Cuando las ideas del amor romántico justifican la violencia de género
Desde niñas nos enseñan, entre otras cosas, que nuestra máxima aspiración en la vida debe ser casarnos, construir una familia y encarnar esa imagen de la mujer sacrificada que lo da todo por los suyos. Mientras tanto, a los niños, se les enseña a ser fuertes, valientes y a priorizar ante todo, sus logros en la vida pública. Es entonces, más tarde, cuando chocan nuestras visiones de la vida con ellos, cuando decidimos entablar una relación monógama y heterosexual. Esto no solo nos hace enfrentarnos a una realidad distinta a los ideales que tanto nuestras familias, colegios, la televisión, el cine y los libros nos venden, sino que, en algunos casos, justifica unas dinámicas violentas y opresivas hacia nuestra integridad basadas en los roles de género.
Kate Millet, feminista de la segunda ola, dijo ya en la década de los setentas, cuando apenas este moviento social se estaba empezando a preguntar por lo personal como algo político: “El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas: mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí mismo sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a las mujeres y hacerlas dependientes, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa”.
Este no es un tema abstracto o que se quede en planteamientos teóricos. De acuerdo a Feminicidios Colombia, por ejemplo, en su último informe semestral de 2020, en nuestro país, de al menos 65 tentativas de feminicidios, 25 fueron cometidos por parejas y 19 por exparejas. Es decir que el 83% del total de los mismos tuvieron algo que ver con ideas en torno al amor. La razón de esto, explica Becerra, tiene que ver con unas creencias que dan paso a comportamientos desadaptativos.
“Cuando hablamos del amor romántico es importante saber que esa noción viene de una construcción del siglo XV. Y aunque no empieza allí, todo ese empujón de la nobleza hace que tome fuerza. Desde ahí queremos ser como la nobleza, es decir como el príncipe y la princesa. Pero lo que no sabíamos es que Enrique XVIII estaba cortándole la cabeza a las viejas”, nos dijo Becerra, quien es enfática cuando explica que este mito, tan dulcemente narrado, ha garantizado un orden social, económico y político, en el que la mujer está en casa desarrollando labores del hogar y de cuidado y el hombre está produciendo como obrero y a su vez, ha, y sigue, justificando unas violencias sobre las cuales deberíamos reflexionar como sociedad.
¿Cómo puede explicarse esa conexión entre el mito del amor romántico y la violencia de género?
Tiene mucho que ver con la noción de la propiedad. Este es el lugar en donde más se deshumaniza el trato de los hombres hacia las mujeres. Con el hecho de sentirla mía, construyo mi masculinidad. Al final a los hombres les han dicho: usted sea berraco, sea el proveedor, el más fuerte y todas esas cosas. Eso en un sistema económico de desigualdad, y de construcción de la virilidad, hace que la posesión del último bien que les queda en medio de contextos de pobreza sea la mujer.
Hay que romper esa creencia de que el agresor es una persona con un trastorno psicológico. Eso ya se está trabajando en Colombia en Medicina Legal y con la Fiscalía cuando se hace todo el tema de peritaje y la evaluación psiquiátrica del agresor. Más del 79% de los agresores no tienen trastornos y ninguna conducta criminal anterior que no tenga que ver hacia agresiones contra las mujeres.
Hay otros actos delincuenciales con un patrón de sistematicidad: en este caso, el homicidio, está relacionado al robo y al tráfico de drogas, por ejemplo. Es decir que viene todo el paquete en la misma persona o en su vida delictiva. En cambio, acá tienes el paquete solamente de la violencia de género, intrafamiliar y sexual, pero siempre dentro de la violencia a las mujeres. La gran minoría también tienen otros delitos. Por eso es importante dejar de hablar de un perfil psiquiátrico y un perfil delincuencial y poder darnos cuenta que lo problemático está en otra parte.
¿Qué puede haber detrás de los agresores si no hay un perfil psicológico o delictivo definido? ¿Podríamos afirmar que las creencias en torno al amor están detrás de estas formas de violencia, por ejemplo?
Sí, totalmente, eso es lo que queremos evidenciar. Nosotras en Feminicidios Colombia no creemos nada, sino que lo hemos visto trabajando con agresores. Cómo ahora hay un ejercicio periodístico en donde constantemente se está denunciando este tema, esto ha permitido que más personas identifiquen situaciones violentas. Por ejemplo, ya saben que estas pueden empezar con una llamada, la revisión del celular, la vigilancia, una mala palabra y escalar luego a un golpe. Eso hace que los mismos agresores empiecen a identificar en ellos mismos conductas violentas, para luego llegar a terapia y decir “yo no quiero irme a la cárcel”.
Ellos mismos preguntan, ¿cómo puedo hacer para no convertirme en un delincuente? Como ya hablamos del delito, ya estamos enterando a la gente que esto es un acto punible, un acto de violencia. Si ya sabemos que no es un trastorno, lo que queremos entender según unas unidades clínicas de enfermedad que ya existen, es que esto se podría calificar como conductas desadaptativas y antisociales. Cuando yo violento, lo que finalmente hago es romper la interacción social con los otros y otras. En ese sentido, estas conductas tienen una raíz no está en un desorden de neurotransmisores, sino en la construcción de las creencias desde la educación. Si constantemente nos educan diciendo que el amor debe durar para siempre o que mi pareja es de mi propiedad, pueden haber problemas.
¿Qué otras creencias pueden resultar problemáticas y generar estas violencias?
El trámite de la ruptura es primordial. Una cosa que no conocen las personas es que las mayores tasas de suicidio respecto a las rupturas amorosas las ocupan los hombres. En otro porcentaje matan a su pareja y también se suicidan. Esto se relaciona mucho con el mito del alma gemela y con el de “vamos a estar para siempre”. Cuando eso no ocurre, hay mucha frustración. Y eso se sustenta principalmente en el mito del príncipe y la princesa que estuvieron felices para siempre.
Otro es el de “somos uno”. El problema es que si yo digo “somos uno” y parto de esta relación donde yo marco las pautas, van a haber muchas dinámicas desiguales y violentas. Es como la frase de Diomedes Díaz: “Yo se que yo te he sido infiel, pero en el hombre casi no se nota”. En ese sentido, por ejemplo, la infidelidad se termina viendo como una cosa de hombre y no de mujeres. Lo que quiere decir que yo puedo hacer lo que se me dé la gana, pero tu no. Solo porque así es el orden y así podemos vivir en control en el régimen patriarcal y masculinizado.
Mientras yo mando, entonces, tú tienes que ser una mujer buena y sobre todo disciplinada, porque tu papa te disciplinó y te entregó a mí, tu esposo, siendo una buena mujer. A las mujeres se nos disciplina desde la infancia cuando nos dicen por ejemplo: “nena sonríe”, “saluda”. Y es que cuando se golpea a la mujer, se le quiere disciplinar. Por eso a veces el tema de las escaladas tiene que ver con que yo me voy poniendo más duro porque ella no está entendiendo. Primero le di una palmada, luego un pellizco, una cachetada, luego cogí el cable, el cinturón. Eso es lo que vivimos en Colombia. Así son las cosas en este país: creemos que la gente necesita mano dura, porque el cariñito “lo vuelve a uno marica” o pendejo.
Cuando una mujer empieza a hacer cosas contrarias a lo que se espera de ella, muchas veces, el resultado es el feminicidio. Esto ocurre mucho a mano de sus ex parejas: cuando se da una ruptura y la mujer vuelve a hacer su vida, ocurre la violencia. Verla con otro tipo y el tema de la sexualidad con alguien más, rompe la idea de la mujer buena, virgen y pura. Esa misma imagen divide a las mujeres. Por ejemplo, en el feminicidio a las mujeres trans o a las mujeres en condición de explotación sexual, el mensaje es: “son unas putas”, “¿quién va a respetar a unas putas?”.
Mientras tanto, al hombre se le relaciona con una “naturaleza” en dónde no hay capacidad para controlar la sexualidad. Por eso la frase: “¿para qué llevaba esa falda?”. Cuando decimos ese tipo de cosas hacemos alusión a que los hombres son así y que ya estamos advertidas de que son unas personas que no pueden controlarse y la responsabilidad de la violación o la violencia es nuestra.
¿Cómo construimos desde ahí, si supuestamente un hombre sexualmente no se controla? ¿Sobre quién recae la posibilidad de la monogamia y la fidelidad sexual? Sobre las mujeres. Eso justifica por ejemplo, el hecho de callar que “mi esposo se va de putas”.
Para ti, ¿esto también denotaría la noción de que existen dos mujeres? Por un lado, la angelical que está en la casa y, por otro, la prostituta, qué está afuera y rompe totalmente con esa idea de lo puro y casto...
De hecho son cuatro mujeres: la buena mujer, la buena madre, la beata y la puta. Son realmente cuatro mujeres que partieron de dos: María y María Magdalena, en esa visión judeocristiana.
¿A quién le decimos “santa madre”? A la Virgen María. De ahí hay una configuración del ejercicio de la violencia de manera distinta. Hay un respeto, pero está entre comillas. A la santa madre no se le irrespeta, pero se le explota. Entonces están todos echados viendo televisión y la santa madre, viejita, barriendo dice: “mijito, ¿quiere juguito, mi amor?”.
A mi mujer, la violento psicológicamente para que ella aprenda que no debe alzarme la voz, ni llevarme la contraria y que si pasa algo con los niños pues es su culpa porque mi deber es traer la plata. Y tengo por allí una, de la villa, una pueblerina o plebeya donde voy y tengo sexo. Eso empieza también desde el príncipe y la princesa y cuando el señor feudal puede tener sexo con todas las mujeres, que de hecho tienen su primera vez con él.
Entiendo que si hablamos de una pareja heterosexual, siempre va a haber una relación desigual de poder basada en el sistema patriarcal, pero, ¿cómo explicar también conductas desadaptativas de las mujeres hacia los hombres?
Tenemos que tener mucho cuidado en eso. Cuando hablamos de un sistema de poder como el machismo, se justifica que los hombres son de cierta manera por naturaleza. Sobre todo en las cosas que tienen que ver con su sexualidad. “Es que ellos son coquetos”, “¿para qué se pone esa falda si ya sabe como son?”, ¿para qué dejó a su novio o a su marido solo?”.
Una mujer ejerce el control desde un lugar de subordinación: con el desespero, el llanto, la ira, la desestructuración emocional. Si miramos a qué responde esto, es porque casi siempre en estas relaciones, es un hombre el que asume una relación supuestamente monogámica, pero tiene interacciones poligámicas. Por ejemplo, ya hay antecedentes de sexting con otras personas y de cachos. Si el va y se desaparece el fin de semana y dice “usted es una loca, celosa”, ahí hay un problema.
Eso se llama irresponsabilidad afectiva. Cuando miramos el celular y preciso encontramos sexting con alguien más, es por esos permisos que se le dan al hombre. A lo que responde esto, es a que no hemos pensado la relación monogámica. Debemos empezar a hablar y hacer los acuerdos que queremos: por ejemplo, una relación donde solo estamos los dos o una relación formal ante amigos y familia, pero en la que flirteemos con más gente o podamos desaparecernos por unos días.
La fácil es decir: “¿cómo fuiste a coger el celular?”. Hay que mirar antes a qué responden esas acciones. No nos subamos en un pajazo mental pensando que las mujeres estamos ejerciendo algún poder sobre el tipo. El sistema patriarcal les da una cantidad de permisos a los hombres, donde tienen unos privilegios por cómo concebimos la sexualidad masculina.
Lo fundamental es que nosotras aprendamos a ser más claras con el tipo de relación que queremos y cuando salimos con alguien también saber qué tipo de relación quiere. El problema es cuando nos damos cuenta que el tipo quiere algo diferente y no decimos nada. También es importante aprender a salir de las relaciones cuando no son cómo las queremos. El problema es cuando ya sabemos y nos quedamos y justificamos las cosas diciendo “los hombres son así”. Hay que aprender también a no entrar en las relaciones tan rápido, muchas veces no subimos en una nube con tres palabras. Y hablando de las causalidades de esas dinámicas de control, no las estoy justificando, pero estoy explicando de dónde vienen. No se trata de hablar de mujeres desadaptadas y violentas, sino que hay que entender de dónde viene eso y poder trabajarlo desde la adicción al amor.
¿Cuáles podrían ser unos síntomas para que las personas puedan parar un momento y decir ‘esta vaina está grave’? ¿Cuáles son esas conductas que no necesariamente se ven tan violentas, pero que puedan llegar a escalarse?
Todos los actos de dominio: la revisión del celular, la prohibición de amistades, la regulación de las formas de vestir, de que sí se puede hablar y de que no. Frases como “no, no, no, con meloserías y huevonadas no” son un ejemplo. Otro acto de dominio es decir “yo voy y hago lo que se me da la gana y tú no”.
También está la ridiculización frente de la gente. El humor brusco y la violencia psicológica disfrazada de chiste donde yo le demuestro a la gente que tengo dominio sobre ella. “Yo medio salgo y la encuentro chillando”, por ejemplo, mientras lo dice delante de los amigos.
Yo les digo a las mujeres que tengan mucho cuidado —y te lo digo como víctima también en el sentido jurídico y sociológico, porque hay que hablar de que aquí hay victimarios, aunque psicológicamente no me siento en un lugar de víctima— con las muestras de afecto desproporcionadas. Eso habla de personas insanas. Un tipo que empieza con exceso de likes en las fotos puede ser un depredador. El mensaje es “para que sepan que estoy loco por ella”. Y sí, literal te va a salir un loco. Cuándo se hacen esas cosas lindas —porque sí hay hombres muy detallistas, que lo hacen desde un lugar de tranquilidad y no desde un lugar angustiado— es distinto.
Sí y supongo que no se trata de satanizar todas las relaciones de pareja porque hay relaciones en donde las cosas y las dinámicas son sanas. ¿Cuáles podrían ser esas claves para relacionarnos de una manera mucho más igualitaria y no jerárquica y desigual?
La clave está en el cambio del amor romántico al amor compañero. El segundo propone que el amor no es para siempre, sino para hoy. La consciencia es un tema de presencia. Hay que empezar por la respiración, para salir un poco de la mente.
Desde ahí se entiende que el otro es un otro y no somos uno. También hay un sistema de cuidados y no uno de fidelidad, sino que se entiende el amor como un vínculo y un sistema de cuidados mutuo. Así yo estoy cuidando a esta persona y lo hago desde la responsabilidad afectiva, en donde entiendo que todo lo que hago y digo afecta a mi pareja.
El amor responsable se construye sobre todo para evitar el ghosting (el desaparecer sin decir nada) y el gaslighting (que permite comentarios como: “¿de dónde sacaste eso? o “estás loca”). La responsabilidad afectiva es también pactar unos acuerdos. No es un modelo para todo el mundo, sino una construcción para cada pareja.
Y aprender no a vivir a pesar de la violencia, sino a vivir perdiéndole el miedo al conflicto. Este último en sí mismo no es lo malo, sino cómo se asume. ¿Cómo asume el conflicto el amor romántico? El hombre manda y ya. En el amor compañero hay dos pares.
La diferencia con una relación sana es cómo asumo las violencias o comportamientos desadaptativos, porque todos los tenemos. Pero si me han dicho que el conflicto hace parte del vínculo, ¿cómo sé cuándo estoy cogiendo eso de excusa para quedarme en una relación violenta? La diferencia es que después del conflicto hay un cambio de conductas y los dos quedan más tranquilos