Elecciones Colombia: "Aún no sé por quién votar, pero lo haré ¿y usted?"
A menos de un mes de las elecciones presidenciales en Colombia, Simona Sánchez les cuenta su panorama.
Sí. Es verdad. Se acerca la fecha y no tengo claro por quién votar. Me siento parada ante el mapa de Transmilenio: un montón de rutas similares que no me saben explicar y que de alguna u otra manera caótica me llevarán siempre al mismo lugar.
Sin embargo el no tenerlo claro no significa que no ejerza mi derecho. Bien sé, desde que tengo uso de razón, que sólo haciendo, actuando, manifestándome, decidiendo es que hago uso pleno de mis derechos y soy 100% responsable de lo que suceda con mi vida y el lugar que esta habita. Pero qué difícil es no sentirse bien representado.
¿Por qué será que aquellos que conozco y se quejan de todo lo que sucede no lanzan sus candidaturas? ¿Por qué será que política siempre es sinónimo de panorama oscuro? ¿Por qué será que el poder saca lo peor de tantas personas?
Soñaría con despertarme en un país dirigido por un Pepe Mujica, un país en donde quien lleva las riendas haya experimentado el camino del perdón. Pero del perdón de verdad, verdad. Del que lo vive, lo sufre, lo atraviesa, lo sana y mira de frente con esperanza. Porque sólo aquel que sepa perdonar sabrá poner tantas diferencias a dialogar. Sólo aquel que sepa que en este país se baila y se canta desde carrilera hasta hip hop y metal sabrá que tenemos una y mil formas para expresar. Sólo aquel que sepa que el poder es para dar y no para acumular tal vez encuentre la mejor forma de distribuir lo que hay.
Pero qué difícil es no sentirse representado. Y aún más triste saber que quienes conozco y se han preparado para ello no se arriesgan a hacerlo. Los mismos en las mismas pareciera la consigna. Aún así, debo y voy a votar. Nadie ni nada me obliga (como bien dice La Pestilencia), es una acción más fuerte que mi misma. Debo decidir quién llevará las riendas de este país y decidirlo no sólo por mí sino por mi hijo y mi familia.
Pero qué difícil mantener la llama de la esperanza viva sabiendo que vivo en el país del que habla y habla y nunca aplica. El país de la zozobra, del no tener nada fijo, ni trabajo, ni techo, ni educación, ni salud, ni pensión, ni comida. El país más punkero del planeta. El del no futuro y “hazlo tu mismo” desde que eres chiquito. El país del verraco, del rebusque, del salir siempre con la cédula por si pasa lo inesperado pero lo que más de uno siempre espera.
El más feliz dicen por ahí. Feliz… si, feliz… porque con o sin plata aquí siempre celebramos. Y eso sí, nos reímos a carcajadas cada vez que tenemos que sacar un peso del bolsillo y sabemos que en el fondo no nos queda nada. Porque si no tienes no puedes y si no puedes no alcanzas y si no alcanzas no llegas ni al hoy ni al mañana.
Pero aún así y con todo ese panorama más oscuro que Mordor y cualquier historia trágica, seguimos arriesgando el todo por el todo por un mejor mañana. Y hay quienes aún creemos y nos llenamos de valentía para hacer, soñar, compartir, unirnos, amarnos, procrear y hasta hacer familia. Y convertirnos en papá y mamá aún sabiendo que es el del futuro más incierto y las licencias más tristes de maternidad. El de jardines, colegios y universidades buenas para unos pocos. El de cielos y parques hermosos con panoramas sociales peligrosos. El más caro en canasta familiar. El que no tiene ningún derecho para niños, papás y mamás. El de hacer ‘ochas y panochas’ para criar teniendo en cuenta que el sistema no te da la seguridad para poderte dedicar. Porque vivimos en el reino del prestador de servicios (¿nadie se ha inventado esa canción? ¡Sería un éxito por dios!) el del contrato corto, sin ningún vínculo. Sin nada fijo, sin prima, vacaciones ni cesantías. Pero que paradójicamente al no estar en su casa ya que debe ganarse el pan de cada día, contrata a alguien para que le ayude al aseo y a esa persona sí debe pagarle todo lo que él o ella nunca recibirá en vida.
Qué rara especie somos, colombianos raros y paradójicos, qué caray. Ni nosotros mismos nos entendemos y aquí seguimos creyendo que esperanza sí hay. Porque trabajamos diariamente en aprender a perdonar todas las injusticias que vivimos en nuestro andar, sabiendo que el odio circula de aquí para allá.
Pero hay que ser sinceros. En este pedazo de la tierra sonreímos de verdad, verdad, nos abrazamos, conspiramos, soñamos, inventamos, construimos, bailamos, cantamos, empuñamos micrófonos, creemos, denunciamos, nos arriesgamos, apostamos, salimos y votamos. Sí, votamos y soñamos con vernos bien representados. Ponemos nuestra X, nuestro derecho ciudadano y le damos poder a alguien para que llegue ahí y se tome muy en serio su trabajo. Y piense en todos y no en unos pocos. Y no gobierne con resentimiento, ira, venganza, sed de poder y malos tratos. Y sepa ser digno y humanista y dar un territorio seguro que provea de lo básico, que forme ciudadanos que hagan más rico y más poderoso este territorio soberano, sagrado. Que piense y reflexione en todo lo que hemos sufrido durante tantos años.
Que sepa escribir buenos finales y buenos comienzos para este paraíso del que muchos no nos hemos ido porque aún seguimos creyendo.
Sí. Es verdad. Se acerca la fecha y no tengo claro por quién votar. Pero saldré a votar, (por alguien, por nadie, en blanco, pero a votar), a elegir quién me va a representar, porque el cambio tiene que llegar y rendirse no es una opción para quienes creemos que esperanza es lo último que hay. Aquí en este presente no hay espacio para la mediocridad.