que es una gran referencia?
En realidad es que hay un referente concreto, pues esta es una versión libre de una novela que me encontré en una librería en Madrid. Yo justo quise ir a Madrid a conocer nuevas vanguardias e historias y me encontré en Chueca un libro que se llamaba Eduardo: Guerrillero en Colombia, chapero en Chueca, el cual trataba precisamente de un joven reclutado desde muy niño, que encontraba precisamente en este grupo armado, en la guerrilla, un lugar para desarrollar su sexualidad.
Un lugar evidentemente muy hostil, donde vive una serie de situaciones muy difíciles que lo hacen desertar, lo cual es alta traición y le puede causar no solo la muerte, sino un escarnio y una tortura tremenda, pero que al final logra volarse e irse para España. Entonces a partir de esa novela empecé a retomar un camino en donde el foco quise que fuera más bien un amor que empieza a descubrirse intimidado en este ambiente.
¿Lograste hablar con el autor de ese libro?
No, no fue posible. Estuve buscando a Rafael del Cerro pero nada. Sé que esta es una historia biográfica; es decir quién lo escribió en realidad fue un español que tenía un piso en Madrid, en Barcelona, de chaperos; es decir como prostitutos. Él escuchaba la historia de ellos y la escribía. Entonces esta fue una historia que le contó un colombiano chapero que vivía, si no estoy mal, en Barcelona.
¿Pero siempre tuviste la idea de escribir la obra al leer el libro?
No, definitivamente no tenía pensado como tal sacar de manera editorial una obra de teatro en ese momento. No fue hasta cuando volví a Madrid a estudiar el máster en teatro y artes escénicas que me di cuenta de la importancia que es publicar lo que se escribe porque, como ejercicio, escribir y montar teatro es importante, pero el teatro en sí mismo es efímero, es el público quien lo ve en su momento y se acaba, quedará una grabación y ya, pero cuando queda escrito ahí puede ser un elemento de consulta, de investigación, y tener mayor visibilidad.
Entonces cuando volví dije tengo que escribir teatro, que ya lo había hecho, pero tengo que publicar teatro para que esto tenga una visibilización y un contenido que aporte precisamente a la comunidad.
Las historias de la comunidad LGBTIQ+ en la violencia del país siempre han sido minimizadas e infravaloradas, ¿cuál es entonces la importancia de contar historias como la tuya?
Pues precisamente desnaturalizar una realidad. La gente de alguna manera está cansada de que el teatro hable del conflicto armado y entiendo que alguna parte del sector se pueda sentir hastiada, pero me parece que aún muchos no saben que es Bojayá y de ahí en adelante no saben qué le pasó a las personas homosexuales dentro del conflicto armado, pues es algo que ni siquiera se concibe porque evidentemente el foco ha estado en otros lugares también importantes; en las madres, en los jóvenes, en las mujeres… ¿pero qué pasó con la mujer a la que le hicieron una acción violenta contra su cuerpo para que no fuera “machorra” y aprendiera qué es ser mujer?, ¿o con el hombre que tenía una feminidad en él y que por eso fue blanco de muerte?
De manera que si esas historias no se han visibilizado en el teatro, pues yo creo que es muy pertinente hacerlo a partir de lo que ya hay, como informes, narraciones de otro tipo, historias, y creo que el arte puede hacerlo.
Ahora que mencionas esas “acciones correctivas”, la obra describe una escena donde Adrián tiene que cometer un vejamen terrible, ¿cómo llegaste a esas situaciones, en qué te documentaste?
Estaba en la Feria del Libro haciendo el prelanzamiento de la obra, a la que le faltaba un pedazo del contexto de la guerra y entonces me encontré con este señor que se llama Guillermo Rico Reyes, un periodista que escribió un libro que se llama Historias cortas de una guerra absurda, una obra donde recopila microhistorias de la guerra, y empecé a leerlo y encontré justo esa historia sobre la manera en cómo se empalaron a muchos jóvenes para darles “ejemplo” de lo que no debían hacer.
Y ahí le iba aportando algunas otras cosas de lo que leía en el informe de Masacrando la diferencia del Centro de Memoria Histórica.
¿Qué otros autores te inspiraron en el proceso de creación?
Hay uno en particular que se llama José Sanchis Sinisterra, digamos que es uno de los referentes del teatro y de lo que se ha llamado la narraturgia, y definitivamente ha sido digamos una base teórica de inspiración muy importante para mí porque aborda precisamente el teatro contra el olvido.
Él dice que no es posible olvidar, en unos contextos en donde repetir esas violencias es inminente. Pero aparte de ese discurso, sus maneras dramatúrgicas me parecen muy, muy chéveres; el cómo explorarlas, qué tienen que ver con narrar unas situaciones y otras dramatizarlas, es decir evocar a partir de la palabra espacios, sentires, pensamientos internos de los personajes, poder saltar en tiempos, ir a la infancia o anticiparse a un futuro y todo a partir de la narración, que es lo que él llama narraturgia.
Creo que ha sido un camino difícil y, sobre todo, creo que hay resistencia aún a ese camino, porque lo convencional en el teatro es que todos se viva y no narrarlo, pero narrar creo que genera unas posibilidades incluso cinematográficas que le dan al lector, digamos una amplitud de la historia.
¿Cómo te llegó el título del libro? Mi interpretación fue que los cuerpos desahuciados son las víctimas de la violencia y el olvido es a lo que hemos condenado sus historias.
Es tal cual, es la condena al olvido. De entrada yo quería escribir una historia que hablara de cuerpos y justo tuve como referencia a San Sebastián; una tarde que estaba en el Prado vi al San Sebastián de El Greco y me pareció una cosa preciosa, entonces llegué a dibujarlo y me quedé con quería que el cuerpo fuera un foco de atención.
El cuerpo encaminado hacia lo erótico, hacia la sexualidad que es lo que precisamente se recrimina en la comunidad. Y quería hablar sobre la dramaturgia de la memoria, sobre la necesidad de no olvidar, entonces por ahí obviamente pasaron algunos otros títulos antes, algunas combinaciones raras, pero que al final bueno logré llegar al desahucio; es decir, qué pasa cuando se olvida a alguien, cuando ya deja de existir en la mente de la gente, pues está condenado a la muerte.
Alguien puede morir pero si pervive por lo que haya hecho, por el imaginario colectivo, pues ahí hay una vida que se extiende, pero cuando se han olvidado completamente de un joven que ha sido empalado en alguna zona rural del país y del que nadie tiene referencia, pues su vida ha sido un desahucio, hasta ahí ha quedado, es un olvido colectivo que no debería permitirse en tanto que puede volver a repetirse.
¿Por qué eran tan importantes los cuerpos para ti?
Creo que mi paso también por Madrid me enseñó un poco ese trato del cuerpo un poco más desinhibido, mucho más explorado y atravesado por la exploración del desnudo, la desfiguración corporal, la eroticidad a partir del mito.
Entonces es una forma estética que me atrae mucho de la creación escénica; es decir, esta obra la montaría a partir de la exploración del cuerpo, las formas que pueden generarse de manera individual o colectiva y las imágenes estéticas que eso genera, un poco como cuando vas al museo y ves todo el periodo grecorromano y hay desnudos por todos lados, pues eso.
¿Es decir que tienes planes para llevar la obra a las tablas?
Definitivamente, estoy buscando patrocinador entre las becas del Ministerio de Cultura, de Idartes, de la Secretaría de Cultura local, por algún lado. Pero sí, definitivamente se necesita una financiación para pagarle a los actores, para el trabajo de iluminación, de escenografía…
La obra termina con unos signos de interrogación, ¿eso quiere decir que podemos esperar una continuación?
Definitivamente es un podría, es lo que quisiera, pero creo que bueno las mismas historias deben generar eso, y creo que quisiera tener la recepción de esta obra, no sólo desde la literatura, sino también desde el teatro a ver qué pasa ahí, porque luego hay una serie interpretaciones que reconstruyen la obra para ver si una segunda parte podría tener lugar... y ésta tendría que ver con qué pasó con Adrián en Madrid, qué fue de su vida allí.
Entonces sería como a mediano plazo esa otra parte… Ahora quiero escribir otra sobre las terapias de conversión, que pues en unos lugares es más fuerte que en otros; de hecho, hay campos de concentración en este momento en Rusia, en Chechenia, para homosexuales y bueno es un tema que me atrae mucho.