Andrea Correa, de trabajadora sexual a madre de la comunidad trans
— Usted sí es bien coqueto, ¿no?
— Coqueto no, coqueta.
— Bueno, entonces “La Coqueta”.
El nombre siempre fue para Andrea Correa un tema que la atravesó irremediablemente; siendo tan solo una niña de 7 años le gritaba a su madre cuánto odiaba ese nombre masculino que le había puesto.
Lo rechazaba, así como repudiaba la ropa de niños, lo poco colorida que era, los juguetes y todo lo que se creía que era acorde para un pequeño.
A ella lo que le gustaban eran las falditas, las telas rosadas, las muñecas y todo lo de las niñas, ¡eso sí la entusiasmaba y le daba alegría!
Así fue que empezó a hacer su propia ropa; cortaba las camisetas, buscaba telas, cosía los retazos y creaba las prendas que soñaba y que en verdad la representaban.
Un día, tras encontrar a Andrea -el nombre que sí la definía-, decidió salir del clóset con su madre y su familia. Una revelación que la llevó a vivir lo que ningún niño debería vivir jamás, se desplazado de su hogar.
Entonces con tan solo 12 años, Andrea llegó a las calles ruidosas del barrio Santa Fe, en la localidad de Los Mártires. Allí, entre almas marginadas y sombras divagantes, conoció la explotación infantil y el trabajo sexual.
Esta difícil realidad formó su carácter, le enseñó a sobrevivir en la calle, al frío de la madrugada capitalina y a rebuscarse su comida. Al mismo tiempo que formaba otra familia y unía lazos de hermandad con sus amigas de lucha.
Ya siendo una joven, Andrea tenía que escapar constantemente de las redadas violentas de la Policía que perseguían a todas las mujeres trans que, como ella, cometían el delito de usar tacones, falda y blusas, elementos que se suponía no eran para ellas.
En uno de esos episodios, Andrea no logró huir y fue arrestada, por lo que fue expuesta a los peores vejámenes que puede sufrir alguien contra su humanidad.
En medio de esa violencia, su chispa se mantuvo flameante, y muy a pesar de todo siguió reclamando ser reconocida como una mujer porque sabía que serlo iba muchísimo más allá de tener una vulva o un cuerpo con la capacidad de gestar.
Andrea era todo menos tímida; lanzaba apuntes agudos a la rapidez de un pestañeo, hablaba de sexo de manera atrevida; caminaba altiva y temeraria. ¡Era ella y como nadie más!
Así fue que un día, un compañero de celda le dijo que era muy coqueto y ella le corrigió tajantemente que era muy coqueta, y así se quedó. Cuando le contó a sus hermanas la historia, rápidamente la anécdota se convirtió en un seudónimo que la daría a conocer hasta el día de hoy.
Con 19 años, La Coqueta decidió seguir la moda de la época: viajar a Europa. Así fue que conoció Francia, España y más que todo Italia. En estos lugares aprendió a comunicarse en otros idiomas, ejerció el trabajo sexual y conoció el amor, el amor propio, pues nunca creyó en los cuentos idílicos del cine y la cultura.
Tras 10 años al otro lado del mundo, un día no se halló más ahí, le dijo adiós a las amigas que había hecho y regresó a Colombia.
En su llegada al país encontró que muchas de sus compañeras habían muerto y muchas otras hermanas estaban muriendo. Unas por la violencia sistemática y otras por el olvido inclemente del Estado que no actuaba para frenar la epidemia del VIH/SIDA.
Fue en ese momento que, sin buscarlo, La Coqueta encontró el camino del activismo. Empezó a formarse sobre la infección, acudía a las instituciones que podía para exigir atención y poco a poco formó una red de apoyo para sus amigas en el Santa Fe.
Muchas la empezaron a escuchar y a tomar como un referente, entonces en una rabia organizada ejecutaron varias acciones para mitigar esa realidad mortífera y cruel.
La Coqueta fue una de las cofundadoras de la Red Comunitaria Trans, organización donde trabajó por mucho tiempo y a la que le entregó toda su energía hasta que se independizó.
Entonces encaminó su trabajo completamente hacia lo comunitario y creó La Casa de Lxs Locxs, un lugar que día a día apoya a trabajadoras sexuales, personas en habitabilidad de calle, madres cabeza de hogar, adultos mayores, jóvenes y todes los que quieran asistir a sus programas de formación.
En la actualidad, La Coqueta es la madre de muchas que han vivido a la merced de la calle; es una lideresa admirada en toda la comunidad LGBTIQ+; una mujer que se reinventa y que aún conserva la mirada pícara que le dio su nombre.
Su bandera actual es “¡ni pollas ni viejas!”, su consigna personal para luchar contra el edadismo y enseñar que las mujeres trans mayores pueden tener una vida sexual activa, que no son solo deseadas sino cuerpos deseantes. "¡Dejaré de ser trabajadora sexual en la vida pero puta jamás. La cama es muy rica, mientras el cuerpo pida hay que darle!".